lunes, 17 de junio de 2013

El (futuro) Conrad del castellano



El Cervantes organiza un concurso de cuentos entre todos los estudiantes de todos sus centros que está ya en su fase final: los tres finalistas están colgados en la página web y, una vez pinchados todos (lo que indica que te los has leído), se te abre una pestaña para que puedas votar. Los tres cuentos son de palos muy diferentes, así que es fácil elegir según los gustos de cada cual (hay que darse prisa, el plazo termina este sábado)

viernes, 14 de junio de 2013

Diarios solitarios



Un tedio que incluye la anticipación de más tedio todavía: la pena de sentir mañana pena por haber sentido pena hoy -grandes marañas sin utilidad ni verdad, grandes marañas...



Pienso que mi experiencia actual no es nada, y que mi experiencia pasada lo es todo. Ninguna experiencia que pueda tener hoy es comparable a la experiencia de mi niñez. Y no sólo es esto cierto, sino que, hasta donde puedo recordar, he referido siempre mis experiencias, de modo inconsciente, a un estado de existencia previo. Mi vida era éxtasis. En la juventud, antes de que perdiera mis sentidos, recuerdo que estaba vivo y habitaba mi cuerpo con satisfacción inexplicable; tanto su cansancio como su frescura me eran dulces. Recuerdo como me asombraba. Buscaba en los libros experiencias parecidas y, es extraño decirlo, no encontraba ninguna. Incluso con toda la ciencia del mundo, ¿es posible decir cuándo y cómo entra la luz en el alma?

domingo, 9 de junio de 2013

Campanas y sexo



Hay en Dogville tantas inversiones especulares respecto a El hombre tranquilo que la cosa no puede ser casual. En ambas películas un extraño llega a una comunidad rural, pero mientras que en el film de Ford es un hombre que regresa a su pueblo natal arrastrado por la voz materna, en el de Von Triers es una mujer la que aterriza en un poblacho desconocido huyendo del castigo del padre. Si en Innisfree hay dos sacerdotes (uno católico y otro anglicano), en Dogville andan a la espera de que alguna autoridad eclesiástica venga a hacerse cargo de una iglesia todavía por construir, por no hablar de los abundantes figuras patriarcales que pueblan el universo fordiano y que en el danés se convierten en piltrafa. En cualquier caso la experiencia de los dos forasteros viene a ser la misma, la del encuentro con el sexo, si bien la trayectoria será (también) diametralmente opuesta. Sean Thorton participa de la tarea del héroe clásico: deberá vencer al dragón (en este caso, el hermano de Mary Kate Danaher) para demostrar que está capacitado para afrontar lo Real del cuerpo femenino. Grace tiene bastante más mala suerte, porque su pretendiente resulta ser un aspirante a escritor, y ya se sabe que las figuras de escritores y cineastas en el cine contemporáneo corresponden a cantamañanas absolutos que suelen dejar a las mujeres al borde de la locura o inmersas en la psicosis más arrasadora. Aquí Tom Edison no sólo es incapaz de escribir una frase articulada sino que no puede evitar que todo el pueblo utilice a Grace como esclava sexual (incluido su padre).



En este contexto aparecen las campanas en ambos filmes. Como es sabido, las campanas servían para marcar en las comunidades tradicionales lo que podríamos llamar el tiempo sagrado. En El hombre tranquilo se oyen en el momento en que comienza el noviazgo "oficial" de Sean y Mary Kate a la vista de todo el pueblo, se diría que tocadas por el mismo texto, ya que toda la población parece estar concentrada en la puerta de la casa de la novia. En Dogville asistimos a una brutal (y sin embargo irrisoria) inversión de esta función: allí los niños tocan la campana cuando algún hombre se acerca a la cabaña de Grace para violarla. Sin ningún rito mediador, la campana anuncia directamente a la comunidad el encuentro sexual, devenido siniestro estupro. Excluida del goce fálico mediado simbólicamente, a Grace le queda la típica salida de las heroínas contemporáneas: pasar el rato dividida entre su papel de víctima humillada y el de diosa aniquiladora.

