viernes, 31 de octubre de 2008

La ventana, de Carlos Sorín




Un anciano testarudo se despierta el día en que su hijo, al que hace años que no habla, va a ir a visitarlo a la hacienda venida a menos, pero todavía importante, en la que reposa convaleciente de un infarto. Ha tenido un sueño en el que se le ha aparecido un indefinible rostro femenino que pertenece a su pasado más remoto, una aparición angelical que intuimos en seguida que tiene que ver con la muerte. Es cuidado con devoción filial por dos mujeres, que también han aprendido a mangonearlo sin problemas, por lo que imaginamos que llevan tiempo con él.

La ventana filma con cuidado todos los rituales cotidianos de ese día, a través de los cuales adivinamos la biografía de los personajes, y Sorín se pasa al 35 mm. para darle más importancia a la imagen (en la película se mide con cuidado el cambio de la luz a lo largo del día). Todos son conscientes de la proximidad de la muerte, pero perpetúan sus hábitos, como si esa fuera la única manera de preservar la dignidad.
Esta versión minimalista de La muerte de Ivan Ilich tiene una de sus grandes bazas en Antonio Larreta, escritor y guionista que encarna estupendamente al hacendado moribundo (y también escritor), y que en la rueda de prensa contó con mucha gracia como Sorín le quitó su guión a mitad de rodaje, y que luego en la entrevista que dio a Paz Sufrategui (para Versión española) confesó por primera vez que todavía está molesto con Delibes porque nunca hizo ninguna mención a los guionistas de Los santos inocentes.
Al igual que Jeanne Moreau en Plus tard... Larreta pone en escena su muerte (la de su personaje, claro), y siempre me pregunto como se sienten al tener que interpretar lo que saben que les acontecerá en no mucho tiempo.

miércoles, 29 de octubre de 2008

La pérdida de un diamante lágrima



El gancho en la SEMINCI de esta película es el autor del guión. Alguien se tropezó con un original de Tennessee Williams y decidió que había que rodarlo, supongo que sin leérselo. También es probable que lo que se encontrara fueran escenas sueltas para diferentes obras de teatro, y a algún ejecutivo se le ocurriera la brillante idea de juntarlas de alguna manera a ver lo que salía de ahí, que supongo que no hay que ser un lince para saber a estas alturas que no es gran cosa.
Y los problemas empiezan con el guión, que es bastante confuso y desarrolla mal las secuencias, sin que en muchos casos se entienda la agria respuesta emocional de los personajes, ni lo que les lleva a hacer lo que hacen. La protagonista es una heredera sureña que tras la vuelta de un tour europeo se encuentra desplazada en la sofocante alta sociedad de donde sea que ocurre la acción, y se dedica a imitar a la Dorothy Malone de Escrito en el viento.
Hay elementos interesantes en la película, pero uno tiene la impresión de que están mal colocados o desperdiciados: el "pecado original" del padre (destruyó un dique que ahogó a varias personas), que aparece y desaparece según convenga; los diamantes lágrima, una buena idea de objeto "mágico" que circula entre mujeres, pero cuya pérdida dispara el conflicto de una manera incomprensible; los conflictos de clase e inferioridad social, que acaban mezclados con cosas que no tienen nada que ver; una tarea terrible que le cae a la protagonista, y de la que no se sabe el desarrollo ni como influye en ella.
Eso sí, salen mansiones sureñas, atardeceres y amaneceres, y como mandan los cánones todo está rodado en un elegante cinemascope.

Addenda a Plus tard...

Las feroces críticas que Mercedes vierte sobre las entradas del blog demasiado largas (sobre las mías, porque luego, cuando Susana se arranca con esos textos que más que entradas de blog parecen relatos cortos por su extensión no sólo no se lo echa en cara sino que se los elogia) hace que me deje cosas en el tintero o en el teclado, que no sé como ha evolucionado la expresión entre las nuevas generaciones, para las que una pluma es un artefacto exótico propio de culturas primitivas.
Y a propósito de la película de Amos Gitai quería arrancarme con una reflexión teórica de altos vuelos (como no podía ser menos) acerca de la necesidad de transitar narraciones que tenemos las personas. Siempre me hace gracia el comentario generalizado de que uno va al cine a entretenerse y a pasarlo bien, cuando es obvio que es al contrario: uno va al cine a pasarlo mal, para demostrar lo cual sólo hace falta leerse las sinopsis de películas y novelas. Recorrer un texto es acometer una experiencia de concentrado emocional, y que a uno ese texto le diga algo depende de muchos factores, algunos colectivos, dado que cada cultura conforma el alma de sus ciudadanos, y otros individuales, que atañen a la biografía personal de cada uno. Con lo que a las posibles excelencias objetivas de cualquier película se sumaría la necesidad de que algo en el interior del espectador encuentre eco en lo que se muestra en la pantalla.
Y como supongo que esto que he escrito suena confuso, lo explico con el ejemplo de la película de Gitai: uno puede disfrutarla sin saber (casi) nada de historia, pero para entenderla hay que haber tenido abuelos. Sólo si se ha tenido un trato habitual con ellos se comprende que Jeanne Moreau "elija" a sus nietos para la intensa escena de la sinagoga, mientras que siempre se muestra algo evanescente con su hijo, que la acosa en busca de una revelación (siniestra) del drama familiar vivido durante la ocupación alemana. Y es que los abuelos cuentan a los nietos cosas que jamás dirían a sus hijos; y mientras veía Plus tard... recordaba como mi abuela me contó vivencias de la Guerra Civil que nunca había compartido con mi padre; son esos juegos en que nuestros hechos vividos en bruto se ven reflejados en un relato elaborado, ya sea mediante un libro, un film o una canción, lo que nos hace volver incansablemente a éstos, con la esperanza de que alumbren algo nuestra existencia.

martes, 28 de octubre de 2008

Plus tard, tu comprendras





Como uno se puede permitir en un blog todo tipo de teorías que pondrían los pelos de punta a cualquier historiador, contaré que desde mi inmodesto punto de vista el pecado original (o trauma fundacional, depende de si se prefiere la terminología teológica o la psicoanalítica, muy precisas ambas) de la Francia contemporánea se sitúa en el caso Dreyfuss, cuyo brote psicótico se desarrollaría décadas después durante el régimen de Vichy, al que sólo la potencia de la industria intelectual del país ha evitado el oprobio de quedar enmarcado entre los regímenes fascistas "duros" (aquí el término fascista se usa en un sentido técnico, describiendo un sistema político que procura articular una supuesta unidad orgánica popular forcluyendo todo tipo de conflictos de clase y étnicos, como fue el caso del obsceno período de la ocupación alemana), mientras se ha desarrollado una hilarante mitología de la resistencia a la que todos los datos que se tienen ponen en entredicho (si bien es cierto que cuando las tropas anglófonas desembarcaron en el continente se incrementó notablemente el número de los combatientes antifascistas, que en cualquier caso alcanzó su apogeo cuando la guerra terminó).

