martes, 30 de noviembre de 2010

DOLOR


Interrumpo esta sucesión de sesudas entradas para contar que me han sacado una muela. La operación fué rápida e indolora, gracias a la anestesia, que junto con la rueda y el telégrafo deben ser los más importantes inventos de la humanidad. Pero una vez pasados los efectos, el dolor es insoportable, por utilizar un adjetivo. Wittgenstein ponía la sensación del “dolor de muelas” como ejemplo de la limitación del lenguaje para expresar ciertas cosas. El médico odontólogo me ha hecho algunas recomendaciones sobre cómo sobrellevar el dolor. Y yo me pregunto, en el caso de que a él nunca le hayan sacado una muela, que es lo más probable, ¿cómo puede saber cómo es mi dolor si la sensación es indescriptible?

zizekiana


"Un norteamericano, amigo mío, que se encontraba en ese momento [tras el golpe contra Ceaucescu] en Bucarest con una beca Fullbright, llamó a su casa una semana después de su llegada y le contó a su novia que estaba en un país pobre pero cordial, en el que la gente era agradable y se mostraba ávida de aprender. Nada más colgar, sonó el teléfono, y al levantar el auticular una voz le dijo en un inglés ligeramente deficiente que era un oficial de la policía secreta cuya tarea consistía en escuchar las conversaciones telefónicas, y deseaba darle las gracias por las cosas tan agradables que había dicho de Rumanía. Le deseó una grata estancia en el país y colgó.

Este libro está dedicado a este anónimno funcionario rumano de la policía secreta."


Slavoj Zizek, ¿Quién dijo totalitarismo? Cinco intervenciones sobre el (mal) uso de una noción, Pre-textos, 2002, traducción de Antonio Gimeno Cuspinera.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Intrusos y huéspedes


Luis Magrinyà fue una de las grandes esperanzas blancas de la narrativa española en los 90, cuando publicó de seguido los libros de relatos Los aéreos y Belinda y el monstruo. Su salto a la novela, 5 años después, con Los dos Luises (que ganó el Herralde, si mal no recuerdo), parece ser que le hizo perder la gracia de la crítica, y luego ha seguido espaciando sus publicaciones un lustro.

Y, sin embargo, Magrinyà ha tenido (y tiene) un peso enorme, aunque subterráneo, en la conformación del gusto de los letraheridos de las últimas generaciones: es el director de Alba Clásica, la colección de novela decimonónica que ha establecido un canon mayoritariamente anglosajón de ese siglo clave para la narrativa para los lectores de estas dos décadas últimas. Por poner un ejemplo, casi todos hemos leído a Jane Austen al completo en esa editorial, para la que ha traducido Juicio y sentimiento.


Intrusos y huéspedes explora las posibilidades de la primera persona y el uso de material autobiográfico para articular el relato. Está divivdido en dos partes, sendos diarios escritos por el mismo personaje con varios meses de diferencia, en los que se muestra trayectos vitales diferentes: en el primero ese yo que habla se va hundiendo imperceptiblemente en una depresión aguda (en el momento en el que hace acto de presencia un hijo tiempo ha alejado) y en la segunda asistimos a una curiosa resurrección de la mano de un proceso de aprendizaje alquímico contemporáneo: lo que se nos describe es la ascensión espiritual del narrador gracias a la elaboración artesanal de éxtasis, para lo que cuenta como maestros iniciáticos a la panda de amigotes de su hijo, a los que se suma una chamana universitaria que bordea las puritanas fronteras de la práctica científica. Historia de peterpanismo generacional en la que son los hijos los que guían a los padres, el centro de Intrusos y huéspedes está ocupado por una reflexión acerca de los mecanismos narrativos de la literatura del yo a partir del propio texto.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Route 181 II

http://video.google.com/videoplay?docid=-8723145729261711094#



http://video.google.com/videoplay?docid=-8723145729261711094#docid=-4694254690727868845



http://video.google.com/videoplay?docid=-8723145729261711094#docid=4653200755701481104



Pongo los enlaces para quien tenga interés (y tiempo) para verse el documental.

Route 181


La carretera 181 no existe como tal, designa un viaje a través de la frontera, nunca realizada, entre el estado judío y el árabe establecida por las Naciones Unidas en el 48 para la partición de Palestina. La cámara de Michel Khleifi y Eyal Sivan recorre el paisaje de esa hipotética separación para recoger los testimonios de los que hoy la habitan, judíos, árabes israelíes y palestinos.

