sábado, 29 de diciembre de 2012

Ginebra y paternidad



Las dos últimas novelas que me he terminado están protagonizadas por sendos padres que le dan a la ginebra como si fuera agua: Jernigan, de David Gates, y La locura de Almayer, de Conrad, al que hacía mucho que no leía. Tratan, faltaría más, del derrumbe de la figura paterna, si bien en el caso de Jernigan no se puede hablar de un descenso pues el personaje es un absoluto desastre a lo largo de todo el texto, una versión algo trash y rebajada del protagonista masculino omnipresente en la ficción norteamericana de la segunda mitad del XX, ese que aparece siempre por los libros de Bellow, Roth o Updike, y algo después en Irving.
Si bien en la (extraordinaria) novela de Conrad Almayer es el protagonista, la acción gira alrededor de Nina, su hija, una figura sagrada batailliana en el sentido de que anuda la culpa (de ser mestiza, un cruce de razas que la convierte en inevitable paria en todos los espacios) y lo sublime (una belleza extraordinaria). La tragedia se desata porque el padre es incapaz de despegarse de la pulsión incestuosa que lo ata a su hija, junto a la que imagina un futuro de esplendor en Europa, mientras que ella elige como objeto de deseo a la figura que le señala el deseo materno, un príncipe malayo.

sábado, 22 de diciembre de 2012

El (enésimo) padre incestuoso



En uno de los mitos fundacionales cosmogónicos más antiguos que existen, el Progenitor (Prajapati) posee a su hija Usas para recibir un flechazo del Arquero (Rudra, posteriormente Shiva) en el momento del éxtasis. Prajapati derrama el semen fuera del cuerpo de su hija y de él nace el mundo, lo real, o alguna raza poderosa. En Los idus de marzo un asesor de campaña de un político demócrata se entera de que a la chica que le gusta la ha dejado embarazada el político de marras en un polvo de circunstancias, y se propone destruirlo (en un primer momento). La verdad es que la distancia que hay entre el Rig Veda y este telefilm aplicadito para progres parece dar la razón a todas las doctrinas que nos hablan de que la humanidad no ha dejado de decaer desde el comienzo de los tiempos.  

El reino de la buena madre



Como desagravio a tanta madre aniquiladora como ha aparecido por este blog voy a hablar de alguna que otra en condiciones a propósito de Recuerdo de una noche, magnífica película de Mitchell Leisen que recientemente Sergio Sánchez citó por estos pagos. El comienzo del film nos muestra a la protagonista, Barbara Stanwyick, como una ladrona. Tras un periplo por el juzgado tendrá un encontronazo potencialmente erótico con el héroe, Fred MacMurray, que en el extremo opuesto de la Ley resulta ser un fiscal intachable (e implacable). Este encuentro está regido por un malentendido por el que la chica comparece como mercancía sexual. Como ocurre en muchas comedias (y melodramas), la película narra el camino que lleva a que ese encuentro fallido se realice en las condiciones adecuadas, restituyendo a la mujer su dignidad como objeto de deseo digno de ser amado. Ese trayecto es físico, y la película es un viaje real a través de Estados Unidos para llegar a la casa habitada por la madre. ¿Y cuál será la función de la madre? Sancionar positivamente la elección del hijo, y de paso renunciar a su posesión del mismo (así en las bodas la madre del novio ejerce de madrina, anunciando públicamente que renuncia a la posesión del hijo para cederlo a la tiranía de otra mujer, si bien la experiencia muestra que el cese de hostilidades se circunscribe a la ceremonia, y que ya en el banquete regresa la guerra más o menos encubierta entre esposas y suegras).

La desconcertante complejidad de Recuerdo de una noche radica en que la figura materna está desdoblada en dos: la madre y la tía del protagonista, ambas con parecidos derechos sobre el héroe, tomando ambas decisiones opuestas: en sendas escenas magníficas Barbara Stanwyck se verá designada como compañera del hombre (por la tía) y se le exigirá que renuncie a su objeto de deseo (por la madre). Tan compleja encrucijada es resuelta brillantemente por la peli, que deviene a la vez comedia romántica en la que los protagonistas consuman su encuentro sexual en Canadá (que comparece como un espacio fuera de la Ley caduca que rige en Estados Unidos, una especie de paraíso terrenal), y melodrama en el que la mujer se convierte en objeto sacrificial renunciando a su amor (y a su libertad), momento este en el que el texto debe terminar al encontrarse ante una contradicción irresoluble.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Un héroe de nuestra tele



Hoy me he encontrado en Torre con el mítico realizador al que echaron de Informe Semanal por negarse a firmar ese reportaje que ha entrado en el top ten de la historia universal de la infamia audiovisual y que se suponía que analizaba la tragedia del Madrid Arena para llegar a la conclusión de que la culpa es de los padres actuales que no atan corto a sus hijas.