Toda esta larguísima introducción para introducir el excepcional film de Amos Gitai que la SEMINCI se ha traído a la Sección Oficial, que por cierto no ha gustado a casi nadie. Situada en los días del juicio a Klaus Barbie, el film se centra en la progresiva obsesión de un alto cargo de la burocracia francesa por conocer los datos que rodearon a la detención (previa presunta delación) de sus abuelos maternos, judíos, durante la ocupación alemana.

Si hace nada hablaba de Ingrid Betancourt a propósito de la necesidad de recuperar la dignidad humana mediante signos externos, Jeanne Moreau (la madre judía del prota indagador) es un ejemplo sublime de eso mismo. Reticente a la hora de abordar la tragedia vivida durante la Segund Guerra Mundial, la película nos la muestra siempre impecablemente vestida y maquillada, y la verdad es que impresionantemente hermosa, siempre esquiva a la hora de recordar lo que ocurrió. Rodeada de cachivaches y antigüedades que parecen funcionar como parapeto o remedo de la civilización abolida por el nazismo, protagoniza poco antes de morir una descomunal secuencia que pasará (o debería pasar) a la historia como uno de las muestras más grandes del cine contemporáneo de lo que es la donación simbólica, cuando se lleva a sus nietos a la sinagoga durante la ceremonia del Yom Kippur y les regala la estrella amarilla que portaba durante la guerra (objeto oprobioso convertido en sagrado), a la vez que enuncia la que será la tarea a llevar a cabo (resistir a la intolerancia) por sus descendientes.

domingo, 26 de octubre de 2008

Escapada

Después de hacer las entrevistas de Los muertos van deprisa me he metido corriendo a ver la peli de Gitai, de la que tenía buenas referencias. Y el caso es que empezaba muy bien. Pero resulta que el Calderón, la sala de gala, está lleno de columnas, y me caía una en medio y tenía que haver contorsiones para seguir la proyección. Total, que para un film con tan buena pinta no era modo de verlo, así que venciendo mi pavor a moverme por la oscuridad he tanteado con los pies los escalones y he conseguido escapar del cine (Alberto me ha confirmado que Más tarde, tú comprenderás, que así se llama la película de Gitai, es estupenda).
A las cuatro y media me he metido a ver The guitar, publicitada como una película de la hija de Robert Redford (hija que no se ha dignado a aparecer p0r aquí), de la que ayer corrió el rumor de que estaba muy bien (la peli, se entiende, que de la hija no se sabe nada), hasta que Alberto la vio y rebajó expectativas. Como los problemas se acumulan en este Festival de todas las maneras posibles, los subtítulos electrónicos prácticamente no se leían, lo que ha motivado un considerable barullo en el patio de butacas y me ha colmado de alegría, puesto que en cuanto las palmas han conseguid0 que se parara la proyección me he levantado y me he largado por segunda vez en pocas horas del mismo anfiteatro, porque los diez minutos que he visto me han bastado para detectar un espanto entre cursi y pretencioso (que como bien ha dicho Alberto, podría haber sido filmado/firmado por Isabel Coixet)

Los muertos van deprisa



No sé si lo he contado aquí alguna vez (supongo que sí), pero lo repito otra vez: mi figura literaria favorita de la historia de la literatura es aquella que utiliza Kant para criticar las Ideas tal como las concebía Platón; Kant habla de la paloma que sintiendo el roce del viento en las alas, piensa en como sería su vuelo si no tuviera que vencer la resistencia del aire. La paradoja es que es precisamente esa resistencia la que permite el vuelo al ave, aunque ella la perciba como un obstáculo.
Es una figura que aplico a todas las circunstancias de la vida, y aquí viene a cuento porque uno (en un Festival de Cine y en todas partes) se encuentra con obligaciones marcadas por la amistad (otras veces es la familia) de las que le gustaría verse libre, pero probablemente la amistad sobrevive (contra lo que podría parecer) porque es un tejido de obligaciones aceptadas implícitamente (y de hecho en muchas ocasiones esa obligación se siente como un mandato incuestionable).
Y una de las cosas que me ha tocado hacer ha sido verme esta modesta comedia gallega para entrevistar al director, Ángel de la Cruz, que hasta ahora había tenido una carrera más o menos exitosa en el campo de la animación.
Los muertos van deprisa, además de ser un verso de Rosalía de Castro (que es leído en un momento de la película, que por eso lo sé), es un remake en clave gallega de El hombre tranquilo, aunque a años luz del referente. Además de indefinición en varias partes del guión (secuencias que no están bien planteadas y en las que el conflicto que se genera no acaba de entenderse), se puede decir que la excesiva "amabilidad" del tono hace que la cosa resulta demasiado sosa para una comedia, y algunos gags son largos y no funcionan nada bien, como la recreación de Bonanza, demasiado larga y alg9o bochornosa, que además introduce al personaje peor trazado de la peli, que es el sargento de la Guardia Civil.
Pero la primera reflexión que surge viéndola es acerca de la viabilidad de un producto menor como este en el despiadado panorama audiovisual que vivimos o, en otras palabras, que es imposible imaginarse un público para esta película.