El referente explícito de Route 181 es Shoah (que, casualmente, ayer El País ponía al alcance de sus lectores, el mismo día en que la Filmoteca pasaba este documental), y en general el cine de Lanzmann. Así, traza el reverso obsceno de la construcción (que en Lanzmann se quiere heroica) de Israel. Las entrevistas procuran que acabe emergiendo la fantasía que anida en muchos israelíes, evidentemente la desaparición de la población árabe en general. De ahí la incomodidad de muchos de ellos al enfrentarlos al hecho obvio de que la querencia de los palestinos por sus tierras ancestrales participa de la misma estructura que la mitología judía acerca de su relación con Israel, lo que les obliga a contorsiones morales bastante desasosegantes.

Probablemente la peculiaridad de Israel, o una de las razones de que el conflicto entre las distintos grupos étnicos que habitan Palestina sea mucho más mediático que otros enfrentamientos mucho más cruentos o importantes geoestratégicamente, es que allí estamos asistiendo "en directo" a la (enorme) violencia fundacional que da origen al Estado tal como lo entendemos hoy en día, violencia que los estados ya asentados han asimilado más o menos bien a través de sus mitologías nacionales o han dejado en manos de historiadores y escritores (es sorprendente descubrir, por ejemplo, la similitud que hay en el trato de los judíos a los árabas israelíes con el que los judíos sufrían en la España mediaval cristiana -o musulmana, tanto da-, antes de su definitiva expulsión).

Es frecuente caer en la frivolidad de equiparar el trato que sufren los árabes a manos de los judíos con el que sufrieron los judíos en los territorios bajo dominio nazi, comparación casi blasfema y muy ofensiva para los israelíes (además de falsa), por todo lo que representa el Holocausto para los judíos contemporáneos, muchos de ellos descendientes directos de los supervivientes de aquella barbarie (es mucho más fácil mirar en el vecindario y comprobar lo que se parece a lo que los países árabes hacen con sus minorías cristianas). Sin embargo, en numerosos momentos del documental aflora el anhelo de que algo del orden de una Solución Final hubiera ya ocurrido. Que esa eliminación hubiera tenido lugar en un pasado remoto y los israelíes contemporáneos no tuvieran que cargar con el peso de representar una especie de elite ética confrontada al hecho ineludible de que la construcción de un Estado-Nación de fuerte cohesión étnica exige la aniquilación del otro. Route 181 viene a demostrar que lejos de ser una anomalía, Israel es un país como otro cualquiera, y los israelíes unas personas de lo más normal: o sea, unos capullos.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Adivinanza (muy fácil)


¿Quien se atrevió a escribir esto en 1925, cuando ya estaba en plena madurez, sin dejar claro que lo hacía porque ya presentía la proximidad de la muerte?


" Una vez que la mujer la mujer ha aceptado su herida narcisística [por su carencia de pene], se desarrolla en ella -en cierto modo como una cicatriz- un sentimiento de inferioridad. Después de haber superado su primer intento de explicar su falta de pene como un castigo personal, comprendiendo que se trata de una característica sexual universal, comienza a compartir el desprecio del hombre por un sexo que es defectuoso en un punto tan decisivo, e insiste en su equiparación con el hombre, por lo menos en lo que se refiere a la defensa de tal opinión."


"Aunque vacilo en expresarla, se me impone la noción de que el nivel de lo ético normal es distinto en la mujer que en el hombre. El super-yo nunca llega a ser en ella tan inexorable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como exigimos que lo sea en el hombre. Ciertos rasgos caracteriológicos que los críticos de todos los tiempos han echado en cara a la mujer -que tiene menor sentido de la justicia que el hombre, que es más reacia a someterse a las grandes necesidades de la vida, que es más propensa a dejarse guiar en sus juicios por los sentimientos de afecto y hostilidad-, todos ellos podrían ser fácilmente explicados por la distinta formación del super-yo que acabamos de inferir. No nos dejemos apartar de estas conclusiones por las réplicas de los feministas de ambos sexos, afanosos de imponernos la equiparación y la equivalencia absoluta de los dos sexos."`

viernes, 26 de noviembre de 2010

Soluciones definitivas


Raparse. ¿Por qué no? A menudo he pensado que no hay nada que se acerque más a una solución final. Raparse y matar dos pájaros de un tiro: acabar de una vez con la vacilación, el anhelo insatisfecho, la esperanza de dar con la mano, el estilo, el tipo especial de corte que supone que le están destinados, enterrar para siempre -para la módica eternidad que demora el pelo en revivir, crecer, volver a la carga con sus complicaciones- el sueño de lo único en esa especie de páramo desolado, anónimo, indiferente, a que queda reducida la cabeza una vez barrida por la máquina de rapar.


