viernes, 27 de julio de 2012

The eye of the beholder


Para compensar en la balanza la enorme cantidad de mujeres malas que salen en este blog (madres vampiras emocionales, amantes castradoras, heroínas usurpadoras del papel protagonista...) introduzco este vídeo, emitido ayer y confeccionado por Isabel Coixet. Directora con cierto punto repelente, pero en el caso de este vídeo creo que está muy acertada al dejar las conclusiones para el proceso mental del espectador.

Todo está, como dicen los ingleses, in the eye of the beholder. Mi opinión es que bajo las capas de barniz de igualdad y modernidad, los estereotipos persisten acunados por todos, hombres y mujeres.


sábado, 21 de julio de 2012

El superhéroe que pegaba a las mujeres



Remito a la entrada de Sergio Sánchez para ahorrarme la introducción a Diamond flash, una de esas películas cuyo culto se cimenta sobre el hecho de que se ha visto poco y no es muy probable que su conocimiento se extienda en exceso, con lo que se puede convertir en clave de connaiseurs, con lo que eso mola. A mí me ha parecido que el referente descaradísimo es el primer Rivette (aparte de Lynch, claro), con esa curiosa explotación a mansalva de los tiempos muertos en el fantastique, en principio un género poco propicio a ello. Esto también puede explicar por qué Diamond flash puede convertirse (y va camino de ello) en un film de culto, y es poco probable que a Aquí y allá, que me parece mejor y que no creo que tenga una mejor vida comercial, le vaya a ocurrir lo mismo: un padre que intenta recuperar su sitio en la familia que abandonó en el México profundo mola menos que una historia de maltratadas y brujas y justicieros psicópatas, aunque tiren de recursos narrativos similares.

En cualquier caso Diamons flash no está mal, la primera parte es un rosario convencional de víctimas femeninas: mujeres maltratadas, padres incestuosos, una niña secuestrada. Luego la película va entrando en una espiral de delirio en el que descubrimos que hay otro nivel en el que las verdaderamente malas son las mujeres, con unas brujas lesbianas que hacen cosas con víctimas indefensas que nos tenemos que imaginar. Aquí aparece el Diamond flash del título, que es una especie de superhéroe que se dedica a salvar féminas en peligro con la particularidad de que le habita una pulsión salvaje que le impele a apalizarlas también (quiero decir que salva a las buenas y da unas palizas de órdago a las malas), aunque no es improbable que esa parte del film sea un delirio de una de las protagonistas, tal vez víctima de una violación y novia de un maltratador. Total, que con estos mimbres le haya salido una peli que se vea bien tiene bastante mérito, si bien todo apunta a que nos encontramos ante una muy esmerada tarjeta de presentación ante la industria, que tal como está el patio pedirá a Carlos Vermut que siga sacando adelante proyectos con el mismo presupuesto, que no hay para más.

Lo mejor, enemigo de lo bueno



Open range tiene el curioso hándicap de que no es un Ford, ni siquiera un Eastwood, pero es evidente que aspira a serlo. En principio no parece que en el campo de las artes haya nada malo en medir las fuerzas con los mejores de tus mayores (vamos, se supone que es lo obligado), pero en cine (y también literatura) se lleva uno más aplausos con la distancia irónica o el giro sarcástico (ejemplo: la nadería esa de True gift) que armando un relato clásico en el que uno acompaña a los personajes y se toma en serio sus dilemas éticos.

Pues nada, a Kevin Costner no se le toma en serio por querer hacer un western épico y que no la salga a la altura de Dos cabalgan juntos o Sin perdón, aunque no desmerezca tampoco a su lado. Además, en estos casi diez años transcurridos desde su realización la peli ha ganado: es tal el déficit de realizadores que hay en el cine norteamericano que algunos planos brillan más, con la luz del genio: extraordinario ese contraplano en el que el expistolero que encarna Costner contempla como el pueblo, que ha convivido cobardemente con la arbitrariedad del cacique local, persigue y mata como a un perro al último de sus esbirros, un linchamiento en toda regla que le hace comprender que lo que él pensaba que le separaba de sus congéneres (un pasado de violencia extrema) es en realidad lo que más en común tiene con ellos.