Los momentos eternos de Maria Larssons


Como es fácil de imaginar, una de las (bastantes) cosas positivas de acudir a un Festival de Cine es la posibilidad de tropezarse inesperadamente con estupendas películas. Al poco de comenzar un certamen se pone en marcha un sistema de comunicación colectivo que hace que en cuestión de minutos se sepa si una película está bien o no (alguien que conoce a alguien que conoce a alguien que ha visto la peli en otro festival o en dvd o que se lo inventa). La antena de cada uno recoge las vibraciones del momento y se hace la agenda del día con estas etéreas informaciones, ya que hasta en el más modesto de los festivales la oferta es inabarcable.
Aunque este rollo me lo podía haber ahorrado porque me metí a ver "Los momentos eternos de Maria Larssons", de Jan Troell, porque Alberto la vio en el primer pase del Festival y me dijo que era preciosa; y efectivamente la película es tan hermosa como su título.
Cuenta la historia (real, cosa que he comprobado después, aunque uno lo barrunta en la sala) de una familia proletaria en la Suecia profunda de principio de siglo, en la que la mujer tiene que aguantar a un convencional marido que bebe como un cosaco tras deslomarse en los muelles para llegar a casa a repartir sopapos de vez en cuando. La mezcla de violencia y debilidad del padre de familia se muestra muy bien, y más que malvado resulta patético, aunque de una manera bastante terrible (la figura definitiva de este modelo masculino es probablemente el padre que Kafka dibuja en su Carta al padre, en que al terror que le producía se unía la imposibilidad de tomárselo en serio).
Maria Larssons encuentra la salvación, por así decirlo, en la fotografía, a la que se dedica con pasión culpable (es obvio que vuelca ahí el goce que está marcadamente ausente en el matrimonio, a pesar de la fila de niños que les acompaña). Aunque ella no puede articularlo, se siente inundada por el vértigo de lo real que aparece en las fotografías, un algo que la arrastra sin que sepa como, y que en una estupenda secuencia se asocia explícitamente a la muerte.
Aunque ni temática ni formalmente sus películas se parezcan en nada, Maria Larssons pertenece a la misma familia que el Will More de Arrebato, si bien Maria no acaba completamente abducida por ese absoluto siniestro que prometen las imágenes fotográficas, tal vez porque en Troell sí hay un padre capaz de imponer una tarea, aunque esta sea tan terrible como permanecer al lado de un marido tan impresentable como el que le ha tocado.

sábado, 25 de octubre de 2008

SEMINCI 1 (espinof)

En esa apasionante entrada en la que prácicamente no cuento nada y que me podía haber ahorrado perfectamente, decía que me vi algo de la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias, y los directos y resúmenes en que se regodeó el Telediario. Por supuesto me vi el que se convertirá, probablemente, en el momento más repetido del evento, cuando Ingrid Betancourt recordó como siguió los triunfos de Rafael Nadal en Roland Garrós a través de la radio mientras estaba secuestrada, y éste giró la cabeza completamente alucinado, probablemente sin creerse lo que estaba oyendo (en la entrevista que María Ascario le hizo luego en directo el tenista estuvo muy elegante hablando del discurso de la política colombiana).
No sé si en el blog incluí hace unos meses un texto que Banksy tiene en su página web, una transcripción de un documento (que imagino que es real), de un oficial aliado que se encontró, tras liberar un campo de concentración para mujeres tras la derrota nazi, con un extraño cargamento de lápices de labios como prácticamente el primer envío que llegaba para socorrer a las encarceladas. Allí se contaba como lo que parecía la más demencial e inútil de las ayudas resultó ser el más acertado de los artículos, ya que significó el reencuentro con la dignidad humnana de las mujeres que habías pasado años tratadas como animales. Me acordé de la anécdota al ver esta mañana las fotos de Ingrid Betancourt, que en vez de ir disfrazada de víctima lucía unos espléndidos taconazos y un igualmente espléndido vestido de gala, y parecía encantada de coquetear con Nadal, y desde luego feliz de participar en el boato de un ritual como el de una entrega de premios literalmente principescos; y es que es fácil mofarse de las ceremonias, pero conviene recordar que muy a menudo la alternativa a las convenciones humanas suele ser la barbarie más animal.

SEMINCI 1

Por unos días dejo aparcado a Oliveira en la Filmo y mis programas de reportajes en Torre para lidiar con la Seminci en las delirantes condiciones en que nos manda una Televisiíon Española empeñada en cuadrar unos presupuestos ficticios por razones políticas. Por ahora el único que se ha visto algo ha sido Alberto, cuya definición de la película jordana que sabe Dios por qué abrió el Festival como voluntariosa y amable (o algo parecido) es suficiente para que me la salte. También me ahorro la que se está proyectando en estos momentos, dirigida por Chus Gutiérrez, que a este paso no me veo nada (al final las críticas cinematográficas del blog las hará Alberto -Bermejo- de manera involuntaria).
Carlos del Amor se empeñó en hacer una pieza para el TD2 contra viento y marea, cuando hasta el más ingenuo de los mortales sabía que con el despliegue de los Premios Príncipe de Asturias se iba a caer cualquier otra cosa, como así fue, pero eso me sirvió para echarle un vistazo a la ceremonia.
Esta mañana he coincidido en el ascensor del hotel con un argentino enorme que en cuanto le he dicho que venía con una televisión me ha pasado un press-book de su película, que resulta que va en la competición oficial, Villa 21, sobre favelas en Buenos Aires.
Y he leído acerca de la enésima caída histórica de las bolsas, que no acabo de entender por qué las bolsas se caen o se hunden todos los días, y no bajan simplemente.

domingo, 19 de octubre de 2008

Stendhal y Ferlosio




Lo de leer a Ferlosio cada vez que saca un libro es costumbre inveterada a la que no renuncio, y eso que uno tiene la impresión de que ya lo ha leído antes, y es que como él dice, a estas alturas no va a cambiar de intereses. Total, que tenemos vueltas a lo de siempre (bienes contra valores, las trampas morales de la guerra justa, la violencia como fundadora de derecho), y con los mismos autores de referencia (Max Weber, Walter Benjamin, Plutarco, los aborrecidos Hegel & Ortega) junto con extrañísimos ejemplos históricos que saca de no menos extraños documentos, y sobre todo ese estilo que hace que le saque punta hasta extremos inverosímiles a cualquier tema que se le cruce en el camino y le llame la atención, como la distinción que Hegel hace entre felicidad y satisfacción, que yo aprovecho para glosar mi otra lectura del momento, Le rouge et le noir (que pongo en francés porque me lo estoy leyendo en la edición de la Pleiade, que soy así de snob y pretencioso y chulo, aunque alguien tendría que decir-y lo voy a hacer yo- que las mitificadas ediciones de la Pleiade tienen un cuerpo de letra super canijo, que ya empieza a costarme leer, y una impresión algo débil para mi gusto; y que sin ánimo de hacer patria opino que empeños editoriales similiares en España-como las obras completas que publica Círculo de Lectores, o la Biblioteca Castro- son mucho más legibles).

