lunes, 25 de marzo de 2013

De Chance a Thornton



Hay un plano (merecidamente) famoso en Rio Bravo en el que John T. Chance (John Wayne) baja las escaleras del hotel donde duerme para descubrir a Feathers (Angie Dickinson) dormitando mientras hace guardia velando el sueño del sheriff (invirtiendo la imagen canónica en el que es el caballero el que debe velar el sueño de la dama). Wayne retira el escopetón que la Dickinson guarda en el regazo, la alza cual si fuera una pluma y se la lleva escaleras arriba. Tal vez sea la última vez que veamos en el cine la renuncia al falo imaginario por parte de la mujer, condición indispensable para que las relaciones sexuales sean posibles. Pocos años después Hawks rodaría Eldorado, una variación divertidísima en el que la doncella fálica campa a sus anchas para no abandonar ya las pantallas del imaginario occidental. Como justa contrapartida nos tropezaremos con dos iconos de la masculinidad como son Wayne y Robert Mitchum renqueando entre retortijones y cojeras apoyados en muletas.  


To the wonder



Parece ser que esta película fue recibida con bastante menos entusiasmo en Venecia que The tree of life en Cannes; misterios de los gustos de los críticos. Vienen a ser lo mismo, cristianismo feminista new age, la mujer como cristura que nada en la Gracia (la Luz) mientras que el hombre es un ente culpable que viene (literalmente) a ensuciar la tierra (en el mejor de los casos busca infructuosamente las huellas de Dios en este mundo, como hace el personaje de Bardem, que tiene que conformarse con andar entre presos y enfermos y pobres y viejos a ver si así suena la flauta y tiene una epifanía que va mendigando con voz en off durante todo el metraje: ¡Que se cambie de sexo y se fundirá con el cosmos sin esfuerzo!). 

También está rodada con esa espcie de steadicam que se gasta, con planos secuencia que luego trocea, lo que ataca un poco los nervios, que a ratos uno desearía que la peli la montara Béla Tarr  Ver moverse a Olga Kurylenko es una maravilla, pero a la media hora de verla danzar constantemente cual hada etérea uno desee que se siente a tomar un café y que Malik transija con rodar un diálogo en plano contraplano, que también tiene su mérito. Di cho esto, reconozco que To the wonder me ha resultado mucho más transitable que su predecesora, supongo que porque aquí se nos ahorra un mix de la creación en estampitas de calendario de parroquia pija.

domingo, 17 de marzo de 2013

Las chicas eran guerreras


La pasada edición del Festival de San Sebastián le birló al de Venecia dos de las películas más deseadas de la segunda mitad del año, o sea, las que no están terminadas para Cannes: Argo y, sobre todo (aunque ahora parezca sorprendente), Foxfire, primera película de Cantet en inglés que había levantado bastantes expectativas y que el realizador francés decidió llevar al certamen donostiarra porque San Sebastián le mola bastante (Rebordinos me contó un día que vino a versión española que Ben Affleck salió entusiasmado del pase de su película). Foxfire resultó una notable decepción, y hasta donde yo sé Golem tiene en un cajón una de sus propuestas estrellas de la temporada. Un año antes se había podido ver en Zabaltegui una propuesta parecida aunque mucho menos anunciada, Blog, de Elena Trapé, una propuesta que venía avalada por ese especie de lobby cinematográfico que es la ESCAC. La película tuvo una buena acogida y pasó desapercibida en taquilla. Una de estas semanas se pasa en versión española y es probable que alcance unos cuantos cientos de miles de espectadores.

Tanto Blog como Foxfire describen la formación de una sociedad secreta por parte de unas adolescentes. Ambientada en los 50 en Estados Unidos, las chicas de Cantet acaban derivando hacia la radicalidad política (por lo menos las más concienciadas), mientras que nuestras contemporáneas de Barcelona se limitan a preparar una multitudinaria primera experiencia sexual con ocasión de un viaje escolar a Mallorca, una meta inane que tal vez sea signo de los tiempos, pero que ancla el film definitivamente en el pre 15-M. Supuestamente rodada con las webcam y los móviles de sus potagonistas, la película cierta a plasmar con qué bagajes afrontan el sexo nuestros adolescentes: leyendas urbanas, datos inconexos sacados de internet, balbuceantes experiencias de compañeras algo más experimentadas (aunque sea de boquilla) y, sobre todo, el cine porno, máximo exponente de la educación sentimental de nuestra época. La mejor secuencia del film (ya sólo por ella merece verse) es aquella en el que el grupo se reúne para ver una peli porno, secuencia que se adivina semiimprovisada y en el que las protagonistas dan rienda suelta al pavor ante lo que les espera, una experiencia que afrontan más como un deber autoimpuesto que como un acceso al goce del cuerpo.

Desgraciadamente el film se despeña hacia el final, cuando traiciona la interesante opción de puesta en escena que lo había dirigido y nos "regala" un video clip con postales del momento cumbre, imágenes que, atendiendo a la lógica interna de la obra, no deberían haberse plasmado en la pantalla, para no hablar de la steadicam que acompaña a dos de las protagonistas en la secuencia final, como si la realizadora hubiera decidido que ya estaba bien de tanto amateurismo y que ya era la hora de la enunciación adulta.

lunes, 11 de marzo de 2013

Sexo y locura



Sonata a Kreutzer viene a ser un relato de tesis en el que se explican las razones de uno de los temas centrales de la narrativa del XIX, el fracaso del matrimonio burgués, que desligado de cualquier dimensión simbólica se convierte en la continuación de la prostitución por otros medios (relativamente respetables). De esta manera el protagonista, Pózdnyshev, animado por las costumbres de su entorno social y por la consideración del sexo como una rama de la higiene y del deporte, se entrega de forma habitual a las relaciones prostibularias hasta que decide casarse con una mujer en la que infructuosamente quiere volcar su anhelo de pureza. El choque con lo real del cuerpo femenino es en este caso brutal, ya que no puede evitar que los encuentros sexuales con su esposa estén contaminados por los recuerdos del uso de otros cuerpos femeninos como mera mercancía. Esta imposibilidad de atravesar la tensión que existe en la consideración de la mujer como imago sublime o cuerpo despreciable estallará definitivamente en la literatura y el cine del siglo XX, pero es una constante del discurso de Occidente desde el Romanticismo. La grandeza de Tolstoi reside no en conseguir que su personaje articule su horror ante la vileza moral que rigen las relaciones sentimentales a su alrededor, encubiertas por una fragilísima capa de moralidad de la que todo el mundo parece mofarse, sino en que ese personaje, a la vez, esté loco, produzca un discurso desquiciado, sea un psicópata que ha asesinado a su mujer en un arranque de celos patológicos, evitando de esta manera colocarse en una posición de superioridad moral que tornaría irrelevante su novela.

domingo, 10 de marzo de 2013

Mi loco Erasmus



Se puede ver Mi loco Esrasmus como la versión suecada de Exit trough the gift shop: ambas pertenecen a ese género perverso de la posmodernidad que es el falso documental sobre un proyecto fracasado, aquí  un intento de reportaje sobre el fenómeno del peregrinaje masivo de estudiantes Erasmus a la ciudad de Barcelona como rito iniciático en el libertinaje capitalista que lleva a cabo un artista desquiciado, un Didac Alcaraz del que es difícil discernir qué parte de lo que vemos es una exacerbación de su verdadera personalidad o si estamos ante un retrato realista de su delirio histriónico, una diferencia que marca la lectura de la película como parodia del mito del artista romántico que trabaja en su torre de marfil (en este caso una tienda familiar reconvertida en almacén de desechos de absurdos proyectos) o como radiografía del devenir demente de ese paradigma del creador contemporáneo, aunque en cualquier caso todo se juega en el hilarante espacio que existe entre las pretensiones de reconocimiento del creador y su patética realidad.

Carlo Padial dedica una pequeña parte del metraje a demostrar que es capaz de hacer un verdadero documental sobre los Erasmus (parte que, de pasada, nos deja un apunte desolador: la Universidad española   forma parte de la estructura del negocio del turismo en nuestro país, antes que a la de la transmisión del saber) para que quede claro que lo que sigue es una ficción (o una parodia de la no-ficción y de sus mecanismos). Bastante divertida, al final se le va la mano en la duración (según consenso generalizado a la salida de su proyección ayer en el Matadero). A señalar uno de los grandes momentos de la historia del documental: aquél en el que la abuela del protagonista se empeña en servir café al equipo técnico que está grabando la supuestamente improvisada conversación entre los dos, una de las más despiporrantes y certeras reflexiones que se haya visto en la pantalla acerca de la manera en el que la invasión de los mecanismos técnicos de grabación modifican la escena que pretenden registrar. 

jueves, 7 de marzo de 2013

Tristezas paralelas


Para sorpresa de propios y extraños una distribuidora española (Vértigo) va a estrenar In the fog, película de Loznitsa que el año pasado se pudo ver en Cannes, donde se llevó el curioso premio FIPRESCI, ese que dan unos cuantos críticos de cine que los festivales de postín reúnen para eso, para dar ese premio, y que casi siempre le cae al film más raro del certamen, por eso de que se note que los críticos son gente en posesión de esotérica sabiduría. In the fog no es nada rara, todo hay que decirlo (y más si la comparamos con My joy, su primer largo de ficción), pero es más triste que una primavera sin sol. Participa de una visión deconstructora de la resistencia soviética a la invasión alemana, invasión que parece ser que contó con bastantes más colaboracionistas de lo que luego nos han contado, al menos en Bielorrusia. Y para las luces que demuestran los partisanos, la pregunta que uno se hace es que cómo los pudieron echar del suelo patrio.


Para alegrarme el día decidí verme El hombre de Londres, de Béla Tarr, un director que reniega de la estupenda Las armonías de Werkmeister porque la considera demasiado optimista y luminosa, lo que sólo puede significar que al director le pasaron otra peli en la sala de montaje o que el traductor de húngaro presente en la entrevista estaba borracho o de coña. Las dos pelis tienen en común que comienzan con un plano secuencia espectacular, que nadie se ríe en todo el metraje (de más de dos horas, por descontado), que la dieta de sus personajes se reduce prácticamente a patatas (si bien Tarr alcanzaría la cima de la épica patatera en El caballo de Turín) y que el espectador no se cambiaría por ninguno de ellos.


Hay que decir que la novela de Simenon es también triste hasta decir basta, si bien de una manera diferente. En Béla Tarr el mundo es metafísicamente triste; la tristeza es una característica inherente de todo el cosmos. En Simenon lo que es insoportable es ser pobre en una ciudad de provincias, condición que más parece una maldición bíblica que un resultado racional del juego de las fuerzas económicas. Película y libro parten de una mínima quiebra en la realidad: un pasajero que viene en barco de Inglaterra no coge el tren que le espera para llevarlo a París (a nadie se le ocurre quedarse en invierno en Dieppe, donde transcurre la acción de acuerdo al escritor belga). En seguida hay un crimen y un ojo que lo observa todo, los datos mínimos para que unas cuantas vidas se vayan al garete irremisiblemente. Las supresiones de personajes que hace los guionistas son significativas, así como la variación en el final, desconcertantemente abierto en la película. Pero lo más curioso es la elección del actor que interpreta al inspectos Mollison, el policía que viene de Londres a investigar el robo de miles de libras, que en la novela es un competente y comprensivo comisario y en la película es un hombre sorprendentemente anciano.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Los aburridos arcanos del poder



Andreotti es autor del aforismo más merecidamente popular que sobre el poder haya dado el siglo XX, "El poder corrompe ... a quién no lo tiene", que aplicado a su persona vendría a significar que cuando mandas te sitúas en una esfera donde la moral (y la Ley) no te afectan. Camino de los 100 años y con una cantidad de juicios a sus espaldas con los que probablemente Berlusconi no podría soñar, tras desaparecer de la política con el paso a mejor vida de ese extraño mejunje pergeñado por la Mafia, el Vaticano y los servicios secretos americanos que fue la Democracia Cristiana italiana el eterno político consiguió que Paolo Sorrentino le hiciera una película de un extravagante barroquismo algo axfisiante, pero que por razones extrañas acaba resultando simpático, (¡Esos extravagantes contrapicados que uno sólo se encuentra en los anuncios de coches caros!).

Si bien Andreotti acumuló escándalos durante toda su vida, Il divo arranca con el agujero negro que acabaría despeñando a su partido, el asesinato de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas cuando parece ser que ya era de dominio público que el grupo terrorista era uno de los juguetes de los servicios de inteligencia italianos. La película da por sentado un conocimiento de la vida política italiana que yo no tengo, lo que no dificulta demasiado su comprensión. Rodada en escenarios imponentes, espacios gigantescos que atestiguan el pasado deslumbrante de Italia, la clave del film se nos muestra en la cocina del hogar, durante la cena, cuando la mujer de Andreotti le dice que no se crea los elogios de sus enemigos que lo presentan como un ser maquivélico, pérfido e inteligentísimo, cuando no es más que alguien astuto y perseverante. Si bien el poder mantiene las escenografías espectaculares que la Historia le ha legado, éstas han devenido un decorado ampuloso por el que deambulan seres mediocres que manejan irresponsablemente arcanos en los que no han sido iniciados.