Le he contado que en casa es un héroe, y que mi familia apenas puede creer que yo me ha haya codeado con tamaño titán de la libertad de expresión (por cierto, otra cosa que nos une es que Gasset nos echó a los dos a la vez de Días de cine, en un antológico Festival de San Sebastián). La foto ya la colgué en otras circunstancias; Carlos es, obviamente, el del círculo rojo.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Cosas que se aprenden en los suplementos culturales



Esta mañana me he levantado muy temprano y me he entregado a uno de los placeres solitarios de la madurez de nuestro tiempo, que es tomarme un café mientras le echo un vistazo al periódico en el ordenador. Como el artículo de Diego Torres de hoy era un rollo (más de la mitad transcribiendo un discurso del siniestro Floro) me he ido a la sección de Cultura a ver qué se contaban en Babelia (bien, yo tampoco leo suplementos culturales, por supuesto, pero hoy me he permitido esa pequeña debilidad), y en el artículo de Manuel Rodríguez Rivero he leido que La Oficina de Arte y Ediciones (editorial que no conocía) ha editado un Edipo quíntuple: texto original de Sófocles con su pertinente traducción al español, dvd con la (magnífica) versión de la tragedia que filmó Pasolini en los 60 (muy recomendable para aquellos que no la hayan transitado recientemente), texto original de la mítica traducción de Hölderlin, traducido a su vez al español; si no he entendido mal, todo ello en un diseño que permite confrontar las cuatro versiones en la misma (doble) página. Como imagino que semejante maravilla se venderá como rosquillas, desbancando del top ten literario a revertes y dueñas y planetas, animo a tan visionaria editorial a que se anime a hacer lo mismo con Antígona, incluyendo el dvd de Straub y Huillet y el blu-ray de El espíritu de la colmena, nuestra versión patria del mito de la doncella que desafió la obscena ley del tirano.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Una aventura contemporánea



El fin de semana pasado me vi por enésima vez Los pasos dobles, película por la que siente una admiración imperecedera y que me provoca un sentimiento de felicidad que, la verdad, ninguno de mis conocidos entiende muy bien, incluidos fans de Lacuesta (entre los que tampoco me cuento, porque el resto de su filmografía, por lo menos la que he visto, me deja un poco frío). Hasta los responsables de prensa de Avalon se quedaron un poco sorprendidos ayer (que era el pase de prensa de Mapa) cuando les dije que me la había visto cuatro o cinco veces.

Pero bueno, lo que iba a contar es que le eché un vistazo a la web a ver si, por casualidad, había algún libro de Augiéras publicado en España (más que nada porque Lacuesta hacía referencia, en algún sitio, al escritor Rodrigo Rey Rosa, del que decía que era el traductor de Augiéras al castellano). Y resulta que sí, la mexicana y muy molona Sexto piso publicó en el 2006 Domme o el ensayo de Ocupación (antes de la peli de Lacuesta, por lo tanto, si bien el abrumador éxito del film, del que aproximadamente la mitad de sus ingresos en taquilla se debieron a mi familia y a los amigos a los que convencí para ir a verla, no parece que animara a ningún editor a sacar más obra del pintor/escritor francés).

Y no sólo eso: ¡hay un ejemplar en las bibliotecas madrileñas!, sólo uno, eso sí, bien a resguardo en un sótano de la Biblioteca Manuel Alvar, sita en la calle Azcona, biblioteca a la que, por esas felices casualidades de la vida del lector irredento, acudía esta mañana mi hija para sacarse no sé qué libros de ingeniería. Total, que por primera vez en su corta vida este ejemplar ve la luz del día y los ojos de un lector: según mi hija, el bibliotecario le ha preguntado si ése era de verdad el libro que quería, y le ha tenido que pegar la hoja donde se sella la fecha de devolución, y hasta estoy tentado de dejar entre sus páginas una nota para animar a los próximos lectores a formar una especie de asociación secreta de escondidos lectores de Augiéras. 

jueves, 13 de diciembre de 2012

El perenne encanto del slapstick



Una de las incontables manifestaciones de mi ejemplaridad como padre es que estos días me he visto con mi hijo menor cuatro películas de Jackie Chan, las cuatro dirigidas por él en Hong-Kong en los años 80: El chino, Police story, Police story II y Mr Canton and Lady Rose. Las police stories son completamente funcionales y funcionariales, y la descascarillada trama no tiene más función que el que Jackie Chan se entregue a sus divertidísimos mamporreos.

