viernes, 9 de diciembre de 2016

De fracasos sin grandeza

Hay algo extravagantemente hipnótico en un fracaso tan absoluto como el que representa Jack Reacher, película que un tal McQuarrie, algo así como un guionista de cámara de ese peculiar actor que es Tom Cruise, ha pergeñado a medida de la estrella, que se ve que ha intervenido hasta tal punto en el proyecto que resulta embarazoso de contemplar en pantalla la infantilizada proyección de como le gustaría que el público le viera.

No tengo ni idea de como es el personaje en las tropecientas novelas que Lee Child ha escrito con él de protagonista (y que para mi sorpresa he descubierto que están publicadas en español), pero en el film Jack Reacher es un frankenstein en el que se juntan pedazos de personajes clásicos (Sherlock Holmes, sobre todo) con todos los residuos de la mitología (en el sentido barthesiano) de la cultura popular norteamericana, el cowboy solitario, el justiciero nómada, el (coñazo del) loser, Rambo, Bourne, el propio papel que interpreta Cruise en esa franquicia en eterna decadencia que es Misión imposible... La suma de todo eso es una muestra de la absoluta impotencia del cine norteamericano contemporáneo para crear un personaje, quiero decir un personaje de talla mítica, un Ethan Edwards, para entendernos. El único que queda es Clint Eastwood, al que ya la crítica europea empieza a darle la espalda por dedicarse a hacer obras maestras tan antipáticas como El francotirador, película que desde aquí aconsejamos fervientemente a McQ y a Cruise que se abstengan de ver si no quieren verse abocados a una depresión insuperable.

Sobre el verdadero antagonismo

La vida del cinéfilo está llena de sorpresas, sobre todo en la juventud. Luego uno se vuelve un sabiondo y es difícil pillarle en un renuncio, pero todavía puede pasar (pasarme a mí, por ejemplo) que uno se ponga a ver La academia de las musas, del sinsustancia de Guerín, y que le encante. Tampoco es como si Iñárritu se descolgara con una película soportable, algo metafísicamente imposible, pero es una agradable sorpresa que te alegra el día. La academia de las musas redime a uno de los personajes más vilipendiados de la contemporaneidad: el profesor que se acuesta con sus alumnas. Es más, da la impresión de que se acuesta con todas. Para más inri, prácticamente se nos cuenta que la academia de marras se ha montado para que las alumnas se puedan llevar al profesor a la cama y así maduren en su evolución intelectual. Lo mejor es que el profesor carismático no está interpretado por George Clooney o Colin Firth, que es en quien piensan los directores de casting cuando hay que interpretar a un profesor ligón. La verdad es que parece un campesino sanote y fortachón. Si tiene tanto éxito es sólo por el eros de la palabra masculina, un tema completamente tabú en los textos de hoy en día.

El caso es que (como no podía ser menos) el profesor tiene una abnegada mujer a la que no le hace mucha gracia las costumbres pedagógicas de su hombre, y que tiene una escena final sublime (la que cierra el film) en la que se las tiene tiesas con la última amante del protagonista, y en la que las cuchilladas van y vienen con tal profusión que las dos interlocutoras acaban absorbidas por su antagonismo y acaban dejando de lado el objeto que lo había originado. Así que cuando terminé me vi la obra definitiva sobre ese tema (el enfrentamiento entre dos mujeres que acaban tan absorbidas por su odio que acaban olvidando (ellas y el espectador) el motivo que lo originó): Johnny Guitar, donde el odio visceral que Emma profesa a Vienna parece venir simplemente de que el aguachirle de Dancin'Kid le hacía caso antes de que apareciera la Crawford por el pueblo (por llamarlo de alguna manera). Para cuando el film comienza ambas se han dado cuenta de que el chico no vale ni de alfombrilla y han descubierto que si los hombres como objeto de deseo tienen siempre fecha de caducidad el antagonismo femenino no sólo es eterno sino que permite un crescendo emocional infinito. De hecho, el goce que Emma manifiesta ante el incendio del local/cuerpo de Vienna no lo va a conocer en la vida retozando con ninguno de los mindundis a los que mangonea como quiere. 

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Neomesianismo

Dentro del enloquecido panorama de la exhibición cinematográfica madrileña este fin de semana nos encontramos con que La Casa Encendida proyectaba Midnight Special, la peli de Jeff Nichols que no ha vendido una escoba en ninguna parte, tal vez porque la Warner no sabía muy bien que hacer con este cruce de los evangelios con la infancia de un x-man que parece rodada por el Shyamalan de finales de los 90. Midnight Special es poco creíble por dos razones: una es que hay un niño que (por causas ignotas) pertenece a otra civilización (más o menos extraterrestre) y a su madre (y a su padre, que no parece mosqueado porque le haya salido un hijo así) no se le ocurre otra cosa que devolverlo al mundo al que pertenece (conviene recordar que en los evangelios la madre de Jesús no para de perseguirlo para que vuelva a casa y se deje de gilipolleces, con gran cabreo del hijo de dios, que acaba bastante harto de ella y a la que dedica palabras que a cualquiera nos hubieran valido un sinfín de sopapos). La otra es que se supone que esta civilización superior es la pera limonera, pero cuando se materializa parece diseñada por Calatrava, lo que hace que uno dude un poco del éxtasis que provoca en los que tienen algún atisbo de ella. Midnight Special no está mal, pero viene a marcar el límite de lo que uno puede hacer con estas sandeces.

Un actor entre nosotros

Albert Serra coloca a Jean-Pierre Léaud en el centro de la imagen para que no nos demos cuenta de que el actor que ha colado en su película cargándose de un plumazo el número del club de la comedia que lleva paseando una década es Patrick d'Assumçao, memorable y sublime en El desconocido del lago como el buda gordinflón que acaba trágicamente y el verdadero sostén narrativo de esta acorazada película de Serra, otra decepción cannoise, una especie de porcelana perfecta que (como decía Nabokov -injustamente, a mi parecer- de Mansfield Park) está muy bien...si te interesan las porcelanas. Lo que no quita para que se vea más que bien y que sea un escándalo que en Madrid sólo se vaya a poder ver en cinco o seis pases en el Círculo de Bellas Artes, cuyas proyecciones no son tampoco como para caerse de espaldas (aunque más suerte ha tenido que Out One, que se ha pasado de un tirón casi clandestinamente en Móstoles el pasado fin de semana, con gran afluencia de sillones vacíos). 

jueves, 24 de noviembre de 2016

De monarchia

Coincidiendo con el sorprendente descubrimiento de que el regreso de los Borbones al trono de España no fue fruto de un levantamiento popular sino de una chapucera conspiración de salón que nos la metió con calzador me he visto varias películas sobre la monarquía, centradas todas (más o menos) en la sucesión: al principio de la peli hay un rey y al final hay otro, de lo que colijo que lo único que mola y da para un conflicto es ese momento (esto sirve también para España: el año en que Juan Carlos abdicó mogollón de amigos comentaban que Felipe no se comía el turrón en la zarzuela, y ahora ya todo el mundo anda pensando en Leonor en el trono, para lo que probablemente falten décadas).

En Othon, en Antígona y en Lancelot du Lac hay mujeres de por medio y son ellas las que acaban cargándose el reinado, si bien la culpa es de los hombres, que nunca acaban de estar a la altura. Luis XIV se muere en la cama, y aunque llama a Madame de Maintenon en realidad las mujeres desaparecen de cuadro al principio, que a lo mejor ese es el problema, uno saca a las mujeres de la habitación y mete médicos y curas y ya se puede dar por muerto. Como La muerte de Luis XIV es una película histórica sabemos que la descomposición de la monarquía francesa apenas tardó un poco más que la del cuerpo del súper monarca. Frozen, por el contrario, nos habla de un sucesión complicada pero exitosa. La razón es obvia: la heredera al trono es completamente ajena al goce fálico, y comparece como diosa omnipotente; ingenuos comparsas masculinos piensan que podrán hacer mella en ella con sus ridículos falos. 

martes, 25 de octubre de 2016

La poesía antes de Auswitch

A estas alturas convendría volver a recordar que el famoso aforismo de Adorno sobre la poesía y Auschwitz fue proferido "en caliente", por así decir, y data del 46, con la guerra recién terminada, con lo que no tiene mucho sentido seguir esgrimiéndola cuando la mayoría de los poetas actuales han nacido después de guerra mundial y no vivieron el shock en directo, de la misma manera que es poco probable que hoy nadie se plantee problemas teológicos porque en 1755 hubiera un terremoto en Lisboa.