Como doy por supuesto que cualquiera que se asome a estas páginas se ha leído la novela de Stendhal salto al momento en que Julien Sorel se plantea como tarea ineludible coger la mano de Mme Renal sin que ésta la retire. Para Julien es un obligación en la que está en juego su autoestima, y cuando consigue llevar a buen término su proyecto (pues para nada parece que algo del orden del deseo se juega hasta aquí) es satisfacción lo que siente, pero ni un ápice de felicidad. Julien tiene un objetivo a largo plazo, y todas las pruebas que se encuentra por el camino no son más que obstáculos a superar y piedras de toque de su valía para alcanzar el triunfo final. Mme Renal, sin embargo, no tiene en perspectivas nada que obtener. Por primera vez en su vida se ve inundada por un sentimiento intenso hacia otra persona, y es la felicidad la que la embarga (aunque, como es de rigor, ésta tiene que compartir con la desesperación el espacio que en el alma de la heroína de la novela ocupan los sentimientos). El tramo final invertirá esta ecuación, o más bien demostrará como fútil el camino emprendido por Julien, pero eso lo dejo para cuando llegue.

Foster Wallace



No me había enterado de que Foster Wallace se había suicidado hasta que leí una noticia en el último número de Quimera, un mes después de que el escritor se quitase la vida. Me desconcertó el que no lo hubiera sabido antes, a través de algún artículo o un comentario de algún amigo (he visto que El País publicó una columna, pero no he investigado la repercusión que tuvo el suceso). En este blog ha aparecido alguna vez, sobre todo por el reportaje que dedicó a McCain en las primarias que perdió ante Bush: Aunque en el plano literario siempre se cita La broma infinita, un tocho de más de mil páginas que me recomendó Juan Moreno, a mí me encantan sus libros de reportajes, especialmente Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (se refiere a un crucero), que como todos los suyos está publicado en Mondadori y (muy bien) traducidos por Javier Calvo.

sábado, 18 de octubre de 2008

Mon cas



Dentro de las marcianadas de Oliveira Mon cas ocupa un puesto en el pelotón de cabeza. La película parte de una obra de teatro de un escritor portugués, que supongo es la que se representa en la primera parte: Luis Maria Cintra irrumpe en un escenario y se empeña en realizar una denuncia, que consiste en explicar lo que llama "mi caso", que según cuenta es de interés cósmico . El resto de los trabajadores del teatro, desde el portero hasta la primera actriz, intentan demostarle que ellos también tienen lo suyo, pero él les echa en cara la inanidad de sus cuitas, por oposición a su experiencia, que es verdaderamnente importante. Oliveira no sólo no esconde que todo es una representación (actores declamando, punto de vista completamente frontal, planos de platea vacía), sino que comienza la peli con un plano expílícito de la cámara que va a filmar todo. un toque deconstuctivo algo redundante, según me parece.
El intruso no acaba de enunciar su queja, o cuando está a punto de hacerlo cae el telón, y un ayudante de realización sale con una claqueta a anunciar que vamos a asistir al segundo ensayo. Con un plano más cerrado, en blanco y negro y con la imagen acelerada, asistimos a la misma secuencia de antes, sólo que en esta parte una voz grave desgrana en off un texto de Beckett en la que una especie de dios autista anuncia a su criatura una muerte sin trascendencia. Tercer ensayo. Un angular nos muestra todo el decorado, vuelven a salir los mismos protagonistas, pero en este caso sus parlamentos estan pronunciados en una lengua sinsentido. Al final, tras el escenario, una pantalla muestra imágenes de apocalipsis modernos: hambres, guerras, desastres ecológicos. Estos planos imantan las miradas de todos los personajes. Cae el telón, y lo que viene después es una versión del libro de Job en un paisaje de detritus industriales. Las quejas de Job remiten, evidentemente, a ese "caso" absoluto que la cacofonía de quejas en el vodevil del inicio no dejaba escuchar: entre el texto bíblico y las palabras de ese místico sin dios (o de un dios delirante, como aquí) que es Beckett se juega esta película un tanto inaccesible, que termina con un ballet en un decorado renacentista en la que una reproducción de la Gioconda funciona tal vez como un irónico comentario a lo duchamp o quizás como recordatorio del último período en que Occidente articuló una concepción sagrada del ser humano.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Boris Godunov


Para los que no tengan curiosidad ni ganas de ir a Wikipedia contaré que Boris Godunov es ua obra de Pushkin tal vez más conocida como ópera de Musorsky. Se basa en la historia real del personaje del título, un regente que mediante intrigas se hizo con el trono del zar entre conjuras palaciegas. Según la Wiki fue alguien inteligente y capaz, aunque tirando a paranoico, y según lo que en la verión de La Fura dejan ver del texto de Pushkin, la obra un digno descendiente de lo dramas históricos de Shakespeare. Desgraciadamente es poco lo que muestran, convencidos tal vez de que donde estén ellos que se quiten los demás, que sin duda escribieron en su día para que llegara el preclaro día en que los fureros versionaran a su antojo. La verdad es que tienen el detalle de permitir que el texto de Pushkin brille con una excelene puesta en escena, pero el resultado es que todo el barullo que ellos montan (un grupo terrorista secuestra un teatro donde se representa el Boris) resulte todavía más pedrestre por comparacion, con lo que todo el tiempo uno está deseando que cesen esos diálogos que provocan vergüenza ajena (y encima pronunciados por actores que no son nada del otro mundo) y se vuelva a la obra representada.

lunes, 13 de octubre de 2008

Blogueros en Sanse


He aquí algunas instantáneas del equipo bloguero en plena faena. Tal vez alguien podría pensar que desmienten las descripciones apocalípticas que hemos hecho de nuestra estancia estajanovista, pero es que si teníamos tiempo para hacernos una foto, ya era como para estar felices. Y para los que me acusan de chupar página, debo decir que si aparezco en todas las fotos es porque son las que me han mandado, que a ver si aparece alguna con Susana y Mercedes.




domingo, 12 de octubre de 2008

On Abbas



Ahora que hace un año que se puso en marcha el blog, y para celebrar el aniversario, vamos a contar a los cientos de miles de fieles seguidores que tiene como se fraguó. A la vuelta de San Sebastián el equipo de producción que sufrió todo tipo de adversidades decidió abrir un blog que en principio fue privado (la verdad es que casi sigue siéndolo), para desfogarnos de nuestras iras y compartir información en nuestras respectivas especialidades, más o menos complementarias. A la pregunta de por qué sólo pongo mi foto, la respuesta es obvia: porque soy un megalómano narcisista que no soporta que sus compañeras de blog le hagan sombra, y lo de abbascontadas es un homenaje a Kiarostami, y ya se ha convertido en mi avatar virtual, hasta el punto de que, como en esos cuentos góticos de dobles, acabará suplantándome (de hecho, nunca meto mi nombre en google, pero sí de vez en cuando el alias, con lo que me doy un baño de humildad).

Leonor Silveira



Alguna vez Alberto ha contado que estuvo en una comida con Oliveira, y que éste no paró de meter mano a las damas que estaban en la mesa; y Yolanda (la responsable de prensa de Wanda, la distribuidora que ha traído a España casi todas las películas del director portugués), aunque siempre dice que es encantador, corrobora la afición táctil de nuestro admirado centenario (imagino que a Yolanda le parece inofensivo). Que a Oliveira le gustan las mujeres es algo de cajón para cualquier admirador de sus películas, y uno de los placeres reservados para los iniciados es ver a Leonor Silveira madurar de peli en peli (y con lo prolífico que es Oliveira no es un placer escaso). A mí Leonor Silveira me parece la actriz más guapa y elegante del mundo, y cuando me preguntaban a qué actriz me gustaría entrevistar o conocer siempre daba su nombre (con lo que luego tenía que dar bastantes explicaciones, claro); y un día le pregunté a José María Morales si tanto contratarla era una táctica del director para seducirla. Para pasmo mío me contó que, en realidad, quién estaba completamente colada era ella, que era una mujer encantadora e inteligente, salvo cuando Oliveira andaba cerca con su mujer, que se volvía arisca e inaccesible. Y debe de ser verdad, porque en una entrevista en los Cahiers, Leonor se descolgaba diciendo que había dejado de hacer películas con otros directores porque cuando una trabaja con el mejor cineasta del mundo todo lo demás sabe a poco.
Oliveira, como Dreyer, pertenece a la estirpe de los grandes directores puritanos que han sabido llenar de erotismo la pantalla (¿Hay algo más intenso en la historia del cine que el momento en que la protagonista de Dies Irae se suelta el moño y se desabrocha un botón de su abrochadísima camisa? Por no hablar de esa madre de familia que resucita en Ordet para ir corriendo hacia su marido a susurrarle proposiciones carnales), y está claro que hay planos exclusivamente montados para filmar a alguna actriz con camisones largos y escotados (casi tan obligatorios como la aparición de Hitchcock, otro de la misma cuerda, en sus películas).

Francisca



Alentado por un comentario aparecido en el blog hice el esfuerzo de venirme de Segovia tras meterme un asado impresionante entre pecho y espalda para verme Francisca, la película que in illo tempore me descubrió a Oliveira. En la sala me encontré a Trinidad, que como yo recordaba nebulosamente la película. Las copias que están pasando son excelentes, que se ve que la Filmoteca portuguesa ha hecho acopio de restauraciones o, al menos, negativos en buenas condiciones.
Francisca viene ser un epígono del gran cine de la modernidad de los 70 (Syberberg sobre todo), con esos diálogos rodados frontalmente en largos planos secuencia y esos actores declamando sus textos lo más alejados posible del naturalismo. El hieratismo preside omnipotente toda la escena, y a lo que más recuerda la peli es a Gertrud, referencia que no tiene misterio porque la filmo proyecta el film de Dreyer como uno de los favoritos del director portugués (que sigue siendo, por lo que sé, un consumidor compulsivo de cine), aunque hay cosas que distancian estas dos películas, especialmente cierto choteo que en Oliveira parece a punto de materializarse a cada instante, aunque siempre se detiene al final: aquí los personajes no tienen exactamente diálogos, sino que parecen esperar su turno para soltar con infinita seriedad una serie de aforismos de corte desmelenadamente romántico (estamos a mediados del XIX entre escritores portugueses, todos compitiendo `por ver quién es más byroniano y más maldito) que basculan entre lo sublime y lo ridículo y que el maduro director parece contemplar con distancia, simpatía, envidia y regocijo, todo a la vez. La historia es simple como ella sola: dos amigos (de esos que ya no necesitan enemigos con lo que tienen) enamorados de la misma mujer, especialmente el que no la consigue, que asiste impotente a la desintegración moral de la pareja y física de los enamorados, más preocupados por sufrir mucho que por otra cosa. Para que Francisca sea identificada como oliveirana sin ninguna duda, añadir ese rasgo evanescente tan propio del portugués centenario de hacer que el espectador se rompa la cabeza intentando averiguar qué es lo que ha pasado entre escena y escena (para qué va a utilizar éstas para hacer avanzar la acción), información que suele esconder en algún imprevisto diálogo en cualquier rincón de la narración (o aquí en los rótulos, que a veces no dicen nada y a veces te cuentan la peli entera, que así de perverso en Don Manoel).
Y en seguida viene El zapato de raso, que es más de lo mismo pero a lo bestia.

viernes, 10 de octubre de 2008

Sanse feliz



El último día en San Sebastián, cuando ya habíamos cargado los camiones y vaciado las oficinas, y sólo nos quedaba esperar la hora en que el tren nos devolviera a Madrid, nos fuimos a comer al puerto, prácticamente la primera comida civilizada de todo el Festival. Susana y yo nos cepillamos un mero tan grande como apetitoso, mientras que Mar, que ofrece esta imagen de felicidad por la evidente razón de que está en compañía de alguien tan atractivo y carismático como es el principal rellenapáginas de este blog, se conformó con unos chipirones. A estas alturas casi todo el mundo había huido de la ciudad donostiarra; ellos se lo perdieron.

