jueves, 18 de junio de 2015

El vampiro como sueperhéroe


Esta peli tan cool viene a ser la versión indie de Crepúsculo: se invierten los roles y el vampiro con sentimientos es la chica, el cambio de sexo tiene sus contrapartidas políticamente correctas: se acabaron los vampiros despiadados, fieles solo a sus pulsiones-ahora las víctimas son varones heterosexuales rijosillos, por lo que se merecen su destino. Para cortejar a una vampiro solo se necesita tratarla como a una heroína de Disney de las de antes, y por supuesto renunciar a ese resto excrementicio que es el padre: una vez desaparecida figura tan obscena, cualquier chico tierno puede vivir su love story con una lánguida dama de dientes largos.

jueves, 11 de junio de 2015

Modestas reflexiones 25 años después


   Cuento de primavera, el primero de los cuentos de las cuatro estaciones que Rohmer realizó allá por los 90, acaba de cumplir 25 años (por lo menos su estreno en España). Lo único que permite adivinar que nos encontramos con una película "de cierta edad" es la ausencia de móviles y las televisiones de tubo, y algún que otro pantalón de la protagonista. Los interiores son perfectamente transportables a nuestros días, tal vez porque la industria editorial francesa es bastante conservadora y mantiene diseños y tipografía durante décadas (las librerías repletas de libros son los principales decorados de Cuento de primavera, cuyos protagonistas son satélites del elefancíaco entramado de la cultura francesa). Otro rasgo extratextual propio de otros tiempos es la brevísima relación de personal que aparece en los títulos de crédito. Sabido es lo que a Rohmer le gustaban los equipos pequeños, pero aún así llama la atención visto desde una época en la que hasta en las pelis grabadas con un iPhone leemos tiradas inverosímiles de participantes.

   Cuento de primavera posee la habitual estructura perversa "blanca" de las películas de su autor. En el centro de la trama encontramos a Jeanne, una profesora de filosofía de 30 años que se ve desconcertantemente mangoneada por una jovencita, Natacha, que la celestinea para emparejarla con su padre, con cuya novia mantiene una relación de celosa competencia bastante incestuosa (incestuosilla, que las palabras fuertes no van con las historias rohmerianas). Natacha, el personaje más joven, vendría a inscribir en el texto la figura del director, aquel que hace evolucionar la narración de acuerdo con sus deseos mediante la manipulación de la información y la dosificación de la misma, mientras que Jeanne vendría a devolvernos la imagen del espectador, aquel que se deja engañar una vez que su deseo queda atrapado en la red que teje la ficción.


   Mención aparte merece Anne Teyssède, la actriz que interpreta a Jeanne (uno de los personajes más simpáticos e inteligentes del universo Rohmer), cuya belleza se va imponiendo poco a poco al espectador hasta convertirse en el centro absoluto del film, a pesar de (o gracias a) que prácticamente no toma ninguna decisión y parece plegarse siempre a las peticiones ajenas, lo que la convierte casi en una homeless aunque posea varios espacios a su disposición. De hecho, la única elección voluntaria tiene lugar al final y supone el cierre del espacio ficcional al abandonar el universo en el que se ha metido casi sin quererlo.

Un breve surfeo por la red me lleva a descubrir que la actriz abandonó la interpretación poco después de participar en esta película (le alcanzó para aparecer en un telefilm) por motivos "de salud" (wikipedia); en una grabación de 2013 ella misma hace referencia a sus "problemas psicológicos"; discreto, abandono las pesquisas.

Hace 25 años tenía yo pocos más años que las protagonistas más jóvenes del film; hoy los he sobrepasado a todos, ellos congelados en la edad de la ficción y yo rozando los 50; comparto la distancia con la que el septuagenario Rohmer contempla los conflictos, probablemente la fascinación que siento por Anne Teyssèdre sea también un eco de la que él sintió.


martes, 9 de junio de 2015

Eventos y cine digital

   

   El viernes pasado Víctor Erice le daba palique a Pedro Costa en la cafetería de la filmoteca española minutos antes del pase de Cavalo Dinheiro, que inauguraba Filmadrid. Es difícil saber cuantas personas del público que abarrotaba la sala conocían la obra previa de Costa, o al menos Juventude en marcha, el film en el que hacía su aparición Ventura desplazando a Vanda del centro de su filmografía (de manera similar es probable que Vitalina, la aparición más fulgurante de Cavalo..., se haga con un puesto central en el futuro). Es un tipo de público que se ve habitualmente en estos pases-evento, inauguraciones de festivales, pre-estrenos en la cineteca...

   Cuando Víctor Erice presentó Centro histórico en la Cineteca puso como ejemplo del estado de la exhibición en España el que fuera la primera vez que una obra de Costa tuviera distribución comercial en nuestro país, un comentario algo extraño viniendo de uno de esos directores que (como el propio Costa o Godard) han abandonado una más o menos confortable (o al menos asentada) posición en la industria para trabajar en condiciones bastante modestas, fuera de parámetros industriales y aprovechando las ventajas de los formatos digitales para disfrutar del verdadero lujo asiático del mundo del cine: el tiempo.

miércoles, 3 de junio de 2015

La pasión abrasadora de la cinefilia

Sobre Vértigo y The searchers se podría decir que no son las mejores películas de sus directores, pero sí que son las mejores de la historia del cine (o por lo menos del cine norteamericano): podemos encontrar filmes (todavía) mejores en la filmografía de Ford y Hitchcock, pero su omnipresente influencia en el cine posterior las convierte retrospectivamente en las obras clave para entender el cine contemporáneo ( lo que no deja de ser curioso teniendo en cuenta lo opuestas que son).

Viene esto al caso porque en la filmoteca han pasado Obsession, película que por el 76 pergeñaron un par de treinteañeros (Brian de Palma en la dirección y Paul Schrader en el guión) y por la que corre desaforada una admiración sin límite ni medida por el director inglés. De entrada, la película parte de la premisa de que el espectador sabe que lo que está viendo es una relectura de Vértigo, lo que permite que éste se identifique con el punto de vista del protagonista, completamente fascinado por la resurrección de su objeto absoluto de deseo, a la vez que su memoria cinéfila le indique que lo que ve es una puesta en escena fraudulenta del fantasma primordial (se puede decir que Obsessión es una película manierista "honesta", que confirma las hipótesis sensatas que cualquier espectador con un mínimo de pedigree elabora sobre el film).

Para nada estamos ante un juego intelectual de referencias para connaiseurs: Brian de Palma pretende poner en escena (y reproducir) la fascinación absoluta que le producen las películas de su maestro: la explosión en la que arde la mujer de Courtland no es sólo el goce que aniquila a la mujer cuando el hombre falla, también es la del espectador enfrentado a una obra sublime que le arrebata; es esa ignición la que se quiere poner en escena...infructuosamente. Finalmente nos encontramos con el viejo/moderno tema en el arte contemporáneo de la imposibilidad de estar a la altura de "los viejos maestros" (Godard).

La sorpresa que nos depara Obsession en su final también es intertextual: acostumbrado a un tránsito durante hora y media por el universo hitchcockiano, el espectador se topa de repente en la última escena con la reedición del encuentro de Ethan Edwards con Debbie, un cambio de rumbo que a mí me dejó deslumbrado pero que, a tenor de los comentarios que se oyeron en la sala cuando se encendieron las luces, sumió a muchos en el desconcierto.