El chino resulta tan rara que uno no puede saber si participa de alguna corriente de cine popular o se dedica a parodiar géneros aborígenes (¿realmente hay una escuela de kung-fu que pelea con abanicos?). Con una estructura narrativa muy laxa que el film olvida constantemente para entregarse a demenciales vericuetos, El chino es tan asilvestrada que acaba rondando la vanguardia cinematográfica. Adornada con un puntillo filogay que le da mucha gracia, la peli nos regala una antológica pelea que ha hecho las delicias del que esto escribe, en la que Jackie Chan se enfrenta a la hija de un comisario y recibe recurrentes patadas cada vez que intenta meterse debajo de sus faldas.

Mr. Canton and Lady Rose, conocida en España como Un gánster para un pequeño milagro, es, efectivamente, un remake de la peli de Capra, y aunque queda bastante lejos de su muy hermoso referente, resulta bastante entretenida. Siendo una de las últimas películas dirigidas por el actor, da la impresión de que contó con un presupuesto más que holgado y se tomó en serio lo de dirigir, hasta el punto de que a ratos se vuelve loco con movimientos de grúa que parecen de Scorsese. También debió de seguir un cursillo acelerado de comedia clásica, porque algunas secuencias recuerdan a Lubitsch. Y a pesar de la inevitable deriva un tanto payasa que emerge en el desarrollo de la historia, ésta conserva cierto interés.  

martes, 11 de diciembre de 2012

Singularidades de las chicas rubias



Un momento recurrente en la comedia del cine clásico es aquel en el que el protagonista descubre que la mujer ante la que ha caído rendidamente enamorado no es lo que parece, esto es, una imago fascinante e impoluta. La chica puede ser pobre, ladrona, estafadora, cabaretera o amante de un gánster, como en Ball of fire, que es la última que me he visto. Indefectiblemente la imagen del objeto de deseo absoluto se viene abajo cuando éste emerge como cuerpo deseante, y el héroe tiene que hacer frente al hecho evidente de que lo que creía que era una reencarnación del objeto primordial es un cuerpo con evidentes deseos. La aventura de la comedia clásica (también del melodrama, claro) es la del sujeto que es capaz de sobrevivir a ese descubrimiento: tras el shock que supone para Gary Cooper conocer la verdadera naturaleza de Barbara Stanwick es capaz de atravesar el fantasma que había construido (una flor frágil y virginal) y volver al lado de esa mujer real con su demanda de goce.


La historia de la evolución del cine (y, en general, de los textos contemporáneos) es la del progresivo fracaso de los sujetos masculinos para afrontar esa misma demanda. Un ejemplo perfecto es Singularidades de una chica rubia, una película donde Oliveira trunca esta estructura clásica: el film se termina justo cuando el protagonista descubre la cleptomanía de su amada, una joven de la que significativamente se ha enamorado al contemplarla enmarcada por una ventana a través de un visillo, por lo que el proceso imaginario de fascinación queda bastante explicitado. Lo que en la estructura clásica sería el fin del segundo acto, que daría paso a la resolución heroica, aquí se convierte en el abrupto final que marca la imposibilidad del hombre contemporáneo para hacerse cargo del goce femenino. 


jueves, 6 de diciembre de 2012

Mito y memoria



Hace poco me llegó un correo de una distribuidora a mi cuenta personal (por así llamarla) de gmail. Me pareció raro porque siempre he dado el correo de la tele cuando he tenido que lidiar con el mundo del cine y, sobre todo, de la distribución (que es casi todos los días). Les contesté dándoles el email de tve, y unos días después pude conocer a Alberto Sedano, socio de Cine binario, que era quién me había escrito informando de que Nana, que ellos distribuían, iba a proyectarse en el Festival 4+1. De hecho, me lo presentaron a raíz de la entrevista que le hice a la directora, Valerie Massadien. Comentando el intercambio de emails, me dijo que me habían localizado por el blog, momento en que casi me caigo de espaldas. No es que lo conociera o lo leyera, por descontado, pero habían hecho una búsqueda de blogs de cine y había entrado en el muestreo, cosa que me hizo ilusión, para qué negarlo.


