miércoles, 30 de noviembre de 2016

Neomesianismo

Dentro del enloquecido panorama de la exhibición cinematográfica madrileña este fin de semana nos encontramos con que La Casa Encendida proyectaba Midnight Special, la peli de Jeff Nichols que no ha vendido una escoba en ninguna parte, tal vez porque la Warner no sabía muy bien que hacer con este cruce de los evangelios con la infancia de un x-man que parece rodada por el Shyamalan de finales de los 90. Midnight Special es poco creíble por dos razones: una es que hay un niño que (por causas ignotas) pertenece a otra civilización (más o menos extraterrestre) y a su madre (y a su padre, que no parece mosqueado porque le haya salido un hijo así) no se le ocurre otra cosa que devolverlo al mundo al que pertenece (conviene recordar que en los evangelios la madre de Jesús no para de perseguirlo para que vuelva a casa y se deje de gilipolleces, con gran cabreo del hijo de dios, que acaba bastante harto de ella y a la que dedica palabras que a cualquiera nos hubieran valido un sinfín de sopapos). La otra es que se supone que esta civilización superior es la pera limonera, pero cuando se materializa parece diseñada por Calatrava, lo que hace que uno dude un poco del éxtasis que provoca en los que tienen algún atisbo de ella. Midnight Special no está mal, pero viene a marcar el límite de lo que uno puede hacer con estas sandeces.

Un actor entre nosotros

Albert Serra coloca a Jean-Pierre Léaud en el centro de la imagen para que no nos demos cuenta de que el actor que ha colado en su película cargándose de un plumazo el número del club de la comedia que lleva paseando una década es Patrick d'Assumçao, memorable y sublime en El desconocido del lago como el buda gordinflón que acaba trágicamente y el verdadero sostén narrativo de esta acorazada película de Serra, otra decepción cannoise, una especie de porcelana perfecta que (como decía Nabokov -injustamente, a mi parecer- de Mansfield Park) está muy bien...si te interesan las porcelanas. Lo que no quita para que se vea más que bien y que sea un escándalo que en Madrid sólo se vaya a poder ver en cinco o seis pases en el Círculo de Bellas Artes, cuyas proyecciones no son tampoco como para caerse de espaldas (aunque más suerte ha tenido que Out One, que se ha pasado de un tirón casi clandestinamente en Móstoles el pasado fin de semana, con gran afluencia de sillones vacíos). 

jueves, 24 de noviembre de 2016

De monarchia

Coincidiendo con el sorprendente descubrimiento de que el regreso de los Borbones al trono de España no fue fruto de un levantamiento popular sino de una chapucera conspiración de salón que nos la metió con calzador me he visto varias películas sobre la monarquía, centradas todas (más o menos) en la sucesión: al principio de la peli hay un rey y al final hay otro, de lo que colijo que lo único que mola y da para un conflicto es ese momento (esto sirve también para España: el año en que Juan Carlos abdicó mogollón de amigos comentaban que Felipe no se comía el turrón en la zarzuela, y ahora ya todo el mundo anda pensando en Leonor en el trono, para lo que probablemente falten décadas).

En Othon, en Antígona y en Lancelot du Lac hay mujeres de por medio y son ellas las que acaban cargándose el reinado, si bien la culpa es de los hombres, que nunca acaban de estar a la altura. Luis XIV se muere en la cama, y aunque llama a Madame de Maintenon en realidad las mujeres desaparecen de cuadro al principio, que a lo mejor ese es el problema, uno saca a las mujeres de la habitación y mete médicos y curas y ya se puede dar por muerto. Como La muerte de Luis XIV es una película histórica sabemos que la descomposición de la monarquía francesa apenas tardó un poco más que la del cuerpo del súper monarca. Frozen, por el contrario, nos habla de un sucesión complicada pero exitosa. La razón es obvia: la heredera al trono es completamente ajena al goce fálico, y comparece como diosa omnipotente; ingenuos comparsas masculinos piensan que podrán hacer mella en ella con sus ridículos falos.