Historia del pelo, Alan Pauls, Anagrama, 2010.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Toro salvaje


La chica que atiende la taquilla en la Filmoteca le dice al potencial espectador que hay delante de mí que el billete de 20 euros con el que pretende sacar la entrada es falso. Sin titubear. Me siento aliviado al poseer un abono. Me siento culpable como espectador asiduo de la filmo al sentirme un probable, aunque involuntario, estafador.

Esta anécdota no tiene nada que ver con la película que veo, Toro salvaje, pero le da un toque de costumbrismo al blog.

Compruebo en el Imdb que:

a)Estuvo nominada a los Oscars junto a otra obra maestra en blanco y negro, El hombre elefante (el Óscar se lo dieron a Robert Redford por Ordinary people).

b) Es la primera película en que Scorsese junta a Robert de Niro y Joe Pesci, que posteriormente repetirán como pareja en Goodfellas y Casino, haciendo prácticamente el mismo papel.

No había vuelto a ver la Toro salvaje desde su estreno. Vista hoy, destaca sobre todo la pulsionalidad desatada de ese dúo, incapaz de articularse en un relato con sentido. Scorsese llevaría al extremo ese estallido de la narración en las otras dos películas de Pesci/de Niro.

El director debía de verse como Jake La Motta, alguien incapaz de integrarse en la estructura social de sus ancestros (esos paternales mafiosos italianos que exigen sumisión a cambio de articular un futuro para sus vástagos). En el mundo de Scorsese esa filiación está ya en avanzado proceso de corrupción: por un lado, la mujer de Jake (hacia la que el protagonista siente unos celos patológicos en el sentido lacaniano-independientemente de que engañe o no al boxeador [cosa que el film se guarda muy mucho de desvelar], este desarrolla una psicopatía paranoica al respecto-) parece mantener unos lazos bastante incestuosos con sus mayores; por otro, cuando finalmente La Motta "accede" a someterse al orden patriarcal, lo que prinero se le exigirá será un acto de traición ética: dejarse vencer en un combate contra un absoluto paquete (da la impresión de que esta exigencia tiene como única misión asegurarse la aceptación de la autoridad del clan mediante la humillación).

Si bien este episodio no está especialmente subrayado en el devenir de la narración, su importancia clave para explicar la quiebra moral que hunde al personaje aparece por vía de cita intertextual: la película cierra su periplo con de Niro ensayando la descripción de la secuencia de La ley del silencio en la que el torturado héroe le echa en cara a su hermano que fue él el que le hundió en la miseria al pedirle que se dejara ganar un combate.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Bellow en el metro


Esta entrada es para Susana, que habrá reconocido inmediatamente la foto con la que Muñoz Molina ilustraba su artículo de Babelia del pasado sábado. Allí reseñaba la aparición de un volumen que recogía la correspondencia del escritor judío, cascarrabias impenitente y apasionado defensor del elitismo cultural (o apasionado aborrecedor de la cultura de masas).

El caso es que, hablando de la aberrante moda que nos horroriza en las películas de los 70 y, sobre todo, de los 80, Susana hacía una sentida defensa del look que se gastaban las estrellas de Hollywood en los 40 y 50 (a propósito de Lauren Bacall y Humphrey Bogart), en las que, entre otras cosas, los hombres tenían el detalle y buen gusto de ir con traje y sombrero a todas partes.