El caso es que este blog no tenía pretensiones de ser un blog de cine, ni de nada en concreto. Pero miro las entradas y, al final, veo que sólo escribo yo (mis compañeras han acabado retirándose), y sólo escribo de películas. Y, además, probablemente acabo siempre escribiendo lo mismo. Así que voy a hacer un intento de reintroducir otros temas. Si el Atleti hubiera tenido el detalle de ganar al Madrid hablaría de la destitución de Mourinho, pero como el maquiavélico Cerezo dio órdenes de que nos dejáramos ganar para que el mercenario luso hundiera un poco más la siniestra institución que mangonea (como si el oscuro Floro no se bastara él solito para semejante empresa) voy a comentar un par de cosas acerca de Tiempo de vida, libro que en torno a la figura (y la muerte) de su padre ha escrito Giralt Torrente, y al que me he acercado por dos razones: la primera es que Francis Black me recomendó al autor y la segunda es que, ese mismo día, leí que con este libro había ganado El Premio Nacional de Literatura en la modalidad de narrativa en el 2011, o sea, un año antes de que el premio se hiciera famoso gracias a que Marías lo rechazara.


Tiempo de vida no es una novela; más bien son unas memorias en las que el escritor pasa revista a la difícil relación que tuvo con su padre. Aún así, resulta muy interesante como el texto se va configurando como un relato mítico, en el que el autor/protagonista tiene que salvar un tesoro (el legado artístico del padre moribundo) de las maquinaciones de un ser malvado (literalmente, su madrastra) para lo que cuenta con la ayuda de dos figuras angelicales (la madre y la mujer del escritor), lo que lleva a elaborar profundas meditaciones acerca de si la literatura se configura necesariamente sobre modelos narrativos o es directamente la vida la que obligatoriamente acaba articulándose sobre patrones míticos.


No hay nombres en el relato: el padre siempre será "mi padre", la madre siempre "mi madre" y la madrastra malvada "la amiga que (mi padre) conoció en Brasil", un apelativo al que se muestra fiel con una constancia feroz hasta las últimas páginas, y que dan pistas de un rencor que el propio escritor es consciente de que puede llevarse por delante el libro que escribe. En cualquier caso es fácil poner nombres a los protagonistas, ya que el padre de Giralt Torrente es Juan Giralt, un pintor del que todo lo que puedo decir lo he sacado de internet, así que lo omito, su madre es Marisa Torrente, que además de ser la heroína del libro es hija de Torrente Ballester, y la mala es María Luisa Lorca Merino, que probablemente de haber tenido más luces no las hubiera tenido tan gordas con un escritor con bastante proyección. 


Giralt Torrente incorpora al relato las vicisitudes (las dificultades) de la escritura, una costumbre contemporánea, y reconoce que escribe sobre su padre "tras meses de dudas y de fracasar repetidamente en la búsqueda de otra inspiración". Enumera los libros que leyó para orientarse en su proyecto. Como la lista es muy interesante, la transcribo entera:
- El libro de mi madre, de Albert Cohen
- La invención de la soledad, de Paul Auster
- Mi madre, de Ricahrd Ford
- Mi padre y yo, de J.K. Ackerley
- Patrimonio, de Philip Roth
- Mi oído en su corazón, de Hanif Kureishi
- El año del pensamiento mágico, de J. Didion
- El monumento, de T. Behrens
- Amarillo, de Félix Romeo
- El velo negro, de Rick Moody
- Cartas entre un padre y un hijo, de V.S.Naipul
- Un pedigrí, de Modiano
- La maleta de mi padre, de Pamuk
- Carta a mi madre, de Simenon
- El olvido que seremos, de Héctos Abad
- Desgracia impeorable, de Peter Handke
- Ojalá octubre, de Juan Cruz
- Una muerte muy dulce, de Simone de Beauvoir
- La isla, de Giani Stuparich
-La familia de mi padre, de Lolita Bosch
- La hija de la amante, de A.M.Homes
- El africano, de J.M.C Le Clézio
- Quiero, de Márius Serra
- Equivocado sobre Japón, de Peter Carey
- Cineclub, de David Gilmour
- Me acuerdo, de Perec
- Una novela rusa, de Emmanuel Carrière
(Lista donde destaca sobremanera la ausencia de la Carta al padre de Kafka)

miércoles, 5 de diciembre de 2012

No todo está perdido




Me llegan casi seguidos dos avisos acerca de estrenos para la primera quincena de enero: Golem estrena In another country, la película de Hong Sang Soo con la Huppert dentro (y Marin Karmitz en la producción); una nueva distribuidora, Abordar Casa de Películas, con Ramon Colom a la cabeza (o sea, Sagrera bis) estrena Tabú, de Miguel Gomes; dos películas que hace un mes y medio hubiera puesto la mano en el fuego que nunca se estrenarían en nuestro país. 



