domingo, 30 de noviembre de 2008

KENNY GARRETT EN CLAMORES




El sabado me acerqué a Clamores con otra mirada, después de saber que el dueño del local es segoviano, y que el lugar debe su nombre al segundo río, junto con el Eresma, que pasa por esta castellana ciudad. Pues bien, además de para tomarme un mojito, el objetivo de la noche era asistir al concierto de Kenny Garret, que de alguna manera ponía fin al Festival de Jazz de Madrid de este otoño. El local estaba absolutamente lleno, y Germán andaba por allí con las gafillas sobre la punta de la nariz, intentando acomodarnos a todos (afortunadamente teníamos una mesa reservada desde hacía días y las entradas compradas, porque el hombre andaba medio desesperado diciendo en voz alta "tengo más gente que sillas").
Para quien no lo sepa, Kenny toca el saxo alto y teclados, y el resto del cuarteto lo componían Johnny Mercier (piano y teclados); Kona Khashu ( bajo) y Justin Brown (batería) .Kenny antes de ser líder de su banda y uno de los saxofonistas contemporáneos mejor considerados tocó como acompañante de Art Blake, Miles Davis o Pat Metheny. El concierto fué impresionante (Mercedes, aunque no te gusta el jazz, esto te hubiera encantado). Arrancó fuertísimo con un tema super rítmico que duró veinte minutos. Y se mantuvo en esa línea toda la noche. Además de rítmico, cuando callaba el saxo y Kenny le daba a los teclados el sonido era muy envolvente, muy electrónico. Pero lo que resultaba de verdad electrizante es ver cómo la banda improvisaba y dialogaba siguiendo el ritmo impuesto por el saxo, alto como he dicho antes. Música muy sensual (Are you feeling? nos preguntaba), y sobre todo optimista. El último tema (Happy People) se repitió una y otra vez a petición del público, de pie entre las mesas, con los brazos en alto, cantando la frase musical central del tema sin parar, mientras Kenny reclamaba más gritos y más palmas preguntándonos Are you happy people? Come on, you can sing a song. La pena es que no hubo bises, a pesar del clamor popular. Sospecho que estaban ya incorporados en las repeticiones del Happy People. Pero da igual. Una vez más, el hechizo de la música. Y mil gracias a Clamores por traernos a gente como esta.

Henry J. Darger



Uno de los personajes conductores de Nocilla Experience está obsesionado con Henry J. Darger, "ese hombre que encerrado en su casa de Chicago había escrito y pintado la obra más extraña de la historia de la literatura (...), el solitario por antonomasia". Visita a google a ver si el tal Darger existe, y por las entradas que aparecen se diría que soy el último hombre sobre la tierra que se ha enterado de la existencia de este genio peculiar. Pero como algún lector de este blog tal vez comparta mi ignorancia, contaré que el bueno de Henry se quedó huérfano de madre muy temprano, dio tumbos en su infancia y adolescencia por orfanatos y manicomios hasta que se escapó, para reaparecer años después en Chicago, enclaustrado en una habitación de la que sólo salía para ir compulsivamente a misa y a currar de limpiador en un hospital, y de camino arramplar en contenedores con libros, revistas y cómics para confeccionar unos collages enormes que décadas después de su muerte le han convertido en un siperstar de algo que se llama Arte marginal, o sea, manifestaciones creativas de gente autodidacta que se mantiene fuera de los circuitos institucionales del mundillo artístico. Según leo, sus cuadros alcanzan ya las decenas de miles de dólares de cotización y se pasean por el mundo en exposiciones itinerantes, pero lo mejor es que para el autor eran meras ilustraciones de su obra magna, una novela impublicable de más de 15.000 (quince mil) páginas titulada The Story of the Vivian Girls, in what is Known as the Realms of the Unreal, of the Glandeco-Angelinian War Storm, Caused by the Child Slave Rebellion, título tan genial como el argumento: las Vivian Girls son unas princesas cristianas y preadolescentes que luchan contra los glandequilianos, unos soldados adultos dedicados a esclavizar y torturar niños. Henry J. Darger encargó a su casero, el Max Brod de la historia, que destruyese todo lo que había en su apartamento tras su muerte, pero éste preservó cuadros y manuscritos (también hay una autobiografía de 4.000 páginas centrada en un tornado al que asistió en su infancia, y un libro llamado The weather report en el que se establece un diálogo imaginario con el hombre del tiempo a lo largo de diez años), hoy orgullo de un Museo de Nueva York.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Nocilla dream


El éxito de Nocilla dream ha hecho que se bautice como generación nocilla al último grupo de escritores españoles llegados a los escaparates, se supone que jóvenes, aunque Agustín Fernández Mallo supera los cuarenta.
En la solapa del libro se citan a Valente, San Juan de la Cruz y Wittgenstein como autores favoritos, pero a mí la novela me recuerda sobre todo a Rayuela y a La vida instrucciones de uso (en Nocilla experience aparece Cortázar como fantasma que se le aparece a uno de los protagonistas) en la manera en que se insertan citas de todo tipo y por la ilazón entre los fragmentos que conforman el libro mediante objetos o temas, a la manera de motivos musicales.
La edición ideal de este proyecto (una trilogía de la que se han publicado las dos primeras partes) sería como hipertexto: muchas de las referencias son páginas web, y el salto entre los microrrelatos se parece a la lectura que solemos hacer en el ordenador, que de un tema pasamos a otro tangencialmente relacionado con el anterior. Por otro lado, uno nunca está seguro si los referentes de las delirantes anécdotas que se relatan son reales o ficticios. Por lo general, en estos casos prefiero terminar el libro antes de averiguar si lo que se me cuenta es pura ficción o no (distinción sobre la que diserta o ironiza el autor al final del libro), pero en este caso me pudo más la curiosidad y me puse a buscar en la red noticias de las micronaciones de las que se habla en Nocilla dream: pues bien, efectivamente existen, y la foto que ilustra esta entrada es de una de las más famosas, Sealand, cuya historia se cuenta en la novela y en varias páginas web (http://www.diagonalperiodico.net/spip.php?article3724, un artículo muy ameno en diagonal).
Por todas partes se nos informa de que el autor es físico, y que en sus manifiestos pretende aunar literatrura y ciencia como uno de los maridajes claves de la narrativa del futuro. Como yo estoy pez en física cuántica no puedo decir si lo consigue o no, aunque uno de los temas recurrentes del proyecto Nocilla (nocilla que no aparece por ningún lado, salvo en una referencia de pasada en los "títulos de crédito" a la canción de Siniestro toal "Nocilla, qué merendilla") es el carácter inhumano de la visión de la ciencia más avanzada, y el carácter anómalo de la mirada humana: en realidad ésta se define casi como un error en el sistema perfectamentre regulado de la materia.
Aunque como manifiesto poético nada mejor que el fragmento en que se dice que sin luz no habría espacio, cita que se adjudica a Heráclito, a Wittgenstein y al Equipo A: ese desparpajo al situar al mismo nivel referencias tanto a la Haute Culture como a los productos industriales de la cultura de masas configuran este proyecto, entre cuyas muchas virtudes destacaría que está lejos de ser un texto con vocación hermética.

Equipaje para una visita relámpago a Granada (en tren)

OEuvres romanesques complètes (I), de Stendhal, en la Bibliotéque de la Pléiade de Gallimard; el Volumen II (Diarios) de las Obras Completas de Kafka publicado por Círculo de Lectores; Cartas a Theo, de Vincent van Gogh, de Paidós.
En Granada empieza a llover y me meto en una librería (Babel), donde compro Nocilla Experience, de Agustín Fernández Mallo (en Alfaguara); un libro de aforismos de Canetti editado por Debolsillo y Al sur de la frontera, al oeste del Sol, una novela para mí desconocida de Murakami, publicada por la colección de bolsillo de Tusquets que, por ignotas razones de publicidad, se llama incongruentemente MaxiTusquets.
Y es que cuando uno sale de viaje nunca sabe a qué necesidades va a hacer frente.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Nocilla dream

"Compra una bola de mundo del tamaño de un balón de playa, y con un rotulador indeleble pinta un monigote sobre la Ciudad de San Francisco, y al lado escribe su nombre."

Justo después de leer en el metro este fragmento entro en la papelería Salazar, en la calle Luchana, para comprar unos regalos de Navidad, y veo unos balones de playa que son además unas bolas del mundo colgados de un clavo.


Diario


Mi hija se ha negado en redondo a que le haga una foto mientras desayunaba, con esos pelos que tenía. pero se ha prestado a que sus manos aparezcan en esta naturaleza muerta, que una mirada superficial calificaría de anodina, pero en la que un ojo experto descubrirá referencias a toda la historia del arte occidental, desde Pollock hasta Tiziano.
El caso es que llevo unos días preparando el desayuno a mis hijos antes de que marchen al Instituto (y tomándomelo con ellos, claro), harto de sufrir las críticas de mi mujer, que me echaba en cara que no hablaba nunca con ellos (diálogos estos que mis hijos adolescentes nunca habían echado de menos, todo hay que decirlo). Y así me he enterado de que mi hija (la de la foto) se ha convertido en una líder grupal al expandir el culto a Stephanie Meyer, que es la autora de una tetralogía de inmenso éxito acerca de vampiros cool, y que va a organizar una multitudinaria salida para ver Crepúsculo, adpatación de inmediato estreno del primer volumen de la citada tetralogía, y que Quique (el primogénito) se ve la saga de Saw cuando sale con sus colegas los fines de semana y tiene unos conocimientos enciclopédicos de informática que no sé de donde ha sacado (desde luego no por iniciación paterna).

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Estreno de My Blueberry Nights


Parece ser que Vértigo ha vuelto, y anuncian el estreno de My Blueberry Nights para el 12 de diciembre, lo que es una estupenda noticia. No es desde luego el mejor Wong Kar Wei, pero guardo un grato recuerdo de ella, y además me permite alardear de mi pasado cosmopolita, porque entrevisté a Norah Jones (como mi incultura musical es proverbial, me tuvieron que soplar -Irene Vaquerizo- quién era) y a Jude Law, al que le pedí que se quitara las gafas de sol que llevó durante la (brevísima) entrevista para poder contarle a Marga que le había visto esos ojos azules que tiene. Aquello fue en Cannes del 2.007, aunque se diría que fue en otra vida.
También es una buena noticia porque, como contaba por aquí, Vértigo tiene en catálogo Paranoid Park y I´m not there, para mi refinado e infalible gusto las mejores películas que vi el año pasado. A Gus Van Sant también lo entrevisté en el mismo Cannes, un diálogo de besugos que causó hilaridad entre el equipo de la tele que allí estaba, los dos torrados en una terraza y mirándonos sin decir nada. Y ahora que me acuerdo, pues también entrevisté a Todd Haynes, recién salido completamente entusiasmado del pase, y al pobre casi no le dejé decir nada, que me pasé los cinco minutos que te dan explicándole por qué era tan buena su peli.
(Nota para Susana: esta entrevista se desarrolló en el Hotel des Baines, visita más o menos obligada si te acercas al Lido).

martes, 25 de noviembre de 2008

Arranques

"En determinadas circunstancias hay pocos momentos en la vida más agradables que la hora dedicada a la ceremonia conocida como el té de la tarde. Hay circunstancias en las que, tomes el té o no (algunas personas por supuesto nunca toman), la situación es en si misma deliciosa". 

Este arranque me resulta tan sugerente que creo que voy a abrir El retrato de una dama por la primera página cada tarde, antes de prepararme un té. Es casi tan bueno como aquél de "Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa".

Los cerrojazos de Ruiz-Faraón o Cuando la mariposa bate las alas


El domingo 23 de noviembre asistí gracias al alcalde de esta villa a un concierto masificado en una sala mal ventilada y claustrofóbica. No pude dejar de asistir porque los que tocaban, un cuarteto con una trayectoria de años y deliciosa música llamado Stereolab, son uno de los grupos que me gustan.
El concierto iba a ser en la sala La Riviera, pero el asesinato del joven Álvaro Ussía en El Balcón de Rosales hace escasos días ha provocado, en un mecanismo acción-reacción propio de un adicto a la cafeína, que el Ay-untamiento de Madrid cierre de golpe y porrazo tres de las salas de tamaño medio que sobreviven en esta ciudad ofreciendo conciertos con desigual suerte. Una de esas salas ha sido La Riviera. El motivo que se aduce: que tiene algún "problema con la ley" consistente en alguna licencia menor pedida/discutida pero sin conceder.
Y aquí es donde entra el engranaje del razonamiento de la Administración: El Balcón de Rosales, donde tres seguratas descerebrados tejían su destino de broncas y palizas, tenía denuncias mil y problemas con las licencias. Ergo: cualquier lugar con problemas con las licencias es un posible foco de problemas segurateros y alcohólicos.
Y La Riviera, en menos de lo que tardas en decir "Tiernogalvánqueestásenloscielos" (es decir, menos de 24 horas) se clausura, se chapa, se cierra y los grupos pendientes de concierto se quedan con cara de gilipollas y los futuros asistentes a conciertos con entrada ya comprada ni te digo.
Para salvar algo del naufragio -y evitar, imagino, demandas y pleitos- los dueños de La Riviera consiguen celebrar el concierto de Stereolab al que me refería en estas líneas (del resto prefiero no enterarme) abriéndose un sitio a codazos en la sala El Sol. El resultado: una lata de sardinas con un escenario mínimo donde la música se acoplaba que era un gusto (no sabemos si porque no les dio tiempo a probar mucho o por mera protesta artística) y las mujeres de talla pequeña pero bien proporcionadas como yo no conseguimos ver ni el moreno tupé de la cantante, ya que el escenario de esta sala apenas levanta dos palmos del nivel del suelo.
No hay que ser muy listo para ver que la sala El Sol no es santo de mi devoción, por mucho que sentimentalmente me unan a ella otras historias. El caso es que habría disfrutado mucho más en la espaciosa Riviera, con sus palmeras y su humo de tabaco diluyéndose majestuosamente hacia las alturas casi ciclópeas del recinto, en lugar de acabar encajada como un cigarrillo en El Sol.
Pero en favor de esta sala hay que decir al menos que nos acogió a nosotros y a Stereolab. Mis rendidas gracias a ellos, y mis ondas cerebrales más nocivas y malignas al Ay-untamiento provocador de este sinsentido.
http://www.salariviera.com/

Goytisolo en El País

Le han dado por fin el Nacional de Literatura al pelmazo de Goytisolo, que se ve que llevaba años ensayando la pose para cuando le cayera ése o el Cervantes o el que sea. De tanto rollo que se gasta con su marginalidad, heterodoxia, excelencia y demás se nos puede pasar por alto que debe de ser el autor español vivo al que más congresos, tesis, simposios y demás jarana académica se le dedica, y que publica sus libros en Alfaguara y Mondadori, vamos, las editoriales más marginales del panorama literario español, por no hablar de las obras completas que le está publicando... El Círculo de Lectores!
Y el caso es que a mí me gusta la defensa que hace de autores peculiares, como Blanco White, Azaña o Américo Castro, y la lectura heterodoxa de clásicos como Cervantes, San Juan de la Cruz o Clarín, pero a veces da la impresión de que piensa que estos señores escribieron para allanar los caminos del señor y preparar la llegada del mesías, o sea, él.
Monique Lange tiene una novela autobiográfica en la que cuenta el dolor que le causó descubrir la homosexualidad de su marido, aficionado sobre todo el lumpen árabe de París, lo que podría explicar su fascinación por el islam, del que ha escrito muy bien, por cierto. Recuerdo que el sosias de Goytisolo en la obra le contaba como después de hacer el amor con un currante argelino la mujer del mismo les había ofrecido café, y la narradora contaba que ella había acabado aceptando la sexualidad de su pareja, pero que lo del café le parecía excesivo.
Que yo sepa, nunca se separaron. Goytisolo pasaba la mitad del año en su casa de París, y la otra mitad en la de Marrakech, en un edificio que al parecer es una pasada y es una de las atracciones de la ciudad, al lado de una mansión de Gaultier.
Cuando a Umbral le dieron el cervantes o algo parecido Goytisolo escribió un artículo que dio mucho que hablar. No sabemos si alguno de los muchos enemigos que tiene en el mundillo literario se atreverá a devolverle la jugada. Veremos.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El Quinto Imperio


Tal vez cansado de cierta tendencia a la ligereza que se apreciaba en su cine, Oliveira se marcó a mediados de la década en curso un ladrillazo marca de la casa con El Quinto imperio, una obra de teatro filmada con una frontalidad casi desafiante, y con un tema portugués a más no poder, aunque todos sabemos del sebastianismo vía Pessoa.

A Oliveira probablemente le cae bien este monarca, aunque en la obra aparezca como un rey adolescente megalómano y misógino atento sólo a sus delirantes visiones de grandeza. Como nuestro anciano favorito se atreve con todo, se pasa la mitad del metraje con una secuencia onírica en que el gran Luis Miguel Cintra (que según el Imdb es madrileño) se le aparece al rey Sebastián para cantarle las cuarenta, secuencia que dura una hora y que según encuesta hecha a la salida del cine media sala aprovechó para echarse una siesta.

La peli no está mal, y tiene una secuencia memorable con la abuela, y una que muestra el lado cachondo de Oliveira, cuando los viejos del reino le recomiendan al rey virgen (en Grand style claro) que eche un polvo de vez en cuando, a ver si así se le quitan esas chorradas de conquistas de la cabeza.

El Padre Brown


Imagino que casi todos nos acercamos a Chesterton guiados por la admiración que le profesaba Borges. Recuerdo que los relatos del padre Brown me decepcionaron cuando los leí, fascinado como andaba yo con los manieristas recovecos conceptuales del escritor argentino.
Acantilado acaba de publicar en un solo volumen todos los cuentos del cura detective más famoso de la Literatura, y mientras que hoy en día soy incapaz de terminarme un relato de Borges, de tan artificiales y amanerados que me resultan, los de Chesterton cada vez me gustan más, y cuanto más los leo mejor me parecen, una vez que uno ya conoce el desenlace y puede detenerse en los detalles.
Chesterton se empeña meticulosamente en quitar todo glamour a su protagonista, empezando por el nombre, aunque en cualquier caso una de las cosas que más desprecia de la cultura moderna es la estetización del mal. Chesterton/Brown combate en primer lugar la fascinación por lo demoníaco tan propio de la estética que arrastramos desde el Romanticismo, de la misma manera que concibe el paganismo como una doctrina empozoñosamente triste y el orientalismo como un peligro metafísico (mientras que se diría que no se toma demasiado en serio el ateísmo). Sabido es que Chesterton era un católico que de tan ortodoxo resulta excéntrico, y que una de las pruebas que aportaba para demostrar la verdad de su doctrina era la alegría, razón que siempre ha desconcertado a sus admiradores españoles “laicos”, que los hay muy respetables, como Savater y Marías, por ejemplo.
Chesterton debía de tener una percepción física del mal, que se manifiesta en sus relatos en todo tipo de realidades, desde la forma de un cuchillo a la luz de un atardecer, desde la arquitectura de una casa hasta el carácter infinito de la extensión de un bosque. Esta dimensión cósmica e inhumana del mal está siempre presta a devorar al hombre, y sostener los diques que permitan la existencia de una comunidad humana fue la tarea heroica que Chesterton siempre consideró propia del cristianismo, encarnada en ese peculiar héroe de nuestro tiempo que es el Padre Brown.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Resurgir, de Margaret Atwood



"te encierran en un hospital, te afeitan el pelo y te atan las manos y no te dejan ver, no quieren que entiendas, quieren que creas que el poder es suyo, no tuyo. Te clavan aguja para que no oigas nada, para ellos podrías ser un cerdo muerto, tienes las piernas en alto y metidas en un soporte metálio, se inclinan sobre ti técnicos, mecánicos, carniceros, estudiantes patosos o que ríen por lo bajo mientras hacen prácticas con tu cuerpo, sacan al niño con un tenedor como un pepinillo de un bote de pepinillos. Después de eso te llenan las venas de plástico rojo; lo he visto bajando por el tubo. No voy a dejar que me hagan eso nunca más."
Susana me regaló El cuento de la criada por mi cumpleaños, pero en el último momento decidió quedárselo ella y darme Resurgir, también de Margaret Atwood. Aunque el libro es de reciente publicación en español basta un par de páginas para darse cuenta de que ninguna mujer escribiría algo así en nuestros días (cada época tiene sus censuras).

La narradora, una mujer a la que parecen haber extirpado la capacidad de sentir emociones, embarca a unos amigos un tanto descerebrados en un viaje para acercarse a la casa de sus padres, un espacio mítico situado en una cabaña aislada en una isla en medio de un gigantesco lago que tiene algo de las aguas primordiales del Génesis (aunque siempre amenazado por la presencia amenazante de turistas americanos). Los colegas parecen los detritus del 68, y se los tendrá que quitar de en medio para iniciar una especie de catarsis o rito de iniciación (que se parecen dos gotas de agua a un brote psicótico) de la mano de las pistas que le han dejado sus desaparecidos padres (de los que también se supone que se han vuelto locos). A lo largo del trayecto nos enteramos del via crucis de humillaciones emocionales que ha sido su vida, lo que la ha convertido en un bloque de hielo. Hoy es inevitable leer el libro como un testimonio del atroz ambiente sentimental de los setenta, aunque es improbable que ese fuera el objetivo de la autora, que consigue que el personaje principal resulte muy verosímil, lo que tiene bastante mérito, teniendo en cuenta lo que le cae encima.

Las horas del verano


Llevaba Assayas unos años sin aparecer por las pantallas españolas, y ha sido Baditri quién lo ha traído de vuelta, empeñada esta distribuidora en mostrarnos los filmes de los venerables directores europeos a los que otras distribuidoras parecen haber renunciado, y así gracias a ella hemos podido disfrutar de lo último de Rivette, Resnais y Oliveira (y Lumet, aunque éste no sea europeo).

Supongo que Las horas del verano forma parte del encargo o proyecto de colaboración que ha puesto en marcha el Museo de Orsay con varios directores, y podemos imaginarnos que el punto de partida surgió al tropezarse el director con alguno de esos muebles o jarrones que todos los museos tienen y a los que sólo prestan atención los especialistas, pero ante los que todos nos preguntamos como serían cuando no estaban en una vitrina sino que servían para escribir sobre ellos o para poner flores.

La película se abre y se cierra con una celebración, la primera una reunión de cumpleaños en que la matriarca intenta controlar el legado de un pintor de la familia a cuya memoria se ha dedicado con devoción desde su muerte hasta conseguir situarlo en el panorama artístico internacional; la segunda una fiesta en que la nieta adolescente consigue por última vez llenar de vida la casa familiar ya expoliada tras la venta de sus bienes, el último destello de esplendor o la apoteosis de la decadencia, según queramos verlo, que la mirada del director es limpia y objetiva (renoiriana a más no poder).

Entremedias anda la generación de los cuarentones (como yo), que no saben muy bien qué hacer con el incómodo recuerdo que amenaza con ahogarles: ¿cuánto peso del pasado tenemos que aceptar para que nuestras vidas fructifiquen?¿a cuánto hay que renunciar para que no nos aplaste con su peso? De los tres hermanos, sólo uno permanece en Francia, el resto se reparte entre China y Estados Unidos, los dos centros del mundo. Europa, parece querer decirnos Assayas, se ha quedado como cobijo de la bisutería artística de la civilización occidental, prendada de pintores menores como Corot y de nimiedades como los muebles art decó.

Assayas es el más desconcertante de los directores de la clase alta cinematográfica, voluntariamente camaleónico, tal vez obsesionado por escapar al encasillamiento de autor minoritario, escondido tras una miríada de estilos y temas que parecen incompatibles, o al menos inconcebibles en la misma persona. ¿Qué tienen que ver Las horas del verano, Clean y Demonlover (las tres magníficas)? Pues yo diría que nada, si acaso el aviso del director de que nada en este mundo nos puede ser ajeno.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Al filo de ...


Al filo de lo imposible es uno de esos espacios que nadie ve, pero que todo el mundo conoce y que a pesar de ser carísimo lleva un millón de años en antena y forma parte de una media docena de programas de larga vida dentro de Televisión Española que contribuyen a dar esa imagen de televisión pública, de prestigio y de calidad que tanto nos gusta a todos.

Pues bien, el director de Al filo, Sebastián Álvaro, es un señor que por edad y por decisión propia se ha acogido al ERE de la tele (igual que otros cuatro mil curritos). Al parecer Sebastian puso en marcha el programa hace la friolera de veintinco años (yo en aquella época todavía llevaba trenzas y calcetines blancos y no me acuerdo), con mucho esfuerzo, ingenio, tesón, y todas esas cosas que ya sabemos que hay que poner en los programas que empiezan, y más si son tan específicos como este. Desde el punto de vista de la producción no quiero ni imaginarmelo, moviendo por sabe Dios qué lugares a tanta gente para hacer un programa de tele y además ¡en cine! Eso si que me parece una aventura, y no subir una montaña. Y desde el principio le acompaña parte del equipo que ha permanecido fiel al programa durante todos esos años, entre ellos Carmen Portilla, que para quien no lo sepa es además de mi compañera de producción desde hace una año en el Curso de Español, la experta en espeleobuceo más importante de España, con infinidad de cuevas vírgenes exploradas por primera vez a sus espaldas y algún que otro record mundial. Carmen ejerció de experta, asesora, coordinadora, exploradora, productora y otros tantos - oras en el programa.

Y ahora Sebas se prejubila, y la tele ha propuesto como nueva directora a nuestra Carmen. Es la noticia de los últimos días en Prado del Rey, no se habla de otra cosa. Carmen está entusiasmada y con ella todos los que estamos a su alrededor, aunque yo voy a lamentar muchísimo perderla como compañera de fatigas. Creo que sería capaz de subir una montaña nevada o de sumergirme con una bombona de oxigeno para acompañarla a cualquier lugar. Todos estamos convencidos de que va a ser una excelente directora, que va a darle un aire nuevo al programa (dentro de los límites del documental de aventura, claro está) y de que tiene un montón de ideas fantásticas bullendo en esa cabeza que nunca para.

El punto amargo de esta noticia lo pone, lamentablemente, su ya casi ex director. En un articulo publicado en "El Pais" hablaba de que considera en realidad al ERE como un despido muy bien pagado. Que en cierto modo lo es, cierto, pero que también ha sido una opción voluntaria a la que él, como tantos otros, se ha acogido. Y también empieza a ser vox populi que está morado de rabia porque Al filo continuará sin él, sin su "creador", como se apuntaba en el mismo artículo de "El Pais". Y que hubiera preferido que el programa desapareciera con él. Todo esto, al margen del agravio que supone para Carmen y los compañeros que deja en el programa, me parece un insulto al resto de trabajadores del gremio y a los espectadores de su tan amada creación. Todo el mundo sabe que, en televisión, por mucho carisma que tenga un director de programa, presentador, creador, realizador, o lo que sea, los programas los hacen los equipos. Y que pasados los comienzos duros de todos los proyectos, el resto de las cosas funcionan por inercia, por la inercia del trabajo de cada persona que asume en cada momento su parcela de responsabilidad (esto lo hemos vivido muy de cerca en los programas de cine, que ahí están, como si el tiempo no pasara por ellos, a pesar de todos los cambios aparentes). Por tanto lo que demuestra el señor Álvaro con su berrinche es que es un individuo profundamente megalomano, narcisista y egoista. O quizás su pretensión era seguir haciendo Al filo en otro lugar, olvidando que su creación pertenece a una empresa de televisión con nombres y apellidos, pública para más inri, y que le ha financiado todos sus proyectos y excursiones.

En realidad, todo esto da igual. Este mundo es tan efímero que a partir de enero nadie hablará ya de que hubo un antes y un después en Al filo, todo este periodo de transición se habrá olvidado. Para bien o para mal los programas de televisión son como las cucarachas: nacen, crecen, a veces se reproducen, y todas las veces, invariablemente, mueren. Aunque algunos son más longevos que otros.

V de Vendetta, o un viejuno en el metro


Hace unas semanas contaba Elvira Lindo en su artículo dominical el shock que sintió la primera vez que la llamaron “señora”, una especie de aviso de los dioses de que la madurez se aproxima y la vejez aguarda en lontananza. En el cónclave bloguero Susana y Mercedes reconocieron que les repateaba que las interpelaran así (Susana se acordaba perfectamente de la primera vez), aunque a mí lo que definitivamente me molesta es que gente mucho más joven que yo y con la que no tengo ningún trato social se tome familiaridades conmigo para simular que somos coleguillas.

Pero una de las formas más divertidas con que me he tropezado para hacerme ver que soy un viejuno me ocurrió antesdeayer en el bibliometro de Moncloa, donde recalé con mi hermana camino del hospital de La Zarzuela, donde iban a operar a mi padre. Mi hermana vive en Algeciras, así que quería enseñarle el funcionamiento de esas casetillas que reparten libros, y elegí V de Vendetta (por cierto, que anoche descubrimos en cena bloguera que los tres tenemos ese cómic –perdón, novela gráfica-, aunque yo lo tenga que devolver en breve –Susana es tan chula que lo tiene en inglés-). Los libros se piden con un número, y la joven dependienta tenía ya el ejemplar en la mano cuando empezó a mirarme con incredulidad y a preguntarme:
- ¿Es éste el libro que quieres?
- Sí, sí –contestaba yo-
(Repítase esta conversación tres veces)
Y al final se ve que la chica no se pudo aguantar y exclamó:
- ¡Pero si es un cómic!
Yo me sentí algo molesto al ver que se dudaba de mis conocimientos enciclopédicos en el campo de la Literatura, aunque luego me di cuenta de que lo que le sorprendía es que un señor de más de cuarenta años anduviese leyendo tebeos en el metro, y más uno que iba con traje y abrigo y no con camiseta negra, que al parecer es el uniforme oficial y obligatorio en las ferias de cómics y en el Festival de Sitges.

Total, que después de contestarle en tono algo impertinente y punto pretencioso que por supuesto que sabía que era un cómic, me fui rejuvenecido y orgulloso con el tochazo en la mano, a la espera de leerlo para hacer un sesudo comentario sobre implicacioner intertextuales y sustratos míticos de los conflictos diegéticos

lunes, 17 de noviembre de 2008

Resurgir



"Debo tener más cuidado con mis recuerdos, tengo que asegurarme de que son míos y no los recuerdos de otras personas diciéndome qué sentía yo, cómo me comportaba, qué decía: si los hechos son falsos, también lo serán los sentimientos que asocio a ellos. Empezaré a inventármelos y no habrá manera de establecer la verdad, quienes podrían ayudarme ya no están."

domingo, 16 de noviembre de 2008

Vuelvo a casa



Como en su día me perdí Vuelvo a casa era la oportunidad ideal para reencontrarme con Oliveira; sólo tenía que vencer la pereza de salir tarde de casa para ir a la Filmo, y el metraje no era disuasorio, 90 minutos.

La película comienza con una representación teatral, con Catherine Deneuve, Michel Piccoliy Leonor Silveira en el escenario. Un contraplano de la platea llena de felices espectadores nos indica que la obra es un éxito. Pero pronto se introduce otro contraplano desde las bambalinas, en que los gestos de preocupación son manifiestos. El extracto es muy largo, así que conviene prestar atención a la obra (que descubro en los títulos de crédito que es de Ionesco): Piccoli hace de rey que tras cientos de años de reinado y crímenes se niega a abandonar el poder y la vida, tal vez un chiste de del director sobre su longevidad y actividad frenética.

Con esa especialidad para lo indirecto de Oliveira, nos enteramos de que toda su familia ha muerto en un accidente de automóvil. Ni asistimos al momento en que se le comunica la noticia, ni veremos como ésta le afecta. Vemos abandonar a Piccoli el teatro por una puerta al fondo sin prestar atención al grupo de compañeros (un plano fordiano) y la peli funde a negro, para devolvernos al personaje unos meses después, reincorporado a la profesión y a la rutina.

¿De qué habla Vuelvo a casa? De la vejez y el deseo. Un plano aparentemente objetivo nos enseña una rotonda en París. Dura bastante, aunque nada ocurre. En realidad, descubrimos que es un plano subjetivo de Piccoli, el panorama que todos los días observa desde el bar donde se toma un café y lee Liberation. Nada captura su atención. Aunque luego, mientras se da un paseo, su mirada se fija en una imagen, un cuadro que habla del placer y del pasado, una pareja que en traje de noche baila en una playa azotada por el viento y la lluvia, mientras un mayordomo les sujeta un paraguas y una doncella parece presta a echar una mano en cualquier momento. En otro escaparate se prenda de unos zapatos carísimos que acaba comprando. Esa misma noche en una conversación con su agente (que el cachondo del portugués filma los primeros minutos con un plano de zapatos, aunque siempre me ha costado convencer a mis amigos del sentido del humor que subyace en toda su filmografía) rechaza los movimientos celestinescos de éste para que aproveche su prestigio para seducir a una joven actriz, o más bien se deje seducir por ella. A la salida es atracado y despojado de sus zapatos: ¿un castigo por haberlos deseado, por ese gesto de coquetería senil?¿o más bien por haber rechazado esa posibilidad erótica? O tal vez por haber equivocado el deseo, uno no puede preferir los zapatos a las mujeres, se tenga la edad que se tenga. En cualquier caso, el plano de Piccoli mientras observa alejarse al chorizo muestra cierta aceptación, como si envejecer fuese acostumbrarse a ver desaparecer las cosas.

En la última secuencia el actor abandona el rodaje de un Ulises joyceiano dirigido (muy educadamente) por John Malkovich, tras ser incapaz de recordar adecuadamente sus textos. De la misma manera que tras la muerte de sus parientes, le vemos atravesar todo el espacio para salir (¿definitivamente?) por una puerta al fondo del plano. Piccoli vuelve a casa y el film se cierra con un plano sostenido de la mirada de su nieto, que le observa mientras sube las escaleras trabajosamente ¿Sienten nostalgia Oliveira y Piccoli (que entre actuación y actuación dirige pelis más marcianas que lo más marciano que haya hecho su colega) de una vejez solitaria y ociosa?¿Les asusta la decadencia? Parece más bien que imaginan una vejez alternativa, convencional, incapaces de imaginar como sería vivir mano sobre mano.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Las ametralladoras se burlan de los poemas y de los cuadros





Tenía preparado un sábado dedicado a mi hijo pequeño, con sesión cinematográfica (Wall-e en v.o. para que se vaya iniciando), una pizza de nivel y un viaje en AVE a Segovia, pero después del partido de fútbol sala matutino (perdieron 2-1 tras final de infarto) se descolgó con que le dolía mucho el talón y no estaba dispuesto a danzar por todo Madrid lesionado, que parece ya una de las caprichosas estrellas que se arrastra por los campos de primera división, o como se llame este año la liga.

Así que hubo cambio de planes y por la tarde me acerqué al Reina Sofía, aprovechando que es gratis, y me metí en la primera exposición que encontré, la dedicada a Carl Einstein, que hasta ese momento no me sonaba de nada, pero que por lo que se dice allí fue la pera limonera y poco menos que el que alumbró todas las vanguardias de principios del siglo XX. Escribió un libro, El arte del siglo XX, clave en la historia de la historia del arte, y acabó suicidándose cuando tuvo que elegir entre las tropas alemanas y la España franquista, casi como Benjamín.

Una de las muchas virtudes de esta didáctica exposición es asistir a una trayectoria intelectual que de tan ilustradora de lo que fue la primera mitad del siglo XX parece inventada: ilusionado con las fantasías redentoras que toda Europa se empeñó en buscar en la Primera Guerra Mundial, el encuentro con la brutalidad alienante de la guerra industrial le empujó a la radicalización política y estética. El fracaso de las políticas emancipadoras revolucionarias en Alemania le llevó a buscarse la vida en el París de entreguerras, donde se hizo colega de los pintores del momento (que con la vida social que llevaban no se entiende como pintaron tantas cosas), para acabar llegando a la conclusión de que el arte no podía nada frente a la ascensión de los fascismos (de ahí la frase de la entrada), con lo que se vino a España a combatir en la columna Durruti, estuvo en un campo de refugiados y se tiró a un río cuando los alemanes decidieron merendarse toda Francia.

Buena parte de los cuadros que se pueden ver pertenecen a la colección del Reina Sofía, pero así colocados adquieren un brillo nuevo, y más recogidos uno disfruta de las bondades de algún Juan Gris y de un par de Leger que en entornos más amplios uno puede dar por sabidos, y recuerda que Joan Miró es, probablemente, el pintor más feliz del siglo pasado. Una proyección nos ofrece imágenes del multitudinario entierro de Durruti, pero lo que hace absolutamente obligatoria y memorable la exposición es la sala dedicada a la escultura africana, cuya importancia Einstein avanzó, y a la que dedicó un libro (que está traducido y a la venta en la librería del Museo). Supongo que las obras están escogidas y son el top del género, porque son impresionantes, y uno por fin entiende lo que siempre había leído acerca de la impresión que causaron en Picasso y otros artistas.

viernes, 14 de noviembre de 2008

La boda de Rachel


Como en los Golem tenían preestreno (de La Buena nueva) andaba Pedro Zaralegui por las puertas (mandando a la gente a la sala equivocada, que esas cosas tienen los jefes), y me explicó que la última de Jonathan Demme era un Dogma en Estados Unidos. Pero más bien lo que se percibe es la influencia de Cassavetes (afortunadamente), cuya figura empieza a resultar omnipresente por todas partes (un ejemplo que me permite alardear de mi cosmopolitismo: Juliette Binoche me contó -en una entrevista, claro, no tomando copas- que tuvo en mente a la Gena Rowlands de A woman under the influence para su interpretación en la maravillosa El vuelo del globo rojo, la de Hou Hsiao Hsien que los de Notro tienen metida en un cajón desde hace más de un año).
Kim sale de una residencia para toxicómanos un finde para asistir a la boda de su hermana (la Rachel del título, claro). Como es de esperar, su aparición más o menos inesperada crea innúmeras tensiones y despierta todo tipo de fantasmas familiares (sobre todo uno, del que ya hablaremos). Una (o varias) cámara(s) al hombro persiguen los rostros y las reacciones de todos los personajes, que alternan rituales sociales y psicodramas privados, larguísimos los primeros y apasionantes los segundos. Filmada como un documental, género al que Demme se ha vuelto adicto, todo se juega en la interpretación, magnífica, como es de esperar: Ann Hathaway compone una yonqui manipuladora y frágil tal vez demasiado cool pero más que creíble, y el coro de personajes funciona muy bien, cada uno con su personalidad bien definida a través de gestos y palabras.
Kim (y Rachel, claro, una especie de Cenicienta que se rebela contra esa hermana profesional del victimismo que siempre ha chupado plano emocional en la familia) carga con una madre demasiado desapegada y narcisista, y un padre protector en exceso, una mezcla que puede ser inocua o devastadora (como es su caso). El lado débil de la parte masculina se marca muy bien. En este universo de mujeres que se lanzan a la yugular a las primeras de cambio (a las que hay que sumar la mejor amiga de Rachel, una rubia en perpetua guerra con Kim) la figura del novio es de una calculada y estupenda ambigüedad: ¿será ese negro enorme alguien capaz de hacerse cargo de las desatadas pulsiones femeninas (traducido a vocabulario paleopsicoanalítico, alguien que encarne el falo ausente)?¿o su tranquilidad esconde a otro panoli? En una de las mejores secuencias, desafía al padre en el típico reto/rito de aceptación grupal ¿y cuál es la prueba que eligen para que demuestre su capacitación para incorporarse a la tribu?... Ver quién carga más y mejor el lavavajillas. No es de extrañar que, al final del desafío, lo que emerja sea el agujero negro que está apunto de engullir constantemente a la familia, la muerte del hijo en un accidente provocado por las adicciones de Kim.
La boda de Raquel tiene las mismas virtudes y los mismos defectos que Le graine et le mulet, de Kechiche (que aquí tiene en el limbo Vértigo, de la que no sabemos nada desde hace meses, con lo que en el mismo sitio andan las hermosísimas Paranoid Park y I'm not there, lo último de los Dardenne y la de Won Kar Wei con Norah Jones y Jude Law): un ojo seguro para captar los movimientos tempestuosos que se producen en el interior de la familia y una imposibilidad manifiesta para despegarse de la fascinación que provoca el metraje grabado, lo que lleva a ambas películas a despeñarse (a ratos) por los peligrosos acantilados del tedio. Resumiendo, desiertos de comidas familiares con oasis de psicodramas fraternos.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Urtain


A pesar de que estoy rodeado de gente que detesta Animalario (que la verdad es que tampoco tengo muy claro qué es), debo decir que Urtain me pareció estupenda, y que me lo pasé como los indios viendo el excelente montaje de la obra de Juan Cavestany, sobrio y espectacular a la vez: todo ocurre en un ring, y como atrezzo se nos ofrece sólo un par de banquetas, y un elenco de cinco o seis actores se bastan para hacer de polifacéticos gruppies, pero los efectos de luz y sonido hacen que parezca que estamos asistiendo (casi) a un musical de altos vuelos (un ejemplo, para que no parezca que hablo en el vacío: una de las escenas se ilumina con un sencillo pero efectivo efecto que simula el ruido de una televisión antigua. Pues bien, es así como yo recuerdo en mi lejana memoria las imágenes en blanco y negro de boxeo vistas en mi antediluviana tele, porque aunque mis compañeras de blog no lo crean, hubo una época en que la tele era así, en blanco y negro).


La obra comienza con el suicidio de Urtain, cuatro días antes de que comenzaran las Olimpiadas de Barcelona, y avanza retrocediendo en el tiempo, centrándose en los combates que dio alrededor del Campeonato de Europa. Urtain se presenta como un mito (en el sentido barthesiano del término) del franquismo incapaz de adaptarse a su retirada del ring. Olvidado en la transición (al contrario que otros compañeros de viaje citados, como Raphael, Pedro Carrasco o Rocío Jurado) se le ve arrastrando una inferioridad intelectual ahogada en alcohol y violencia. Vemos los tópicos del género "ascenso y caída de una estrella" en su versión pugilística mezclados con los estereotipos que fabricó el franquismo y la democracia en una mezcla a ratos arriesgada pero casi siempre airosa (ejemplo: la matanza de Atocha es narrada como un chiste de Eugenio, el efecto es demoledor). La obra se atreve con todo: tableaux vivants oníricos (la orgía), sencillos números musicales, diálogos intensos (antológico aquel en el que el médico de Franco y el mánager de Urtain gestionan a cara de perro una audiencia/foto de Urtain con Franco).
La encarnación que hace del boxeador vasco Roberto Álamo me parece maravillosa, con esa mezcla de violencia contenida, inocencia y desamparo que configuran una especie de cárcel para el personaje del que este no puede salir, y todos los actores que le rodean suman puntos a la brillantez del resultado, al que se le perdona algún exceso (como el efecto de ralentí que utiliza a ratos, algo forzado para mi gusto).
La sala estaba a rebosar, y se anuncia que las localidades están vendidas hasta el final de las representaciones. Y último apunte privado para mis compañeras, en la butaca de al lado estaba Patricia Ferreira (con la que no crucé palabra).

martes, 11 de noviembre de 2008

Leyendo a Jefferson


"Todos tendrán también en su mente el sagrado principio de que si bien ha de prevalecer en todos los casos la voluntad de la mayoría, esa voluntad ha de ser razonable para ser legítima; y que la minoría posee sus derechos iguales, que leyes iguales deben proteger, y que violar esto sería opresión"


Como Susana es una entusiasta de la política americana le propuse que nos empolláramnos un poco la historia de la revolución, independencia y fundación de los Estados Unidos, aunque dada la pusilanimidad que nos caracteriza es improbable que lleguemos muy lejos; pero el impulso me ha dado para desempolvar el ejemplar que Tecnos publicó hace treinta años (aunque supongo que existirán reediciones y que todavía se puede encontrar) con textos de Jefferson, y especialmente su autobiografía. Y me he leído el discurso que dirigió a los ciudadanos cuando fue elegido presidente.
Susana es la experta y me podrá corregir, pero hay que decir que Jefferson es, probablemente, el máximo responsable de que EEUU sean como son hoy. Aunque parezca imposible, en sus inicios estuvieron cerca de convertirse en una monarquía con aristocracia y todo. Una parte importante del establishment consideraba que la república no era una forma adecuada para dotar de fortaleza a un país, y menos en sus inciertos inicios, así que optaban por copiar el sistema político inglés.


"Sé, ciertamente, que algunos hombres honestos temen que un gobierno republicano no puede ser fuerte, que este no lo es en medida bastante (...) Por el contrario, considero que éste es el gobierno más fuerte de la tierra. Creo que es el único donde cada hombre, ante el llamamiento de las leyes, correría hacia el estandarte de la ley y haría frente a invasiones del orden público como si se tratase de su propio asunto particular"


Jefferson fue un visionario de la egaliberté. En el período en que fue vicepresidente con John Adams tuvo que asistir a la promulgación del Patriot Act de la época, con leyes que restringían drásticamente la libertad de expresión y los derechos de los individos, especialmente de los extranjeros. En su alocución enumera "los principios esenciales de nuestro gobierno", que son demasiados para copiarlos, pero de los que destacaría "justicia igual y exacta para todos los hombres, fuera cual fuere su estado o convicción religiosa o política (...); una celosa custodia del derecho de elección por el pueblo (...); supremacía de la autoridad civil sobre la militar (...); la difusión de información y denuncia de todos los abusos ante el estrado de la razón pública; libertad de religión; libertad de prensa".


Otro de los temas que permean su discurso es la conocida (y desconcertante para los europeos) concepción de los Estados Unidos como una especie de tierra prometida donde sería posible que la humanidad recomenzase de nuevo su periplo, a salvo de todos los errores que habían llenado de sangre el continente europeo, aunque en Jefferson aparece en un versión "laica", algo alejada de los vientos veterotestamentarios que trajeron los primeros emigrantes (y que, al parecer, siguen bastante presentes en amplias capas de la población).
"No olvidemos que, tras abolir de nuestra tierra aquella intolerancia religiosa bajo la cual ha sangrado y padecido la humanidad tanto tiempo, poco habremos ganado si se sostiene una intolerancia política tan despótica, tan perversa y tan capaz de persecuciones amargas y sangrientas".
"Cariñosamente separados por la naturaleza y por un ancho océano de los estragos exterminadores de una cuarta parte del globo, (...) poseyendo un país elegido, con espacio para nuestros descendientes hasta dentro de cien o mil generaciones; (...) reconociendo y adorando una omnipotente Providencia,(...) con todas esas bendiciones ¿qué más se necesita para hacer de nosotros un pueblo feliz y próspero?"
Jefferson estuvo metido en todo tipo de fregados conspiratorios, poseía una sólida cultura clásica, era un bibliófilo que probablemente inoculó el virus del coleccionismo en la cultura norteamericana, fundó universidades y estaba obsesionado con las mejoras en la agricultura, fue embajador en el París previo a la revolución, lo que le sirvió para poseer un conocimiento de la política de Europa que sus compatriotas no tenían, además de llevarse todo tipo de información sobre botánica y técnicas agrícolas y vivir una pasión imposible (pero correspondida) con una inglesa bohemia (para los patrones de la época), y acabó su vida como un patriarca bíblico, en sus posesiones, colmado de años y descendientes, y con el buen gusto de caer arruinado por mor de sus omnímodos intereses y su proverbial generosidad.


lunes, 10 de noviembre de 2008

Helmut y sus mujeres

Este sábado fui a ver la exposición de Helmut Newton que hay en la galería La Fábrica, habitualmente espacio de divulgación para creadores interesantes, consagrados o no. El renombre de Newton, su popularidad y reconocimiento artístico han sido puestos de manifiesto por multitud de críticos, y por tanto es en vano que yo me afane aquí en glosar sus numerosas virtudes como fotógrafo. Así que apuntaré tan sólo las críticas negativas para compensar la balanza del idolatrado artista y captar el interés de los numerosos lectores de este blog.
La exposición se visita rápido puesto que se trata de una treintena de obras en formato más bien pequeño (seguramente los desvelos para traerlas a este rincón de Madrid han sido inversamente proporcionales a su tamaño) y la temática es invariablemente la misma: desnudos esteticistas en entornos lujosos desparramados en poses eróticas. La factura técnica es excelente: los claroscuros, la composición, la textura. Pero la disonancia salta como un muelle cuando analizamos el contenido: ¿es esta la mujer del nuevo milenio, según la publicidad de la sala? ¿Una mujer que decide "ella sola sobre su cuerpo"? Esta monserga tan manida me recordó sin poder evitarlo a los anuncios publicitarios con los que nos bombardean cotidianamente a las mujeres, en los que se mezclan alegremente como en la sangría los conceptos de belleza, libertad, inteligencia y libre albedrío.
¿Por qué retorcida deducción una mujer modelada exquisitamente, con una cara de cromo, echada indolentemente en el diván con su vello púbico al aire, es la mujer del nuevo milenio? Ninguna de estas diosas está poniendo lavadoras, ni llevando niños al colegio, o desatascando la fotocopiadora o pisando el freno en un atasco, por nombrar cuatro de las tareas que sí realiza con bastante frecuencia la mujer media del nuevo milenio (siento ser tan prosaica, la vida es así, no la he inventado yo). Sólo en pensar las horas que hay que echarle al cuerpo para que luzca así de tonificado, depilado, musculado y hormonado ya me daban escalofríos, sin contar con que, para ser modelo de Helmut, tu dotación genética tiene que ser como mínimo igual a la de los protagonistas de la apocalíptica película Gattaca.
Y la pregunta inevitable es (no creo que yo sea la primera mujer que la formula): ¿habría sido Helmut igual de famoso si en lugar de fotografiar cuerpos danone hubiera captado en un momento íntimo a la mujer media de este milenio con su bata, sus tripa caída por los embarazos y sus ingles sin depilar? ¿Habría dejado la divina Isabella Rossellini y otras bellezas que su cara apareciera delante de su objetivo o le habrían puesto la etiqueta de 'fotografía social' y punto?
Y por fabular, ¿y si Helmut hubiera sido mujer y en lugar de pubis, más o menos frondosos, hubiera fotografiado miembros masculinos desenrollados en su máxima longitud a lo Mapplethorpe?
No hay más que leer un poquito de la trayectoria de muchas mujeres artistas para imaginar las trabas que se le hubieran presentado a una imaginaria Helmuta. Pero si eres Helmut, eres diferente. Imaginar a todas esas diosas terrenales ordenadamente pasadas por la piedra es algo que inevitablemente aparece en el subconsciente tras ver cualquier obra de Newton, lo cual contribuye a engrandecer el aura de este artista ya de por sí grande.
Todos necesitamos soñar y ver exposiciones de cuerpos perfectos y lujo por doquier. El escapismo es tan necesario como el arte social que quiere tirarnos de la oreja un poquito. Pero hay que tener claro qué es cada cosa sin mezclar conceptos, y presentar de nuevo el manido cóctel de mujer perfecta-pese-a-todo etiquetado como mujer del nuevo milenio, a la que el resto de mujeres contemporáneas tenemos que tener como referencia, es tan perverso como cuando las revistas de la Sección Femenina aseveraban que el modelo a seguir de las mujeres era la Virgen María. Otros tiempos, pero siempre alguien/álguienes empeñados en ponernos un modelo para que nos mortifiquemos y suframos intentando parecernos a él.

http://www.lafabrica.com/index.php?id_documento=136

domingo, 9 de noviembre de 2008

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo



Me compré esta novela el día antes de irme a la SEMINCI. Es ya una costumbre adquirir un libro cuando me voy de viaje unos días, aunque tengo la casa llena de volúmenes que no he abierto desde que los puse en la estantería. Leí unas cuantas páginas en Valladolid, pero no terminaba de convencerme. Ya en Madrid, el libro acabó absorbiéndome, aunque muchos de mis reparos permanecían. Y este finde, como en mis buenos tiempos de adolescente, me lo he terminado de un tirón, tumbado en la cama. Y me sigue pareciendo discutible, aunque muy hábil.

Por situarnos, podríamos decir que Crónica… es una mezcla de Philip K. Dick, John Irving y David Lynch. A partir de una llamada erótica de una desconocida, sobre el protagonista, un joven algo pusilánime y desorientado llamado Tooru Okada, caen un montón de peripecias que progresivamente adquieren un tinte psicótico/fantástico, con universos más o menos paralelos (el lado Philip K. Dick) donde debe llevar a cabo una búsqueda iniciática para rescatar a la princesa (su mujer), que ha sido raptada por el ogro, que además es su cuñado (hermano de su mujer), una especie de demiurgo del mal que ejemplifica el fascismo latente en la sociedad japonesa. Como en todo recorrido de este tipo, nuestro héroe adquirirá conocimiento y superará todo tipo de ritos de paso de la mano de una pléyade de excéntricos personajes (el lado John Irving) muy bien dibujados, pero en los que Murakami muestra tal complacencia que la cosa se le va a las 900 páginas, sin que en algunos casos sepa como quitárselos de encima. El lado Lynch del libro está en la manera de retratar ese universo paralelo donde rigen otras reglas y habitan los yoes oscuros de los protas, y que básicamente es un hotel/laberinto con una habitación que parece sacada de las escenas oníricas de las pelis del director/pintor .

El libro parece querer ser una versión para adultos de los libros de heroic fantasy que triunfan entre los adolescentes (y de hecho se lo voy a dejar a mi hijo, a ver qué le parece), aunque hay que decir que da la impresión de que al autor realmente le engancha su trama (llena de brujos, adivinos, presencias angelicales, epifanías, laberintos y demás parafernalia del género, aunque muy bien camuflada). Como ya he adelantado en cierta manera, lo que traza es una fábula política acerca del Mal (el fascismo) en la sociedad japonesa, con sus raíces evidentes en el inevitable agujero negro de nuestra civilización, el período de entreguerras y esa explosión de horror que fue la Segunda Guerra Mundial, y que se prolonga hasta nuestros días como una maldición casi física, agazapada pero siempre dispuesta a ser despertada. Para un lector occidental tiene el aliciente de mostrar un lado de aquel infierno menos conocido (aunque en los últimos años ha tenido bastante presencia, e importancia, en la política internacional), la invasión de las tropas japonesas de una parte importante del continente asiático, donde hicieron tropelías que para nada envidian a la de los nazis.

Tal vez lo más discutible sea la asociación de ese mal con la sexualidad femenina. Sin ser un libro misógino, resulta raro que Murakami sitúe sobre todo en los personajes femeninos ese algo siniestro siempre pronto a despertarse, lo que más que con las mujeres se diría que tiene que ver con los problemas que el autor tiene con ese campo (aunque la concepción del sexo y el cuerpo femenino como algo siniestro es algo que tiene ya una reputada carrera en el arte y la literartura contemporáneos). El caso es que parecería que el autor repite, puestos al día, los tópicos sobre la inefabilidad de cierto intangible eterno femenino.

Y me ha vuelto a salir un comentario larguísimo, que no sé que me pasa hoy.


Quemar después de leer



La última película de los Coen deja un extraño sabor de boca: está bien (incluso muy bien), pero resulta insuficiente. Es un mecanismo muy bien ajustado en todas sus partes, pero durante toda la proyección tuve la sensación de que estaba por debajo de sus posibilidades: vamos, que los directores iban sobrados con este material, incluso (o sobre todo) a nivel de producción: Quemar antes de leer es una superproducción indie, y no sólo es el cartel que presenta. Es que cuando salen interiores como gimnasios, restaurantes o cines, o exteriores como el parque todo está a rebosar de figuración. Total, que por una vez tenemos un film al que le sobran pasta y oficio, así que tampoco es cuestión de quejarse.

El referente obvio de Quemar… es Con la muerte en los talones, y resulta bastante productivo centrarse en sus diferencias. En la de Hitchcock nos encontrábamos con un espacio vacío creado por la CIA para que el KGB picase, espacio que era “llenado” accidentalmente por Cary Grant, que una vez investido de las características estructurales del sujeto se las tenía que ver con todo tipo de calvarios (que es lo propio del sujeto, claro). En cualquier caso, ambas agencias estaban bastante interesadas en que este sujeto imaginario existiese. Aquí es al revés: también hay un agujero vacío, encarnado por unos documentos más o menos secretos, a cuyo alrededor se configuran identidades y deseos. Pero los organismos que encarnan la Ley (y por lo tanto capaces de nombrar, o sancionar como positivos los anhelos de los personajes), que aquí también son la CIA y lo que sea que haya en Rusia ahora, no quieren saber nada de esos deseos. Las secuencias más hilarantes de la película tienen lugar en la Embajada rusa y, sobre todo, en los despachos de la CIA, donde una especie de dios Padre atónito intenta quitarse de encima los problemas creados por esos cuarentones adolescentes con una amoralidad desternillante.

Una de las bazas obvias de la película son los actores, que se dedican a poner en solfa con indisimulado entusiasmo y lucidez sorprendente sus estereotipos mediáticos: así, Brad Pitt hace de Peter Pan descerebrado, obsesionado con la salud y con un punto andrógino, y Clooney hace de patético adicto al sexo, inmaduro coleccionista de citas por internet. Pero lo más brutal es lo de Malkovich (al que la prensa le ha colgado la etiqueta de cargante en las última década, después de adorarle en sus comienzos), que hace de espía completamente old-fashioned, petulante y mediocre a la vez, despreciado por todos (empezando por su mujer, que le engaña y le detesta) a la vez que se considera el centro del universo. Si Brad Pitt y George Clooney se lo han debido de pasar pipa riéndose de sus imágenes públicas, no parece que sea el caso de Malkovich, que debía de ser consciente de que estaba interpretando a un sosias de su figura tal como se le percibe (o sea, un actor que se toma muy en serio a sí mismo, y que el resto de la profesión -y de la humanidad- considera un pelmazo histriónico).

Pero no todos son unos cretinos en esta película: hay un personaje, desdoblado en dos, que es netamente triunfador: frío, calculador y emocionalmente despiadado. Me refiero a la(s) mujer(es) de Clooney/Malkovich, que son iguales, como ellas mismas se encargan de confesar en uno de los mejores gags de la película, cuando se describen la una a la otra con las mismas palabras (“una zorra fría y arrogante”, si mal no recuerdo). Son las únicas que se mantienen ajenas a la espiral de deseos que desencadenan los manuscritos secretos e irrisorios, porque, obviamente, son ajenas a cualquier deseo (y goce), lo que las hace, en cierta manera, invulnerables y seguras ganadoras.

Y ya está, que me ha salido muy larga la entrada, así que me ahorro el comentario que quería hacer sobre el interés de las figuras paternas en las pelis de los coen, aunque sólo sea porque son hermanos, y algo tendrán que decir de los padres.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Comiendo en la SEMINCI (1)



Estómago, primera película de Marcos Jorge, se ganó en seguida el favor del público y del jurado, según supimos por nuestro topo; y se ha llevado un montón de premios; pero yo no la pude ver, cosa que no tiene demasiada importancia porque la película venía ya con distribución (Alta).
Pero sin embargo comí con el director, gracias a una de esas comidas de festivales en que cada uno de los comensales aporta a alguien; y así había quedado con Carmen, la jefa de prensa de Alta, que apareció con el director de la peli, al que Alberto (que también estaba en la mesa) había entrevistado el día anterior.
Para los que no saben como es esto del mundo del cine, pues contar que es como todos: en las comidas se habla de cine y de todo lo que le rodea. Pero Marcos Jorge es antropólogo, experto en arte brasileño prehistórico, gastrónomo y un montón de cosas más, así que ha sido opinión generalizada que es una de las personas con las que más gusto da charlar, o escucharle hablar.
Y en la comida habló de su película, claro (y de otras), pero también de tribus del amazonas, de las distintas mafias italianas, de ungüentos y brujería medieval, de la conquista de América, de setas y vinos y de muchas cosas más; y como es alguien agradable nadie se sintió intimidado, más bien al contrario, cada uno aportó sus conocimientos y anécdotas. Y además pude probar una de las tapas más extraordinarias que me he llevado al coleto nunca, una ostra en sorbete de limón al vodka de caerse de espaldas.