jueves, 28 de octubre de 2010

Los Atridas en Líbano


Incendies es uno de los acontecimientos teatrales de los últimos tiempos, y viendo la adaptación cinematográfica de Denis Villeneuve se puede percibir sin problemas la fuerza de esa brillante puesta al día de Sófocles. El director parece preocupado más que nada por no estropear el extraordinario material del que parte, y hay que decir que sale airoso. La película mantiene un nivel digno y se ve muy bien, y se le perdonan las trampillas que hace en la manera en que maneja la estructura narrativa, que se mueve en dos tiempos, el del presente en el que los protagonistas recorren el Líbano para conocer sus (muy oscuros) orígenes, y el del pasado, situado en la Guerra Civil libanesa y posterior invasión del Líbano por Israel, en el que seguimos el descenso a los infiernos de una madre que acaba emergiendo como una heroína-traidora (a su comunidad, la cristiana).

El film comienza con una tarea impuesta por una madre que acaba de morir a sus dos hijos, gemelos, que por lo que se ve no la tenían en gran estima. Esa tarea (saber de su origen) es abrazada por la hija y rechazada por el hijo, que prefiere no saber nada de la violencia que hay siempre en los orígenes, aquí manifestada en el conflicto libanés que Villeneuve presenta (imagino que siguiendo al autor de la pieza original, el libanés Wajdi Mouawad) como un encadenamiento de matanzas y represalias en espiral, una estructura diabólica en el que la madre inscribe un acto de traición a raíz de su repudio por su familia. Como buena parte del interés del film radica en el progresivo desvelamiento de la potencialmente arrasadora verdad que hay al final de la búsqueda, dejo de dar pistas acerca de la conclusión.

En cualquier caso, si ese conocimiento no aplasta a los dos protagonistas es por la presencia en el film de un desconcertante personaje, desconcertante más que nada en el contexto de la cultura contemporánea, una figura paterna encarnada en el que debe de ser el notario más "heroico" de la historia del cine, jefe durante años de la madre fallecida, de quien recibe en su lecho de muerte el legado de la "verdad" (terrible) que debe ayudar a descubrir a los huérfanos. Como explica al hijo errabundo, la promesa que le ha hacho es "una promesa sagrada", y la supervisión por su parte del trayecto iniciático es el que permitirá a los protagonistas sobrevivir al trauma de la escena primordial y al film escapar a sus posibles excesos.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Inside job


En Providence Juan Francisco Ferré incluye unas reflexiones muy interesantes acerca del carácter totalitario del cine, un arte volcado en la captura absoluta de la atención (especialmente de la mirada) del espectador. Si bien esas consideraciones no sirven para todo el cine (parte de la modernidad cinematográfica ha trabajado contra ese afán totalitario), describen bien la posición de lo que se considera el discurso dominante, o sea, el cine de Hollywood; y ese afán totalitario puede rastrearse en una línea que une El nacimiento de una nación con Lo que el viento se llevó y Avatar, para mi gusto el texto más totalitario de la historia del cine, sin que esto tenga que entenderse en un sentido esotérico: Avatar es una película que aspira a ocupar todas las pantallas del planeta y niega el espacio al resto de la producción.

Pues bien, Inside job puede considerarse el Avatar de los documentales, un texto pretendidamente épico sobre la crisis financiera de la presente década que no deja espacio para: a) otros discursos sobre el mismo asunto, y b) una reflexión del espectador sobre la información que le bombardea desde la pantalla. Esta información le llega de manera muy didáctica y ordenada, pero ya está en el principio del proyecto: las cosas son así y la función del rodaje y, sobre todo, del picadísimo montaje no tiene nada que ver con la búsqueda de la verdad sino con la ilustración de una tesis: la crisis financiera fue provocada por la avaricia desmedida de unos depredadores económicos que se aprovecharon de la progresiva desregularización del sistema financiero norteamericano, comenzada en la época de Reagan.

