domingo, 17 de marzo de 2013

Las chicas eran guerreras


La pasada edición del Festival de San Sebastián le birló al de Venecia dos de las películas más deseadas de la segunda mitad del año, o sea, las que no están terminadas para Cannes: Argo y, sobre todo (aunque ahora parezca sorprendente), Foxfire, primera película de Cantet en inglés que había levantado bastantes expectativas y que el realizador francés decidió llevar al certamen donostiarra porque San Sebastián le mola bastante (Rebordinos me contó un día que vino a versión española que Ben Affleck salió entusiasmado del pase de su película). Foxfire resultó una notable decepción, y hasta donde yo sé Golem tiene en un cajón una de sus propuestas estrellas de la temporada. Un año antes se había podido ver en Zabaltegui una propuesta parecida aunque mucho menos anunciada, Blog, de Elena Trapé, una propuesta que venía avalada por ese especie de lobby cinematográfico que es la ESCAC. La película tuvo una buena acogida y pasó desapercibida en taquilla. Una de estas semanas se pasa en versión española y es probable que alcance unos cuantos cientos de miles de espectadores.

Tanto Blog como Foxfire describen la formación de una sociedad secreta por parte de unas adolescentes. Ambientada en los 50 en Estados Unidos, las chicas de Cantet acaban derivando hacia la radicalidad política (por lo menos las más concienciadas), mientras que nuestras contemporáneas de Barcelona se limitan a preparar una multitudinaria primera experiencia sexual con ocasión de un viaje escolar a Mallorca, una meta inane que tal vez sea signo de los tiempos, pero que ancla el film definitivamente en el pre 15-M. Supuestamente rodada con las webcam y los móviles de sus potagonistas, la película cierta a plasmar con qué bagajes afrontan el sexo nuestros adolescentes: leyendas urbanas, datos inconexos sacados de internet, balbuceantes experiencias de compañeras algo más experimentadas (aunque sea de boquilla) y, sobre todo, el cine porno, máximo exponente de la educación sentimental de nuestra época. La mejor secuencia del film (ya sólo por ella merece verse) es aquella en el que el grupo se reúne para ver una peli porno, secuencia que se adivina semiimprovisada y en el que las protagonistas dan rienda suelta al pavor ante lo que les espera, una experiencia que afrontan más como un deber autoimpuesto que como un acceso al goce del cuerpo.

Desgraciadamente el film se despeña hacia el final, cuando traiciona la interesante opción de puesta en escena que lo había dirigido y nos "regala" un video clip con postales del momento cumbre, imágenes que, atendiendo a la lógica interna de la obra, no deberían haberse plasmado en la pantalla, para no hablar de la steadicam que acompaña a dos de las protagonistas en la secuencia final, como si la realizadora hubiera decidido que ya estaba bien de tanto amateurismo y que ya era la hora de la enunciación adulta.

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