Se anuncian nacimientos de nuevas distribuidoras, imagino que al socaire del digital, que abarata la exhibición y (supongo) permite amortizar la distribución en canales "alternativos" (alternativos a los multicines, esa plaga que ha hecho con el cine lo que Mourinho con el Madrid), básicamente el dvd y filmin, donde, por ejemplo, se pueden ver los mumblecores que distribuye Cine binario, que tiene la suicida ambición de estrenar en salas Nana, esa relectura muy moderna y minimalista de Caperucita Roja (muy moderna para desgracia de su protagonista, todo hay que decirlo) que ha dirigido Valerie Massadien y que se ha visto en 4+1 y en La Casa Encendida. 



Miñarro y Paco Poch, y algún marciano más han montado Splendor para distribuir sus películas, e imagino que la tendencia seguirá así, un poco como en Literatura, donde la inacabable crisis de grandes editoriales y pequeñas librerías ha venido acompañada de una eclosión de editoriales independientes que le ha dado mucha vidilla a la edición en nuestro país.

La Ley y la doncella



No había visto ninguna película dirigida por Ida Lupino hasta que la Filmo programó un ciclo el mes pasado, del que quedó excluida su, al parecer, vastísima obra para televisión (según cuenta el IMDB). Sólo me pude acercar a ver Hard, fast and beatiful, que me pareció buenísima, y que me ha abierto el apetito para ver el resto de su filmografía, y la última película que dirigió para el cine, The trouble with angels, dirigida cuando ya llevaba más de una década dedicada a la realización de series para la tele (este dato también lo saco del IMDB), y que en España está accesible gracias a la heterodoxa y desmelenada colección que Karma dedica al cine religioso, o espiritual, o como lo llamen.

The trouble with angels es un film que puede considerarse extremadamente provocador, dado que transcurre en un convento católico dedicado a la educación de adolescentes donde no hay monjas lesbianas ni psicópatas, y extremadamente ortodoxo, puesto que vuelve a narrar el desconcertante hecho de que la Ley no sobrevive allí donde no hay transgresión, y que es precisamente el rebelde el llamado a perpetuarla, pues es el único que en su desafío alcanza a percibir su grandeza. Así, ni la Madre superiora ni la película muestran mayor atención por el grupo de jovencitas pijas que son enviadas al internado para recibir una educación esmerada que las sitúe bien en el mercado conyugal de clase alta, y se centran en Mary, la irreductible gamberra que, por otro lado, parece la única que se siente verdaderamente interesada por lo que oculta/revela el rito respecto a lo sagrado.

La summa definitiva de la corrección política




Andaba todo el mundo entusiasmado en versión española con la última (y recién estrenada) película de Cesc Gay, Una pistola en cada mano, y allá que me fui todo ilusionado para encontrarme con una nueva (y no especialmente brillante) variación de lo que llamo female fiction para progres, que viene a ser lo mismo pero invertido que esas novelas de los que los críticos y escritores se burlan tanto y que arrasan (al parecer) entre el público lector femenino, y que no son más que la puesta al día del eterno arquetipo del príncipe azul (y en algunos casos, como Crepúsculo, del Amor cortés). Para los lectores y espectadores a los que les da reparo dejarse engatusar por las historias en las que aparece un hombre que está a la altura de la demanda femenina se ha inventado un género en el que los hombres son un fracaso, incapaces de asumir responsabilidades, infieles irredentos y compulsivos eyaculadores precoces. Pues nada, en Una pistola en cada mano hay un muestrario de todo eso y más, con el mal gusto añadido de que las figuras masculinas suelen ser humilladas por las mujeres al final de cada episodio, para gratificación del imaginario de la vulgata feminista