La tesis probablemente sea cierta, pero Ferguson acota las declaraciones de los implicados de tal manera que sólo les concede brevísimos momentos en cada intervención, en muchos casos un simple titubeo o un gesto de desconcierto o incomodidad, mientras que los "buenos" pueden articular sus argumentos al menos durante 15 segundos, que es lo máximo que el documental considera que un espectador puede aguantar a alguien hablando.

Otro aspecto de Inside job que considero bastante obsceno es el pastizal que ha costado. Criticar el despilfarro mediante una película que ha costado una burrada de millones de dólares y está producida por... ¡Sony! no parece la manera más honesta de conseguir credibilidad. Nada parece resistírseles a los creadores del film: todos los espacios son accesibles (fábricas en China, ministros en Singapur, profesores en Islandia), la cámara vuela a velocidad de vértigo sobrevolando el mundo, las pocas personalidades que se negaron a participar son vilipendiados explícitamente.

El transfondo puritano que subyace en el documental resulta extraño a la mentalidad europea. Los "culpables" no sólo son atacados por haberse enriquecido sin trabajar "honradamente", la película dedica un tiempo considerable a contar que, además de empobrecer al país (y, aunque esto no tenga tanta importancia, al resto del mundo), los altos ejecutivos de Wall Street toman drogas y se van de putas (¡Y encima muy caras!), y hasta se sugiere que este comportamiento "incorrecto" debería ser utilizado en su contra. Una vez aleccionado el espectador sobre las maldades de los muchos pecados capitales de los especuladores, Ferguson termina con una arenga llamando a la movilización contra estos desmanes ilustrada con una sonrojante imagen de la Estatua de la Libertad. Más le hubiera valido mostrar una guillotina.



martes, 26 de octubre de 2010

III Jornadas Historia y Memoria


Ayer empezaron en Jaén las III Jornadas de Historia y Memoria, dedicadas en esta edición a la resistencia contra el franquismo. No creo que tengamos muchos lectores de Jaén así que como propaganda la eficacia de esta entrada será mínima, pero no quiero dejar pasar la ocasión para agradecer, al grupo que organiza las Jornadas, su entrega desinteresada y su empeño en hacer llegar la palabra de los vencidos, los humillados por el franquismo y por los fascismos en general, a la población jiennense. Una población especialmente obtusa, ignorante de nuestra historia reciente y parasitada en alto grado por la iglesia católica y el Opus Dei.

Iniciativas como esta, a pesar de su relativa repercusión popular, hacen que la esperanza siga viva en aquellos que pensamos que, pese a todo, llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones.

Comedias incestuosas

La mosquitera y Cyrus tienen en común el punto de partida: un núcleo familiar con unos lazos entre madre e hijo bastante intensos. A partir de ahí se construyen dos películas completamente diferentes.


La mosquitera me parece muy divertida, pero aquí, en la Seminci, he encontrado a gente a quien le ha puesto muy mal cuerpo: el espacio en que se mueven los personajes está bañado por una locura de baja intensidad pero omnipresente, producida, sobre todo, por la evacuación del lenguaje de todo rasgo de violencia. Este reinado de la corrección política hace que los adultos sean incapaces de afrontar con un mínimo de sensatez las situaciones en las que se ven envueltos, causando desastres a cada paso (algunos muy siniestros, la verdad).


Cyrus tiene potencial para ser mucho más divertida de lo que es, porque tiene escenas planteadas para que el espectador se doble de risa. Desgraciadamente, la comedia es un género muy exigente y no admite medianías, y esta película, que parece un peldaño en el camino del meritoriaje de sus directores (los hermanos Duplass, de los que no sé nada), se queda a medio camino en casi todo, salvo en las estupendas interpretaciones de sus protagonistas, especialmente la de Jonah Hill, que hace de niño en cuerpo gigante permanentemente obsesionado por mantener a su madre a su lado mediante todo tipo de pérfidas artimañas (lo que se entiende perfectamente porque la madre es la gran Marisa Tomei), y que se come la película.