sábado, 8 de junio de 2013

La obra maestra desconocida



En algunas listas muy cool apareció La morte rouge como una de las mejores películas de la pasada década. Para el muy improbable caso de que algún lector de este blog la desconozca, aclararé que La morte rouge es un mediometraje de Erice fruto de un encargo del CCCB y La casa encendida enmarcado en el proyecto Correspondencias (los mini-dvs que Kiarostami y Erice se enviaron durante unos años, si es que han dejado de hacerlo) en el que el director español habla de su encuentro fundacional con una pantalla de cine, que fue en el Kursaal donostiarra el día que se proyectaba La garra escarlata, una especie de tv movie con Sherlock Holmes y el Dr. Watson de protagonistas, de cuando todavía no existía la televisión (no hace falta decir que una de esas listas era la mía, que siempre mola citar pelis que sabes que casi a nadie ha visto, porque hasta que se editó hace un par de años en dvd La morte rouge sólo había sido accesible para los que se habían acercado a ver la citada exposición).



Tengo la impresión de que a Erice le ofrecieron realizar uno de los fragmentos de Chacun son cinema y que rehusó por lo que fuera (que no le dieran dos años para rodar, que tuviera que durar sólo cinco minutos), pero que la idea germinó en los casi 40 minutos hipnóticos que dura este (así subtitulado) soliloquio en el que  desgrana el descubrimiento de la muerte y de la radical otreidad del mundo de los adultos que se le aperecieron como una revelación en una sala de cine. La morte rouge funciona también como un genial prólogo (o comentario) a El espíritu de la colmena en el que se desarrollan las razones biográficas que le llevan a asociar la imagen cinematográfica con un signo de marcado sesgo siniestro que representa la pérdida del paraíso encarnada en la irrupción de la violencia y la muerte.



El dvd incluye el corto Alumbramiento, la aportación de Erice al largometraje colectivo Ten minutes older, pero desgraciadamente no se les ha ocurrido añadir La garra escarlata (en su lugar hay una larga entrevista que podrían haber añadido en un folleto), que para mi sorpresa y alegría sí está en Filmin. Llena de efectos expresionistas de ilumiación, no es de extrañar que pusiera los pelos de punta a un niño de cinco años que iba por primera vez al cine, pero para un adulto lo que llama la atención es que la solución del enigma resulta evidente para quién conozca un relato de Chesterton que tiene por culpable a un ... (bueno, no lo voy a contar), pero es que ese relato aparece en mitad de la película citado ... ¡por Watson! (¡Lector de Chesterton!) que acaba señalando al asesino real, aunque él no lo sepa. Resulta curioso el status que ya tenía Sherlock Holmes en los años cuarenta: amo absoluto de la ficción, en todos los espacios en que se mueve es obedecido sin rechistar, mientras que hace uso de teléfonos y cualquier aparato sin que se tome la molestia de pedir permiso, como si fuera consciente de que el ámbito ficción era su reino. 

miércoles, 5 de junio de 2013

The imposter



"There are two sides of every lie". Esta es la frase promocional de The imposter, un documental que mezcla realidad y ficción (o mejor dicho, que utiliza la realidad como amalgama de una historia de ficción) para construir un excepcional thriller de intriga.

La historia comienza con la desaparición de Nicholas Barclay, un niño de Texas de 13 años. Tres años y medio después se reciben noticias asombrosas sobre el caso: el niño ha sido hallado a miles de kilómetros, en España, y dice que ha sobrevivido a un calvario de secuestro y torturas.
Su familia está encantada de tenerlo de vuelta a pesar de lo extraño de la situación. Aunque le aceptan, las dudas de personas ajenas a la familia comienzan a rodear a la persona que dice ser Nicholas. ¿Cómo es posible que el hijo rubio y de ojos azules de los Barclay haya vuelto con la piel y los ojos más oscuros? ¿Cómo pueden haber cambiado de una forma tan profunda su personalidad y hasta su acento? ¿Por qué la familia no parece notar unas diferencias tan manifiestas? Y si este chico no es el niño desaparecido de los Barclay... ¿quién es? ¿Y qué le pasó en realidad a Nicholas?

El director Bart Layton ha dosificado con gran maestría datos policiales y periodísticos en su construcción de este perturbador puzzle. Su mayor logro es haber conseguido que el espectador no pueda identificarse, no pueda etiquetar a los personajes y clasificarlos en el cómodo binomio malos/buenos. Pasas la película enganchado a su ritmo y debatiéndote entre las distintas versiones, hasta concluir que todos mienten, o que quizá todos dicen la verdad, SU verdad, y la creen tan a pies juntillas que la hacen realidad delante de los ojos del espectador.

No voy a desvelar toda la intriga de la trama; basta con reproducir una declaración del director:
"Me preguntaba si tal vez El impostor no fuera la historia, sino el conducto hacia una historia mucho más interesante sobre el engaño y el autoengaño y sobre la habilidad de la gente para construir sus propias verdades (...) Como director la pregunta era cómo contar una historia en la que la verdad es tan difícil de encontrar. Mi solución fue intentar llevar a los espectadores a un viaje con tantos giros y vueltas como las que experimentamos nosotros haciendo la película, embarcándoles en el viaje de cada personaje junto a ellos, abrazando sus realidades subjetivas; un viaje en el que damos bandazos de una versión de la verdad a otra, desde la comprensión a la condena y vuelta otra vez (...) Mi idea era hacer virtud de las versiones contradictorias,  y visualizarlas en un estilo tan fuerte como la historia misma".

En definitiva, todos elegimos a sabiendas lo que queremos creer, y cerramos los ojos deliberadamente a lo que no queremos, no podemos, creer. Por tanto el ojo del espectador no es inocente, sino un cómplice más de la impostura.




sábado, 1 de junio de 2013

El imposible goce de Diana



Hay un momento curioso en Demonlover en el que asistimos al paso de la animación porno japonesa en formato tradicional al digital en 3D. El cambio no sólo se refiere a la textura y el realismo de la imagen. La última película de los viejos tiempos nos ofrece la típica (y desagradable) escena en la que varias adolescentes son sometidas sexualmente por un monstruo polifálico que las penetra de todas las maneras posibles. Pero cuando damos el salto tecnológico lo que nos encontramos es la imago fascinante de una diosa invencible que con su sable/falo va descuartizando a todos sus oponentes masculinos (imago que, por ejemplo, retomaría pocos años después Tarantino en una célebre secuencia de Kill Bill), una figura deslumbrantemente erótica que cautiva la mirada de Diana, la protagonista del film de Assayas que como su tocaya mitológica es fría y alérgica al sexo, aunque en su condición de mortal deberá confrontarse inevitablemente al goce de lo Real de su cuerpo. Por otro lado, no hay ningún suspense en esto: dado los textos que pueblan el mundo de Demonlover, el más articulado de los cuales no pasa de la pornografía violenta, es fácil adivinar que ese goce emergerá en sus variantes más siniestras imaginables, esto es, en forma de snuff movies, en las que Diana participará primero como espectadora fascinada (como, por otro lado, su alter ego/opositora, Karen) y después como protagonista.

Que yo recuerde, sólo un hogar aparece en la película, el de Volf, personaje paterno con bastante peso inicial pero que irá desapareciendo progresivamente según se vaya adueñando la locura de la narración. Tiene todas las características de las casas que le gusta sacar a Assayas, un salón acogedor y un jardín iluminado por el sol y con bastante vegetación. El resto son hoteles, aeropuertos, despachos, discotecas, restaurantes, espacios asépticos y difíciles de localizar, intercambiables en su impersonalidad, que irán deteriorándose según nos dirigimos hacia el final, en que irán convirtiéndose en sótanos y zulos anónimos, los espacios de la tortura y, a la vez, del goce de una mirada entregada a la pulsión aniquiladora, la otra cara de las apacibles urbanizaciones de los países desarrollados.

La ciudad de los delirios que se bifurcan



El personaje que abre Slacker y enuncia el primero de los demenciales monólogos que articulan la película está interpretado por el propio Linklater, que de buenas a primeras le suelta a un taxista inmutable (imaginamos que habituado al tipo de locura que aparentemente se extiende por Austin, retratada aquí como una de las ciudades más feas de la historia del cine) una teoría sobre los universos paralelos y la relación entre los sueños y la realidad, teoría a la que el director se ha mantenido bastante fiel a lo largo de su carrera, si bien el tono festivo que en Slacker tienen los delirios de sus personajes (es difícil decidir si seguimos a distintos protagonistas con variadas formas de psicosis, o nos damos un paseo por las paranoias massmediáticas contemporáneas alojadas en distintas encarnaciones) se bifurcará en su díptico animado, que incluye el lado siniestro de la locura (Scanner darkly) y la apología mística de la irracionalidad como vía de conocimiento (Waking life), sin olvidar que la trilogía "hegeliana" de la pareja Hawke/Delpy parece definir el amor como el arte de aguantar las mitomanías del otro.