martes, 4 de diciembre de 2012

Sin noticias de Dios



El único milagro (o elemento fantástico o sobrenatural) que Rossellini se permite en El Mesías no aparece en los Evangelios, y se refiere al curioso hecho de que María, la madre del protagonista, no envejece ni un ápice en los 33 años que transcurren durante la narración, hasta el punto que, en el plano de la Pietá, más parece la hija que la madre del ajusticiado (siguiendo en esto, por otra parte, la tradición icónica occidental). Fuera de esto, nada, ni los trucos más simpáticos, como el de convertir cientos de litros de agua en Vega Sicilia, o darse paseos por encima del lago. El director italiano pone el acento en recordar lo obvio pero que se suele pasar por alto, como que Jesús era judío entre judíos, que era un currante (todo el rato fabricando herramientas cuando no arreglando las redes de pesca), que no tenía estudios, lo que le tocaba las narices a las elites religiosas del momento (sobre todo a los fariseos, con mala prensa desde entonces, aunque gracias a ellos ha sobrevivido el judaísmo a lo largo de los siglos). Y que era un tío de lo más sociable, que prácticamente nunca está solo en el plano. Eso sí, su padre que está en el cielo se parece a todos los padres modernos, y su rasgo principal es una ausencia escandalosa durante toda la vida de Jesús.

martes, 27 de noviembre de 2012

Esto no es un documental



Si la pareja de Ferrara tiene un arsenal tecnológico a su disposición para esperar el desvanecimiento del mundo, el protagonista de Esto no es una película no se queda atrás a la hora de afrontar el arresto domiciliario al que le ha condenado el régimen iraní: Macs, iphones y televisiones de tropecientas pulgadas nos indican que es absurdo intentar condenar al ostracismo a una voz en nuestros días, pues el capitalismo ha llenado de gadgets nuestros interiores domésticos. Convertidas en archivos nuestras palabras y nuestras imágenes, ya no hace falta jugarse la vida para conseguir que den la vuelta al mundo.

Esto no es una película podría llamarse también Un día en la vida de Jafar Panahi, un director de cine iraní con una reputada carrera y numerosos premios internacionales que pasa la jornada esperando noticias de su abogada sobre el proceso abierto contra él por el gobierno iraní, por el que le pueden caer penas de cárcel y un montón de años de inhabilitación profesional. Para sortear la prohibición de trabajar, o para no volverse loco, llama a un realizador de documentales amigo suyo para intentar contar su último proyecto, que obviamente no pudo llevar a cabo, intento que acaba en el fracaso, y que sustituye por una disetación bastante interesante sobre su trabajo.

El hecho de que el protagonista absoluto de esta película sea Jafar Panahi, reputado director de cine iraní con numerosos premios internacionales (y, lo más sorprendente, una obra accesible en nuestro país) que ha sido condenado a penas de prisión y a la inhabilitación profesional, que las películas de las que habla sean las que realmente ha dirigido, y que la acción tenga lugar en el apartamento del director (aquí su honestidad  hace que nos muestre lo bien que vive, nada de disfrazarse de bohemio), puede llevar a algún despistado a creer que estamos viendo un documental, impresión que se desvanece en el espectacular plano-secuencia final, que eleva el film a la altura de los mejores de los últimos años: Panahi baja en el ascensor con el portero suplente del inmueble, que va recogiendo la basura en todos los pisos mientras intenta narrar al director como fue la noche en que apareció la policía para detenerle. La narración se interrumpe constantemente y finalmente nos quedamos sin saber qué ocurrió en ese instante clave y fundacional de la vida presente del protagonista (probablemente no ocurrió nada, simplemente la policía apareció, como si los elementos claves de una vida fueran intrascendentes o indescriptibles y sólo pudiéramos acceder a las huellas que dejan esos acontecimientos). Finalmente el portero saca la basura a la calle, que en esos instantes arde (literalmente) con las protestas de los manifestantes, mientras la cámara/director se queda a este lado de una imponente valla que lo protege y lo encierra..

Pareja y aniquilación



La proximidad temporal hace que me haya visto 4:44 como una variación contemporánea de Dos personas: aquí también una pareja permanece encerrada en un apartamento a la espera de que el mundo se derrumbe, si bien la película de Ferrara resulta (sorprendentemente) bastante más optimista que la de Dreyer, básicamente por dos razones, la primera de las cuales es que aquí los protagonistas sí afrontan un verdadero encuentro sexual, aunque no haya un futuro para ellos. Pero ese encuentro no está marcado por la desesperación, si no por una especie de comunión cósmica que viene de la segunda razón por la que 4:44 resulta más alegre que el film del danés, y es que, de repente, todo los habitantes del planeta parecen haberse convertido el peculiar budismo zen estadounidense y se dedican a hacer el bien ante la llegada del apocalipsis. Por supuesto, Ferrara no se olvida de sus orígenes cristianos y también hace alguna que otra referencia a la Ecclesia, y no se deja en el tintero (¡faltaría más!) algún que otro rito de comunidades indígenas.