Desde luego, el traje y el sombrero que Bellow se gastaba en el año 75 emergen como un desafío: nadie en el vagón de metro viste igual. El escritor es el único pasajero que está en pie, como si fuera retratado como el último baluarte de la civilización occidental, cuya apocalíptica desaparición anticipa en varias novelas; desde luego en El planeta de Mr. Sammler, su libro que más recientemente he leído, donde despotrica contra todo lo que Bloom ha puesto de moda llamar la cultura del resentimiento, y que aquí denominaremos como la deconstrucción. Mr Sammler está escrito a finales de los 60 (ganó uno de esos premios importantes que dan los norteamericanos en el 70), y resume transparentemente lo que su autor opinaba de las luchas civiles y culturales de esa década, y que no es nada bueno. Lo más gracioso es que el protagonista proclamaba orgullosamente que ya sólo leía a Eckhart, y despreciaba a todos los teóricos franceses (y a sus epígonos del otro lado del Atlántico) que en aquella época empezaban a hacer furor en las universidades de su país. La elección resultó premonitoria, y hoy el místico renano cotiza mucho más que la deconstrucción y sus mariachis.

lunes, 22 de noviembre de 2010

No todos los hombres han sido llamados a ser útiles

"En estas páginas habrá hechos que al lector le parecerán misteriosos, y ésa es, digámoslo, nuestra intención, pues si todo estuviera en su lugar, si todo fuera comprensible, el contenido de estas líneas les haría bostezar en seguida."


Quien le iba a decir al discreto Walser que al cabo de las décadas se convertiría en escritor de referencia en el espacio de la literatura española. Gracias a Siruela contamos con traducciones hasta de sus Microgramas, esos textos discretamente delirantes que escribió con letra microscópica en su celda del convento/manicomio donde pasó los (muchos) últimos años de su vida, y que tuvo a un par de investigadores dejándose los ojos durante años para descifrarlos (epopeya literaria que Pablo d'Ors cuenta con mucha gracia en Lecciones de ilusión).


En El bandido un narrador bastante peculiar narra las andanzas del bandido (obviamente), una especia de idiota dostoievskiano al que le hubieran extirpado cualquier carga trágica (que en el universo walseriano resultaría bastante incongruente). El narrador desgrana anécdotas relacionadas, sobre todo, con mujeres (con las que nunca llega a nada aunque suele levantar ciertas expectativas), cuidándose en todo momento de frustrar cualquier expectativa de relato, saltando de tiempos y espacios arbitrariamente y sembrando el texto de referencias a elementos que no tienen nada que ver con lo que supuestamente nos está narrando. A intervalos se nos regala con fulgurantes frases como la que da título a esta entrada, que podría ser el lema de la vida del escritor. Transcribo una de las conversaciones peculiarmente irreales del protagonista con alguna de las mujeres que se tropieza en los sitios más insospechados (en concreto, con "la mujer pintada por Henri Rousseau, totalmente vestida de marrón"):

- No mientas. Pretendes siempre hacer creer a todos los que te rodean y quisieran hacer de ti un hombre de provecho que te falta aquello que es importante para la vida y sus placeres. Pero ¿te falta ese algo tan esencial? No. Lo tienes de sobra. Es sólo que no te importa, que lo consideras un lastre. Durante toda tu vida has ignorado el bien que poseías.

- Yo no tengo ningún bien al que no le hubiera sacado partido.

- Por supuesto que lo tienes, pero eres un perfecto comodón. Cientos de acusaciones, ya sean razonables o injustificadas, te persiguen como una larga serpiente o como la cola de un sombrío vestido. Pero tú no te das cuenta.

- Muy estimada y querida mujer de Henri Rousseau, se equivoca usted; yo soy sólo lo que soy, tengo lo que tengo, y mucho me temo que nadie sabe mejor que yo lo que tengo o dejo de tener. Tal vez los caprichos del destino tendrían que haberme convertido en un vauqero, bien es verdad que soy sumamente superficial.

- Eres demasiado perezoso como para pensar siquiera que hay gente que sería muy feliz contigo y con los dones que posees.

- No, no es que sea de masiado perezoso para pensar algo así, sino que me falta la herramienta con la que inspirar felicidad.

Continúa...

(Robert Walser, El bandido, Siruela, 2004, traducción de Juan de Sola Llovet)


viernes, 19 de noviembre de 2010

CAPRICHO O NECESIDAD




Me he comprado una estantería a medida en BALDA. Lo de la estantería era una necesidad urgente, los libros se amontonan en nuestra casa en los lugares más insospechados, sin orden de ningún tipo, siendo olvidados, acumulando polvo y sufriendo el peligro de caer entre las manos de cierto bebe. Lo de comprarla en Balda ha sido, digamos, un capricho también necesario.


Uno es uno mismo, pero también es su entorno; el sí mismo se prolonga y se proyecta en el entorno, y un desajuste de este último desajusta todo el psiquismo...


