miércoles, 29 de febrero de 2012

martes, 28 de febrero de 2012

55 días en Pekín


Tengo la impresión de que la mala prensa que tiene esta película se debe a la fecha en que se hizo: en pleno desmelene descolonizador resulta raro que a nadie se le ocurriera gastarse un pastón en cantar la gesta heroica de unos ingleses salvando la civilización en China, cuando a esas alturas estaba más que claro que lo suyo había sido rapiña pura y dura. Y encima los chinos se han desarrollado tanto que se han puesto a contar el contraplano de la historia, con lo que ya estamos acostumbrados a ver a los occidentales como los malos y a los rebeldes nacionalistas como los buenos, por no hablar del hecho de que la emperatriz china hable en inglés con sus dos consejeros.

A pesar de esto, y de que hacia el final la peli se diluye un poco, y no remata bien su buen planteamiento, 55 días en Pequín se ve más que bien, con un magnífico arranque en que se plantea el eterno conflicto entre pulsiones destructoras (femeninas; salvando el hecho de que hable en inglés, esa hierática emperatriz ¡viuda! cuya pasión se materializa en la incesante actividad destructiva de los bóxer es magnífica, por no hablar del fino paralelismo con la Otra -la reina de Inglaterra, claro, aparente dechado de civilización pero en realidad voraz depredadora de tierras ajenas-) y los diques más o menos articulados que se oponen a su labor, que a estas alturas de la historia del cine ya se habían resquebrajado del todo (a Charlton Heston le tocó en muchas ocasiones encargar a ese héroe postWayne, mientras que David Niven hace a ratos de gran inglés victoriano, y a ratos de su parodia, como si fuera consciente de la deconstrucción que en los 60 desmontaba toda posición de supuesto saber).

Esta tensión con lo chino/mujer se expresa bien en los problemas del Major Lewis con la baronesa Natalie (Ava Gadner), cuyo lado "deseante" se inscribe en su histoia de amor con un general chino a la que no se le saca el partido que podría; y en los titubeos en aceptar su rol de padre respecto a la hija que su mejor amigo ha tenido con una china: como todo el mundo recuerda, estos titubeos le cuestan la vida a la mujer (que muere tal vez para expiar su culpa pasada, o tal vez por haber renunciado a su deseo y convertirse en abnegada enfermera), pero en su último gesto el protagonista acepta la responsabilidad para con la niña, una manera de asumir el desafío que en lo femenino aguarda.

sábado, 25 de febrero de 2012

Visión y sentido

En Río Grande hay un pequeño diálogo tras el ataque de los indios a la caravana de civiles que ha abandonado el fuerte. Junto con los niños ha sido raptada una mujer, cuyo cadáver se acaba de encontrar. El teniente Yorke/John Wayne ha prohibido que el marido vea el cuerpo de la esposa violada; éste se lo echa en cara:

"- Si hubiera sido su mujer también le hubiera gustado verla.
- Desde luego, pero también esperaría que un amigo me impidiera hacerlo."

Esta idea recurrente en el cine clásico de que algo debe quedar oculto a la mirada para que el relato sea posible (algo, por descontado, del lado del insoportable goce de la madre) tiene su desarrollo más depurado en The searchers, de la que paradójicamente se puede decir que tal vez no sea la mejor película de Ford, pero sí la mejor película de la historia del cine, dada la enorme influencia que ha tenido y tiene, y que el otro día puse a mis hijos mayores puesto que el cine no ha entrado en los planes educativos todavía, y a nadie se le ocurre ilustrar a nuestros infantes con las obras capitales de la cinematografía mundial.


Ford nos muestra desde el exterior la llegada de Ethan a la granja devastada por los indios y el descubrimiento del vestido hecho jirones de Martha, su cuñada. Pero cuando se acerca al establo donde yace el cuerpo de la mujer el montaje corta al interior (las relaciones entre el exterior -el ámbito de lo Real donde la tarea del héroe debe llevarse a cabo, y los interiores, espacios femeninos regidos por las mujeres, son bastante complejas) y la cámara se sitúa en el eje del cadáver, que nunca veremos, así como el rostro de John Wayne, filmado al contraluz: ese momento del encuentro de la mirada masculina con su objeto de deseo aniquilado por el goce más extremo se nos vela y se nos muestra a la vez. Cuando momentos después llega Marty, gritando y los ojos desorbitados, furioso por ver, volvemos al afuera. Ethan agarra a Marty y le da un puñetazo para impedir que vea el cadáver de Martha, y deja a Mose a cargo del umbral, para evitar que el hijo lo traspase.