jueves, 19 de julio de 2012

Llega un extraño



Pasolini rodó seguidas un par de variaciones sobre el conocido tema del extraño que llega a un espacio que acaba poniendo patas arriba. Edipo Rey narrativiza la tragedia de Sófocles y en Teorema una especie de ángel llega de invitado al casoplón de un industrial para que toda la familia (incluyendo a la chacha) se lo cepille. No se parecen en nada, aunque tal vez la principal diferencia es que la adaptación de Sófocles está muy bien mientras que Teorema es una gilipollezc como un piano, aunque por esas cosas que tiene el prestigio diría que es más famosa que el Edipo.

A Pasolini le debía de ir todo, y en los sesenta se dedicó a darle brillo a algunas de las obras claves de la cultura occidental, y así rodó su archifamoso Evangelio según San Mateo, tan buena que hasta recuerdo que en el cole un profe del Opus reconocía que era la mejor adaptación que se había hecho de la figura de Cristo, aunque pareciera un poco rojo. En el tintero se dejó una peli sobre la figura de San Pablo, y en su lectura de Sófocles incorpora la inevitable interpretación cristiana y freudiana: el tema fuerte del film es precisamente la imposibilidad de recuperar una lectura "inocente" de la tragedia: la culpa de Edipo es el pecado original y la pulsión incestuosa,

En Teorema Terence Stamp sólo tiene que hacer acto de presencia para que los cuatro miembros de una familia de la alta burguesía se despelote con la sana intención de llevárselo al catre, con mención especial a Silvana Mangano, que tiene aquí una de las escenas más bochornosas de la historia del cine. Como este chico debe de ser un enviado celestial, su rabo tiene sorprendentes efectos taumatúrgicos: el padre descubre que le mkolan los chicos, la madre tiene un orgasmo por primera vez en la vida, la niña tiene su primera experiencia sexual y el chico descubre su vocación de pintarrajeador de vanguardia y compulsivo teorizador. Aunque la parte más graciosa se la lleva la criada, una Laura Beto que deviene curandera que hace milagros y levita en sus ratos libres. Cuando el chico se va, todos se quedan muy consternados porque les ha cambiado la vida: al padre industrial no se le ocurre otra cosa que dejar su fábrica a los obreros y despelotarse en medio de la estación de tren de Milán para, en el siguiente plano, aparecer en un desierto clamando al señor por sus pecados cometidos, la madre se dedica a la búsqueda de copias de su objeto absoluto de deseo, cosa que probablemente no consigue porque la dejamos en el trance de doblar la dosis de polvetes con adolescentes, el chico se dedica a derramar botes de pintura a ciegas sobre un lienzo, y la chica acaba catatónica, invirtiendo el cuerso normal de los cuentos tradicionales: aquí es el beso del prínciipe el que manda a la princesa a dormir. La criada, como se ha dicho, se hace mística en su pueblo natal y cura escrofulosos y acaba en una zanja haciendo surgir una fuente milagrosa.

La peli divertida que podía haber rodado Pasolini la hizo Miike años después, su desopilante Visitor Q.

domingo, 15 de julio de 2012

Dos veces Joker



Me he visto en programa doble el Batman de Burton y El caballero oscuro, dos películas casi opuestas en que salen los mismos protas: Batman, Joker y Gordon. Burton opta por un universo extremadamente artificiose que reivindica los orígenes tebeísticos del personaje, mientras Nolan se descuelga con un hiperrealismo que visualmente se agradece, pero que juega en contra de la historia. Si el Joker de Jack Nicholson es un histriónico que encarna una pulsión desatadamente obscena, el de Ledger es el típico psicópata superdotado de diseño al que el cine nos ha habituado en las últimas décadas. Si bien en un tebeo puedes hacer un personaje omnipotente, si te empeñas en hacer una cosa realista no puedes pretender que Joker haga todo lo que hace en la peli de Nolan, y más cuando se ha quemado toda su pasta para justificar su enésimo discurso de filosofía pacotillera.