Mario Levrero, El discurso vacío

Curiosas reescrituras

Ayer estuve en la Filmoteca viendo un programa doble en el que las películas sólo tenían en común el que resultaron ser reescrituras inesperadas de otros filmes bastante conocidos.



Fuga de Alcatraz es una de las últimas películas que Don Siegel dirigió, y mantiene cierta popularidad. Yo no la había visto desde su estreno (tenía 13 o 14 años cuando la vi), y no recordaba el tono extremadamente lacónico del film, muy alejado de lo que uno esperaría de un producto mainstream. Según avanzaba la proyección aquello iba manifestando más claramente un desconcertante tinte bressoniano, y cuando ya me estaba preguntando si Siegel habría visto (y manifestado admiración) por Un condenado a muerte se ha escapado, justo en el centro del metraje, la película abandona al (hasta ese momento) omnipresente Morris/Eastwood para descolgarse con una secuencia cuya una justificación es... citar explícitamente Pickpocket!!!

Hay que decir que Siegel aprueba con nota su incursión bressoniana, y lamento no haber seguido más el ciclo que le ha dedicado la filmo para comprobar si es una querencia más extendida en su filmografía. Por cierto, que Eastwood está muy bien como "modelo", y se le perdona que sea demasiado guapo para recluso de Alcatraz.


En el caso de Mi vecino Totoro la extrañeza al descubrir que la película de Miyazaki es una relectura de El espíritu de la colmena duró hasta que recordé que el film de Erice es una peli de culto en Japón. Resulta transparente que esta película es fruto del impacto enorme que debió de sufrir el director japonés cuando vio la película española, por no hablar del personaje de Ana (Torrent): Totoro parece surgida de la necesidad de rescatar a esa niña de su experiencia siniestra en la posguerra española, y transformarla en un encuentro con un espíritu bastante más benigno del mundo imaginal, el famoso Totoro, el espíritu del bosque (que hasta tiene totoritos). El genio de Miyazaki hace que este espíritu del "mundo intermedio" mantenga las suficientes dosis de opacidad y extrañamiento como para resultar amenazante (no tiene esa dysneización antropomórfica que resulta tan irritante), pero está muy lejos del sesgo psicótico del espíritu invocado en Erice, y encarnado en el maquis Frankenstein, de la misma manera que en Miyazaqui el desencuentro entre el padre y la madre no se debe a esa radical y desesperada ausencia de deseo que "hiela" el hogar familiar de Erice, sino simplemente a que la madre reposa en un hospital, a la espera que sus hijas puedan curarla gracias a su religación con los ritmos cósmicos de la Naturaleza.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

EL CANT DE LA SIBIL.LA

No se si el reconocimiento sirve de mucho o de poco, pero el caso es que la Unesco dijo ayer que el Cant de la Sibil.la mallorquín es ya patrimonio "inmaterial" la humanidad. También lo son el flamenco y los castells, pero la tradición mallorquina es mucho más desconocida.

Es un canto gregoriano, en catalán o en latín (yo sólo la he escuchado en catalán, o mallorquín) sobre el día del juicio final que interpreta una voz blanca, un niño o una mujer, a capella, en la misa del gallo. Va ligada a la Navidad, pero no es un villancico. La tradición es preciosa, y el canto una maravilla, es de lo que más me gusta de la Navidad en Mallorca. Creo que últimamente se estaba rescatando en algunas zonas de Cataluña. Espero que con este reconocimiento de la Unesco se incorpore a todas las iglesias posibles.


http://www.goear.com/listen/b1de0e2/cant-de-la-sibila-tradicional

lunes, 15 de noviembre de 2010

Verbena y vanguardia

Ayer domingo me vi dos de las películas más conocidas de la década, Aquel querido mes de agosto y Syndromes and a century, que comparten, además de esa estructura tan recurrente en los últimos años de partir la peli por la mitad y empezarla de nuevo cuando llevas medio metraje, el gusto por filmar verbenas populares, que dado lo visto resulta que son muy parecidas en Portugal (y en España, claro) y en Tailandia.


Aquel querido mes de agosto se inscribe con todos los honores en ese extraordinario género que podríamos llamar marcianada portuguesa, que tiene en (algún) Oliveira a su más venerable (y potencialmente inmortal) figura y que cuenta con una cima insuperable en su haber con Le bassin de J.W., del sin par Monteiro.