Estamos, por supuesto, en el campo de la escena primaria, ese encuentro sexual que está en el origen del sujeto, y que este vive como con extremada angustia. Si el cine clásico cifraba la posibilidad de sentido en la adecuada prohibición de ese encuentro incestuoso (y en ese sentido The searchers es el texto que de manera más precisa y radical ha articulado los elementos para que la castración simbólica tenga lugar, con esa figura paterna que niega al hijo el acceso al cuerpo de la madre, pero es a la vez el destinador que le dona una tarea fundante que le permitirá, en el futuro, atravesar ese espacio incandescente del goce sin ser aniquilado), el cine posterior haría de esa Urszene (y la correlativa desaparición de la figura del padre) tema central de su periplo; los ejemplos son casi infinitos, pero citemos sólo uno de los mejores y más conocidos, la violación de Dorothy/Isabella Rossellini ante la mirada fascinada e impotente de Jeffrey Beaumont, una escena extremadamente siniestra, a lo que no es ajeno el grado de irrisión que le da la sobreactuación de Frank Booth, encaminada a ocultar su impotencia.

viernes, 24 de febrero de 2012

Solteros contra casados



Leo con cierta sorpresa que Alta ha pegado un pelotazo con Shame, estrenada el pasado fin de semana en apenas 50 cines y encaramada al octavo puesto del top ten con la media por copia más alta de toda la cartelera; teniendo en cuenta que los Renoir son poco más que una caja de cerillas imagino que habrán estado abarrotados por curiosos ávidos de descubrir si la tranca de Fassbender está a la altura de los comentarios (y chistes) que han circulado sobre ella, si bien yo tengo la impresión de que es (o podría ser) una prótesis, más que nada porque, si mal no recuerdo, en Hunger el actor también salía en pelotas sin que llamara la atención el tamaño de su sexo, sin descartar la hipótesis tampoco de que allí se lo encogieran, que no es lo mismo hacer una huelga de hambre mientras te inflan a hostias que ser un ejecutivo que se va de putas en el mismo plan que un nazareno se va a un vía crucis en semana santa.




En cualquier caso la película de Steve Mcqueen (por cierto, un tipo que nos cayó muy bien cuando le entrevistamos por Hunger en Cannes, y que nos agradeció efusivamente que le hiciéramos preguntas concisas y una entrevista breve sin marear la perdiz) se ha comido a otro de los films importantes del circuito de versión original, Declaración de guerra, de Valerie Donzelli (y Jérémie Elkaim, que aquí el guionista y coprotagonista tiene un papel bastante importante), una comedia que linda con el musical acerca de una pareja de peterpanes que tienen que madurar a pasos agigantados cuando descubren que su hijo pequeño tiene un cáncer muy grave. Si bien al bresson que todos llevamos dentro la propuesta puede hacernos arrugar la nariz al principio (con esa asimilación de elementos tomados sin complejos de la Nouvelle vague con trucos que provienen de la publicidad o de los videoclips o de los reportajes de canal +, y que a los cinéfilos de la vieja guardia nos encanta satanizar), la verdad es que yo caí rendido ante la peli, llena de energía y felicidad narrativa.

(Recupero aquí la entrada que escribimos sobre el paso de Fassbender por Sanse el año pasado para presentar Shame, con fotos de Mercedes)

jueves, 23 de febrero de 2012

El baile


Debo a los elogios de Jesús Cortés y Sergio Sánchez el haberme acercado a esta excelente comedia de Edgar Neville, la penúltima que rodó si damos crédito al IMDB.

Cruce de comedia romántica y Beckett, el film nos ofrece en tres actos la vida de dos hombres que se entregan a la adoración sin límites y sin descanso de una mujer y al coleccionismo de insectos (sobre todo cuando la excesiva proximidad de la diosa está a punto de abrasarlos). En la primera escena del primer acto (el más divertido) se nos presenta a Julían, un amigo tan entregado a la idolatría de Adela que en su momento salió huyendo a Filipinas y le dejó la ingrata labor de irse a a la cama con ella a su mejor amigo, Pedro, lo que le ha permitido mantener su fascinación incólume a lo largo de los años. Si bien Adela se deja admirar por su marido y por su incondicional, en una estructura que repite y parodia la de la Dama en el Amor Cortés, también necesita respirar fuera de ese ambiente algo incestuoso, y así la vemos intentar, infructuosamente, asistir a un baile de disfraces, un poco en plan El ángel exterminador.