Pero esta entrada se ocupa de alguien que sí abandonó (en cierto modo) la poesía antes incluso de que Auschwitz fuera creado, aunque ya se vislumbrara en el horizonte; me refiero a Chaplin, que ideó una parodia de El triunfo de la voluntad y acabó haciendo desaparecer a su personaje para para asumir la palabra prácticamente en primera persona en uno de los discursos más famosos de la historia del cine, el que cierra El gran dictador. Conviene volver a las grandes películas de vez en cuando porque hay cosas que se olvidan y otras que se pasan por alto. Yo no recordaba que el film se cierra no con un plano de Chaplin, ni siquiera con uno de las masas que lo escuchan, sino con el rostro de Paulette Goddard iluminado por el sol y por las palabras que acaba de recibir. Evidentemente el director inscribe en el texto la reacción (que espera) de los espectadores al escuchar la soflama democrática, pero al margen (o por encima) de esa función empática nos encontramos con uno de los mejores primeros planos femeninos que se hayan visto en una pantalla.

Tal vez Chaplin se encontraba ya mayor para la pantomima. Para mi gusto la mejor secuencia cómica es la que transcurre en la mesa a la que están sentados el grupo de judíos protagonista, delante de un bizcocho en el que se esconde una moneda que designará al "voluntario" que se inmolará para volar el palacio del dictador. El tempo y el montaje es magistral, aunque me sorprende la audacia que supone que la secuencia se articule como una referencia jocosa a la última cena, tanto del relato evangélico como de sus referentes pictóricos.

jueves, 20 de octubre de 2016

Lo que nadie ha dicho nunca de las películas de Straub y Huillet, o un comentario donde no se va a utilizar el término "radical" por primera vez en la historia de las exégesis de la obra de la famosa pareja

Las de Huillet y Straub son las mejores películas de la historia del cine para aprender idiomas.

Dedicado a Sergio Sánchez, mon semblable, mon frère

miércoles, 19 de octubre de 2016

Que se perturben ellos...

Los azares de la cinefilia ecléctica que aquí nos gastamos me ha llevado a ver Elle y Passion (una película de Brian de Palma del 2012 con fotografía de Alcaine que no me suena que se estrenara en España) prácticamente el mismo día. Como todo el mundo sabe la peli de Verhoeven ha sido consensuadamente aclamada desde su pase en Cannes este año y twitter está lleno de ditirambos en los que se elogia su carácter perturbador, subversivo y transgresor, y como en un twitter no caben más que los ya míticos 140 caracteres no hace falta explicar qué subvierte ni qué transgrede, aunque lo que queda claro es que los que se perturban y escandalizan son siempre los otros; y como casi nadie recordará cuento aquí que la de Brian de Palma tuvo también una consensuada acogida, pero negativa, tras su pase en Venecia. Vistas las dos en programa doble, me han parecido un poco lo mismo, aunque en Passion hay bastante más pitorreo con el material narrativo (bueno, a todos los niveles, porque la McAdams tiene pinta de habérselo pasado como los indios y a Alcaine le han debido de dejar que se soltara la melena todo lo que le viniera en gana); tal vez el aire de familia venga de que cuentan con el mismo productor, Saïd Ben Saïd, al que en el mundillo cinematográfico gabacho consideran casi un superhombre por haber colocado este año un par de films en la sección importante de Cannes (Elle y Aquiarius), proeza que según los cannelólogos sólo está al alcance de los elegidos por los dioses.  

martes, 18 de octubre de 2016

S/H ON WORK

Dentro de la espectacular oferta cinematográfica que nos depara este octubre a los que vivimos en el centro del imperio, idónea para hacerse un curriculum envidiable para codearse en los círculos más exclusivos de la cinefilia pija (Straub & Huillet y sus discípulos Farocki y Pedro Costa, más Jacques Becker para relajarse) se ocultan dos modestos documentos-homenaje que muestran a la pareja de titanes currando: "Jean-Marie Straub y Danièlle Huillet ruedan una película a partir del América de Franz Kafka", de Farocki, y "¿Dónde yace vuestra sonrisa escondida?", de Pedro Costa. Los dos son muy divertidos (bueno, sólo si te interesa la pareja de directores) y complementarios, ya que Farocki testimonia la exhaustiva labor de preparación que se llevaba a cabo con los actores (y que a ratos uno tiene la impresión que linda con la locura) y una jornada de rodaje (Straub pertenece al linaje -como el propio Costa- de los directores que repiten una toma hasta la extenuación) de la estupenda (aunque yo creo que sólo comprensible si has leído la novela) adaptación de la obra de Kafka.
 No sé si porque Costa conocía este documental, o porque cuando le encargaron el proyecto era lo que estaban haciendo, el portugués nos muestra a Straub y a Huillet delante de una moviola montando Sicilia!; en las cerca de dos horas que dura el documental Jean-Marie y Danièlle consiguen ponerse de acuerdo en el fotograma de corte de un par de planos, con él paseándose como un galán histriónico y ella fija en la silla sin apenas moverse (en el de Farocki la cosa era parecida). La impresión que uno saca es que esta mujer era una santa de paciencia infinita, aunque nunca se sabe con estas cosas... 

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Dos hombres y una mujer

The horse soldiers (1959) está situada justo en el centro del arco temporal que va de The searchers (1956) a El hombre que mató a Liberty Valance (1962), y aunque está lejos de gozar del prestigio de estas dos últimas, a día de hoy los dos filmes fordianos que más alto aparecen en los top 100, dispone de una tan refinada como selecta corte de admiradores (yo mismo, Straub...) que la consideran equiparable a las obras mayores de la etapa de madurez de su director. Si las pongo juntas es porque las tres trazan un periplo sentimental parecido, en el que una mujer está enamorada de un hombre pero acaba casándose con otro, y tan fascinantes resultan los parecidos como las variaciones. 

Si en The searchers contemplamos, por así decir, las cenizas de la antigua pasión y tenemos que deducir las razones por las que Martha acabó casándose con Aaron en vez de con su hermano Ethan, de quién está tan descaradamente enamorada, las otros dos películas muestran el proceso por el que John Marlowe y, sobre todo, Tom Doniphon (todos ellos interpretados por un descomunal John Wayne) se quedan sin su objeto de deseo, una mujer que como marido acaba eligiendo a partenaires más integrados socialmente (un médico, un abogado, un granjero -si bien en The searchers el papel que interpretan William Holden y James Stewart se reparte entre Aaron y el marshal predicador), aunque tanto Kendall como Stoddard tienen una vertiente heroica, y no es la menor el que acepten casarse con una mujer en calidad de pálido reflejo del verdadero deseo de ésta, de alguna manera una variación sobre el mito cristiano de San José.

Y es que (retomemos The searchers) una de las características del héroe fordiano es una peculiar inhabitabilidad del espacio que transita: de ahí que Martha Edwards acabe aniquilada (como Sémele) cuando Ethan regresa y ella le dé paso a su casa/cuerpo/espacio interior. Las posteriores heroínas fordianas parecieron aprender la lección. También es cierto que la pobre Hannah Hunter no tuvo oportunidad de elegir: lo más que consigue es que su caballero andante le quite el pañuelo que lleva en la cabeza en uno de los mejores primeros planos de la historia del cine, en el que su inmovilidad transmite el deseo de que continúe desvistiéndola y su mirada la tristeza de saber que eso no ocurrirá nunca. Cuando él se aleja y vuela el puente que hay entre ellos Hannah se protege del sol poniéndose la mano sobre los ojos para verlo mejor, repitiendo el gesto de Martha al comienzo de The searchers, en este caso cuando Ethan se aproxima, una de esas rimas que puntean la obra fordiana y que a sus admiradores nos dejan en éxtasis. La película se cierra con ella y Kendall entrando en la cabaña donde han quedado los heridos, y su historia en común sería ampliada en El hombre que mató a Liberty Valance,    

lunes, 26 de septiembre de 2016

Del antagonismo como una de las bellas artes

Sería hermoso poder decir que leemos los tomos del Salón de pasos perdidos para disfrutar de las brillantes y bucólicas descripciones que Trapiello hace del paisaje extremeño cuando pasa las vacaciones en un terreno que tiene cerca de Trujillo. Pero a quién vamos a engañar: los highlights de esa potencialmente infinita novela en marcha son dos: las hilarantes descripciones que hace de algunos actos sociales del mundillo literario, saraos como conferencias, entregas de premios o cenas con escritores, y los despellejamientos que hace de sus enemigos, frecuentemente escondidos tras una transparente X que los lectores de las bibliotecas se han dedicado a identificar. Trapiello mantiene fobias asentadas (Javier Marías -al que llama de vez en cuando el pijo volatinero- probablemente por encima de todas -con la excepción tal vez de Sánchez-Ostiz-, Goytisolo, Valente & Tapies, Ginferrer) a los que dedica páginas en todos los volúmenes, mientras que a los críticos (Echevarría, Bértolo, Conte) los suele despachar en una entrega y a otra cosa mariposa. A veces le coge cariño a algún antagonismo de nuevo cuño y lo incorpora a la nómina de damnificados, y eso ha ocurrido con Vila-Matas, con el que coincidió en un viaje a México y para qué queremos más. He aquí un fragmento del último volumen publicado, Seré duda, que corresponde a 2005:

   En el campo las cosas acaban teniendo mucha más gracia, hasta el periódico resulta más cómico. Hoy, domingo, en la contra de El País, venía una entrevista con don Preferiría No Hacerlo, el hombre acaso más activo en eso que se llama con seriedad "mi carrera", o sea, "la carrera". Destacan una de las frases que sin duda consideran de una gran hondura: "Yo soy optimista, pero sin duda las cosas siempre acaban mal". Con frases así rellena luego unos frascos de frascaseína, que vende como elixir de la modernidad a todos los pijos yupis de por ahí, que se lo toman para hacer la digestión del caviar gauche que es en ellos el pan de cada día.

Aquí la entrevista de marras...

sábado, 24 de septiembre de 2016

Tiburón, o el shock de la escena primaria

Estas últimas semanas me he estado viendo películas norteamericanas de los años 70, una década para mí desconocida, ya que apenas era un niño entonces, y en los 80, cuando comencé mi carrera cinéfila, me convertí en un snob (cosa que, afortunadamente, no he dejado de ser) que se negaba a ver nada que no fuera rarísimo. Por primera vez me he visto El exorcista, Marathon man, The driver, Carrie, Gloria (bueno, esta es que no me acordaba de nada) y Tiburón. Aparte de un pesimismo casi metafísico que parece impregnar todo lo hecho en esa época, resulta curiosa la extraña postración ante lo que se podría llamar (tics del) cine europeo: se ve que el cine norteamericano andaba tan en crisis como su sociedad y se dedicaba a copiar las ocurrencias de sus primos del otro lado del charco, con mención honorífica para Walter Hill, cuyos actores van permanentemente con tal cara de palo que a su lado los de Bresson parecen que están de fiesta continua.

Tiburón es otra cosa. De entrada ya Spielberg dejó claro su lado puritano: al margen de que es obvio que nunca pisó una playa con unos colegas hippies, el celebérrimo comienzo de Jaws muestra lo que opinaba sobre el libertinaje sexual, si bien siempre se podrá discutir si la joven es devorada por mor de su desenvoltura erótica o por culpa de la torpeza de su partenaire masculino.

Lo siguiente que salta a la vista es que el director no estaba casado en esa época, ya que ese matrimonio con niño parece más una ensoñación idealizada de un joven que creció en un hogar monoparental (léase madre separada) que la puesta en escena de una vivencia personal (por poner un ejemplo de otra película vista recientemente: La semilla del diablo es la obra de alguien que sabe lo que es el matrimonio, aunque sólo sea por la sordidez -que parece de primera mano- que transmiten algunas de las escenas de pareja). Ese niño asiste a una escena que le provoca un enorme impacto: ve como la enorme boca de un tiburón se zampa a un bañista que está a pocos metros de él, en la laguna interior de la playa de la isla donde transcurre el film. Spielberg dedica una larga secuencia a mostrar el trauma provocado por esta visión, secuencia que introduce un cambio argumental en la película, ya que es a partir de ese momento, y a demanda expresa de la madre, cuando el padre parte en compañía de los otros dos protagonistas masculinos a cazar al monstruo en la parte más Moby Dick de Tiburón, parte que vamos a dejar de lado para centrarnos en la secuencia citada. El hecho de que transcurra en una laguna interior, podríamos decir maternal (aguas tranquilas y protectoras, ausencia de peligro, ninguna amenaza de lo real exterior) nos da la pista de lo que el niño ve: una escena primaria en la que la delicada imago materna deviene un monstruo (de goce) devorador, una vagina dentata enorme que aniquila de un bocado a la figura paterna. 

jueves, 22 de septiembre de 2016

La filosofía o la vida

Dos de las películas que más me han gustado de las estrenadas en nuestro país en los últimos meses tienen como protagonistas a profesores de filosofía, es más, a profesores de filosofía...parisinos. 

Lucas Belvaux, que es belga, apenas puede disimular la tirria (por lo que sé, compartida por toda la Europa francófona) que le tiene a los parisinos en general, y al protagonista de Pas son genre en particular, que incluso parece que podría ser redimido de su parisinidad por su maravillosa partenaire Émilie Dequenne/Jennifer (uno de los grandes personajes femeninos de los últimos años), pero ya se sabe que los hombres fallan inevitablemente en el cine contemporáneo, y más si son franceses, y más si además son de París, y si le dan a la filosofía ya ni te cuento.

L'avenir es otra cosa, y para empezar se nota que Mia Hansen-Love ha respirado el mismo aire que sus protagonistas, una pareja de profesores de filosofía que llevan a cuestas 25 años de matrimonio, detalle este biográficamente importante para el que esto escribe porque yo también llevo 25 años casado y puedo dar fe del éxito a la hora de poner en escena una relación de tantos años, y esto es todo lo que cuento del argumento, que la peli se estrena mañana y es probable que alguno de los diez o doce lectores de esta entrada no haya visto la película, y celebrar que su directora haya podido desarrollar una carrera continuada (35 años-5 películas) que ha girado, en cierta manera, sobre el carácter epigonal de la cultura de nuestro tiempo, encarnado en personajes de alguna manera periféricos a la creación: profesores, DJ, productores de cine...


martes, 6 de septiembre de 2016

Nostalgia de la carne

Resulta curioso descubrir cómo el cine va anticipando la realidad. Viendo Depredador (Predator, 1987), probablemente una de las últims películas de aventuras interesantes que nos ha dado el cine americano (y ya va para los 30 años...) me di cuenta de que los Estados Unidos ya daban por ganada su guerra con Rusia (por aquel entonces Unión Soviética): el descubrimiento y asalto de la base guerrillera tutelada por asesores rusos ya no daba apenas ni para un corto, y para vender un antagonista a la altura del poderío norteamericano al gran público había que traerlo del espacio exterior, un sitio muy socorrido porque puedes adjudicarle las características que te dé la gana (si hay algún lector joven de este blog le cuento que por aquellos tiempos Reagan sufragaba a manos llenas a los integristas islámicos en Afganistán, así que los árabes radicalizados no habían entrado todavía en el imaginario colectivo como los malos para todo).

Para los chavales de hoy, Depredador debe de entrar en el mismo saco que Beau geste o Las cuatro plumas, narrativa de abueletes de la época del Imperio: los americanos mandan drones vacíos a hacer los trabajos sucios, las versiones actuales de Dutch/Swarzennegger tienen menos chicha y más tecnología (Tom Cruise, Matt Damon, ellos ya también en declive), los Bourne, Bond, Hunt se mueven en entornos urbanos del mundo entero, Stallone fracasa estrepitosamente al intentar reintroducir la fisicidad (geriátrica) con su serie de Los mercenarios, la jungla ha sido abandonada por el cine mainstream y ha sido colonizada definitivamente por el cine "de autor": Lisandro Alonso,
Apichatpong...

Irónicamente, un remake actual creíble sólo sería posible "desde el otro lado": hoy día son los rusos y, sobre todo, los iraníes los que tienen comandos operando en zona de guerra y combatiendo a grupos armados asesorados en muchos casos por militares norteamericanos.


miércoles, 17 de agosto de 2016

El cinéfilo en verano: el blog abraza la modernidad

Hace unos días me senté al ordenador (¿ante el ordenador?¿frente al ordenador?) y fui invadido por una experiencia que a los escritores de antaño causaba pavor, pero que a los modernos llena de entusiasmo, o al menos eso parece, viendo como un número considerable ha hecho fortuna llenando páginas y más páginas acerca de la imposibilidad de escribir, el bloqueo creativo, el infierno de la página/pantalla en blanco, esas cosas... 