jueves, 21 de octubre de 2010

La Gaya Ciencia


"En el arte asoma la desesperación aquí o allí, incluso en eso que se llama la Antigüedad, pero aquellos hombres sabían, por lo menos, que un arte desesperado no puede ser, que un arte desesperado es casi una indecencia. Hoy, en cambio, -quiero decir desde Miguel Ángel-, la desesperación (esa desesperación que los historiadores creyeron estilos: el barroco, el romanticismo, el realismo, el surrealismo) es más bien algo que se exhibe en el arte con una desvergüenza bautizada de profundidad. Se supone que un artista que confiesa y expresa en el arte su desesperación, su dolor, su ira, es un artista auténtico, muy profundo. Un hombre que utiliza su grandeza para expresar su pequeñez es un traidor. Porque, eso sí, la desesperación del hombre brota siempre de su pequeñez."

(Ramón Gaya, El silencio del arte, en Obras Completas I, Pre-Textos, 1990)



Pre-textos ha publicado en un volumen los textos de Ramón Gaya, los escritos sobre arte más apasionantes y apasionados que conozco, imagino que una recopilación ampliada de los volúmenes que en su día publicó, una oportunidad estupenda para volver a ellos.

domingo, 17 de octubre de 2010

jueves, 14 de octubre de 2010

La ferocidad y la gracia



Descubro en la página dedicada a Carmen Laforet que toda su obra narrativa está disponible, que cuenta con reediciones en los últimos años, aunque no se recoje la publicación por Menoscuarto de sus relatos largos, Siete novelas cortas (Menoscuarto, 2010), que es el libro que estoy leyendo ahora. Eso, imagino, quiere decir que la escritora sigue contando con lectores.

Siete novelas cortas cuanta con un prólogo de Álvaro Pombo, prólogo sospechosamente alicorto: sospechoso porque es evidente la similitud temática entre alguna novela de Pombo (El metro de platino iridado) y el universo de estos relatos, especialmente en lo que hace a la exploración de la experiencia de la bondad. Pombo se entretiene con unas soporíferas consideraciones acerca del catolicismo de Laforet, que parecen más bien encaminadas a borrar huellas o a ocultar paralelismos,y se empeña en recordarnos que el paisaje de sus relatos es el de la posguerra, como todos los glosadores de la escritora.




Y se olvida de conectar su obra, por ejemplo, con la de otras escritoras anteriores y posteriores que han transitado terrenos parecidos, como Simone Weil, Clarice Linspector o Marguerite Duras, tan dadas a describir experiencias radicales de despojamiento, si bien hay que decir que las heroínas de Carmen Laforet no son unas descerebradas, o por lo menos no lo son en el grado al que nos han acostumbrado la brasileña o la Duras. En cualquier caso esa especie de santidad inocente en el que habitan las protagonistas de estos relatos, don gratuito que en muchos casos viven casi como una maldición o una extraña culpa, se desarrolla en un ambiente en el que los hombres fallan de todas las maneras posibles, algunas bastante sutiles: en el primer relato, El piano, el marido de la protagonista, un proyecto escritor con la cabeza a pájaros, cae enfermo cuando el hijo de ambos incuba una meningitis potencialmente mortal. Es en esos momentos de crisis cuando las mujeres laforetianas encuantran una fuerza sobrenatural que las hace elevarse a una dimensión casi mítica, para retornar al gris fluir de la existencia cuando los conflictos se solucionan, o se disuelven más bien: en algún caso, lo único que varía es el punto de vista ético sobre el entorno o la situación personal. Por otro lado, la mirada de Laforet sobre esa gracia (en el sentido teológico) que habita a sus mujeres está exenta de toda blandeguería: como muestra, esa escena descomunal, de apenas página y media, de la citada novela corta, El piano, en el que la protagonista atraviesa en trance la ciudad para dirigirse al domicilio de una mujer que acaba de perder a su hijo, y a la que tiene que arrancar, prácticamente, lo que le ha sobrado de medicina para que su propio hijo puede tener alguna posibilidad de sobrevivir: ahí Laforet se asoma a un abismo de ferocidad inhumana, previa a toda socialización, en el que una mujer se vuelve devastadoramente egoísta por amor a su hijo, una escena que serviría para justificar la existencia de toda una obra literaria.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Chesterton/Godard