En el segundo acto, el mejor (entre otras cosas porque los actores tienen la edad de los personajes a los que interpretan), descubrimos prácticamente al mismo tiempo que Adela ha decidido dar el paso de abandonar ese espacio que es la casa familiar y el templo donde es venerada y que está aquejada de una enfermedad mortal, un castigo no tanto por su intento de huida como por no haberlo hecho antes. En un bucle estructural extraordinario, la pareja masculina decide ocultarle la noticia y dedicarse con mayor ahínco a ella en los meses que le quedan de vida; cuando Adela descubre fortuitamente lo que le espera decide seguir simulando inocencia y continúa con la ficción, convirtiéndose así en la verdadera heroína ética del film: no aquella que desvela lo que queda oculto por las apariencias (que sería la doxa convencional), sino la que carga con la ardua tarea de permitir que las máscaras se sostengan y así crear las condiciones de permanencia del espacio humano.

El último acto es el más extraño, en él vemos a los dos amigos ya ancianos, pero entregados en un sinfín de (simpática) locura a las dos pasiones de su vida, Adela y los insectos. En la última secuencia, Adela retorna como el fantasma recurrente que ha regido sus vidas: Pedro no se ha vuelto a casar, Julián renunció a un matrimonio para poder morir virgen y entregado a su obsesión sin cortapisas. Si bien la obra justifica narrativamente el retorno de Adela en la figura de una nieta, la escena es completamente alucinatoria, digna del mejor Buñuel, con los dos hombres atrapados en la repetición de la misma escena del primer acto, y Adela, el fantasma que se ha hecho completamente dueño de la situación, prometiendo que nunca los abandonará.

domingo, 19 de febrero de 2012

Goya


Para los cientos de miles de ávidos lectores de este blog, que andan huérfanos de sesudas reflexiones acerca de variopintos temas (en la recámara andan el retorno del fantasma en El baile, la aniquilación del hijo en Nicholas Ray y la influencia de Cervantes en Gogol, si bien este me lo voy a ahorrar porque poco más hay que decir, que Almas muertas no sería lo mismo sin El Quijote): Mercedes y yo andamos enfangados en la producción de la gala de los Goya, de la que alguna vez se dijo en serio que era la fiesta del cine español, y ahora es un chiste recurrente.

(Almodóvar va a estar en primera fila)

sábado, 11 de febrero de 2012

Rebel without a father


Resulta curioso que Jim/James Dean aparezca en el primer plano de Rebelde sin causa completamente borracho, pero en el resto del film sòlo beba (de una manera bastante subrayada) leche, alimento materno por excelencia, signo de un tiempo en que el cuerpo del niño está pegado al de la madre. Y es que el pobre Jim lucha denodadamente por separarse de esas mujeres (madre y madre de la madre) que, por su lado, batallan esforzadamente por mantenerlo en el territorio de la infancia. De hecho, Jim se pasa la película implorando que algo del lado de la Ley emerja para detener a esa madre que sólo piensa en alimentarle, empezando por ese padre completamente aplastado, que incluso llega a vestir un ridículo delantal cuando rinde vasallaje a la indestructible deidad materna.

Así las cosas, Jim se vuelve hacia dos modelos antitéticos, Buzz, el líder de los macarras del instituto, el que pondrá a prueba su virilidad, y Ray, el responsable del departamento de menores de la ciudad, alguien que en la primera secuencia del film parece capaz de hacerse cargo de la pulsión del protagonista (aunque, como buen representante del mejor cine postclásico de los 50, a la hora de la verdad falle).

Film de iniciación, Rebel without a cause (aunque la causa esté enunciada explícitamente desde el primer momento) transcurre durante el primer día (y la primera noche) de la estancia de Jim en su nuevo instituto, 24 horas que le darán para tener su primera experiencia con la muerte (primera mitad de la pelícuala) y el sexo (la segunda).