Pues ahí estaba yo, exultante ante la impotencia que sufría a la hora de enhebrar un triste párrafo sobre...¡El exorcista! Lo curioso es que la peli reúne prácticamente todos los temas de los que escribo una y otra vez, padres ausentas, madres (medio) locas, hijas psicóticas, pulsiones desatadas, palabras simbólicas agotadas, nostalgia y choteo del relato clásico... Pues nada, por fin la inspiración me había visitado y me encontraba en un callejón teórico sin salida, enaltecido ante mi bloqueo creativo, sin duda la marca de los elegidos. 

La verdad es que al principio tomé el camino cobarde y mediocre de no escribir nada, ya que nada se me ocurría, pero luego pensé que quién era yo para enmendar la plana a tanto predecesor célebre, si bien lamento defraudar las expectativas que sin duda he levantado con este breve introducción, ya que la cosa se va a quedar en estos tres párrafos, cuando probablemente mis fieles lectores hubieran deseado, que sé yo, dos mil páginas sobre la (fascinante) imposibilidad de escribir una entrada sobre la niña del exorcista. 

martes, 7 de junio de 2016

Vidas (polacas) paralelas

Cuando Jerzy Skolimowski presentó hace unos años en Cannes la muy interesante Cuatro noches con Anna no se cansó de repetir que llevaba 17 años sin hacer cine debido (entre otras cosas) a que su última película había sido una infamia ignominiosa o una ignominia infame en la que no se reconocía en absoluto, ¿y qué es lo que había hecho el bueno de Jerzy 17 años atrás? Pues la adaptación de Ferdydurke, que probablemente sea la novela polaca más famosa del siglo XX, aunque yo creo que a día de hoy son los Diarios lo que más se lee de Gombrowicz. No conozco a nadie que haya visto esta peli, así que poco puedo decir de las razones de su director para tamaño odio. Skolimowski haría después Essential killing, un remake de un Rambo (en realidad, de Acorralado) al que le hubieran suprimido los diálogos, y el mes que viene proyectan su último trabajo, 11 minut (que para los que no sepan polaco quiere decir 11 minutos), en la Filmoteca española, la misma sala que ha conocido la primera proyección madrileña de Cosmos, última película realizada por Zulawski antes de morir. Zulawski llevaba 15 años sin rodar, desde que hiciera La infidelidad, y decidió retomar su carrera donde Skolimowski la había dejado, adaptando al más argentino de los escritores polacos. Desconozco si el director de Lo importante es amar estaba contento con su adaptación, en la que elige un registro muy arriesgado, el de la excentricidad, para trasponer el tema eterno de Gombrowicz, la imposibilidad tanto de articular un sentido en la realidad como de habitar en esa ausencia, por lo que sus personajes, que andan inmersos en fregados históricos de considerable importancia como la ocupación alemana, se dedican a prestar atención a las chorradas más insignificantes, alérgicos como son a las grandes palabras. Tampoco sé si el realizador polaco era consciente del tiempo que le quedaba de vida, pero como testamento Cosmos es una obra bastante desconcertante, si bien lo mismo se podría decir como obra literaria de madurez. Según me cuentan en su pase en el festival de las Palmas fue recibida de uñas, pero del cine Doré todos salimos muy contentos, probablemente porque se necesita mucha energía para mantenerse sin desfallecimientos en ese grotesque tan excéntrico.   

martes, 24 de mayo de 2016

Top Ten Cannes 2016

La conspiración que me ha impedido acudir a Cannes este año me ha permitido seguir el certamen desde la lejanía, lo que va a hacer posible realizar un balance más extenso y completo de lo que era habitual, al no estar constreñido por las películas que había visto: como diría un sabio taoísta, al no haber visto ninguna puedes hablar de todas. Aquí va lo más molón de este Cannes:

1- Francia tiene paletos geniales
En España queremos sacar campesinos y nos sale El olivo, que parece el director´s cut del anuncio de Casa Tarradellas. Francia tiene a Guiraudie y a Dumont. Por lo leído, resulta evidente que ningún crítico madrileño se tomó la molestia de pasarse por la filmo a ver el ciclo de tapadillo que le dedicaron al director de El desconocido del lago. Los que nos lo pasamos pipa estamos deseando ver Rester vertical. Ma loute va en el pack.

2- El imperio (heteropatriarcal) contraataca
De un par de años a esta parte sólo dos pelis se han acercado con grandeza al tema del matrimonio: Love is strange y E agora? Lembra me. El matrimonio heterosexual parecía desterrado a las TV movies, pero Cannes programó el mismo día Loving y Paterson, un programa doble que explora el lado heroico y sublime (respectivamente) que puede tener el compromiso matrimonial. A los franceses no acabó de convencerles (esclavos como son los pobres de la perversión, merecido castigo por haber dado cancha al cretino de Lacan), pero la crítica internacional levitó.

3- Rumanos y gitanos, primos hermanos
Los periodistas patrios se tomaron como una afrenta personal que el festival programara dos pelis rumanas en la sección a competición. Para vengarse, comentaron al unísono que Sieranevada ya la había hecho Berlanga mucho mejor. De Mungiu, alguien dijo a la salida del cine que como 4 meses... ninguna, y todos decidieron copiar el comentario para ahorrarse trabajo.

4- Padres e hijas
Si las madres son omnipresentes en el cine contemporáneo (ahí tenemos a Dolan, que no habla de otra cosa) los padres han retornado a la alfombra roja por todo lo grande: todo el mundo se hacía eco del éxito de Toni Erdmann, una peli de un padre que va al rescate de su hija. Por descontado, este "deseo de padre" sólo es perdonado (y ensalzado) si viene de una mujer. Graduation, de Mungiu, también tiene sus fans, pero menos.

5- El cine siempre necesitará chicas guapas
Igual luego son malas, pero uno no puede dejar de percibir cierto puritanismo progre en la inquina con la que han sido recibidas algunas películas en cuyo centro se encontraban guapísimas actrices,  para más inri filmadas en todo su esplendor: ya sólo por ver a sus protas me voy a acercar a ver Personal shopper, The neon demon, y hasta American honey.

6- El cine español lo peta
Había cuatro españoles por Cannes, y todos han pillado. Timecode se ha llevado el premio al mejor corto de la sección oficial, y eso que desde el principio se consideró el mejor corto de la sección oficial. Lo de Mimosas tiene todavía más mérito, porque hay consenso universal de que era la mejor peli de la Semana de la Crítica, y va y le dan el premio a la mejor peli de la semana de la crítica. El pobre Serrra se va hundido de tantas alabanzas que se ha llevado La muerte de Luis XIV, que la mitad de los críticos han considerado lo mejor visto en el certamen; en una de estas hasta Boyero lo elogia. Almodóvar ha tenido la suerte de no estar en el palmarés el año en que se ha consensuado que recibir un premio es una afrenta porque las buenas de verdad se han quedado fuera.

7- La familia for ever
Si las parejas en crisis ya sólo se llevan en Irán (aunque Farhadi haya pillado cacho en la gala de clausura) la familia es incombustible. Ahí tenemos Sieranevada y a Dolan, que ya ha instituido y perfeccionado su histriónica manera de agradecer los inevitables premios que sobre él derraman. Para estupor de propios y extraños, los críticos españoles se han quejado de que la familia del canadiense gritaba mucho. Se ve que todos se han criado entre cartujos.

8- El presente es mujer
Una de las hipótesis estrellas de este blog, la de que ya sólo hay relatos para los personajes femeninos, vuelve a demostrarse en esta edición de Cannes: Aquarius, Elle, Victoria, Personal shopper, Ma' Rose...si la polémica sobre las pocas directoras que presentan sus trabajos en el festival está en los media es porque se trata de un debate intrascendente. De mucho más calado es la reflexión de por qué han desaparecido los trayectos narrativos para los sujetos masculinos.

9- Viejos
En el top five hay que situar Le cancre, que el renacidamente prolífico Paul Vecchiali ha presentado en alguna sección rara. Hay algo fascinante en la pulsión creativa que les entra a algunos directores cuando pasan de los 70. Aunque sólo sea por eso merecerá la pena echarle un vistazo a lo que han hecho Bellochio, Schrader, Allen o Loach...   