Aquel querido... empieza con imágenes documentales de una zona de veraneo en Portugal, con entrevistas a algún que otro lugareño y profusión de imágenes de orquestas populares, a la vez que se nos muestra a un desastrado equipo de cine capitaneado por un director del que lo mejor que se puede decir es que parece un panoli integral. Con sede central en una cochambrosa cabaña, reciben la visita ocasional de unos productores con pinta de filibusteros. El equipo rueda imágenes y se dedica a hacer casting para potenciales actores en los tiempos muertos que les dejan sus partidas de petanca. Flirtean con alguna historia (algún friki, el tonto del pueblo al que unos marroquíes partieron las piernas, un miembro de una cofradía al que una imagen de la Virgen le curó los dolores de espalda, proyectos de historia que no acaban de cuajar). Cuando el equipo da con unos actores y una historia en condiciones la película comienza con la (más o menos) ficción, y se centra en un grupo musical formado por una familia en cuyo centro anida la clamorosa ausencia de la madre, fugada en tiempos remotos pero omnnipresente de diversas maneras, sobre todo a través del rastro que deja en la potencialmente incestuosa relación del marido con su hija. Todo se encamina al punto nuclear que cierra el film (y que no voy a desvelar aquí, aunque está implícito en el título de la película) antes de que unos descacharrantes títulos de crédito recuperen al equipo del film y nos recuerden que hemos estado viendo una película.



Syndromes and a century funciona un poco al revés. Comienza en un hospital situado en una zona agrícola (o selvática, según se advierte la exhuberante vegetación que se ve a través de los amplísimos ventanales) en el que reina una eficaz directora, a la que vemos seleccionar personal y lidiar con monjes budistas un tanto peculiares a la hora de entender la atención particularizada. Esta parte conoce algún apunte de proto relato (otro médico se le declara a la directora, un dentista que canta canciones tradicionales medio flirtea con un monje budista que quiere ser DJ y tener una tienda de cómics), pero la cosa no va más allá que un despliegue visual deslumbrante en el que todas las historias son posibles.

Sin previo aviso nos vemos con los mismos personajes en una clínica súper moderna y recitando un guión parecido, pero en este segundo comienzo todo parece ir a la deriva, empezando por la cámara, que cobra autonomía y se pone a pasearse con travelliongs suntuosos por los inmaculados pasillos del hospital. Aquí desaparecen las potenciales historias antes de que lleguen a plantearse, a cambio Apichapong nos introduce en espacios rarísimos en el que los médicos del ejército andan con un instrumental delirante haciendo prótesis (intuimos) o en el que parte del personal se emborracha mientras ensaya demenciales técnicas paramédicas para curar enfermedades crónicas. Curiosamente, este estallido del universo narrativo no va parejo de una invasión del texto por la psicosis, a la manera en que suele ocurrir en Lynch, por ejemplo. Aquí una serenidad parece invadir la mirada, como si todo en el espacio fuese digno de ser acogido. Como es habitual en las pelis del director tailandés, la cámara se entretiene en filmar escenas sin conexión con el relato, en una especie de fluir epifánico de la existencia, y así en el final del film se nos obsequiará con una sesión de aerobic algo compulsiva y multitudinaria, que debe de ser algo común en Tailandia.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Padres con hijas


Una de las hipótesis más célebres y pintorescas de la historia de la ciencia fue aquella que se formuló cuando Darwin volvió de su viaje iniciático con un montón de fósiles y una teoría exitosa para explicarlos, y que argumentaba que Dios había creado esos fósiles aparentemente antiquísimos para poner a prueba la fe de los científicos. La hipótesis hace aguas, sobre todo, en su segunda parte: Dios creó los fósiles para que Darwin formulase su teoría, pero sus celosos colegas no podían admitir tamaña preferencia.

Recordaba esta anécdota genial mientras ayer le ponía Vértigo a mi hija, que no la había visto (lo que ya de por sí ejemplifica el lamentable estado de nuestra enseñanza secundaria), ya que resulta evidente para cualquiera que haya visto la película más hermosa de la historia del cine que Dios, apasionado hitchcockiano, creó las secoyas (fundamentalmente) para que se pudiera rodar la memorable secuencia del bosque en el que Madelaine se muestra y se esconde ante la fascinada mirada de Scottie.

Aprovecho la ocasión para refutar la extraña leyenda urbana que asegura que el puente colgante de San Francisco ya estaba allí antes de que Hitchcock lo construyese para que reinara en el plano en el que Madeleine se suicida, leyenda tan inverosímil e imposible que no sé como a nadie se le ha podido ocurrir.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Las palabras no son necesarias para que uno experimente la verdadera vida


Creo recordar que Don deLillo ya había utilizado la costelación de personajes que aparece en Punto Omega en alguna otra novela: un intelectual maduro y un discípulo más joven conviviendo en un entorno apartado (aquí un desierto de tintes casi metafísicos), con la intrusión de una mujer, la hija del escritor. Un esquema bastante sencillo en el que el joven se siente progresivamente atraído por la chica, atracción que, en un relato clásico, el padre sancionaría positivamente tras las pertinentes pruebas. Como Punto Omega no es un relato clásico no ocurre nada de eso, pero tampoco voy a adelantar nada. Sólo que hay un referente intertextual clave en el relato, Psicosis (en la conocida versión alargadísima del videoartista Douglas Gordon, 24 hour Psycho), que hace planear una sombra siniestra sobre toda la narración y que parece sugerir un desenlace que, desde luego, DeLillo no explicita y que deja varias hipótesis abiertas (el triángulo de Punto Omega invierte el de la película de Hitchcock, un joven es el que rompe cierta identidad incestuosa entre un padre y su adorada hija).

Como es normal en DeLillo, nos encontramos con una sucesión de epifanías que bordean lo sublime y lo banal, y que configuran un discurso que parece en todo momento al borde de la psicosis, que en este relato está completamente asociado al uso que EEUU ha hecho de los medios académicos prestigiosos para reinventar una mitología que justifique sus ansias de intervención en el mundo. DeLillo parece sostener que esta infección de la Alta Cultura por la obscenidad de ese goce primario de venganza y autoafirmación tribal que sacude Estados Unidos desde el 11-S (tras la melancolía del duelo, tema de la anterior novela del autor, El hombre del salto), es más insidiosa que las primitivas elaboraciones de los medios de masas: su consecuencia directa sería la aniquilación de la subjetividad, que en distintas variantes acaba acechando a todos los personajes del libro.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Qué va, qué va, qué va, yo leo a Kierkegaard (en el metro)


El otro día casi me paso de parada enganchado a Kierkegaard, que salpica sus libros de deslumbrantes relatos:


"Había una vez un lirio en un lugar apartado, junto a un arroyuelo, y era bien conocido de algunas ortigas y un par de florecillas de la vecindad. El lirio estaba vestido más hermosamente que Salomón en toda su gloria; por lo mismo, despreocupado y alegre todo lo que duraba el día. El tiempo pasaba felizmente y sin darse cuenta, como el agua del arroyuelo canturreando y corriendo. Pero aconteció que un buen día vino un pajarillo a visitar al lirio, volvió al día siguiente, estuvo ausente unos cuantos días, hasta que al fin otra vez volvió. Esto le pareció al lirio extraño e incomprensible; incomprensible, que el pájaro no permaneciera en el mismo lugar; extraño, que fuera tan caprichoso. Pero lo que suele acontecer con frecuencia también le aconteció al lirio; que cabalmente por eso se iba enamorando más y más del pájaro, porque era caprichoso."


Continúa en Los lirios del campo y las aves del cielo, Trotta 2007, traducción de Demetrio Gutiérrez Rivero.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Corona de flores


Corona de flores se parece bastante a Mundo maravilloso, la otra novela de Javier Calvo que conozco. También transcurre en Barcelona, aunque aquí se trata de una ciudad decimonónica retratada como un espacio entre alucinado y apocalíptico, un cuerpo mutante que se va desprendiendo de los últimos restos de Ancien regime (iglesias o conventos o cementerios en ruinas que van dejando paso a la Barcelona contemporánea) y que vive atravesado por los discursos de la ciencia, la técnica, la ley o la religión, discursos con una característica común: todos viven absolutamente anegados en la locura: así, los (memorables) personajes de Corona de flores serán un jefe de policía psicópata e impotente, un científico genial entregado a las más delirantes teorías (y también impotente) o un aristócrata prendado de oscuros manuscritos medievales. Como es fácil de imaginar con este despliegue de protagonistas, Corona de flores se articula como un (brillantísimo) folletín que abraza con entusiasmo su condición de literatura popular (tras la que se esconde una arquitectura bastante trabajada), si bien esta apoteosis del marasmo de la Ley simbólica se resuelve en la emergencia de una violencia extrema: aquí, en ausencia de la castración simbólica, es la más siniestra y literal de las castraciones la que hará acto de presencia del lado de los sustentadores de la Ley.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

LONDRES

Cuando viajo, a veces me gustaría poder compartir con el resto de la humanidad todo lo que veo y hago. Como es algo imposible, dejo aquí imágenes de algunas cosas que estoy segura que hubiera encantado ver a algunas personas.

