viernes, 19 de febrero de 2016

Dioses y coños

En una reseña de esas escaramuzas de andar por casa con las que el PP llena páginas en La razón me tropiezo con  estos versos que una poeta catalana, Dolors Miquel, leyó en algún acto institucional presidido por el Ayuntamiento de Barcelona (Ada Colau, para entendernos):

Madre nuestra que estás en el celo
santificado sea tu coño

(los versos están escritos en catalán, los he traducido de tal manera que sean lo más parecido al Padrenuestro en castellano, por lo que tal vez se pierda algún matiz del original)

Versos que me dan pie para hablar de la última película de Tarantino, ya que ambos (poema y película) están habitados por idéntica locura, la de la omnipotencia del cuerpo femenino, si bien con matices: mientras que el poema/oración de Dolors participa de ese delirio contemporáneo que sueña con una concepción de la que la figura masculina está radicalmente ausente (siguiendo con el paralelismo con la mitología cristiana, una concepción donde sólo hubiera cuerpo femenino y nada de palabra) la película de Tarantino apunta a ese fantasma que permea toda la historia del cine que es el del cuerpo materno invulnerable: el film es, básicamente, una sucesión de sacrificios humanos necesarios para intentar acabar con esa diosa infernal y excrementicia que, contra toda verosimilitud, amenaza con ser inmortal, una diosa que sólo conoce, por una parte, rituales de humillación, y por otra, la adoración absoluta por parte de un hermano incestuoso-en cualquier caso, una ausencia total de un goce de orden fálico.


martes, 16 de febrero de 2016

Mirbeau décadas después

Aprovechando que Filmin ha estrenado la adaptación que Jacquot presentó en la Berlinale del año pasado del Journal de une femme de chambre me he preparado un programa doble añadiendo la versión de Buñuel (la de Renoir no la tengo a mano), casi equidistante del original literario de Mirbeau y de esta nueva variación, lo que resulta bastante ilustrativo de como cada época lee un texto: si Buñuel se centra en la ausencia radical de deseo y de goce del espacio burgués, derivada hacia múltiples perversiones que van de lo cómico a lo siniestro, Jacquot despliega los mecanismos sórdidos de explotación (no sólo, pero sobre todo) sexual de las clases trabajadoras por parte de una burguesía que así se permitía marcar las diferencias de clase y de status, aunque ambos señalan como la violencia de los conflictos de clase acabó generando en el proletariado una frustración que se dirigió hacia la extrema derecha (en su versión decimonónica antisemita). No conozco la novela de Mirbeau, incluida en ese canon informal de la literatura universal que es la colección de Cátedra Letras universales, aunque viendo lo que el aragonés hizo con Tristana se puede apostar que la de Jacquot es más fiel; si bien resulta sensato preferir la protagonizada por Jeanne Moreau, esta Célestine encarnada por la omnipresente Lea Seydoux no es en absoluto desdeñable, y para nada merece la indiferencia con que se recibió en el certamen berlinés. Anotar que Mirbeau, uno de esos escritores franceses menores (o periféricos) que de vez en cuando son recuperados por pequeñas editoriales españolas (en la órbita de Huysmans, Bloy o Renard), ha visto como Impedimenta publicaba recientemente dos de sus relatos más conocidos (El jardín de los suplicios y Memoria de George el amargado) y no he podido confirmar la edición de Sébastien Roch, una novela autobiográfica condenada en su tiempo al ostracismo por narrar los abusos sexuales a los que el autor fue sometido cuando apenas era un adolescente a su paso por un colegio de jesuitas.