Si en la celebérrima secuencia del desafía automovilístico nos topamos con una de las inscripciones más brillantes que el cine ha dado de la atracción por el abismo (abismo por el que se despeña Buzz, de alguna manera el alter ego demoníaco del protagonista), la larga secuencia que transcurre en la mansión abandonada dibuja una noche de bodas extrañamente onírica, en la que Jim y Judy (Natalie Wood) se pasean por los pasillos y salones de una casa gótica abandonada, perseguidos por ángeles negros (los amigos de Buzz) y acompañados por Platón, el desvalido homosexual que ve en Jim una imagen viril que le vale tanto como sustituto del padre ausente como de fascinante objeto de deseo, componiendo de esta manera un triángulo peculiar en el que el héroe se enfrentará tanto a la demanda de la mujer como a la del hijo, demandas para las que no está pertrechado adecuadamente, dadas las carencias que se dan del lado del padre.

La figura de Platón va adquiriendo progresivamente mayor importancia según se acerca el final y se va fraguando su aniquilación. Abandonado en la mansión por Jim y Judy, asediado por los amigos de Buzz, sufre una regresión definitiva en el planetario, el espacio de las inmensidades donde ninguna palabra parece hacerse cargo de su sufrimiento y su soledad. La aparición de la Ley en su versión más violenta supone su tiro de gracia (literalmente).

Total, que tras un par de décadas desde mi última revisión, Rebelde sin causa me ha parecido extraordinaria, a pesar de que James Dean resulte inverosímil como adolescente que estudia en el instituto.

viernes, 10 de febrero de 2012

Ascensión y caída de Cimino II



La puerta del cielo tiene muchas virtudes y algún defecto, el principal del cual es lo que se nota mucho que el director estaba convencido de que era un genio que estaba pariendo el asombro de los siglos venideros. Se le perdona porque el film es una de esas obras fundacionales que más que recrear inventan un mundo pasado con una dosis de energía que no decae en ningún momento, lo que la sitúa en la estirpe de películas absolutas como El nacimiento de una nación, Los diez mandamientos o Andrei Rubliov, que se gastaron partizales en contar el advenimiento de un nuevo mundo (y no como las superproducciones actuales, empeñadas en historiar memeces).


Cimino se empeñó en hacer la película definitiva sobre el enfrentamiento de ganaderos ricos y granjeros pobres (por cierto, en una clave política casi de extrema izquierda, lo que resulta extraño para una peli que se gastó tanto dinero, la típica contradicción que mina la efectividad de la obra) y casi lo consigue; la película se resiente por el error estructural de dar tanta importancia al personaje de Ella, o por elegir para ese personaje tan supuestamente carismático a una Isabelle Huppert que el espectador no entiende que levante tantas pasiones entre los protagonistas, si bien queda claro que Cristopher Walken en realidad se pirra por Kris Kristofferson, quien por otra parte de tan arquetípico acaba resultando algo esquemático, por no hablar del hecho curioso de que un pijo de familia bien que acaba todas las noches en coma etílico maneje tan bien las armas.


Salvando este pequeño lastre de la parte central, La puerta del cielo se ve con la boca abierta y sus algo menos de cuatro horas se pasan en un santiamén, y parece que, a lo largo de los treinta años transcurridos desde su realización, ha ido encontrando su público.

Ascensión y caída de Cimino I



Viendo treinta años después The deer hunter y Heaven's gate prácticamente seguidas resulta raro que la primera fuera un exitazo que todavía mantiene un nivel bastante alto de aceptación popular, y la segunda un estruendoso fracaso que arruinó varias cosas, empezando por la carrera de Cimino, al que da la impresión de que le dieron toda la pasta que quiso para poder hundirlo más a gusto.


El cazador cuenta la historia de unos obreros (esto es, norteamericanos que trabajan en fábricas, lo aclaro para las nuevas generaciones, que podrían pensar que se enfrentan a un film de ciencia-ficción en el que extraterrestres hacen cosas raras en espacios infernales incomprensibles) que se entregan a rituales populares como tomar cerveza, jugar al billar, celebrar una boda bastante peculiar o irse de caza. A ratos aquello parece una versión yanqui de Antonioni, con secuencias largas en las que no acaba de pasar nada: ni la boda transmite sensación de comunidad (incluso nos enteramos de que la novia está embarazada, pero no del marido), ni la partida de caza tiene nada que ver con un rito de camaradería masculina. Aparentemente hay dos hombres enamorados de la misma mujer, pero los dos salen disparados hacia Vietnam, donde descubren que el vértigo de la pulsión de muerte tiene mucho más interés que los devaneos con el sexo femenino: cuando uno de ellos consigue volver, la pobre Meryl Streep se tiene que meter en su cama a empujones, para que al final Robert de Niro se vuelva a Saigón, en medio del fregado de la retirada norteamericana, para descubrir que su compañero del alma es incapaz de abandonar los espacios demoníacos en los anda enredado,

Equinos



Spielberg ha tenido tan mala suerte que el mismo finde que le estrenan su peli sobre caballos en la Primera Guerra Mundial (bueno, creo que es uno en concreto) va una distribuidora y le coloca en cartel el mismo día el film que Béla Tarr ha hecho sobre el caballo más famoso de la historia de la filosofía de los últimos dos siglos, ese al que se abraza Nietszche en Turín antes de su crisis psicótica definitiva, con lo que está claro que el americano no tiene posibilidades ante el húngaro, si bien para equilibrar éste último sólo sale con un pase en un sólo cine (en Madrid, parece que en Barcelona hay otra copia). También se lee que El caballo de Turín no va sobre el filósofo, que sería lo fácil y lo que se le ocurriría a cualquiera, sino sobre el cochero que mataba a latigazos al pobre animal, cochero por el que la historia había mostrado hasta ahora poca curiosidad. No voy a ser yo quien se queje de que por fin se estrene una película de Béla Tarr en España, aunque sea en estas condiciones, y la verdad es que las dos películas suyas que he visto, Las armonías de Werckmeister y El hombre de Londres (ambas editadas en dvd en España) me han gustado.

domingo, 5 de febrero de 2012

El buen espectador


El otro día vino Julia Solomonoff a Versión española, y hablando de Raúl Ruiz me dijo que una frase suya le encantaba:

- Le comentaron en una entrevista que algunos espectadores se dormían en sus películas, y él contestó que le parecía perfecto, así el espectador a la salida no sabía si había asistido a la película o a un sueño.

Probablemente el chileno lo decía en serio, que ningún director se ha acercado tanto como él a la estructura de los sueños.
Hoy me he ido con mi mujer a ver El techo de la ballena, que es rara incluso para el baremo raulruiziano, y he dado unas cuantas cabezadas una vez he renunciado a entender qué hacía el antropólogo protagonista y su mujer deambulando como fantasmas por una casa de la Patagonia mientras pegaban la hebra con los dos últimos miembros de una tribu india, indios casi autistas al principio, y que en la última secuencia del film se pegan una parrafada en varios idiomas sobre Spinoza, Hegelm, Mozart y demás hitos de la cultura occidental.

jueves, 2 de febrero de 2012

El secreto de la mujer es sobre todo un secreto para el espectador


Por culpa de los azares laborales me perdí The lusty men, que tendré que recuperar el sábado por la noche, y encima después de verme las casi cuatro horas de Las puertas del cielo en el Círculo de Bellas Artes, que la gente no se da cuenta de lo dura que es la vida del cinéfilo; y a cambio me vi A woman's secret, probablemente con el guión más errático de la historia del cine americano, una cosa muy rara que no acaba de decidirse por ninguna de las posibilidades que se le abren, empieza en plan melodrama de lesbianas, luego aparece un hombre al que no está claro cual de las dos protas le gusta, o si lo que le mola es el pack completo, parece que la cosa va de triángulo en el que el tercero (o la tercera) es el punto de coincidencia que facilita las relaciones libidinales, luego apunta a rollo vampírico tipo All about Eve, y tras una cabezada vi que un personaje secundario y cómico (la mujer del inspector) se había hecho dueño de la pantalla. Desconozco las razones por las que Maureen O'Hara miente sobre lo que pasa en la habitación en el comienzo del film, y por qué al final se deshace de su fijación por Gloria Grahame y en un pispás se hace forofa del goce fálico (de la mano de Melvyn Douglas!).

miércoles, 1 de febrero de 2012

Mi mes con Nick



Hoy comienza el ciclo de Nicholas Ray en la Filmoteca (Española) con The lusty men.