Si bien es obvio que al director le gustan todas estas manifestaciones, su acumulación a lo largo del film en todo tipo de artilugios tecnológicos crean una cacofonía de discursos que impiden que se articule un verdadero discurso (a ratos 4:44 parece un Jonas Mekas). Descaradamente autobiográfica, la película es imperfecta de una manera que sólo se lo puede permitir un maestro anciano y sabio, ya únicamente preocupado por olvidar las técnicas aprendidas en años de oficio para que algo verdaderamente hermoso pueda surgir del juego de los actores.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Dos personas (no hacen relato)



Estrenada en el 45, esta película de Dreyer prácticamente no sale del domicilio de los Lundell en todo su  (breve) metraje. Parecería que el director se hubiera dedicado a socavar los golpes de efecto de la obra original, ya que la relativamente convencional historia de misterio que cuenta resulta evidente para el espectador desde los primeros planos: en seguida adivinamos quién se ha cargado al malo (porque Dreyer no para de señalarlo) y que en el asunto hay algo del pasado de la mujer que el marido no sospecha, algo relacionado con ese doble demoníaco que se entrevé en la figura del profesor Sander, que significativamente ha publicado un estudio sobre la esquizofrenia similar al de Arne Lundell.

Un tanto claustrofóbica, este cruce de cine negro y film sobre la locura parece designar en clave metafórica la obsesión por no querer saber nada sobre lo que ocurre en el exterior (en este época, el horror que asolaba Europa), una obsesión que conduce a la aniquilación. Por el camino, una escena nos da pistas de lo que le podía interesar a Dreyer en esta historia: en un momento especialmente intenso, el marido le pide a su mujer que le cante una nana: donde debería haber un encuentro sexual, nos encontramos con una relación materno-filial (como suele ocurrir en estos casos, el matrimonio no tiene hijos, aunque la mujer lo demande). Y es que por muy encargo que fuera, Dos personas vuelve al tema favorito de Dreyer, el del fracaso masculino para atender la demanda femenina de goce.

domingo, 18 de noviembre de 2012

El diablo cojuelo



En los títulos de crédito finales nos enteramos de que Faust pertenece a una tetralogía compuesta por las películas que Sokutrov dedicó a Hitler, Lenin e Hirohito, inclusión que tal vez se deba a la sana intención de sacar un pack completo y venderlo como rosquillas, al lado de la edición coleccionista de la saga Crepúsculo, por ejemplo. Si el nombre de Tetralogía del poder no convence, podría llamarse el de la imbecilidad del mal, pues la característica principal de estos malvados es que no dejan de decir cretinadas y tiran a payasetes (bueno, en el caso de Lenin Sokurov lo presenta en su etapa de enfermo terminal y gagá).

Faust tiene un comienzo deslumbrante, con un primer plano de un sexo masculino llagado, que da paso en seguida a un cuerpo hendido al que el protagonista le saca los órganos para hacer investigaciones anatómicas mientras habla con su ayudante (de nombre Wagner, que Sokurov nunca se ha cortado un pelo para estas cosas) sobre el (inexistente) alma. El director, que tiene pinta de ser un reaccionario de tomo y lomo, sitúa el film en el momento de la quiebra simbólica definitiva de Occidente, cuando el discurso dominante (el científico) se desliga de cualquier elemento sagrado donde el ser humano pueda anclar su subjetividad. El encuentro de Fausto con el cuerpo femenino no es diferente: de la mano de un padre que no puede transmitirle nada, pues se entrega a prácticas médicas delirantes que sólo acarrean la muerte de los pacientes sin que parezca importarle demasiado, se enfrenta a un sexo que no es más que pura anatomía.

En este páramo en el que no parece que puede crecer ninguna palabra del orden de la verdad surge el personaje demoníaco, genialmente representado por Sokurov como un clown torpe y obsceno, que si bien parece estar en posesión de algún conocimiento no acaba de contar nada interesante, y del que hay que decir que, lejos de ocultar su faceta de comprador de almas (que todo el mundo en el pueblo parece conocer -y solicitar-), es más bien su actividad como usurero la que disimula, como si ahí fuera realmente donde radica el mal. En cualquier caso guía a Fausto hasta su objeto de deseo, Margarita, ante la que queda completamente fascinado, y por la que venderá su alma en una secuencia desternillante (el contrato está mal redactado y hay que corregir las faltas de ortografía, la tinta se ha secado y hay que pincharse en el dedo para escribir con sangre, y es que la decadencia simbólica no afecta sólo a los órdenes angélicos: en un proceso especular, también llega a las regiones del inframundo).