10- Siempre nos quedará Asia
Si el año pasado a mí me encantó Jia Zhangke y al resto del universo Hou Hsiao Hsien, este año Park Chan-wook y Brillante Mendoza han tenido bastantes menos palmeros. Nos quedamos con lo último de Rithy Pahn y (para que no se nos acuse de exquisitos) de Na Hong-jin, sin olvidarnos de Nadav Lapid (en este blog Israel está en Asia). E incluimos aquí La tortuga roja, el anime francés de Ghibli.

sábado, 21 de mayo de 2016

Sarandon & Deneuve

Aunque mis compañeros de mesa tienen la idea de que no veo nada por debajo de Bresson o Dreyer, cual epígono intelectual de Schrader, la verdad es que soy bastante más omnívoro que casi todos los cinéfilos que conozco. Esta introducción es para comentar un nuevo género que he descubierto recientemente y que bautizaría (porque dudo que nadie le haya puesto nombre) como cine trash de buen gusto, y donde metería cosas como Zombis nazis, Bone tomahawk o Zombeavers, películas supuestamente gamberras de factura técnica tan impecable como insípida (Bone tomahawk además con ínfulas autorales, se ve que su director era el primero de la clase de su escuela de cine). No hace falta decir que cualquier Lucio Fulci molaba mucho más.

Y entramos en harina (teórica). Susan Sarandon (señora que a muchos amigos cae muy bien, no sé por qué) ha pasado por Cannes comentando varias cosas, entre ellas alguna corrección sobre su personaje que hizo desde su sabiduría y experiencia a un novato  Tony Scott en El ansia, un gore esteticista de la primera mitad de los 80, y que me he vuelto a ver gracias a Filmin. La verdad es que en su día no me gustó, pero vista hoy ha ganado puntos: ver en la ducha a  Deneuve y a Bowie juntos impacta, aunque resulte obvio que los planos de cuerpos pertenecen a dobles. También molan más ahora después de haber visto como Von Triers copia/homenajea la secuencia en el comienzo de Antichrist(o). Descubro que Tony Scott había visto Arrebato. Descubro que a Tony Scott le gustaba el giallo. Descubro que la Deneuve ha hecho un montón de películas rarísimas y que nunca se le ha reconocido, que si la gran dama del cine francés y cuando miras su filmografía siempre anda enredada con marcianos, el último Vecchiali. Descubro que Bowie anticipó su deterioro físico de una manera que, vista hoy, da un plus de potencia a la película. Que Tony Scott utilizó los filtros azules de una manera insufrible desde el principio. Que no hay vampiros pobres, aunque aquí tengan que vivir en el museo Cerralbo. Y que el principal hándicap del film (que anticipa el insoportable lesbian chic que nos invade) es que nadie se puede creer que ninguna vampira, aún después de milenios de convivencia, prefiera a la pavisosa progre de la Sarandon antes que a Bowie aunque tenga insomnio. 

viernes, 20 de mayo de 2016

El hombre sin atributos (ficcionales)

Hoy estrenan (al menos en Madrid) La venganza de una mujer y Más allá de las montañas, para mi gusto dos de las mejores películas que podremos ver este año y que muestran la buena salud de ese género que tan versátil se está mostrando en nuestros tiempos que es el melodrama. Las dos giran en torno a una mujer, en referencia tanto al personaje central de la trama como al cuerpo (y la voz) de la actriz que la encarna (característica esta que comparte con mis películas favoritas de este año, Mia Madre, Julieta y Cemetery of splendeur). En el caso de la sublime película de Rita Acevedo la narración nos muestra a una mujer cuya entrada en campo, tanto su discurso como su presencia física, abate al personaje masculino que parecía llamado a articular el relato, condenándole al silencio y a los márgenes de la puesta en escena. 

Si bien los medios se llenan de noticias sobre la falta de mujeres en la dirección o la discriminación salarial en Hollywood (con involuntariamente hilarantes piezas en los informativos en las que se nos informa de que Robin Wright ha conseguido igualar su salario con Kevin Spacey en House of cards) el motivo de reflexión debería ser el por qué de esta ausencia de relatos para personajes masculinos: de lo que he visto este año de cine reciente podría destacar El francotirador, que es principalmente una relectura de El sargento York que certifica la desaparición en nuestra contemporaneidad de la vía heroica.

jueves, 19 de mayo de 2016

De Godard a Apichatpong

El otro día me vi el fragmento de Histoire(s) du cinéma en el que salía Serge Daney diciendo cosas bastante interesantes (como casi siempre) mientras era interrumpido de vez en cuando por Godard farfullando banalidades incoherentes (también como casi siempre). Ya he comentado alguna vez el eterno desconcierto que me produce el arrobamiento con que suelen ser recibidas las palabras del director suizo, que en la mayoría de los casos no pasan de boutades sin sentido aptas, eso sí, para las exégesis más enrevesadas (afortunadamente, para sus muy hermosas películas tira a mansalva de citas ajenas). No deja de ser curioso que se recuerde menos una de sus confesiones más sinceras, cuando se definía a sí mismo como un director menor.

Entre sus aforismos más famosos se encuentra el que profiere en Notre musique acerca de la creación del estado de Israel y la entrada de los judíos en la ficción y de los palestinos en el documental, y al que se le pueden dar muchas vueltas, pero que aquí vamos a cruzar con el comienzo de Mysterious objet at noon, primer largometraje de A. Weerasethakul que ahora anda dando vueltas por España de la mano de Capricci, cuando la cámara, tras un largo paseo por alguna ciudad tailandesa, se detiene en un puesto ambulante y le pide a la joven que lo atiende que cuente una historia. La chica narra un momento realmente dramático de su vida, cuando prácticamente fue vendida por sus padres, que eran pobres, a un familiar. El interlocutor la interrumpe para decirle que eso está bien, pero que lo que ellos quieren es una historia de ficción, y así nuestra entrevistada se convierte en la primera narradora de la marcianada (en varios sentidos) que se irá desarrollando a lo largo de este film que ya tiene su pequeño culto.

Y esta escena fundacional se puede considerar una especie de manifiesto estético por el que el director reclama el derecho para (lo que solía llamarse) el tercer mundo a entrar en la ficción y no ser simplemente objeto de documental, esto es, sufrir la condena de no poder hacer otra cosa que articular una enumeración de penalidades e injusticias, como les pasa a los palestinos, eternas víctimas hoy algo preteridas por desgracias más mediáticas.  

martes, 26 de abril de 2016

Todos los franceses (blancos) son buenos

Acaba de estrenarse una película francesa aquí titulada Los recuerdos y cuya mejor baza publicitaria, a juicio de su distribuidora (Filmax), es el nombre de su coguionista (y autor del libro en el que está basado), David Foenkinos, que debe de ser como una marca de fábrica. Foenkinos escribió La delicadeza, novela y guión, y creo que la dirigió también, aunque esto del rodaje le debió de parecer un rollo y le ha dejado para su nueva obra esa trabajosa tarea a un colega (en concreto, Jean-Paul Rouve), que se ve que aguantar actores no es cosa de gente bien. De este filón francés tan exportable de peli feel good o buen rollito sólo había visto Intocable, cuya eficacia narrativa era tan primaria que a uno le daba vergüencilla terminársela. Esta es parecida, lo que traducido a la refinada terminología que nos gastamos en este blog quiere decir que cualquier atisbo de conflicto social debido a diferencias de clase o de status (o de género o de etnia) es subsumido en un potaje narrativo en el que los pequeños desajustes que sufren sus encantadores personajes son finalmente resueltos gracias a la heroica asunción de las pequeñas virtudes burguesas. Por poner un ejemplo colateral que no spoilea en exceso la peli, aquí uno de los protas comparte piso con un árabe que persigue tan infatigable como inútilmente francesitas que se lo quitan de encima con un golpe de pestañas, un contrapunto cómico que barre debajo de la alfombra todo el imaginario occidental acerca de la amenaza sexual que los otros (negros, moros, japoneses) representan para nuestras mujeres. 