Estos días he estado releyéndome Lo que está mal en el mundo (Chesterton, Acantilado, 2008, traducción de Mónica Rubio) en el metro; buscaba un fragmento y he acabado devorándolo entero. Ya copié esta cita hace tiempo, la repito aquí porque Godard la utiliza en Filme socialisme, su última película.


Yo empiezo por el pelo de una niña. Sé que eso es una buena cosa en cualquier caso. Cualquier otra cosa es mala, pero el orgullo que siente una buena madre por la belleza de su hija es bueno. Es una de esas ternuras inexorables que son la piedra de toque de toda época y raza. Si hay otras cosas en su contra, hay que acabar con esas otras cosas. Si los terratenientes, las leyes y las ciencias están en contra, habrá que acabar con los terratenientes, las leyes y las ciencias. Con el pelo rojo de una golfilla del arroyo prenderé fuego a toda la civilización moderna. Porque una niña debe tener el pelo largo, debe tener el pelo limpio, no debe tener un hogar sucio; porque no debe tener un hogar sucio, debe tener una madre libre y disponible; porque debe tener una madre libre, no debe tener un terrateniente usurero; porque no debe haber un terrateniente usurero, debe haber una redistribuición de la propiedad; porque debe haber una redistribución de la propiedad, debe haber una revolución. La pequeña golfilla de pelo rojo dorado, a la que acabo de ver pasar junto a mi casa, no debe ser afeitada, ni lisiada, ni alterada; su pelo no debe ser cortado como el de un convicto; todos los reinos de la tierra deben ser destrozados y mutilados para servirle a ella. Ella es la imagen humana y sagrada; a su alrededor, la trama social debe oscilar, romperse y caer; los pilares de la sociedad vacilarán y los tejados más antiguos se desplomarán, pero no habrá de dañarse ni un pelo de su cabeza.

martes, 12 de octubre de 2010

FREE BOLEROS

http://www.deezer.com/music/mayte-martin/free-boleros-212636?provider=website

Otro descubrimiento. Mayte Martín canta boleros con el maravilloso Tete Montoliu al piano.

lunes, 11 de octubre de 2010

RABO DE NUBE




Acabo de descubrir a Omara Portuondo (¡a estas alturas!), no puedo dejar de escucharla y me ha emocionado esta versión de Rabo de Nube de Pablo Milanés, tan apropiada para el otoño.