¿Y qué ocurre cuando uno accede al objeto de deseo absoluto fuera de un marco simbólico apropiado (aquí directamente de la mano de un trayecto diabólico, en el que el protagonista sólo quiere pasar una noche con su amada, sin que se plantee un horizonte posterior en común)? Pues que supone la aniquilación para el sujeto, aquí visualizada en una de las imágenes más deslumbrantes de una peli que las tiene a cientos (de hecho, a Sokurov se le va un poco la mano con su esteticismo), con la pareja sumergiéndose en una Laguna Estigia de la que renacen en un extraño mundo del que Faust es arrancado para peregrinar por un desierto rocoso habitado por muertos.   

miércoles, 14 de noviembre de 2012

El último vástago de Pickpocket



Una de las cosas más curiosas de las últimas relecturas de Pickpocket (film que se diría que admite infinitas variaciones) es que sus protagonistas son cretinos integrales. Estoy pensando en L'enfant, Flanders, Luces al atardecer (aunque aquí más bien nos encontramos con un alma simple, en el sentido ruso del término) y en la última (y probablemente menos interesante de todas), De rouille et d'os, de Audiard, un director al que le deben de repatear los protagonistas con dos dedos de frente. Y el caso es que Michel, el muy guapo protagonista de la película de Bresson, estaba lejos de ser un merluzo. Más bien su problema era el opuesto, el exceso de discursos intelectuales (una especie de vulgata nietszcheana) era lo que tejía una bruma que impedía que accediera a la Gracia divina encarnada en ese arquetipo femenino que era Jeanne (por lo menos hasta que la Ley caía sobre él, en esa forma tan peculiar que tienen estos elementos en el catolicismo jansenista del mítico deirector francés).

Audiard, por el contrario, nos muestra a un falo sin cerebro que se entrega a encontronazos pulsionales con cuerpos de ambos sexos (dependiendo del que sea, a unos los machaca y a los otros se los cepilla, pero la violencia viene a ser la misma) mientras encarna ejemplarmente lo que es un padre para el pensamiento contemporáneo (un desastre absoluto, vamos). Por el camino se tropieza con una entrenadora de orcas que tiene un terrible accidente y no debe de encontrar a nadie más memo para que le haga compañía en la playa y en la cama, y al que deberá enseñarle el grado cero del compromiso emocional. Total, que nos encontramos con una versión trash (a ratos, porque otras veces es de lo más cursi) de esos telefilmes de superación que, según leyendas urbanas, pone Antena 3 en las sobremesas.

viernes, 9 de noviembre de 2012

El moderno sublime



En Occidente se conoce Chikamatsu monogatari como Los amantes crucificados, elección que no sé a quien se le ocurrió: es como si a Romeo y Julieta la traducen en chino como Los chavales que se acaban suicidando. El Chikamatsu del título supongo que es el célebre autor teatral japonés del siglo XVII, del que en español contamos con un libro publicado por Satori con varias de sus obras. La película de Mizoguchi transcurre en el siglo XVII casi toda en el interior de la casa del impresor Ishun, que sustenta la exclusiva de suministro de almanaques a la casa imperial, cargo que (se sugiere) ha obtenido mediante un inteligente uso de la usura entre nobleza y aristocracia, estamentos siempre dispuestos a gastarse ingentes cantidades de pasta que luego recaudan entre el pueblo (hay un detalle pasmosamente actual que no recordaba, y es un comentario que se hace muy al comienzo en el que un personaje dice que en tiempos de crisis el poder exige sumisión y moralidad a la gente). 

Yoshikata Yoda, guionista de esta y otras películas de Mizoguchi (y por las que conozco uno de los mayores genios que ha dado el cine, que siempre todo son flores para el director) plantea el nudo melodramático del film con una elegancia y una eficacia que debería ser de estudio obligado en cualquier escuela de guiones. En dos patadas nos enteramos de que Ishun está muy bien colocado, que se compró una esposa de rancio abolengo a cambio de saldar las deudas de la familia, familia que sigue metida en berenjenales económicos por la mala cabeza del hijo varón de un patriarca desaparecido, pero cuyo nombre corre constantemente el peligro de hundirse en el descrédito, que nada del orden del deseo circula en ese matrimonio, que Ishun es un incompetente y su negocio descansa sobre la eficacia de un subordinado de confianza, Mohei, y que éste está enamorado desde siempre de la mujer de su jefe, aunque las diferencias de clase lo único que le han permitido es negociar el matrimonio de Osan (ella) con el rico Ishun para así poder tenerla cerca. