domingo, 30 de diciembre de 2007

Tribulaciones de un ayudante de producción en TVE-1er capítulo


Sábado 29 de diciembre. Misa en Arganda del Rey, Parroquia de San Sebastián Mártir. Una de las misas más chupadas de mi carrera, los camiones aparcan en la esplanada de la iglesia, no hay problemas de acceso, la iglesia tiene tanta luz que sólo llevamos tres focos. Tanto es así que llego con veinte minutos de retraso (opto por irme en metro, y tardo mucho más de lo imaginable) y para cuando llego la mitad del montaje está ya hecho. El jefe técnico es Félix Bermejo, que me cae bien. Pero resulta que la realizadora oyó el día del reportaje que habría un belén por estas fechas (como es preceptivo) y decidió grabar un par de planos para meterlos durante la retransmisión, teniendo en cuenta que ese tiro sería imposible hacerlo en directo. El caso es que, aunque pedí un control de cámaras u un operador de vídeo en el SGPP, me desentendí del asunto porque: a) he estado toda la semana liado con el Identity b) me parecía una gilipollez la grabación, y encontraba que traer dos personas para rodar 1 minuto era un dispendio total c) no son las mejores fechas para presionar para que manden gente para hacer tonterías así. Pero a la hora de la grabación alguien tenía que hacer de control de cámara y alguien tenía que ponerse a grabar la cinta. Lo de la grabar lo hice yo, y lo del control de cámara lo hizo Félix, pero Félix estaba mosqueado, supongo que porque Esteban Mayoral, que es el que hace todas las misas últimamente, ha cargado contra los jefes técnicos que han hecho de control de cámara durante un tiempo con resultados más bien desastrosos, y ha sido el que ha protestado y ha movido Roma con Santiago para que volviesen a mandar controles a nuestras modestas retransmisiones, así que hubo un rifi rafe en la unidad que no llegó a más, pero la verdad es que la birria de belén que había originado todo no merecía la pena la algarada que se montó. Así que para la próxima vez se le dirá al realizador de turno que no se graba nada el sábado.

Un Straub y un Begrman de una tacada!




Sábado 29 de diciembre: mientras las masas andan atormentadas por el menú y la fiesta de Nochevieja, los regalos por comprar y el asesinato de Benazir Bhutto, yo me voy a la Filmo a ver La Crónica de Ana Magdalena Bach, primera (creo) película de Straub, que no había visto hasta ahora, para escándalo del 0'00001 % de la humanidad que sabe quién es Straub. Para mi desdicha, la ponen en una copia de 16 mm. con lo que el sonido es infame, hándicap importante cuando el 90 % del metraje es música. La Crónica ... puede ser considerado un musical bressoniano (la influencia del jansenista es palmaria) o un sobrio documental. Oímos la voz en off de la segunda esposa del compositor alemán desgranando acontecimientos de su vida (el matrimonio, el ascenso social del músico, las rencillas provincianas, la muerte de alguno de los numerosísimos hijos, los últimos días de Bach), y asistimos a las interpretaciones de algunas de sus obras en largos planos más bien estáticos. El superstar Leonhardt hace de Bach, y muy bien, por cierto, en una clave muy diferente al Bach que nos presenta Portabella en su reciente película. Los subtítulos se empeñan en traducir Klavier por piano, cuando hasta un analfabeto musical como yo sabe que la aparición del piano como instrumento total es bastante posterior. Justo antes de empezar la peli se sienta a mi lado un espectador que debe de llevar un par de días sin cambiarse de ropa. El metro huele fatal... Rozarse con los humanos tiene esos inconvenientes, y supongo que por eso la red arrasa.


En fin, salgo de la Filmo y me voy al Fnac a comprar la Wii, que mi hermano ha prometido regalar a sus sobrinos, que a la vez son mis hijos, con la única condición de que la compre yo. Al parecer la dichosa (y exitosa) consola prácticamente ha desaparecido de las tiendas. Sólo queda un modelo con un par de juegos absurdos. El precio me parece desorbitado, pero como mi hermano ha devenido millonario desde que trabaja para el Ministerio me la llevo al Círculo de Bellas Artes, donde he quedado con mi hermana parisina para ver Secretos de un matrimonio, serie televisiva de Bergman que sólo recuerdo haberla visto en una tele en blanco y negro. Mi hermana me dice que dura tres horas. Cuando llevo una le digo que me voy, que me estoy durmiendo y que ya la terminaré de ver en otra ocasión. Está compuesta de largas secuencias muy dialogadas, como piezas de teatro de cámara. Las primeras secuencias las repitió Woody Allen en Maridos y mujeres, y se nota que al judío neoyorkino le encanta la película, y no es para menos, porque los diálogos son soberbios. Ahora que venden las pelis del sueco en los quioscos, a ver si me hago con un dvd y lo veo con Inma, a la que creo encantará la peli.

viernes, 28 de diciembre de 2007

Expiación, o la metaliteratura para masas



Expiación se abre con una cita de Jane Austen. Durante las primeras doscientas páginas (la mitad del tamaño del libro) la novela narra minuciosamente desde diferentes puntos de vista un par de jornadas en la vida de la familia Tallis, en un alarde de control de los mecanismos literarios que en muchos casos llega a rozar el exhibicionismo. La referencia a Virginia Woolf (y en concreto a Las olas) es tan obvia que el libro la cita explícitamente. El conflicto central se articula acerca de un crimen "inocente", cometido por una niña tras una concatenación de pequeños azares que van preparando el desastre. Ese crimen gravitará sobre la vida de la culpable, una niña con ínfulas de escritora cuya obra posterior girará alrededor de ese punto nodal en su vida, y de las posibilidades de la escritura para redimir el pasado. En ese sentido, la novela está llena de reflexiones metaliterarias muy bien integradas en el desarrollo narrativo de la novela, que incluso se permite el lujo de incluir la supuesta carta que el mítico Cyrill Connolly dirige a la protagonista acerca del primer borrador que escribe sobre la infausta jornada, carta en la que se incluyen recomendaciones que están presentes en el texto que leemos, que se supone es la versión definitiva del lance central, con diversas ramificaciones hacia el pasado y el futuro de los involucrados.


El truco que Mcewan utiliza para que uno se beba estas páginas de teoría literaria es sencillo: aunque refinadísima a nivel formal, Expiación es, en cuanto a su historia, un folletín, con promesas de amor eterno, conflictos sentimentales interclasistas, pareja buena de amantes y pareja mala de amantes, y protas que se encuentran tras sufrir un calvario (la Segunda Guerra Mundial, de la que se cuenta magníficamente el episodio de la retirada de Dunkerke, o la heroica resistencia de la sociedad civil británica, ejemplificada en el ejército de enfermeras/santas, por la que Mcewan muestra una admiración sin rebozo ni complejos).


La versión cinematográfica de la novela abrió el pasado Festival de Venecia, y en general fue recibida con condescendencia por los lectores de la novela, aunque cierta eficacia debe de mantener, dado que todos los que la vieron confesaban cierto vengorzante aprecio por la misma. Es probable que sea una de las películas que acapare nominaciones en los oscars, y que el libro vuelva a estar en los escaparates de las librerías. En cualquier caso, anima a leer el resto de la bibliografía de Mcewan, aunque se deje pasar cierto tiempo entre un libro y otro.

Últimos días de Días de Cine

Hablé con Gasset esta semana para transmitirle las instrucciones referidas a la burocracia de la jubilación, y aprovechamos para hablar del Festival de Berlín. Al poco me tropecé con Javier García, en un pasillo, y heblamos algo de las ideas que había para los festivales. Me dijo que iba a reunirse con Raúl y Gerardo, actuales directores. Le comenté que intentaría pasarme al final de la reunión, pero no fue posible, y llamé a Raúl para charlar con él. Al parecer, tiene claro que los días de gloria del programa se han acabado, y que él está a años luz del peso específico que tenía Gasset en la empresa, y de su autoridad para imponer sus puntos de vista. Así que le están dando hecho el curso del programa. Pero lo que se ha confirmado es que Cartelera desaparece y los restos del naufragio se integrarán en Días de Cine, que mantiene el nombre pero pasa a convertirse en algo más grande o menos medesto que lo que era antes. Raúl tiene claro que probablemente se lo quiten de encima a las primeras de cambio, y que para empezar Cayetana va a tener bastante importancia, tal vez incluso a nivel de contenidos. En realidad mi principal preocupación es que esta chica no vaya a Berlín, y que si va lo haga pocos días. En un rato me voy a ver a Javier, si puedo, y le voy a comentar que antes de lanzarse a hacer nada se vean el programa del Festival a ver que posibilidades tiene.

domingo, 23 de diciembre de 2007

El silencio según bach



Aprovechando que mi familia se había ido a pasar el fin de semana a Segovia mientras yo sostenía la economía familiar, la programación de Televisión Española y la estructura del Estado; y que había ido a comer a casa de mis padres, que se echan la siesta con al tele encendida, me acerqué a ver la película española arty de las Navidades, este Silencio antes de Bach, que debe su título, si lo que cuentan en la película es cierto, a un encendido ensayo encomiástico de la obra de uno de los músicos más raros de la historia de la humanidad, un ensayo donde prácticamente (por lo que se oye) se dice que la única función de Dios en este mundo es que Bach haya pisado la Tierra para ensalzarlo con su música. El caso es que la película es una sucesión de secuencias de muy distintas características: hay desde reconstrucciones históricas de la época de Bach (interpretado por un jovial músico que en nada se parece a la idea que de Bach tenemos), hasta pequeños conciertos de corte onírico (una caterva de chelos toca en el metro, una pianola se mueve sola a lo largo de las paredes desnudas de una galería). Se dramatiza una pequeña anécdota; cómo Mendelshon se tropezó con una partitura de la Pasión según San Mateo que había servido para envolver unos sesos. Tal vez la idea central es que Bach es infinito, lo mismo sirve para el refinamiento espiritual de los adolescentes que para calmar la angustia existencial de los camioneros que para justificar un emporio turístico cultural. Oímos piezas en todas las versiones, desde la interpretación más identificablemente sublime hasta versiones para armónica, o la citada pianola, o un inexperto Alex Brandemühl haciendo pinitos con lo debe de ser un fagot o algo por el estilo. La verdad es que Bach aguanta todo, aunque su música siempre me ha parecido que tiene algo de inhumano. La peli no está mal, pero le falta gracia (tanto en su acepción teológica como en la de sinónimo de pesadez) y respira cierta autosuficiencia. Me hizo gracia saber que las variaciones Goldberg fueron un encargo hecho para conbatir el insomnio de un noble ruso, y el director demuestra ser algo rijosillo porque monta una secuencia para sacar en pelotas en la ducha a una chelista realmente atractiva, esas cosas que da el poder.

El día en que volví a ser cámara



Hay retransmisiones que son extremadamente sencillas, como la de este fin de semana en Alcobendas. Pero hay mil maneras de que algo se complique, y más cuando hay un par de docenas de trabajadores de TVE implicados, y además un domingo por la mañana.

Así que no había salido del metro cuando Cristina me llamó para decirme que un cámara había tenido un accidente y que probablemente no iba a llegar. Lo siguiente que me dijo es que se había ido a urgencias porque se le había hinchado un ojo del golpe con el airbag. Así que llegué a la iglesia y se lo conté al realizador, que decidió dejar la cámara que llevaba el angular en general, sin que los cámaras se opusieran. Pero hablando con Cristina de nuevo me dijo que lo podía hacer yo, y como a ella le pareció bien, y nadie puso pegas, e incluso hizo cierta gracia, me subí a la cámara y me hice la misa, lo que me ha servido para reafirmarme en el acierto que supuso pasarme a producción, porque ha sido un auténtico tostón.

Y como todos tiramos a supersticiosos, aunque no lo reconozcamos (o podríamos decir que nuestra mente tiende compulsivamente y por naturaleza a tender relaciones de cuasa-efecto entre todos los fenómenos), cuando me han contado que uno de los conductores de los tropecientos vehículos que llevamos a las retransmisiones no ha podido ir porque le habían parado en un control de alcoholemia y le habían inmovilizado el vehículo, me he asustado pensando que algo estaba ocurriendo y que la cosa se podía poner complicada.

Aunque marrón el que tenían en la Misa Evangelista, que retransmiten en directo esta tarde, sin que nadie se haya tomado la molestia de transmitírselo a emisiones, con lo que noy hueco en la parrilla.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Diarios de una nanny

Corrían malos presagios en Venecia sobre esta película, a pesar del buen sabor de boca que había dejado American splendor, la primera obra de la pareja de directores que firmaban este producto de los Weinstein. La película resultó peor de lo que se esperaba, o ni siquiera eso, no resultó ser nada. Lo único destacable era asistir a una proyección donde era manifiestamente palpable que nada de lo que había ocurrido delante de la cámara había concitado el más mínimo interés de ninguna de las personas que andaban por allí. El ropaje de película independiente resultaba patético para algo tan manifiestamente conservador, tan calculado en su diseño de producción. Creo que es la película más aburrida que he visto este año.
En el Festival me tocó entrevistar a los directores. Como a los cinco minutos se me acabó el bagaje de preguntas que se me había ocurrido, les pedí permiso para hacerles una foto con el móvil (que me concedieron, ellos parecían muy majos)
(Robert Pulcini y Shari Apringer Berman, transfugurados tras la entrevista de Días de Cine en Venecia)

sábado, 15 de diciembre de 2007

Imágenes de Estella





Cristo como mártir por la lucha de los derechos
de los homosexuales














El desayuno más cutre de la historia de la hostelería














En el Románico, ángeles y hombres (o mujeres) conversan en igualdad

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Viaje a Estella




Camino de Estella nos fuimos, a rodar el reportaje de la misa que retransmitiremos en enero. Recordaba vagamente la zona de cuando hace casi 20 años me hice el camino de Santiago en solitario (empecé en Jaca y me rendí en Sahún, donde encontré un Talgo que me devolvió a Madrid. Muchos años después me hice el tramo de Ponferrada a Santiago).
Esperamos un rato a que habrán la caja para cobrar las dietas, pero como el sistema no acaba de arrancar nos vamos, yo con 50 € en el bolsillo. Aparte de Víctor nos metemos en la mini-bús Dolores (la realizadora) y Jesús Navarro, el operador de sonido, cuya forma de hablar siempre me ha hecho mucha gracia. Jesús nos contará por el camino el curioso destino del Azor, el yate de recreo de Franco. Ahora anda emplazado en un motel pegado a la carretera entre Lerma y Burgos. Como tenemos tiempo de sobra nos paramos a echarle un vistazo. Está plantado en una especie de plazoleta, con pinta de abandonado, inundada la cubierta de cemento, con la pintura descascarillada. El motel que se encuentra tras él (el motel Azor) tiene también un aspecto bastante desastrado, y parece el escenario ideal de crímenes sórdidos y truculentos. Sólo un coche se ve junto a la fila de habitaciones, lo que acentúa el aspecto de abandono del entorno. También hay un mesón, amplio y decorado con utillería campestre, hoces, guadañas, cosas de ese tipo. Ni rastro de imaginería franquista. Da la impresión de que el que ideó el traslado del barco al páramo castellano se arrepintió en seguida. En el mesón no hay ningún cliente, y los camareros están almorzando cuando llegamos. Nos tomamos unas cervezas en la barra, sumamos una pequeña anécdota a nuestro listado de experiencias de la España profunda y seguimos la marcha. Decidimos comer entre Burgos y Logroño. Como parece no ser una zona precisamente sembrada de restaurantes de carrtera cogemos un desvío al azar y nos metemos en un pueblo llamado Cenicero, más grande de lo que parece a primera vista parece, y plagado de bodegas y con un hotel de 4 estrellas cerca de la plaza, lo que parece un indicio de prosperidad económica. Un lugareño nos encamina hacia el restaurante Olano, donde por 10 € nos metemos entre pecho y espalda unas judías rojas estupendas (llamadas carrajones, término que nadie en la mesa había oído en la vida) y un filete de atún a su altura. Llamo a Cultura del TD para que me digan a qué hora aparecen las medallas de Bellas Artes en el Telediario; como nadie me coge el teléfono le mando un sms a José Fernández, que me contesta que no está en la tele y no tiene ni idea del minutado. Antes del postre me levanto a ver la tele (que no está en el comedor, algo que en cualquier otra circunstancia me hubiese alegrado sobremanera, sino en el bar), y previo a la pieza de las medallas veo una noticia sobre protección a la infancia y a la juventud de los peligros del acoso y la pornografía en internet y los móviles, y otra sobre el cambio de la guardia real en el palacio también real, espectáculo que al parecer alguien cree va a congregar a las masas turísticas, aunque para el reportaje de hoy sólo parecen haber conseguido totales de un par de inmigrantes despistados. En la esperada pieza se ve a los príncipes de Asturias avanzar entre una masa indiscernible de gente, mientras Ana Blanco cita a Versión Española. Como el redactor que ha montado la pieza no debe de tener muy claro quién ha recogido el premio, salen varias premiadas, un plano general de los galardonados en que no reconozco a nadie y en seguida se pasa a otra cosa. Me tomo unas natillas de postre, invito a Víctor a comer y al hotel, que es feo y amplio y cómodo. Desde el enorme ventanal que hay en mi habitación se ven unas preciosas montañas encendidas por la luz del atardecer, y un mar de adosados con pinta de prefabricados que en una cultura sana hubieran supuesto la muerte por lapidación de todos los responsables del engendro. Hemos quedado a las siete para reconocer el terreno y ver la iglesia, y mientras espero en la habitación me llama Gasset, con el que hablo del Festival de Berlín y de su jubilación, y del cretino de Míchel.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Arma letal

Cinco menos cuarto de la tarde, cines Ábaco, en un centro comercial en Villaverde. Quique se viene conmigo a ver Arma fatal, que Alejo me había comentado que estaba muy bien (la vio en Sitges) y había cosechado una excelente crítica de Jordi Costa en el país. La acaban de estrenar, pero mi hijo y yo seremos los únicos espectadores de la sesión. No es de extrañar que haya tanta guerra en torno al reparto del dinero de la exhibición cinematográfica. Con esa asistencia (las pocas veces que me he acercado a esos cines me he encontrado con un número de espectadores apenas superior) es imposible que se mantengan los multicines que han proliferado en simbiosis con las grandes superficies.

Arma fatal es una comedia que concitará las simpatías de los que (como yo) detestan el idílico imaginario rural, desde luego mucho más presente en el inconsciente británico que en el español, donde la memez del turismo rural es de reciente implantación, y donde hasta no hace mucho se despreciaba el pueblo como fermento de todos los prejuicios, supersticiones y atrasos. El caso es que en esta película un policía municipal eficaz hasta la exasperación (de sus jefes y compañeros) es castigado con un destino en el más aburrido y ejemplar de los pueblos británicos, donde su estricto rigor chocará frontalmente con el savoir vivre de los plácidos lugareños, y apenas le dará para enfrentarse a la psicopatía universalmente extendida por el idílico entorno. En su juego con los estereotipos y con las referencias a mansalva la película muestra el origen televisivo de sus autores, que ya habían mostrado maneras en Zombies party, una película con un inicio muy ingenioso, un espectacular plano secuencia en que el protagonista (el mismo que el de la presente película) hacía su recorrido matutino por los habituales lugares del barrio sin que se percatase de que la mitad de las personas con las que se cruzaba se habían convertido en zombies, aunque el ingenio no le daba para sostener toda la película, y algo parecido le ocurre a Arma fatal, aunque aquí el guión tiene más vueltas y se curran al final un tiroteo a lo Tony Scout realmente logrado. En cierto sentido, la película parece el desarrollo de un estupendo corto de Mike Figgis (creo) en que un aristócrata va desgranando la consabida letanía acerca de la decadencia de los tiempos para terminar confesando que se ha visto obligado a asesinar a toda su familia para mantener los valores eternos asociados a su clase.

viernes, 7 de diciembre de 2007

2666

Tras mes y medio he conseguido dar fin a la lectura de las 1.100 páginas de 2666 (reconfortado por la noticia de que Susana lleva empantanada dos meses en la lectura de La decisión de Sophie), la novela póstuma de Bolaño en la que, según cuenta en el epílogo el editor, empeñó los últimos años de su vida. Bolaño sabía de la cercanía de su muerte y debió de trabajar contrarreloj para dar forma definitiva al libro, aunque, según parece, dio instrucciones acerca de su publicación que no se han cumplido. La novela es ambiciosísima (como debe ser una novela de semejante tamaño), y pertenece al género de Novela-Total que pretende agotar todas las posibilidades, y, en último término, acabar con la literatura. En un momento dado, un personaje da la clave para comprender las aspiraciones artísticas del texto: se queja de la querencia de los lectores contemporáneos por textos como Baterbly o La metamorfosis, perfectos en su pequeñez, frente a los empeños suicidas y megalómanos inevitablemente condenados al fracaso de los mismos autores (“no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encancha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez”). Así, en 2666 cabe todo, toda la historia de Europa del siglo XX, todos los registros literarios, desde el pastiche a la elegía, toda una teoría literaria, que van desgranando los diferentes personajes que giran en torno a la literatura. Tal vez la principal debilidad del libro se encuentra en la última parte, que da la sensación de ser la menos trabajada, en la que hay fragmentos que dan claramente la sensación de que son poco más que bosquejos: mientras que previamente todos los personajes tienen gran consistencia (están “vivos”, por así decir), aquí hay varios que se notan a medio hacer. Y es una pena, porque el protagonista de esta última sección es el escritor alemán que funciona como McGuffin de la primera parte, y que debería servir de testamento literario del autor, un memorando donde dejar dicho el papel que corresponde a la literatura en un mundo invadido por el horror. Y aunque Bolaño parece apuntarse a la doxa imperante acerca de la inanidad de la palabra frente a ese horror de lo real, el mismo gesto de dedicar tantísimo esfuerzo a enunciarla basta para desmentir de facto esa idea.

jueves, 6 de diciembre de 2007

El día en que comí en el Burger King

Miércoles 5 de diciembre. Tras pasar dos días en el hospital, a Víctor le han dado el alta tras su operación de anginas. El Santa Elena (e imagino que cualquier hospital privado) funciona como un hotel, y tienes que dejar la habitación antes de las diez. Como está muy imbuido de su rol de enfermo, Víctor pide una silla de ruedas para salir del hospital.
He quedado con Alejo y Gasset a las dos para rellenar las acreditaciones de Berlín. Iberia nos regala los billetes de avión, pero exige un trámite trabajoso y complicado que comienza con la reserva telefónica. Como es habitual, me ponen diferentes pegas para hacerla. Así que decido acercarme a la central de Iberia en María de Molina, donde te sientas delante de un mostrador y están las oficinas a mano para cualquier consulta. La única razón por la que llevamos a cabo esto, teniendo en cuenta lo baratos que están los billetes, es porque Gasset aprovecha para estar un mes en Berlín, con su familia, con lo que sus billetes tienen otra fecha, y de esta manera se evita tener que dar explicaciones. Tras las dudas y consultas de rigor quedan nuestras reservas registradas (ahora hay que mandar un fax, el mismo de siempre, pidiendo la autorización, y cuando se tenga ir a recoger los billetes).
Tras el engorroso paso me voy a la Torre. Alejo me cuenta que Gasset está depre porque Michel Castro (sí, el del making of sansebastianero) le ha puesto o le va a poner una denuncia por mobing. Corre la leyenda de que en alguno de los numerosos altercados que han tenido Michel grabó en el móvil los insultos que el otro le dirigió. Michel es muy amigo de Luz Aldama y de Javier García, el productor ejecutivo para contenidos que Luz ha puesto para los programas de cine (porque ya hay uno para la producción, Juan Antonio Camacho), y al que todos llaman Javier Cacerolo, por su destacada participación sonora en la última huelga en Televisión. En el programa todos están convencidos de que es una maniobra para hacerse con la dirección del programa, cosa perfectamente verosímil porque la incompetencia y la megalomanía hacen buena pareja.
El caso es que Gasset está empeñado en que todo lo relativo a Berlín se lleve en secreto, así que nos reunimos por los pasillos de montaje y en mesas de despachos ignotos. Todo me pilla un poco lejano, es el tipo de rencillas que alimentan incansablemente los diálogos en las comidas de los miembros del programa, pero que desde fuera se agota en el párrafo en que lo he descrito.
A las cuatro me marcho de Torrespaña, no he comido y tengo intención de pasarme por casa, pero me doy cuenta de que no voy a tener tiempo de hacerlo porque a las seis tengo que estar en la otra punta de Madrid. Así que oteo las posibilidades de almorzar a esa hora en Manuel Becerra, y me topo con el espantoso letrero del Burger King, que juraría no ha cambiado en los tropecientos años que llevan de implantación en España. Me decido a entrar con la sensación de estar cometiendo algo prohibido y a la vez inocuo. Me pido una ensalada, aros de cebolla y una cosa que llaman long chicken, y que en el mejor de los casos es un bocadillo de pechuga empanada. Me lo como todo y al cuarto de hora estoy en la calle. Cojo el metro para ir al intercambiador de Moncloa, donde pillo un autobús que me deja en Casaquemada. Como tengo tiempo, me tomo un café (que está muy bueno) en un puesto subterráneo. La luz es deprimente y baña de tristeza el sitio, pero me basta imaginarme habitante de cualquier película urbana que retrata a la gente tomando café en puestos similares para reconfortarme. De hecho, como en las películas, unos empleados se dirigen por el nombre a la camarera (una mulata bajita y algo entrada en años de gestos reposados y eficaces) para pedir unas consumiciones que se adivinan recurrentes. A mi lado, una mujer, también inmigrante, como la camarera, espera pacientemente y sin moverse. La camarera saca un pan con queso de un horno, le añade unas lonchas de jamón york, lo envuelve primorosamente, primero en papel de aluminio y después en una bolsa de papel, y se lo entrega. La clienta busca afanosamente monedas para pagar los dos euros setenta del bocadillo, y por un momento siento la tentación de invitarla, pero el gesto me parece ridículo, y ya es la hora de coger mi autobús, así que agarro mis libros y me voy.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Viaja a Arroyomolinos