Cine, cine, cine, cine


He vuelto al cine! Casi después de catorce meses (la edad de mi hijo!) he vuelto al cine. Lo de menos es la película, lo increible, la experiencia. Lluvia en Madrid, día de otoño, paraguas y gabardinas, la tarde ideal para ver una película. Vamos a los Princesa y al entrar tengo la sensación de que ya estuve allí antes, pero no hace un año, sino el fin de semana pasado, como si este lapsus temporal no hubiera ocurrido nunca. Entramos en la sala y todo, el sonido de las pisadas amortiguadas por la moqueta, el roce de los abrigos al quitarse, el olor del tapizado de las butacas, las palomitas ... son viejas conocidas sensaciones. Se apagan las luces, el haz del proyector se dirige a la pantalla, ¡y ya está! La publicidad, los trailers, las cabeceras de la distribuidora, sube el sonido y tenemos por delante noventa minutos para pertenecer a otro mundo. ¿Cómo he podido sobrevivir tanto tiempo sin esto? Un rato antes, bajando por Gran Vía, entramos en el Cine Avenida, ahora reconvertido en tienda de H&M. Sensación extraña, reconozco el espacio pero ya no es el mismo, claro, la estructura interna del edificio se ha mantenido y ahí siguen el hall, las escaleras que suben a derecha e izquierda al primer piso, el mármol del suelo, las pinturas del techo, ¡hasta la araña! Pero es imposible que se proyecte nunca más una película en ese lugar, lleno de percheros con ropa, mostradores con accesorios y música insoportable de fondo para ambientar. Me da pena, pienso que si el edificio hablara echaría de menos la actividad para la que fué concebido. Yo no era el público habitual del Cine Avenida, ni otras muchas grandes salas de la Gran Vía, pero lo recuerdo bien de cuando era pequeña y no me había apuntado todavía a la versión original y sobre todo de los preestrenos de cine español. Y todas esas salas eran fantásticas, llenas de gente, todos suspirando o riendo o bostezando al mismo tiempo. Ahora que podemos ver cine en casa con una calidad de imagen y de sonido óptimas, se nos olvida cómo era el cine en origen: una experiencia colectiva.

viernes, 8 de octubre de 2010

Scott & Susana






Nuestra anglófila Susana se va de viaje a Londres uno de estos fines de semana, y siempre recuerda que el pricipal ritual de sus escapadas británicas es hacerse con vituallas (especialmente, aunque no solo, té) en Fortnum & Mason, una tienda donde probablemente no se han enterado de que la Reina Victoria murió hace tiempo y que lo que llamamos Imperio Británico pasó hace muchas décadas a mejor vida, aunque lo más probable es que sea precisamente para que los nostálgicos ingleses se hagan la ilusión de que el mundo sigue funcionando igual que hace 150 años por lo que acuden a sus dependencias.




Me cuenta Susana que Fortnum & Mason fue quién aprovisionó a Scott en su incompetente intento de llegar al Polo Sur, un dato que, como publicidad, no acaba de cuajar: tal vez si Scott hubiera hecho como Admunsen y se hubiera preparado entre los esquimales y no entre pijos victorianos habría tenido posibilidades, si no de llegar el primero, sí al menos de regresar con vida. En cualquier caso esta introducción es mera percha para recordar uno de los libros de aventuras más apasionantes que he leído nunca, y del que supongo que ya he escrito en el blog alguna vez, El último lugar de la tierra, de Roland Huntford, publicado (y ya descatalogado) por Península, que narra tanto las expediciones paralelas de Scott y Admunsen como el ambiente en el que se desarrollaron.

jueves, 7 de octubre de 2010

Más Warburg


Esta mañana he descubierto en su página web que el reina Sofía prepara una exposición alrededor del concepto de Atlas de las imágenes de Warburg, concepto al que dedicó los últimos años de su vida, y que la editorial Akal nos ha acercado con la reciente publicación de Atlas Mnemosyne.

miércoles, 6 de octubre de 2010

El bibliófilo que se volvió loco


Para aquellos a los que la megalomanía de los delirios de Schreber les resulta antipática y busquen paranoicos más de andar por casa, La curación infinita es el libro a leer. Crónica de los años que Aby Warburg pasó internado en un manicomio, la estupenda edición de Adriana Hidalgo contiene distintos ensayos de y sobre Binswanger (el psiquiatra que renovaría profundamente la aproximación al problema de las enfermedades mentales, leo en la contraportada) y algunos escritos personales del propio Warburg, entre los que destaca una carta genial que podría ser un relato de Kafka ("A pesar de oportunas afirmaciones de los médicos tratantes, me atormenta la pregunta de si no existe contra mí, sin que yo lo sepa en lo más mínimo -pregunté suficientemente y a menudo acerca de las cuestión-, algún tipo de inculpación de la cual jamás tomé conocimiento directo"). Durante su convalecencia, según las notas de Binswanger, Warburg pensaba que todos los que le rodeaban tenían intención de envenenarle, y estaba convencido de que en su comida mezclaban todo tipo de fluidos orgánicos, aunque para la historia lo que ha quedado de su internamiento es su célebre conferencia El ritual de la serpiente, recientemente publicada por Sexto Piso.

Pero, por supuesto, si Warburg es el santo patrón de todos los biblioadictos es por la famosa anécdota biográfica que le llevó a renunciar a sus (muy cuantiosos) derechos de herencia a cambio de que su hermano le facilitara todos los libros que deseara, libros que conforman una de las bibliotecas más famosas de nuestra época. Padre de la iconología, la traducción al español en la presente década de varias de sus obras habla del renovado interés por sus escritos (hasta parece que desbancando a intocables como Panofsky) por parte de lo ultimísimo en historia del arte, sin que quepa excluir la posibilidad de que parte de ese interés se deba a su colapso mental, debido, según se cuenta, al hundimiento, tras la Primera Guerra Mundial, de la cultura en la que se había educado.

martes, 5 de octubre de 2010

To have and have not


Todos los que participaron en el rodaje de To have and have not se lo debieron de pasar tan bien que repitieron un par de años después en El sueño eterno: no sólo Haward Hawks, Humphrey Bogart y Lauren Bacall; también hicieron doblete William Faulkner y Jules Furthman en el guión, y el director de fotografía (Sid Hickox) y el montador (Christian Niby) aparecen en los títulos de crédito de las dos películas.

Tal vez la idea era hacer Casablanca 2 (o más bien una especie de parodia), pero se ve que cuando vieron en pantalla la descomunal fotogenia de la jovencísima y muy delgada Lauren Bacall Faulkner y Furthman se pusieron a escribir duetos para la pareja como locos, y toda la historia de resistentes franceses y malos de la gestapo se quedó para los márgenes. De hecho, si la peli resulta tan moderna hoy día es por el adelgazamiento narrativo de la supuesta trama central, que tan a pitorreo se toman que el film se finiquita cuando todos los protas se montan en el barcichuelo de Bogart rumbo a la Isla del Diablo a acometer La Gran Acción Heroica que va a salvar a la humanidad como quien se va de picnic.

Rodada dos años después que Casablanca, resulta desconcertante el escandaloso desprecio que aquí se muestra por los franceses: el supuesto héroe de la resistencia que Bogart tiene que pasear en barca resulta ser un cantamañanas que carga con su mujer (con taconazos para pasar desapercibida por la Martinica en plena Guerra Mundial) en sus labores de resistencia, mujer que acaba resultando un zorrón impertinente presta a agradecerle mediante favores sexuales a Bogart sus desvelos por el héroe franchute.

En uno de los muchos chistes que jalonan esta divertidísima película, la mujer le cuenta a Bogart que. si acompaña (inverosímilmente) a su marido, es prácticamente porque les da la gana a los guionistas, para darle así vidilla a la peli mediante la competencia erótica que mantiene con Bacall por llevarse al catre a Bogart (duelo fácil de saber quién va a ganar).

Salvando un par de escenas en el mar y en el muelle, aquí todo ocurre en el bar/hotel donde vive Morgan/Bogart, dividido en tres espacios: el social donde la gente toma copas, el sótano donde transcurre la trama política, y, sobre todo, la habitación del prota, un espacio por donde van pasando todos los personajes: mujeres, amigos, malvados, conspiradores... Se podría decir que la diferencia entre el cine de aventuras clásico y el contemporáneo es que en el clásico el héroe no se mueve y el conflicto gira a su alrededor, mientras que en el contemporáneo el protagonista crea la narración al trasladarse compulsivamente de lugar, con esa manía de los Bourne, Bond y compañía para recorrerse varias veces el mundo en cada peli.

domingo, 3 de octubre de 2010

Placeres de sábado

Desayuno en la calle



Como soy un hombre de fuertes convicciones morales, siempre que desayuno en la calle pido un croasán a la plancha; en mi condición de teórico (groucho) marxista, si no gustan mis fuertes convicciones morales, tengo otras, y así me puedo pasar a la tostada de tomate o al pincho de tortilla: mi rectitud ética no está reñida con la dosis de tolerancia necesaria para respetar el abismo de la Otreidad en su demanda incondicional y bla, bla, bla... (poner aquí a Levinas).