Hay que decir que en casa El caballero oscuro gana bastante: si en el cine uno acaba cansado de las revueltas manieristas de la trama, en el salón te puedes levantar a tomar unas cervezas y descansar de tanta inverosimilitud. A mí da la impresión de que Nolan descubrió un film modesto y poco conocido de los 60, El hombre que mató a Liberty Vallance, y pensó que tamaña estructura estaba desperdiciado por culpa de la sutileza y elegancia del director, que aquello necesitaba toneladas de sobreexplicación y mucho tormento y autorreflexión de los protagonistas, que igual el espectador no se da cuenta del carácter especular de los personajes. Si a Liberty Valance le pusiéramos los monólogos de Joker nos doblaríamos de la risa, mientras que si lo hiciéramos al revés ganaríamos mucho y ahorraríamos tiempo. La prueba definitiva de que estos chicos son unos cantamañanas comparados con sus referentes es que la chica que se disputan acaba aniquilada, mientras que Vera Miles sobrevivía haciendo la elección adecuada, a sabiendas de que se equivocaba, pero así es la vida, especialmente la de las heroínas del cine contemporáneo.

  

Más Vértigo



Dedico el domingo a Chejov y a Chris Marker, y me encuentro en Sans soleil otro homenaje a Vértigo, en este caso muy explícito: idolatrada por su narrador, que se pasa la vida entre Tokyo y Guinea-Bassau, sus dos grandes amores, se marca una tournée por el San Francisco de la película en plan peregrinaje.

No había visto esta película "compuesta y editada" por Chris Marker, que me ha tenido pegado a la tele toda la mañana, ojiplático perdido.


sábado, 14 de julio de 2012

La curiosa pervivencia de Vértigo



Ahora que, gracias a esa peculiar mezcla de retraso mental con imperecedero resentimiento de la que hace gala ese grandísimo hijo de puta que rige los destinos de España en estos momentos (bien acompañado de unas cutrísmas aspirantes a Ladies Macbeth de provincias), las nuevas generaciones de este país no van a poder ir al cine ni conocer su historia, es labor cívica de los que tuvimos la suerte de conocer tiempos mejores, cuando las entradas eran accesibles y ponían pelis de Mizoguchi en la televisión pública (que no parece que vaya a ser la recuperación de este legado la principal preocupación de la renacida figura del comisario político que el PP ha reintroducido en TVE) dar un poco idea de la grandeza que éste llegó a adquirir.

Bueno, la verdad es que el exabrupto no tiene nada que ver con el contenido de la entrada, que es el haberme tropezado el mismo día con un par de desaforadas citas de Vértigo en dos películas bastante diferentes y bastante famosas, Matrix y Batman (la de Tim Burton). Los hermanos Wachowski saquearon/homenajearon al maestro inglés a conciencia y a destajo (lo que, particularmente, lo encuentro digno de elogio), y reservaron la primera secuencia de Matrix para citar con mucha gracia la persecución que abre Vértigo, la que tiene lugar por los tejados de (imagino) San Francisco. Aquí la gracia es que no sabemos todavía quién articulará el punto de vista del espectador (aunque según avanza la escena nos vamos poniendo de parte de esa chica que va forrada de cuero y con perennes gafas de sol para pasar desapercibida en el mundo imaginario que habitamos, una opción un pelín rara, desde luego).

Burton espera al clímax de su Batman esquizofrénico para rememorar la(s) secuencia(s) del campanario (aunque ya Buñuel, el primo gemelo de Hitchcock, utilizó unas campanas como testigos de una pulsión asesina en Ensayo de un crimen), ascensión de escaleras incluida. Aquí Joker manda la campana escaleras abajo para impedir que a las alturas suba la policía, tal vez para indicar que en ese lugar sagrado (en el sentido de Bataille, o sea, también maldito), la Ley no tiene nada que hacer.

viernes, 13 de julio de 2012

Blancanieves despierta al príncipe



Le he puesto a mi hijo Matrix, una película que se estrenó el mismo año en que él nació, y que a él le ha debido de parecer algo un poco más desarrollado tecnológicamente que un peplum, con esos móviles y esos ordenadores del Pleistoceno. En cualquier caso no se ve mal, debido, creo yo, a la acertada mezcla de enunciación psicótica (con un protagonista al que la realidad se le derrumba constantemente, y tiene brotes psicóticos con prestigiosas filiaciones cinéfilas) y relato de héroe clásico que debe afrontar una serie de pruebas para cumplir su misión en la vida, todo ello enmarcado en una desaforada esrtructura mesiánica de corte gnóstico new age que en su día puso a los críticos con los pelos de punta y que trece años después resulta enternecedora.

En cualquier caso esta entrada va sobre un plano que había olvidado completamente: cuando el agente Smith (que, por cierto, en un segundo visionado se come la peli y resulta el personaje más fascinante) mata a Neo en la secuencia final, Trinity lo resucita con un beso (en alguna de las desvaídas secuelas posteriores Neo le devuelve el favor, pero la cosa a esas alturas se ha vuelto tan desvaída que no merece la pena detenerse en ello). Lo que llama la atención aquí es la exacta inversión de la estructura clásica, en la que es la mujer la que yace a la espera de que el príncipe la despierte. Y es que el cine ontemporáneo se ha llenado de todo tipo de variaciones que corrompen el esquema clásico, tal vez demasiado radical para los tiempos que corren, que no hay director que se atreva a sacar a una fémina sin su falo correspondiente, con los partenaires correspondientes asistiendo fascinados al espectáculo de la destreza con que lo manejan, que hasta este nuevo neocristo, venido a salvar a la humanidad de su cautiverio en los engaños imaginarios de las diabólicas tecnologías digitales, se queda embobadito con su chica en cuanto saca la pistola.


jueves, 12 de julio de 2012

Una novela subestimada



He estado buscando (y no he encontrado) la cita de Rayuela en la que se habla de una novela de Morelli compuesta por una sola frase repetida indefinidamente: en un momento dado, un error o un ligero cambio en la frase abre una posibilidad de libertad en el lector, como una ventana abierta en un muro (como no he encontrado el texto cito lo que recuerdo).

Esa novela, como todo el mundo recuerda, reaparece escrita por Jack Torrance en El resplandor, si bien aquí a su autor no le vale la admiración de un grupo de intelectuales perroflautas exiliados en París, sino un hostión con un bate de baseball por parte de su mujer, poco amiga, por lo visto, de la modernidad literaria. Si bien la frase que el bueno de Jack había escrito era siempre la misma (algo acerca de lo tonto que se vuelve un niño que juega poco y trabaja mucho, supongo que un refrán anglosajón), en cada página estaba organizada tipográficamente de manera diferente, lo que le daba un aire de mucha vanguardia oulipiana. Y en la primera de las cuartillas había un error, que es lo que hizo que me acordara de la novela de Cortázar.

A esas alturas de la peli hasta la mujer se da cuenta de que su marido está como un cencerro, algo que el espectador sabe desde los títulos de crédito; vamos, desde que aparece el nombre de Jack Nicholson, que aquí se marca una de las interpretaciones más desmelenadamente histriónicas de la historia del cine en el papel de un escritor psicótico al que no se le ocurre otra cosa que encerrarse en un inmenso hotel aislado por la nieve y repleto de fanrtasmas partidarios de la violencia de género como forma de convivencia familiar para curarse de sus crisis de creatividad. Lo más raro de este escritor, en cualquier caso, es que no se lleva libros para leer, y que no se le ocurre otra cosa que montar su despacho en un salón inmenso que es encrucijada de paso, con lo que su mujer y su hijo pasan a menudo por allí.

Jack Torrance escribe con máquina de escribir, y en el making of se ve a Kubrik escribir el guión con una máquina similar, si no es que es la misma, aunque tampoco hay que hilar tan fino para imaginarse lo que al director inglés le debió de molar en una novela que contaba la historia de un creador bloqueado que se volvía loco encerrado en un casoplón inmenso; lo que yo me preguntaba al terminar de verla es lo que pensaría su mujer cuando la vio: lo más sensato hubiera sido hacer la maleta ese mismo día y pirarse de la mansión de la que Kubrik no salía.

De El resplandor se recuerdan escenas (y muchas), pero la historia no tiene ni pies ni cabeza, que en eso anticipa todo el cine de terror asiático de los últimos tiempos, todo repleto de sustos arbitrarios, explicados al final por el socorrido recurso al delirio del narrador (o a que está muerto, que se ha impuesto la peculiar idea de que los muertos son incapaces de hilvanar una historia articuladamente). Aquí la cosa na pasa a mayores porque tampoco el guión se mete en muchos berenjenales.Mención aparte merece el asesor musical: para mi sorpresa, la banda sonora está formada por piezas preexistentes (Bartok, Penderecki y Ligeti, si hacemos caso a los rótulos) que ponen los pelos de punta al espectador.


domingo, 8 de julio de 2012

El origen del planeta de los simios



El éxito internacional de este interesante blockbuster indica que la película es más que una parábola sobre el fin de la esclavitud de los negros (aka afroamericanos) en EEUU, que es lo primero que a uno se le ocurre cuando la ve. Lo que no es, desde luego, es lo que promete el título original, Rise of the planet of the apes, ya que los monos espabilaos que la protagonizan no hacen nada por tomar el poder: como los protas de la Anábasis de Jenofonte, a lo que aspiran es a regresar a su auténtica patria, para lo que tienen que atravesar un entorno hostil (que en justa correspondencia dejan hecho unos zorros). Como la peli es buena, ese trasunto del paraíso original no es el imposible territorio primigenio (o sea, África), sino un parque natural que está a las puertas de la ciudad. Vamos, un simulacro un pelín más presentable que el zoo o la jungla de plexiglás que tienen en la cárcel donde habitan los simios antes de escaparse y destrozar ese templo del mal contemporáneo que son los laboratorios siempre en las películas de ciencia-ficción.

Y es que en la parte central del film nos encontramos con una de género carcelario, en la que el héroe, una vez arrancado del hogar materno (aunque sea una figura masculina la que rija en él) tiene que enfrentarse a carceleros sádicos y compañeros violentos a los que tiene que domeñar mediante la inteligencia hasta conseguir convertirlos en sus aliados sumisos, para lo que, irónicamente, tiene que hacerles copartícipes de su subjetividad humana. Para ello, cual Prometeo, tiene que robar el fuego de los dioses, una escena que nos brinda el mejor plano de la película, aquella en que César observa a sus padres "humanos" en la cama, durmiendo apaciblemente: una escena primaria imposible, puesto que él sabe que no proviene de esa cama.

La cita (o referencia intertextual) remite al Frankenstein de Shelley, novela fundacional que narra el traumático origen del sujeto contemporáneo y su siempre deficiente inclusión en el orden sociosimbólico del capitalismo (un orden que destruye precisamente los espacios simbólicos donde podría anclarse el sujeto). Ahí es donde imagino que radica el éxito de la película, en el relato de la radical otreidad del sujeto contemporáneo enmarcado en una narración mainstream.


lunes, 2 de julio de 2012

Simon West



Mientras preparo para la rentrée una sesuda entrada acerca de la transformación del falo como objeto de goce en instrumento de tortura como elemento definitorio de la transición a la modernidad en el corpus fílmico pasoliniano, me entretengo en un camping de Conil con mis hijos echándole un vistazo a la incorporación de Chuck Norris y Van Damme al casting de Los mercenarios 2, y estamos hablando de la pareja cómica con más pegada de los últimos años, junto al tándem Arbeloa-Coentrao. Y descubro que el polifacético Stallone ha dejado la tarea de la dirección en manos de ... ¡Simon West!, tal vez en el convencimiento de que se de los pocos directores que no lo iban a hacer mejor que él.