A Mercedes










A Enrique









A Aineta













Todas las parejas del mundo


Hay un elemento fundamental en Copie conforme al que no se le ha prestado ninguna atención, al menos en los (pocos, bien es verdad) textos que he leído acerca de la película, y es que ésta se desarrolla durante un domingo, que, como los lectores de cierta edad recordarán, era el día sagrado en Occidente, antes de convertirse en el único momento de la semana en que se puede salir de cañas o hacer la compra.


Kiarostami inunda el film (y a su protagonista masculino) con recordatorios de los elemntos sublimes que pueblan la cultura occidental, ya sean iglesias, obras de arte o campanas, y sobre todo sitúa en el centro del film a Juliette Binoche, que aquí parece encarnar a una de esas figuras iniciáticas femeninas que según Henri Corbin pueblan esa peculiar rama del Islam que se da en Irán, rama "contaminada" (o enriquecida) por el impresionante legado espiritual del zoroastrismo, del que los persas se muestran muy orgullosos.


Ese Islam está bastante jerarquizado, y así descubriremos que cada personaje tiene sus "maestros", la Binoche (que en el film no tiene nombre) a esa cantinera absolutamente memorable que ejerce de hada madrina y que le concede el deseo de disponer de su objeto de deseo como si fuera su marido de siempre (aunque, como en el caso de la cenicienta, con una hora tope), y James Miller, el (algo petulante) ensayista que a pesar de sus conocimientos de arte se pierde lo que éste tiene de acontecimiento fundacional, a un jean-Claude Carriére que le explica que todo comienza por un pequeño gesto de protección, el grado cero de compañía que una mujer le pide a un hombre (habría que escribir un ensayo sobre las películas contemporáneas que han cifrado en un gesto casi insignificante la posibilidad de volver a crear un espacio humano, como Una historia verdadera o Hadewijch).


Al final del camino nos encontramos con la escena primordial, ese encuentro primigenio (la noche de bodas) que el hombre esquiva y al que, en cualquier caso, se ve confrontado mediante esas campanas que repican y que, desde el principio, han estado del lado de lo femenino. Como a menudo en el cine de nuestro iraní favorito, el hombre puede equivocar el rumbo y perderse en algún laberinto, pero la posibilidad del milagro permanece.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Bellamy



La última película que hizo Chabrol es la última película que he visto en la SEMINCI, donde han repartido el primer premio entre la extraordinaria Copie conforme (José María Morales, el distribuidor, me contaba que su estreno en España, recién acaecido, iba fenomenal) y una ópera prima argentina, Sin retorno, que no había llamado la atención de nadie.

Bellamy es un poco desconcertante, Chabrol se dedica a frustrar todas las expectativas que el relato abre: dedicada a Simenon y a Berassens (los dos George), el protagonista es un policía de vacaciones en el pueblo de su mujer, bastante popular, entre otras cosas, por unas memorias recién publicadas, que se siente atraído por un caso bastante disparatado que le cuenta un desconocido. La trama no llega a nada porque no tiene ni pies ni cabeza, pero Bellamy se pasea entre varias implicadas en la historia con las que parece que hay cierto feeling erótico que cada secuencia se dedica a desmontar de diferentes formas. Por otro lado, cada escena del protagonista con su esposa se inicia con una aprosimación sexual que, indefectiblemente, se ve frustrada (a la manera de Buñuel, la gran referencia del film) por la intromisión de algún factor externo, en especial la aparición de un hermano más joven del policía, hermano situado de manera algo paródica en un contexto lumpen. La relación entre hermanos es bastante tensa, pero, en consonancia con el tono del film, se relaja cuando el hermano canalla hace alguna trastada y está a la altura de su reputación.

A mí Bellamy me dejó un poco frío, aunque también es cierto que el clima del film me pilló desprevenido y realmente pensaba que me guiaría por los senderos del polar más o menos clásico, para cuando me reubiqué ya era un poco tarde, esperaré a encontrarme con otra ocasión para revisarla.