domingo, 24 de abril de 2016

Una tarde con Olmos

Alberto Olmos fue finalista del Herralde con 23 años en la década prodigiosa de la literatura veinteañera, la última del siglo XX. Por razones que desconozco publicó sus siguientes libros en Lengua de trapo, editorial que siempre confundo con Caballo de Troya. Por el camino empezó a publicar un exitoso blog de literatura, Lector malherido, cuyo tono destroyer ha causado furor y devastación en la red. Tras su meritoriaje ha publicado sus dos últimas novelas en ese cajón de sastre que es Random House. El viernes pasado vino a la biblioteca de mi barrio por eso del día del libro, y gracias a ello pude sentirme partícipe de uno de esos desternillantes actos que pueblan los diarios de Trapiello. Éramos menos de 20 personas en la sala, de los que calculo que no más de cinco habíamos leído algo del escritor segoviano, que escuchó impetérrito como se establecía entre el público un diálogo demencial en el que se recomendaba leer El Quijote en los resúmenes para niños o en su adaptición a dibujos animados. Ayer hacía un comentario en su blog no sobre la conferencia sino sobre el barrio donde tuvo lugar, que descrito por él podría ser Mogadisco. Hoy he terminado de leer El talento de los demás, una especie de ejercicio brillante de alumno aventajado. En la solapa aparecen 27 títulos de la colección Nueva Biblioteca, de los que sólo he leído este. Samuel Solleiro, Cristina Cerrada, Milagros Frías, Alberto Ávila ¿qué se hizo de ellos?(y así, dos docenas de nombres tragados por el tiempo y el olvido).

domingo, 10 de abril de 2016

Primeros días de abril

Esta semana se ha estrenado La invitación, de la que se pueden destacar tres cosas: ganó el premio gordo del pasado festival de Sitges, está dirigida por una mujer (Karyn Kusama) y la distribuyen Good Films y La Aventura Audiovisual, dos distribuidoras que suelen estrenar al alimón (imagino que para compartir gastos) las pelis que ponen bien en Cahiers du cinema y que luego nadie se acerca a ver a las salas (para el mes que viene anuncian la de Hong Sangsoo que ha aparecido en los top ten más cool del 2015). Si en un listado de lo mejor del año estrenado en España la mitad no son suyas, podemos decir que el listado no merece la pena.
Como mis compañeros de comedor se meten conmigo por lo poco solidario que soy con los problemas de las mujeres cineastas y sus dificultades para haver películas, decidí darme un paseo por la filmografía de Kusama, un tanto exigua: AEon Flux y Jennifer's body, para que se vea que me tomo en serio las diferencias de género en esto del cine (cuando arguyo que soy el que más películas de Naomi Kawase o Claire Denis, o Ida Lupino ha visto de todos los comensales, me contestan que eso entra dentro del cine raro que me gusta sólo a mí: que mujeres cineastas son Icíar Bollaín y la Coixet-así no vamos a ningún lado-). AEon Flux es Charlize Theron vestida de Musidora. Todo lo demás es morralla. Tiene a su favor que vemos a la Theron con el pijama más espectacular de la historia del cine, si bien es inverosímil que ninguna mujer se vaya a la cama con eso (sobre todo sola, como es el caso), aunque si hablamos de una peli en que la heroína asalta una fortaleza de noche con la ropa más blanca que se haya visto nunca, está dicho todo. La excusa narrativa para sacar con ropa ajustada a Charlize era incomprensible, así que antes de la hora abandoné el film a su suerte. 
Jennifer's body es como Déjame entrar, pero en divertido. No entiendo como es que esta peli no es más conocida, ya que tiene uno de esos gestos transgresores por los que tanto se pirran los intelectuales europeos de izquierdas, y es que el film se pitorrea de esa institución tan norteamericana que es el duelo. La prota es la fea de esa ancestral pareja de amigas en la que una es la reina de la fiesta y la otra hace de esclava de sus caprichos. La buenorra es Megan Fox, y la Kusama le saca mucho partido; el lado feminista se nota en el cachondeo con que trata el tema de la vagina dentata. La historia conecta con ese género tan norteamericano de la psicosis adolescente asociado a la experiencia sexual, no es tan buena como It follows, pero se ve bien.
También le he echado un vistazo a dos pelis de Paul Thomas Anderson del principio de su carrera. A PT Anderson empecé a seguirlo con Punch drunk love, y aunque estoy rodeado de fanáticos de Magnolia no la había visto hasta este finde. Me ha parecido bastante inferior a sus dos últimas películas, aunque me la he visto entera, sus tres horas, cosa que no ha ocurrido con Boogie nights que abandoné a la hora. Deberían prohibir los planos secuencia "espectaculares", en plan código Hays de la técnica. Cuanto daño ha hecho el plano de Sed de mal. Voy a empezar una campaña elogiando a Robert Wise por trocearle aquel plano de El cuarto mandamiento por el que tanto lloriqueaba el pesao de Welles, miembro de esa estirpe de pelmazos que no saben terminar una obra, y que tanto mola a los críticos, que siempre le echan la culpa a los productores (Eisenstein, Welles, Erice...).
También me he visto La mujer del cuadro, que hacía décadas que no veía. Ahora tengo la edad del protagonista, y es aterrador verle decir las mismas cosas que digo yo cuando me pasa lo mismo que a él, esto es, me quedo de Rodríguez. La peli es una especie de digest para norteamericanos del Edipo freudiano: A Edward G. Robinson se le aparece el objeto absoluto de sus fantasías y para acceder a él se carga a su dueño (aquí lo de dueño es literal), lo que inicia un proceso de culpa y convoca la aparición de la Ley (el super yo) y la obscenidad (el ello en forma de chantajista). Tiene detalles de genio, como ese rasguño que se hace el héroe y que le infecta la mano derecha, lo que le impide saludar con propiedad a todos los representantes de la ley que se va encontrando, un tema este que tendría mucho futuro en el cine posterior (sólo hay que ver todo el partido que le ha sacado Cronenberg).
Hablando de Cronenberg me he vuelto a ver Maps to the stars, que no ha visto casi nadie, tal vez porque es un remake de All about Eve absolutamente arrasado por la locura y el malrrollismo más extremo.
Para acabar esta entrada, comunico al mundo que a mí me ha gustado bastante Julieta, aunque la noticia sea que Kiki le está dando sopas con hondas en la taquilla. A rey muerto, rey puesto.

martes, 15 de marzo de 2016

WCP

Uno de esos grandes acontecimientos cinematográficos que suelen pasar desapercibidos en Madrid tuvo lugar el mes pasado en la filmoteca, donde en el marco de un ciclo dedicado al cine filipino, además de varios films de Mike de Leon, se proyectó la copia restaurada de Insiang, segunda película de Lino Brocka que pone de punta en blanco el World Cinema Project scorsesiano, y segunda película del director filipino que veo, así que poco puedo decir de él. Insiang (que me pareció tan buena como Manila in the claws of light) tiene un punto de partida griffithiano, un hermosísimo cuerpo femenino convertido en centro de variadas tensiones sociales, familiares y sexuales. 

Más repercusión ha tenido el estreno por la sucursal española de Capricci de Sayat-Nova, también restaurada por el WCP, bastante publicitado (bueno, dentro de lo que se puede publicitar el reestreno de una peli de Paradjanov) con el mantra de que se ha recuperado el montaje del director, al parecer masacrado por la censura soviética, aunque cuando se lee la letra pequeña tras el slogan se descubre que lo que pasó es que a un director ruso le pidieron la tarea imposible de conseguir que se entendiera algo de lo rodado por el director georgiano, sin ánimo de ser irreverente. En cualquier caso el bueno de Paradjanov se tiró un montón de años antes de que pudiera rodar otra obra, la también bastante hermosa y bastante marciana La leyenda de Suram. 

viernes, 19 de febrero de 2016

Dioses y coños

En una reseña de esas escaramuzas de andar por casa con las que el PP llena páginas en La razón me tropiezo con  estos versos que una poeta catalana, Dolors Miquel, leyó en algún acto institucional presidido por el Ayuntamiento de Barcelona (Ada Colau, para entendernos):

Madre nuestra que estás en el celo
santificado sea tu coño

(los versos están escritos en catalán, los he traducido de tal manera que sean lo más parecido al Padrenuestro en castellano, por lo que tal vez se pierda algún matiz del original)

Versos que me dan pie para hablar de la última película de Tarantino, ya que ambos (poema y película) están habitados por idéntica locura, la de la omnipotencia del cuerpo femenino, si bien con matices: mientras que el poema/oración de Dolors participa de ese delirio contemporáneo que sueña con una concepción de la que la figura masculina está radicalmente ausente (siguiendo con el paralelismo con la mitología cristiana, una concepción donde sólo hubiera cuerpo femenino y nada de palabra) la película de Tarantino apunta a ese fantasma que permea toda la historia del cine que es el del cuerpo materno invulnerable: el film es, básicamente, una sucesión de sacrificios humanos necesarios para intentar acabar con esa diosa infernal y excrementicia que, contra toda verosimilitud, amenaza con ser inmortal, una diosa que sólo conoce, por una parte, rituales de humillación, y por otra, la adoración absoluta por parte de un hermano incestuoso-en cualquier caso, una ausencia total de un goce de orden fálico.


