Debo a
Quelunque el descubrimiento de Purga, novela finlandesa que, según parece, ha sido la sensación del año en Europa. Narrada con eficacia y el efectismo propio, tal vez, de la juventud de su autora, narra la historia de Caín y Abel en versión femenina y estalinista: Inge es una estonia tocada por la mano de Dios a la que todo sale bien, mientras que su hermana Aliide, que articula el punto de vista narrativo, tiene que conformarse con envidiar su suerte, especialmente en lo que hombres se refiere.
Sofi Okasanen se vale de una estructura aparentemente compleja de saltos en el tiempo para contarnos que las mujeres viven tragedias en todas las épocas, si bien siempre son las mismas, la violencia sexual, de la misma manera que los malos siempre son los rusos (desconcertantemente, los invasores nazis son retratados con bastante benevolencia).
Si bien la autora puede argumentar que todo lo que cuenta está atestiguado en los archivos soviéticos, algo vagamente falso flota en la novela, falsedad que culmina en un final absolutamente inverosímil, si bien extremadamente gratificante para el lector (y, sobre todo, lectora). Tal vez todo radique en la dificultad para articular la posición masculina en el texto.
Esta se despliega en triángulo, con Aliide en el centro de los tres vértices, compuestos por Hans, el objeto de deseo imaginario (el marido de su hermana), Martin, el marido al que no desea en absoluto, y Boris, el punto medio de esa línea que une a los dos hombres, y que encarna el primer encuentro sexual extremadamente siniestro de la protagonista, que es violada en un interrogatorio de la policía secreta soviética. La tesis de que el verdadero rostro del (imaginario) príncipe azul es la del despiadado violador no es nueva (casi es un tópico de nuestros días), y Oksanen se toma la molestia de explicarnos al final que, en realidad, todos los hombres son así.