Me leo un libro de un tirón


No hubo comentario de Señales que precederán al fin del mundo que se abstuviese de contar que los nueve capítulos de esta fascinante nouvelle de Yuri Herrera correspondían a no sé qué círculos de la mitología azteca (o maya, pero creo recordar que era azteca). Como no estoy nada puesto en mitología azteca (ni en la maya) nada puedo decir al respecto. Señales... tiene un comienzo deslumbrante ("Estoy muerta, se dijo Makina cuando todas las cosas respingaron: un hombre cruzaba la calle a bastón, de súbito un quejido seco atravesó el asfalto, el hombre se quedó como a la espera de que le repitieran la pregunta y el suelo se abrió bajo sus pies: se tragó al hombre, y con él un auto y un perro, todo el oxígeno a su alrededor y hasta los gritos de los transeúntes."), y cuenta el trayecto mítico/realista que Makina realiza, a instancias de su madre (también de corte mítico e hiperrealista) a EEUU/el reino de los muertos en busca de un hermano años atrás desaparecido. Herrera se mantiene en todo momento entre estas dos lecturas (que el lector debe tener en mente siempre) con suma destreza; el referente que viene a la memoria en seguida es, por supuesto, Rulfo.



Aperitivo en una terraza





El sueño eterno con mi hijo



Como todo el mundo olvida la muy enrevesada trama de El sueño eterno a los diez minutos de haberla visto la recuerdo aquí: Philip Marlowe es requerido por el Coronel Sternwood (una figura paterna en el declive de su vida que es incapaz de sujetar la pulsión anárquica de su hija pequeña) para que se haga cargo de un chantaje algo chapucero al que están sometiendo a esa hija desmelenada, aunque en realidad está preocupado por la desaparición de un antiguo empleado que había acabado ocupando el lugar de ese hijo que siempre añoró y que no tuvo (que resulta que también es amigo -en el sentido que este término tiene en las pelis de Hawks- de Marlowe).


Marlowe, tras unas cuantas muertes, se quita de encima el asunto para acabar descubriendo que hay otra trama detrás bastante más seria, en la que está involucrada la hija mayor, Vivian, y un extorsionador de altos vuelos, Eddie Mars. Casi todas las secuencias de El sueño eterno están permeadas de un buen humor bastante desconcertante en el género, la película avanza a ritmo galopante (hay secuencias que no llegan al minuto de duración), reuqiere una memoria de elefante para situarse entre la enorme cantidad de nombres que van apareciendo (afortunadamente se los van cargando también a ritmo frenético) y transcurre en un espacio paradisíaco heterosexual en el que las mujeres poco agraciadas han sido misteriosamente suprimidas: desde Lauren Bacall (cuya química con Bogart es brutal, como todo el mundo recuerda) hasta la camarera que le ofrece una cerilla a Marlowe, todas las mujeres con las que se tropieza el protagonista están de caerse de espaldas, por no hablar de su escandalosa (para una mente puritana como la mía) actitud sexualmente agresiva. Particularmente, me quedo con la secuencia en la librería, la fantasía de todo bibliófilo compulsivo. El sueño eterno parece una excusa para que Bogart se luzca en sucesivas escenas con diferentes partenaires, alternándose los masculinos y los femeninos; el clímax, por supuesto, son sus encuentros con Bacall. Como es cine clásico, al final emerge la instancia de la Ley, pero muy al final: el último plano recoge a las dos estrellas en un plano muy cerrado, los rostros se van aproximando, y en ese momento se oyen unas sirenas de policía.