martes, 16 de febrero de 2016

Mirbeau décadas después

Aprovechando que Filmin ha estrenado la adaptación que Jacquot presentó en la Berlinale del año pasado del Journal de une femme de chambre me he preparado un programa doble añadiendo la versión de Buñuel (la de Renoir no la tengo a mano), casi equidistante del original literario de Mirbeau y de esta nueva variación, lo que resulta bastante ilustrativo de como cada época lee un texto: si Buñuel se centra en la ausencia radical de deseo y de goce del espacio burgués, derivada hacia múltiples perversiones que van de lo cómico a lo siniestro, Jacquot despliega los mecanismos sórdidos de explotación (no sólo, pero sobre todo) sexual de las clases trabajadoras por parte de una burguesía que así se permitía marcar las diferencias de clase y de status, aunque ambos señalan como la violencia de los conflictos de clase acabó generando en el proletariado una frustración que se dirigió hacia la extrema derecha (en su versión decimonónica antisemita). No conozco la novela de Mirbeau, incluida en ese canon informal de la literatura universal que es la colección de Cátedra Letras universales, aunque viendo lo que el aragonés hizo con Tristana se puede apostar que la de Jacquot es más fiel; si bien resulta sensato preferir la protagonizada por Jeanne Moreau, esta Célestine encarnada por la omnipresente Lea Seydoux no es en absoluto desdeñable, y para nada merece la indiferencia con que se recibió en el certamen berlinés. Anotar que Mirbeau, uno de esos escritores franceses menores (o periféricos) que de vez en cuando son recuperados por pequeñas editoriales españolas (en la órbita de Huysmans, Bloy o Renard), ha visto como Impedimenta publicaba recientemente dos de sus relatos más conocidos (El jardín de los suplicios y Memoria de George el amargado) y no he podido confirmar la edición de Sébastien Roch, una novela autobiográfica condenada en su tiempo al ostracismo por narrar los abusos sexuales a los que el autor fue sometido cuando apenas era un adolescente a su paso por un colegio de jesuitas.

viernes, 12 de febrero de 2016

Donan un sable

Hacia el final de Fort Apache nos encontramos una escena un tanto curiosa: el teniente coronel Thursday (Henry Fonda) ha caído al suelo nada más entrar en el desfiladero donde esperan los apaches y el capitán York (John Wayne), que ha sido apartado de la misión para proteger las carretas de avituallamiento, se acerca para socorrerlo. Y es curiosa porque es una escena imposible: York está demasiado lejos para ver lo que ocurre y Thursday está atrapado bajo el fuego de incontables rifles. Sin embargo, York se acerca sin problemas al no-lugar donde, de repente, pena sus desdichas el arrogante Thursday sin que nadie les amenace, e intenta convencerlo para que se ponga a cubierto. Thursday se niega, le pide el caballo y el sable y vuelve para reunirse con lo que queda de su escuadrón, parapetado tras unas dunas a la espera de que los indios le pasen por encima (sin que tampoco en este caso ninguno de los dos tenga mayores  inconvenientes para recuperar su sitio). Como resulta palmario ningún espectador percibe la inconsistencia de esta intensa escena, que pone fin a uno de los conflictos del film. La razón de ello habrá que buscarla, por tanto, en su eficacia (podríamos decir) simbólico-narrativa: en ese momento Thursday ha caído del caballo y ha quedado aislado del grupo que dirige. Ha sido despojado figurada y literalmente de los rasgos que acreditan su poder, y es consciente del desastre al que le ha conducido su delirio. Su única vía para redimirse es compartir la suerte de sus hombres. Y aquí entran en juego las leyes del relato clásico: Thursday no puede reintegrarse al universo del film así como así, necesita lo que Propp, si no recuerdo mal, llamaba un objeto mágico. Y estructuralmente tan importante como ese objeto es el donante del mismo. Y ahí está la pertinencia de la escena: para que Thursday pueda reunirse con su gente en condiciones de que su acto tenga un sentido el relato debe hacer ese excurso en el que York le hace entrega de su sable, un objeto con una fuerte carga simbólica en la obra de Ford, y con el que su portador está en condiciones de afrontar su futuro en el plano del sentido, ya que a efectos prácticos, para defenderse de los indios, el sable le vale tanto como una escoba: de hecho desaparece en el diálogo que tiene lugar en el círculo en el que casi todos los protagonistas van ser aniquilados segundos después, lo que no quiere decir que esa desaparición sea definitiva: el sable reaparece bajo el retrato de Thursday que preside la penúltima escena, aquella en la que York conversa con los periodistas acerca de la leyenda que se está forjando alrededor de esa batalla, antes de que descubramos que el linaje de Thursday tiene un nuevo miembro, aunque ya con el nombre de O'Rourke.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Una doncella en México

En el tramo final de ese relato de iniciación un tanto descacharrado que es Sicario, cuando llega la hora de la prueba definitiva, nos encontramos con la sorpresa de que el maestro (del horror) abandona a su discípula, que hasta ese momento había articulado el punto de vista de la narración, y la cámara, el texto y el espectador la dejan para seguir el periplo de Benicio del Toro, que se va solo por esos caminos de Dios a matar a todos los mexicanos que se encuentra. Es como si en The searchers, en el ataque final al campamento indio, Ethan le dijera a Martin que se quedase en casa cuidando el potaje, y este le hiciera caso. 

Pero así son las pelis modernas, no se les puede pedir el rigor de los viejos maestros. Como no podía ser de otra manera, una clásica iniciación masculina se le endiña a un personaje femenino, la pobre Emily Blunt, tan frágil perdida entre tanto machote. Como toda doncella fálica que se precie, pronto descubre que para ella no hay encuentro sexual posible, y por si hubiera dudas su mentor se la lleva a Juárez, el paradigmático espacio contemporáneo para la más siniestra experiencia del cuerpo de la mujer. 

Fort Apache

Corren leyendas urbanas acerca de sesudos estudios que mostrarían la ideología fundamentalmente racista de Ford, sobre todo respecto a los indios. Echándole un vistazo a Fort Apache pensaba que tamaña empresa es imposible: los indios comparecen en el film según las necesidades dramáticas del momento y las incongruencias de esas apariciones impiden articular ningún discurso sobre ellos.

Aparecen nada más pisar el teniente coronel Thursday (y su hija) el fuerte al que ha sido destinado: han cortado la línea de telégrafos y la avanzadilla militar en territorio indio está incomunicada. Efectivamente, una de las líneas temáticas del film es la incapacidad de Thursday para comunicarse con sus subordinados, a la par que su pulsión incestuosa impide que su hija entre en el circuito de las relaciones sentimentales, intentando aislarla de la posible contaminación de un contacto con sus inferiores sociales.

La segunda comparecencia de lo indio es bastante fuerte: esa misma hija inicia un flirteo con el oficial más joven de la guarnición, un teniente recién salido de West Point de origen irlandés. En su primera salida juntos, un paseo a caballo fuera de la empalizada, se topan con los cuerpos despellejados de unos soldados atacados por los indios. Evidentemente, esos cuerpos en carne viva poco dicen sobre rituales guerreros; anotan el trauma del encuentro sexual que aguarda a los virginales protagonistas, en estos instantes todavía en la fase del enamoramiento: el shock que esos cuerpos desmembrados les produce es el del choque con la diferencia sexual que los habita.

Toda esta violencia pulsional asociada a lo indio desaparece cuando nos acercamos al desenlace: según el espectador se acerca al territorio del Otro de la mano del capitán Kirby y su ayudante los apaches emergen como una comunidad asediada, y en una magnífica inversión (cuyo desarrollo más elaborado se llevaría a cabo en The searchers) el lugar de ese Otro aniquilador que amenaza con destruir los lazos sociales pasa a estar ocupado por la propia caballería.    

martes, 12 de enero de 2016

La pesadilla de Griffith

   Las confusas noticias que nos han llegado de los incidentes que ocurrieron en Nochevieja en la ciudad alemana de Colonia vuelven a sacar a la superficie una pesadilla recurrente de Occidente: Ellos (los negros, los árabes) quieren violar a nuestras mujeres, pesadilla que con enorme intensidad plasmó Griffith en El nacimiento de una nación, ganándose imperecedera fama de racista; curiosamente nadie ha reparado (hasta donde yo sé) en como los relatos que se han recibido de Alemania participan del mismo molde.