Viernes 30 de noviembre, jornada de viaje a Mérida. Un par de nubes en lontananza: unas dietas sin firmar y una posible revuelta de conductores. Antes de llegar a Prado mi compañera Oliva me cuenta que la dieta está firmada. Llego al despacho, hablo con Enrique Gallego y me dice que me olvide de los conductores, que se cogen hotel en Mérida y todo arreglado. Me voy a desayunar con Susana y aparece Joaquín, un cámara, que me suelta la letanía de lo que nos estruja la tele. Hacía años que no hablábamos, pero tengo la sensación de que la última vez tuvimos una conversación idéntica. Así está hasta que nos levantamos de la mesa; al poco me llama y me dice que qué pasa con su dieta, que le he pasado el 75 y no el 100. Viene al despacho y le cuento una especie de discurso que me sale solo, y que a veces tengo la sensación de que es otro el que lo enuncia: que si nos obligan a pasar los viajes a las tres de la tarde, que en ninguna parte pone que no se pueda viajar de noche, que Diana es una bruja malvada, que si patatín, que si patatán. En realidad me importa un bledo, nos embolsamos unos cientos de euros, nos pagan una habitación en el parador de Mérida, trabajamos un par de horas (en su caso), pero tenemos la sensación de que somos vilmente explotados.
Pero sé que todo el fin de semana va a ser igual, que todas las retransmisiones van a ser igual, que todas las conversaciones van a ser la misma conversación, con ínfimas modulaciones que incluyen la última anécdota, la última putada. Yo también pienso que las cosas van mal en la tele, y que se van a poner peor, pero lo de este finde no es para abrirse las venas. O tal vez sí. Me llama Cristina para decirme que se ha muerto la suegra de uno de los cámaras que iba a Mérida. El que lo sustituye no quiere hotel, pero la habitación no se puede anular (se puede, pero te la cobran igual). Al final accede, sin demasiados problemas porque hay un kilometraje extra que a la postre es casi lo mismo que el tanto por ciento que te ahorras por darte el madrugón o dormir en un camastro. Ahora hay que conseguir que todos los firmantes estampen su nombre en la modificación antes de que cierren la caja. Las tres primeras firmas no dan problemas, pero Diana está ocupadísima de reunión en reunión: la semana que viene no está y temerá que la tele se venga abajo sin su presencia. Les dejo una fotocopia de la dieta firmada hasta el estamento más alto alcanzado, para que la vayan agilizando, por si se ablandan y la pasan así, y nos vamos mientras rezo para que la dieta esté o Ramón (el cámara sustituto) no se tome la molestia de pasarse por caja, habida cuenta de que hemos cobrado y tampoco le hace falta mucho dinero para una noche.
Paramos a las dos a comer, Sobrino elige el sitio. Según nos sentamos me huele que nos van a clavar. Nos ofrecen un cabrito recién sacado del horno, un lechal buenísimo, aceptamos una fuente central con cabrito y cochinillo. Calculo 40 € por cabeza. Acierto. Jesús se había comprometido a invitarnos, y lo hace, aunque intento compartir gastos. Me comenta a la salida que la comida estaba muy buena, pero que había preguntado si tenían menú del día, y se habían hecho los suecos, y posteriormente, a la mesa de al lado, sí se lo han ofrecido.
Jesús tiene ganas de ver una ermita del siglo VII (o tal vez VIII, hay disputas en la comarca entre los eruditos locales), así que nos vamos para allá. Nos pilla casi de camino. Resulta que el pueblo donde se encuentra alberga a un amigo y compatriota de nuestro auxiliar de montaje, rumano él. La ermita está muy bien, tal vez demasiado restaurada (hay unos mármoles impolutos que tal vez durante el esplendor originario armonizaban con el conjunto, pero que ahora, entre cascotes, resulta extravagante), rodeada de naranjos. Salgo de la minibús y tengo la impresión de que no he respirado un aire tan limpio en meses. El viento es frío, pero todavía no molesta. El sol se está poniendo, pero todavía da para iluminar el amplio valle que se ve ladera abajo. La ermita tiene adosada un centro de interpretación, con una maqueta y un vídeo explicativo, y un lugareño que muestra una entrañable admiración por la erudición, y al que casi se le saltan las lágrimas cuando habla de la romería de catedráticos de toda laya que acuden a soltar teorías a mogollón acerca del templo (la que más entusiasmo le produce es la que asigna al lugar un temprano culto a una diosa romana, cuyo nombre pronuncia con perversa sensualidad). Aparece el colega de nuestro mozo, colega que en cualquier película interpretaría con solvencia el papel de asesino a sueldo extremadamente profesional. Mientras vemos el vídeo nos llaman los conductores. Aunque habíamos quedado a las ocho (y son las seis), ya han llegado al Centro Territorial, donde les había pedido que soltaran los camiones. Les digo que en media hora estamos ahí, no sé por qué, ya que es evidente que antes de una hora no vamos a llegar. Nos despedimos del entusiasta pedagogo y ponemos rumbo a Mérida. No tardamos demasiado, pero damos bastantes vueltas hasta que nos enteramos de cómo se entra al parador. Soltamos a Jesús y a Lucien (el rumano) y acompaño a Víctor al Centro a recoger a sus colegas, más que nada para que no lo linchen. Vuelve a hacerse un lío con el GPS hasta que damos con una calle buena. Resulta que los conductores llevan en la calle una hora, nadie les ha dicho que esperen dentro. Todo se resuelve rápido, porque dos de ellos se hospedan en el NH (se han venido con las respectivas mujeres, rasgo de refinamiento que les honra), y el resto, tal vez reconcomidos por la envidia, deciden quedarse en el NH en habitaciones dobles tras apañar un precio aceptable (60 €). Víctor me trae al Parador, que es precioso, y tiene WiFi, y llego a la habitación contento de haber sobrevivido a otro día, aunque ligeramente preocupado porque no ha llegado casi nadie. Enciendo el ordenador y compruebo que el wifi no funciona, o no llega hasta estos extremos del hotel. Pienso que tal vez en el bar tanga conexión, y al final llego a la conclusión de que el problema está en el ordenador. Así que decido irme a la cama, que mañana será otro día.

Como siempre que duermo en un hotel, me despierto a media noche, y me desvelo. Me incorporo y enciendo la tele. Debe de ser pronto porque ponen la porno en el plus, y un espanto de Keanu Reaves, y una de las tres partes de los anillos. Me canso en seguida de la porno (me parece ridículo que los tíos siempre se corran en la boca de sus partenaires), y aún antes de la de Keanu Reaves, un rollo fantástico-paranoico rodado de una manera muy efectista y ampulosa. La de los anillos ni me lo planteo. Apago de nuevo la luz, y funciona, porque abro los ojos a las seis y media, y bastante descansado. Me levanto, leo un rato, a las siete y media abren el comedor; bajo a desayunar. Soy el primero, una camarera que da la impresión de llevar treinta años en el Parador (como el resto del personal) está terminando de poner la comida. Es algo ruda en su familiaridad. Tengo hambre y me lleno el plato de grasas y calorías. Espero que fuera haga frío y queme lasmigas y el picadillo y el lomo y el jamón y los dulces de manteca que me sirvo. Van apareciendo compañeros. A las nueve y media salimos para Arroyomolinos; los camiones han salido con anterioridad y nos llevan ventaja. Me hubiese gustado llegar antes que ellos al pueblo, pero no va a ser posible. Llegamos y los camiones están ya colocados, sólo queda el grupo electrógeno, el más grande, que tampoco tiene problemas para colocarse. Una vez que están los los camiones colocados, todo es fácil. Empieza el montaje, todo el mundo sabe lo que tiene que hacer. Hay que estar atento por si alguien necesita a alguien que no conoce, pero puedo ir a tomar un café. Lo único es que los de sonido no aparecen. A las once y cuarto empiezo a preocuparme. Cuando voy a llamar a Andrés aparecen, les habían citado a las doce, refunfuñan porque el día anterior se habían enterado de que les obligaban a coger hotel (en realidad les obligaba yo). Una vez que sé que están, deja de interesarme cualquier opinión relacionada con el tema. Ya sé que la Misa se va a retransmitir sin problema, una sensación que surge siempre en un momento dado de cada retransmisión. Lo que venga después serán pequeños inconvenientes, roces, discusiones, pero el trabajo está salvado (por ejemplo, Sobrino se molesta con el jefe de la Unidad –Espinosa- porque no le permite ver el reportaje sobre el pueblo con el alcalde antes de que se terminen las pruebas. En venganza, Jesús no piensa citar a Espinosa en la Misa de mañana, a pesar de que es la última retransmisión que éste va a hacer antes de jubilarse, en lo que coincide con Maxi, el grupista, y, evidentemente, con Agustín, el regidor, en cuyo honor se celebra esta Misa en Arroyomolinos, su pueblo natal).
Terminamos el montaje y nos acercamos a la churrería del Primo de Agustín, que supuestamente nos tiene preparado un almuerzo. Supuestamente porque ha entendido mal y pensaba darlo el domingo. Pero es lomo y jamón y queso y tortillas, todo material que se prepara en minutos, y allí va la horda televisiva, feliz como siempre de comer de gorra y ser invitada (hecho este que considera parte de sus derechos y privilegios irrenunciables) y ahorrarse así unas pelillas. Al rato de comer jamón y carne en salsa me aburro y me doy una vuelta por el pueblo. Al poco nos volvemos a Mérida, yo con Joaquín, que por el camino me cuenta que se acaba de separar (cosa que, no sé por qué, me barruntaba) y que lo está pasando bastante mal. Tras pasar por recepción y dejar las cosas en el parador nos vamos a ver el Museo romano, lleno de esculturas, mosaicos, monedas y todo tipo de cachivaches. Uno diría que a los romanos, de todas las virtudes, sólo les interesaba una idea mediocre de lo que es la dignidad. Cuestiones como el Bien, la Verdad o la Belleza debían de parecerles entretenimientos de segunda categoría que dejaron en manos de subordinados como los griegos o los judíos.
Tras un paseo por el pueblo, donde nos tropezamos con bastantes columnas y restos a cachoporro por todas las esquinas, recalamos de nuevo en parador, donde nos damos a la bebida de agua con gas mientras Joaquín me cuenta todo tipo de anécdotas eruditas, en las que es un portento (una de ellas consiste en relacionar las vías romanas con los cohetes Apolo que se dedicaban a ir a la luna).
Un rato de lectura en la habitación. Como tengo algo de hambre quedo con Joaquín para cenar algo. Pasamos por delante de un bar donde se oye bastante animación. Entramos, pero no hay comida, así que lo dejamos para la última copa. Nos metemos en una cafetería cualquiera y pedsimos estricta dieta vegetariana: ensalada y panaché de verduras. Somos los únicos comensales del salón del restaurante, así que nos vamos en seguida al bar, que es muy chulo. Ponen jazz, está muy bien decorado, la música no está muy alta, la camarera es muy mona. Joaquín se dispara y me habla de su crisis matrimonial; a ratos desconecto y me concentro en lo que suena. Tampoco le puedo decir mucho, con escuchar basta. Llegamos al parador a tiempo para ver el final del partido de fútbol, el Barcelona y el Español empatan a uno. En cuanto termina el partido apago la televisión y me quedo frito.
Abro los ojos a las cinco y media. Me termino el periódico del día anterior. Hoy el comedor está muy animado a horas tempranas. Me siento a comer con los cámaras; hace años que no les veo, pero continuamos con los mismos chistes de la última vez. Le digo a Joaquín que le pago el parking del hotel, dado que me ha traído y me va a llevar al pueblo éste. Como tengo la tarjeta de los paradores no me lo cobran, lo que me pone de buen humor. Hay niebla en todo el trayecto, pero en Arroyomolinos luce un sol espléndido. Todo el mundo está de un humor estupendo. Nos vamos a tomar más cafeses por oleadas, como yo no tengo mucho que hacer me apunto a todas. Agustín, el regidor, me presenta a un señor con bigote que no sé quién es, que me pide la dirección del productor. Pienso que quiere una copia de la misa, así que le digo que soy yo. Luego entiendo que va a enviar un obsequio, con lo que me reafirmo en que soy la persona indicada. Quiere agradecer que Arroyomolinos haya salido en la tele. Me despido de él sin saber quién es, ni lo que quiere. Todos los que no tienen que estar en la iglesia ni en la Unidad están en el bar. Aguanto un rato viendo la retransmisión, pero en cuanto veo que todo va bien (al final fallará un micro) me voy a que me dé el aire. Agustín está muy emocionado, rodeado por sus compañeros y sus familiaresm pero para el resto del equipo es una retransmisión más; en cuanto pueden se marchan. Salvado el último obstáculo (un coche que obstruye la salida de los camiones) nosotros también nos vamos. Como he desayunado una barbaridad dejo bien sentado que tenemos prisa y que como mucho nos tomamos un pincho en un bar de carretera, cosa que hacemos. A las cuatro estamos ya en Madrid, y colorín, colorado...