En el tramo final de ese relato de iniciación un tanto descacharrado que es Sicario, cuando llega la hora de la prueba definitiva, nos encontramos con la sorpresa de que el maestro (del horror) abandona a su discípula, que hasta ese momento había articulado el punto de vista de la narración, y la cámara, el texto y el espectador la dejan para seguir el periplo de Benicio del Toro, que se va solo por esos caminos de Dios a matar a todos los mexicanos que se encuentra. Es como si en The searchers, en el ataque final al campamento indio, Ethan le dijera a Martin que se quedase en casa cuidando el potaje, y este le hiciera caso.
Pero así son las pelis modernas, no se les puede pedir el rigor de los viejos maestros. Como no podía ser de otra manera, una clásica iniciación masculina se le endiña a un personaje femenino, la pobre Emily Blunt, tan frágil perdida entre tanto machote. Como toda doncella fálica que se precie, pronto descubre que para ella no hay encuentro sexual posible, y por si hubiera dudas su mentor se la lleva a Juárez, el paradigmático espacio contemporáneo para la más siniestra experiencia del cuerpo de la mujer.
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