viernes, 12 de febrero de 2016

Donan un sable

Hacia el final de Fort Apache nos encontramos una escena un tanto curiosa: el teniente coronel Thursday (Henry Fonda) ha caído al suelo nada más entrar en el desfiladero donde esperan los apaches y el capitán York (John Wayne), que ha sido apartado de la misión para proteger las carretas de avituallamiento, se acerca para socorrerlo. Y es curiosa porque es una escena imposible: York está demasiado lejos para ver lo que ocurre y Thursday está atrapado bajo el fuego de incontables rifles. Sin embargo, York se acerca sin problemas al no-lugar donde, de repente, pena sus desdichas el arrogante Thursday sin que nadie les amenace, e intenta convencerlo para que se ponga a cubierto. Thursday se niega, le pide el caballo y el sable y vuelve para reunirse con lo que queda de su escuadrón, parapetado tras unas dunas a la espera de que los indios le pasen por encima (sin que tampoco en este caso ninguno de los dos tenga mayores  inconvenientes para recuperar su sitio). Como resulta palmario ningún espectador percibe la inconsistencia de esta intensa escena, que pone fin a uno de los conflictos del film. La razón de ello habrá que buscarla, por tanto, en su eficacia (podríamos decir) simbólico-narrativa: en ese momento Thursday ha caído del caballo y ha quedado aislado del grupo que dirige. Ha sido despojado figurada y literalmente de los rasgos que acreditan su poder, y es consciente del desastre al que le ha conducido su delirio. Su única vía para redimirse es compartir la suerte de sus hombres. Y aquí entran en juego las leyes del relato clásico: Thursday no puede reintegrarse al universo del film así como así, necesita lo que Propp, si no recuerdo mal, llamaba un objeto mágico. Y estructuralmente tan importante como ese objeto es el donante del mismo. Y ahí está la pertinencia de la escena: para que Thursday pueda reunirse con su gente en condiciones de que su acto tenga un sentido el relato debe hacer ese excurso en el que York le hace entrega de su sable, un objeto con una fuerte carga simbólica en la obra de Ford, y con el que su portador está en condiciones de afrontar su futuro en el plano del sentido, ya que a efectos prácticos, para defenderse de los indios, el sable le vale tanto como una escoba: de hecho desaparece en el diálogo que tiene lugar en el círculo en el que casi todos los protagonistas van ser aniquilados segundos después, lo que no quiere decir que esa desaparición sea definitiva: el sable reaparece bajo el retrato de Thursday que preside la penúltima escena, aquella en la que York conversa con los periodistas acerca de la leyenda que se está forjando alrededor de esa batalla, antes de que descubramos que el linaje de Thursday tiene un nuevo miembro, aunque ya con el nombre de O'Rourke.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Una doncella en México

En el tramo final de ese relato de iniciación un tanto descacharrado que es Sicario, cuando llega la hora de la prueba definitiva, nos encontramos con la sorpresa de que el maestro (del horror) abandona a su discípula, que hasta ese momento había articulado el punto de vista de la narración, y la cámara, el texto y el espectador la dejan para seguir el periplo de Benicio del Toro, que se va solo por esos caminos de Dios a matar a todos los mexicanos que se encuentra. Es como si en The searchers, en el ataque final al campamento indio, Ethan le dijera a Martin que se quedase en casa cuidando el potaje, y este le hiciera caso. 

Pero así son las pelis modernas, no se les puede pedir el rigor de los viejos maestros. Como no podía ser de otra manera, una clásica iniciación masculina se le endiña a un personaje femenino, la pobre Emily Blunt, tan frágil perdida entre tanto machote. Como toda doncella fálica que se precie, pronto descubre que para ella no hay encuentro sexual posible, y por si hubiera dudas su mentor se la lleva a Juárez, el paradigmático espacio contemporáneo para la más siniestra experiencia del cuerpo de la mujer. 

Fort Apache

Corren leyendas urbanas acerca de sesudos estudios que mostrarían la ideología fundamentalmente racista de Ford, sobre todo respecto a los indios. Echándole un vistazo a Fort Apache pensaba que tamaña empresa es imposible: los indios comparecen en el film según las necesidades dramáticas del momento y las incongruencias de esas apariciones impiden articular ningún discurso sobre ellos.

Aparecen nada más pisar el teniente coronel Thursday (y su hija) el fuerte al que ha sido destinado: han cortado la línea de telégrafos y la avanzadilla militar en territorio indio está incomunicada. Efectivamente, una de las líneas temáticas del film es la incapacidad de Thursday para comunicarse con sus subordinados, a la par que su pulsión incestuosa impide que su hija entre en el circuito de las relaciones sentimentales, intentando aislarla de la posible contaminación de un contacto con sus inferiores sociales.

La segunda comparecencia de lo indio es bastante fuerte: esa misma hija inicia un flirteo con el oficial más joven de la guarnición, un teniente recién salido de West Point de origen irlandés. En su primera salida juntos, un paseo a caballo fuera de la empalizada, se topan con los cuerpos despellejados de unos soldados atacados por los indios. Evidentemente, esos cuerpos en carne viva poco dicen sobre rituales guerreros; anotan el trauma del encuentro sexual que aguarda a los virginales protagonistas, en estos instantes todavía en la fase del enamoramiento: el shock que esos cuerpos desmembrados les produce es el del choque con la diferencia sexual que los habita.

Toda esta violencia pulsional asociada a lo indio desaparece cuando nos acercamos al desenlace: según el espectador se acerca al territorio del Otro de la mano del capitán Kirby y su ayudante los apaches emergen como una comunidad asediada, y en una magnífica inversión (cuyo desarrollo más elaborado se llevaría a cabo en The searchers) el lugar de ese Otro aniquilador que amenaza con destruir los lazos sociales pasa a estar ocupado por la propia caballería.