Vuelta a Cannes


Mi regreso a Torrespaña me ha permitido, entre otras cosas, reencontrame con Pedro, el montador que estuvo en Cannes y fotógrafo oficial del evento. Me prometió un pendrive con las fotos y ha cumplido en seguida, con lo que yo también puedo, finalmente, colgar una muestra del apocalíptico edificio donde habitamos. Este es el hall de entrada, la primera visión del espacio donde íbamos a convivir durante dos semanas. Luego el piso no estaba mal, pero eso es ya otra historia.

jueves, 9 de octubre de 2008

Ehrengard y la monarquía circular



Javier Marías me cae bien porque hace años, cuando todavía no era el superventas en que se convirtió con Corazón tan blanco pero ya era un escritor con cierto reconocimiento, mi hermana le escribió un par de cartas y él tuvo el elegante detalle de contestarle con unas postales. Además, me gustan las cálidas y combativas páginas que ha escrito acerca de su padre (Julián Marías), y aunque sus novelas no me llaman especialmente la atención, suelo leer el artículo que escribe en el País Semanal. Hace unos años puso en marcha una pequeña editorial con el nombre de Reino de Redonda, monarquía (casi) ficticia con una historia tan deslumbrante como divertida, y en la que Marías es el actual monarca, aunque algún que otro personaje le discute el título. Como en su página web se puede ver hasta el elegantísimo pasaporte que ese reino posee, me ahorro la historia; sólo decir que una de las obligaciones de los regentes es velar por la posteridad literaria de los predecesores, lo que probablemente fue el germen de la idea de esta empresa editorial. En ella el novelista ha recuperado algunas de las traducciones que acometió en sus inicios literarios (tiene páginas muy inteligentes acerca de las bondades de la traducción como taller literario para aspirantes a escritor) y ha publicado un par de libros de M.P.Shiel, uno de los anteriores monarcas.
Y el otro día, en la biblioteca de mi barrio, me dio por buscar algún libro del reino de Redonda, y me saqué Ehrengard, el último cuento que escribió Isak Dinesen, según cuenta Marías en la introducción (que en extraño alarde publica también en inglés). No había leído nada de la danesa, al parecer cuentista consumada. Ehrengard es una especie de cuento de cuentos, un resumen de toda la historia de la narrativa breve, en el que cabe desde la tradición popular del relato maravilloso (una pareja de reyes que no tiene descendencia hasta que un heredero les nace cuando habían perdido la esperanza, aunque un destino aciago, o al menos inquietante, se cierne sobre él) hasta modulaciones de tono postmoderno, como ese final que cae abruptamente de lo sublime a lo cotidiano. Por medio nos tropezamos con una historia de esteticismo fin de siécle en la que el principal destinador del relato se empeña en la tarea imposible de acometer una seducción casta y eterna a la vez, una posesión platónica pero a la vez definitiva. Las cosas no salen exactamente así, pero tampoco de manera muy diferente, digamos que la Dinesen dibuja un espacio en el que se mueve la ironía sin que el cuento pierda encanto, y es que, a pesar de la pesadota descripción que doy, en realidad Ehrengard es una narración transparente, cuya sabiduría parece desplegada para consumo exclusivo de la propia autora.

lunes, 6 de octubre de 2008

Madalenas y metaliteratura.

Recuerdo que cuando leí el Quijote en mi adolescencia, en una edición sin notas, estaba convencido de que los Palmerines y Amadises a los que Alonso Quijano quería emular eran nombres brillantemente hilarantes que Cervantes se había sacado de la manga. En la novela la pretensión de Don Quijote de ser tan conocido y famoso como sus modelos de los best-seller de la época se supone que es un chiste, pero para cualquier lector medio de hoy en día, de cualquier parte del mundo, el caballero de la triste figura es un personaje cuya fama no es que haya eclipsado a los más famosos y portentosos caballeros andantes que en el mundo han sido, sino que los ha arrasado de la faz de de la tierra hasta el punto de que ese sol de la caballería hace que el Amadís de Gaula y Tirante el Blanco tengan que conformarse con la luz que aquel les presta con sus elogios. Viene esto a cuento porque tal vez algún lector considere que la pretensión de esta entrada, que elogia las madalenas que Susana ha traído hoy, de erigirse a partir de hoy en la referencia canónica en la historia de la literatura cuando se hable de madalenas, desplazando a la que hasta estos instantes era la que se citaba automáticamente (sí, sí, la dichosa madalena mojada en té de Proust) es tal vez excesivamente pretenciosa, pero cito el primer precedente para que se vea que no es algo imposible. Y alguien dirá que cuente algo ya de las madalenas, que si voy a hablar de ellas que empiece ya. Pero eso es que no entiende de metaliteratura. Lo importante no son las madalenas, entre otras cosas porque ya nos las hemos comido, sino los procesos textuales y teóricos y sus potencialidades que se ponen en juego, no cuando te comes unas madalenas, sino cuando ficcionalizas el proceso. Pero diré que las madalenas las ha hecho Susana con la termomix. Sí, exacto, la misma termomix que aparece unas entradas más abajo, para que se aprecie con qué elegancia manejamos en el blog la intertextualidad. Que esto ya no es un blog, sino un work in progress, y si alguien se queja de que tanto rollo para contar lo que hemos desayunado hoy, es que no entiende ni de literatura contemporánea ni de las corrientes narrativas más radicales que se cuecen en el mundo. Y que sepa que, para pasado mañana, ha prometido traer un bizcocho.