   Como es sabido, en las películas que protagonizara Lilian Gish esta es asediada por todo tipo de hombres: negros, blancos, franceses, irlandeses, aristócratas, mendigos... En la que es probablemente su mejor obra, o la que más me gusta de las que he visto, Broken blossoms, es el padre el que viola sistemáticamente a su hija. Pero hoy toca hablar de Way Down East, realizada un año después. Ésta comienza con unas sorprendentes palabras en las que se habla de la poligamia innata del hombre, contrapuesta a la pureza femenina, y hasta manifiesta el deseo de que su película consiga que la desgracia que el egoísmo masculino trae a la mujer desaparezca (o, al menos, se atempere). Estas palabras ponen sobre la pantalla la obsesión de Griffith: todo el mal del mundo viene de que los (inevitable y ontológicamente) malvados hombres quieren follarse a las mujeres, especialmente a las que encarnan los más altos ideales de pureza e ingenuidad. Que con estos mimbres propios del folletín más inmundo Griffith pergeñara absolutas obras maestras de un intensidad casi insoportable es de esos misterios tal vez inefables del arte, pero que aquí podemos intentar desentrañar.

   Si hablo de pesadilla es porque en el film se inscribe así: cuando el malvado Lennox monta un simulacro de boda con la (comprensible, aunque infame) intención de cepillarse a la muy virginal, ingenua y arrebatadoramente hermosa Anna Moore, un corte nos muestra a Barlett (el héroe que encarna todas las virtudes que los hombres tienen que tener para que la felicidad reine en la tierra, básicamente pasar por la vicaría antes de entrar en el lecho femenino) sufriendo un mal sueño. Resulta muy curioso que este inserto se sitúe en medio de la falsa boda que sella la caída de Anna, y no en la noche de bodas que consuma el crimen, como si el horror fuera la inversión demoníaca del buen ritual. Pero lo más desconcertante del film, y su apuesta más arriesgada, es que en la elipsis del encuentro sexual, en el tiempo narrativo que va del largo prólogo (largo porque el director parece fascinado con lo que allí se cuece y se diría que se niega a abandonar esa escena que le tiene atrapado y horrorizado) en la habitación del hotel con cama matrimonial al fondo en que se recogen Lennox y Anna para pasar su noche nupcial, y el momento en que Anna regresa a casa de su madre la mañana siguiente, Griffith introduce una escena algo chocarrera en la que presenta una variación grotesca de la historia de amor "sublime" de Way Down East (la de Barlett y Anna), que es el cortejo ridículo al que un personaje algo payaso somete a la vieja cotilla del pueblo, acompañado de una extraña historia del robo de unos pocos sellos en la oficina de correos que sirve para mostrarnos al sheriff como un representante de la Ley absolutamente patético.

   El film todavía nos mostrará otra variación cómica del noviazgo, lo que obliga al director a dar alguna función narrativa a sus protagonistas sin que la cosa vaya a ningún lado (esa Kate a la que le tira los tejos el profesor que caza mariposas y sobre la que pone los ojos el malvadísimo Lennox para nada, porque es una línea argumental que no despega nunca). Particularmente creo que esas líneas cómicas paralelas son bastante fallidas, pero plantean la pregunta de por qué Griffith se vio obligado a desarrollarlas, no tanto por presiones externas como por cierta necesidad interna. Una respuesta es que la pasión con la que estaba absorbido por el relato era tanta que necesitaba esas variaciones tontorronas para poder lidiar con el relato (algo parecido a lo que hacía que en Atenas tras la trilogía trágica se interpretara una comedia).

   Para finalizar, un spoiler. La película termina con el famoso salvamento en el hielo (bueno, termina con la boda simultánea de las tres parejas, la boda "verdadera"), supuesto ejemplo de esa mecánica de la tensión de la que Griffith sería el primer y aplicado calígrafo según esas aburridas historias del cine en que se cuenta que nuestro director inventó el plano contraplano y chorradas así. Esa secuencia lo que ejemplifica es la diferencia entre un director de cine y un obrero que ensambla trozos para alargar mecánicamente la resolución de un más que previsible clímax. Aquí la desacostumbrada longitud de la escena va creando un extraño ambiente en el que parece emerger el verdadero fantasma de su autor: ver muerta a su heroína. Los (hermosísmos) planos de una desmayada Lilian Gish a punto de ser tragada por las aguas se repiten sin más razón que la innegable fascinación que producen en Griffith (innegable porque la misma reacción provocan en el espectador). Se diría que su deseo más oculto es verla así, congelada, hasta el punto de que uno siente la tentación que debió acometerle de aniquilar a sus criaturas.  

viernes, 8 de enero de 2016

El placer del texto

   Recuerdo que en alguna entrevista Bertolucci decía que Le plaisir era su película favorita (o algo así), pero que nunca había podido terminar de verla porque siempre que empezaba le invadía una emoción tan intensa que tenía que abandonarla.
   
   Daney no era tan sentimental: en Perseverancias habla de la antipatía que siente por Jean Gabin, que sólo le gusta en algunas pelis, de las que cita El placer; y la verdad es que ha sido esta referencia de pasada la que ha hecho que vuelva a ver este film de Ophuls basado en tres cuentos de Maupassant, escritor al que yo creo que nadie lee en nuestros días.

   Y no estaría mal echarle un vistazo a estos cuentos, siquiera fuera por confirmar que es imposible que estén a la altura de su genial adaptación cinematográfica, un festín de cine absoluto. Si bien se podrían poner bastantes ejemplos de la excelencia del film, me voy a quedar con un pequeño detalle de la puesta en escena que Ophuls lleva a un grado de perfección insuperable, y es la manera en la que los planos acompañan a los protagonistas o a algún secundario unos pocos segundos de más cuando la acción o la información ya se ha agotado: esos pasos de Gabin cuando ya se ha despedido de las "pupilas" que su hermana a llevado a la primera comunión de su hija, esa bailarina a la que la cámara sigue unos instantes cuando el drama ya se ha trasladado a otra habitación en el primer relato o ese movimiento entre cuadros que parece buscar un hilo para continuar la historia que cierra el film, como si se señalara que siempre hay un vértigo de posibles vidas que también merecerían ser contadas.

martes, 5 de enero de 2016

Ley y hogar

   Por aquellos días (hace unos meses) me vi El puente de los espías y la primera temporada de Fargo, y me entraron ganas de volver a ver la peli, y la vi: mal hecho. Todo eso de que hoy en día el cine más brillante se hace en la televisión es una chorrada: Fargo, the film, es mucho mejor que la serie, con todos esos realizadorcillos empeñados cada uno en meter sus planitos brillantes, y con esa historia alargadísima para sacar a Billy Bob Thorton matando gente de manera inverosímil.

   Pero no íbamos a hablar de eso aquí, porque este es un blog serio y sesudo que sólo habla de temas importantes (así que si queréis saber si soy de aquellos a los que les ha gustado más la primera hora de la peli de Spielberg o prefieren la segunda -parece ser que no hay nadie a quien le haya gustado el puente entero- lo digo ya: la primera, obviamente). Empecemos por la manera en que el hogar americano aparece en el film de Spielberg, como un remanso de paz y el territorio del descanso del guerrero, con esa mujer que recibe a su marido tan arreglada que hasta se pone un collar de perlas. Todo lo contrario que en Fargo (peli y serie), donde el hogar es el horror, foco infecto de infelicidad. Se ve que Spielberg no ha dejado meter mano a los Coen en esa parte del guión, que ha copiado de Capra.

   La parte que me gusta, como decía, es la primera, en la que Tom Hanks hace de joven Lincoln (el fordiano) trasvasado a los 50 del pasado siglo. Si bien hay quien acusa a El puente de los espías de propaganda (tal vez por recordar que los saltos del Muro se hacían siempre en la misma dirección) en el film norteamericanos y soviéticos están en posición especular: ambos sacrifican las leyes a la razón de estado, y si Spielberg vuelca la razón del lado de los suyos, es por razones hannaarendtianas: la Ley todavía opera, o puede operar, o podría operar, o al menos no te fusilan inmediatamente (aunque te puedan linchar) si aspiras a que se cumpla en EEUU, mientras que en la URSS, como en el Tercer Reich, no había ley alguna que frenara la pulsión aniquiladora del poder.