"There are two sides of every lie". Esta es la frase promocional de The imposter, un documental que mezcla realidad y ficción (o mejor dicho, que utiliza la realidad como amalgama de una historia de ficción) para construir un excepcional thriller de intriga.
La historia comienza con la desaparición de Nicholas Barclay, un niño de Texas de 13 años. Tres años y medio después se reciben noticias asombrosas sobre el caso: el niño ha sido hallado a miles de kilómetros, en España, y dice que ha sobrevivido a un calvario de secuestro y torturas.
Su familia está encantada de tenerlo de vuelta a pesar de lo extraño de la situación. Aunque le aceptan, las dudas de personas ajenas a la familia comienzan a rodear a la persona que dice ser Nicholas. ¿Cómo es posible que el hijo rubio y de ojos azules de los Barclay haya vuelto con la piel y los ojos más oscuros? ¿Cómo pueden haber cambiado de una forma tan profunda su personalidad y hasta su acento? ¿Por qué la familia no parece notar unas diferencias tan manifiestas? Y si este chico no es el niño desaparecido de los Barclay... ¿quién es? ¿Y qué le pasó en realidad a Nicholas?
El director Bart Layton ha dosificado con gran maestría datos policiales y periodísticos en su construcción de este perturbador puzzle. Su mayor logro es haber conseguido que el espectador no pueda identificarse, no pueda etiquetar a los personajes y clasificarlos en el cómodo binomio malos/buenos. Pasas la película enganchado a su ritmo y debatiéndote entre las distintas versiones, hasta concluir que todos mienten, o que quizá todos dicen la verdad, SU verdad, y la creen tan a pies juntillas que la hacen realidad delante de los ojos del espectador.
No voy a desvelar toda la intriga de la trama; basta con reproducir una declaración del director:
"Me preguntaba si tal vez El impostor no fuera la historia, sino el conducto hacia una historia mucho más interesante sobre el engaño y el autoengaño y sobre la habilidad de la gente para construir sus propias verdades (...) Como director la pregunta era cómo contar una historia en la que la verdad es tan difícil de encontrar. Mi solución fue intentar llevar a los espectadores a un viaje con tantos giros y vueltas como las que experimentamos nosotros haciendo la película, embarcándoles en el viaje de cada personaje junto a ellos, abrazando sus realidades subjetivas; un viaje en el que damos bandazos de una versión de la verdad a otra, desde la comprensión a la condena y vuelta otra vez (...) Mi idea era hacer virtud de las versiones contradictorias, y visualizarlas en un estilo tan fuerte como la historia misma".
En definitiva, todos elegimos a sabiendas lo que queremos creer, y cerramos los ojos deliberadamente a lo que no queremos, no podemos, creer. Por tanto el ojo del espectador no es inocente, sino un cómplice más de la impostura.
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