Pasado y presente



Como este blog incluye críticas cinematográficas de corte postmoderno, esto es, que incluyen en el texto referencias subjetivas al proceso material de visionado, lo que traducido al español quiere decir que también se meten las circunstancias en las que se ven las pelis, contaré que me fui a las tantas de la madrugada a la Filmo el sábado pasado a ver Pasado y presente, la primera película del ciclo del venerable Oliveira que con motivo de su centenario ha montado tanto la española como las de medio mundo. Ya sabía que me iba a quedar frito en mi intento de ver cualquier cosa a las diez de la noche, pero no sé si el salón tomado por mis hijos o la intuición profética de lo que le iba a caer al Atlético me animó a abandonar mi casa a una hora en la que suelo estar en pijama eligiendo el libro que me va a acompañar en el fascinante y diario viaje al mundo del sueño. Pero da igual. Me vi una hora de la peli, y a estas alturas es más que suficiente para agregarla a mi refinado currículum de rarezas. En este caso se respiraba en cada plano la admiración por el Buñuel carrièrista (el francés), con una historia de una mujer obsesionada con su primer marido (ya fallecido) al que le monta un traslado de restos para humillar a su cónyuge actual, con un gemelo del fallecido danzando por en medio y unos amigos ricos que sueltan unos diálogos triviales con pomposidad digna de Dreyer. Los actores eran tan malos como los de Abismos de pasión, por seguir con Buñuel, y el resultado es más que curioso, aunque tampoco me costó dejar la sala tras la primera cabezada, que auguraba una catarata ininterrumpida de siestas.
En casa mi hijo ya me contó lo del 6 a 1, y vi que el viernes ponen Amor de perdición, que no he visto (ni leído, para los que me acusan de haber leído todos los libros del mundo), y que dura 260 minutos; un Oliveira comm'il faut, vamos.

domingo, 5 de octubre de 2008

THERMOMIX


Pues si, me he comprado una Thermomix, ¿y qué? Estoy harta de las miraditas de reojo, las medias sonrisas y los comentarios del tipo de que somos (¡¿quiénes?!) una secta, de que me cansaré enseguida, de que si además de cocinar va a limpiar el polvo, de que si las recetas son artificiales ... y desde luego no admito lo de que en la época de los romanos, cuando no existían internet, ni la telefonía móvil ni mucho menos la thermomix, hacían el pan amasandolo a mano. ¡Pues claro que si! Y no hay que irse tan lejos: mis abuelas también amasaban el pan a mano y después lo cocían en un horno de leña. Claro que además lavaban la ropa a mano, en el río, y desde luego los platos, con agua calentada en el fuego de la chimenea, porque cuando tenían mi edad no había llegado el agua caliente corriente a su pueblo. Eso fué posterior, en los sesenta, cuando también descubrieron que existía la olla express, la lavadora y el panadero. Lo que quiero decir es que mi Thermomix no es un capricho, ni soy una ingenua por haberla comprado, que no va a enseñarme a cocinar porque ya sé y que su función principal es ahorrarme tiempo. Todavía no he oído a nadie quejarse porque su lavavajillas le lave los cubiertos ni lamentarse de que su ropa quedaría más blanca frotándola con los puños y un cepillo. Con este chisme los pasos en la cocina se reducen (pesa, pica, sofríe, cuece y tritura todo en uno) pero hay que seguir aplicando la intuición, la lógica y las leyes físicas, como en todo. Además, es increiblemente limpio y al terminar lo único que hay que fregar es el recipiente donde se hace todo. Por no hablar de que se programa y te vas, no hay que estar vigilando lo que se cocina durante horas. Claro que aún así habrá quien dirá que la única forma de comer lentejas es cocinarlas a fuego lento removiéndolas durante dos horas y media.

sábado, 4 de octubre de 2008

Herzog & Bellow

Por influjo de Susana me leo la columna de Muñoz Molina cada sábado en el Babelia. Hace poco reseñaba la nueva traducción del Herzog de su admirado Bellow que Círculo de lectores acababa de publicar, que no es la que tengo yo, pero que para animarme a leerlo me sirvió igual. En mi adolescencia de ratón de biblioteca me leí algún libro suyo sacado de la extraña bilioteca que la embajada de Estados Unidos tenía cerca de Colón, y hace unos meses me volví a acercar a él para leerme El planeta de Mr Sammler, un superviviente del ancien regime que asiste al apocalipsis social y cultural de los setenta aferrado a su Eckhart (tan de moda hoy, quién lo iba a decir). Herzog es un libro manifiestamente autobiográfico que rezuma rencor casi en cada letra, lo que lo hace algo antipático de leer, y al que la sabiduría del autor casi le perjudica. Aunque casi por decoro Bellow/Herzog se empeña en denigrarse también a sí mismo, está claro que considera culpable del fracaso de su segundo matrimonio a todo el universo (aunque reconoce el lado paranoico de esta impresión). Al igual que el Fima de Amos Oz, estamos ante un escritor compulsivo de cartas (mentales) que ve hundirse su vida en los cincuenta, que se ve que es una característica judía. A mí estos naufragios de intelecuales pusilánimes no acaban de convencerme, pero siempre me tropiezo con algún párrafo que me anima a seguir.

Otoño viejuno

He entrado en la página del Festival de Valladolid y he visto que hay un ciclo de Imamura, uno de esos diectores ancianos que tanto me gustan. Imamura tiene un par de Palmas de Oro (y además merecidas) y varias obras maestras (mi favorita es Lluvia negra, pero eso va en gustos), pero como director viejuno se consagró con un par de marcianadas en la pasada década, que creo recordar que se basaban en cuentos de un mismo autor. Son La anguila y Agua tibia bajo puente rojo, ambas sencillas y desconcertantes, hermosas y sabias, características del cine de viejo que aquí se defiende. De Imamura no he vuelto a saber nada desde Dr. Akagi, que es una obra maestra de corte clásico: se ve que no pertenece a la raza de ancianos estajanovistas como Chabrol, Allen, Eastwood, y el patriarca de todos, súper Oliveira, que también es noticia porque la Filmo le dedica un ciclo.
Como Oliveira tine más de 100 años lleva siendo viejo un montón de tiempo, y aunque ya nos hemos acostumbrado a sus pelis, cuando yo lo descubrí hace veinte años (una época heroica de la cinefila, cuando no existía ni el dvd ni las descargas de internet) alucinaba cada vez que me encontraba con un film suyo (¿a quién se le ocurre hacer algo como Mon cas?). Recuerdo que lo primero que vi fue Francisca (que ponen el finde que viene) y que me dejó completamente fascinado, aunque lo único que recuerdo son largas conversacones en plano fijo, sin que pudiera contar de qué iba. También me tragué de una sentada heroica Le sourlier du satin, que en gesto cobarde esta vez dividen en dos días (¡Un Claudel íntegro!). Luego los Morales (Wanda) empezaron a estrenar sus películas, y los críticos que leían Cahiers siempre hablaban del cine joven de Oliveira, y el inefable tándem Oti-Boyero escribía que era soporífero. A principios de esta década se descolgó con una de las grandes películas de los últimos tiempos, El principio de incertidumbre, y hasta conoció cierto éxito en taquilla con Un film hablado. La verdad es que a casi nadie le interesa Oliveira, pero lo bueno de un blog es eso, que uno puede escribir lo que quiera sin que nadie tenga por qué leerlo, así que dejaré escrito mi peregrinaje de estos dos meses por la Flmoteca.

Días de cine


Mercedes me mandó esta foto, que anda colgada por la web de la tele; y aunque cuando se hizo yo tenía más años de los que ella tiene ahora, me dijo que parecía un pipiolo, término con el que ella describe a los becarios y recién llegados La foto no puede tener más de seis años, pero parece de otra era geológica. De lo que parecía el núcleo eterno del programa sólo quedan tres personas, Alberto, Raúl y Fran. Gasset se jubiló casi a escondidas, Roberto y Álvaro también dejaron de trabajar, el resto abandonamos el programa en diferentes momentos.
Por ignotas razones la edad ha pasado a ser tema central en las conversaciones del trío del blog. Yo estoy a punto de cumplir los 42, y Mercedes y Susana andan por los 34, aunque más destacable es que han estrenado su condición de fijas y veteranas en la tele casi a la vez, con el desembarco de hordas de lo que nos parecen adolescentes para sustituir a las paladas de jubilables de los que se ha desemberazado la tele. De ser casi becarias han pasado a ser experimentadas profesionales, de la misma manera que yo he dejado de ser un recién llegado a la producción para convertime en el ayudante más veterano, casi un superviviente de los "buenos viejos" tiempos, aunque los primeros años de trabajo los recuerdo como atrozmente tediosos.
En cuaquier caso, es posible comparar las fotos de antaño con las de hoy, y comprobar como, aunque el cuerpo envejezca, el carisma pemanece.


miércoles, 1 de octubre de 2008

Los temblores de Nothomb

Tal vez lo más inverosímil de San Sebastián haya sido que no hemos conseguido leer ni una línea de literatura, nosotros lectores compulsivos. Yo me llevé las memorias de Gore Vidal, que he abandonado, y entre que recuperaba el ritmo lector a la vuelta con el Herzog de Bellow Susana me pasó Estupor y temblores, de Amélie Nothomb, escritora belga de la que no sabía nada, y a la que Mercedes le tiene una antipatía sin causas aparentes. Pensaba yo que el título era una referencia al Temor y temblor kierkegardiano; pero no, resulta que la Nothomb vivió y trabajó en Japón bastante tiempo, y la novela es un ajuste de cuentas vía ironía con el demencial y atroz sentido de la jerarquía que regula las relaciones sociales y laborales en aquel país (nos enteramos de que estupor y temblores eran los elementos adecuados para acercarse al emperador japonés).
El libro pertenece al género un occidental en Oriente, y si se lee bien es porque se estructura como un relato de iniciación en que la prota baja a los infiernos, donde se topa con todo tipo de deidades infernales. sin que el todopoderoso (y bondadoso) Dios Padre (o sea, el jefe de la multinacional en la que entra a trabajar, el presidente Haneda) pueda hacer nada para impedir las humillaciones a que es sometida. Este infierno (o multinacional) está poblada por hombres, pero destaca por su capacidad perversa para infligir dolor Fubuki, la superiora inmediata de Amélie, por la que ésta siente una fascinación sin límites y un amor sin correspondencia. A ratos la novela se lee como una venganza privada en la que se describen los elementos más humillantes para esta diosa inaccesible (básicamente, que permanece soltera a sus 29 años, humillante condición que la hace ponerse en evidencia ante cualquier varón soltero de similar status social).
Más que a Kafka, la empresa Yumimoto recuerda al Instituto Benjamenta de Walser, allí donde la educación estaba pensada para la aniquilación del alma individual, y donde las más extrañas (y sublimes) epifanías podían surgir de la destrucción del espíritu.

24 City


Esta era la única película que tenía como obligatoria en el Festival, y prácticamente me saqué una entrada para verla el día que aterricé. Estaba en el limbo de una sección llamada Zabaltegi Especiales, que era como no ir a ninguna parte, aunque luego descubrí que la razón de su presencia era que en ella aparecía Joan Chen, miembro del jurado. 24 City se articula alrededor de unas (ficcionadas) entrevistas de personas que trabajaron en una ciudad secreta entregada a la construcción de aviones de guerra, que va a ser desmantelada para levantar uno de esos espacios ultramodernos que crecen en China de la noche a la mañana, haciendo bueno el chiste de la Giralda construida por la tarde en lo que era un melonar por la mañana.

24 City es más árida que The world y Still life, las dos enormes ficciones que Jia ZhangKe dedica a la transformación acelerada de su país, lo que probablemente hará que no encuentre distribución en España, pero atestigua que estamos ante uno de los tres o cuatro directores que van a marcar la pauta de lo que será el cine en los próximos años, con el añadido de encontrarse en el sitio adecuado y en el momento justo.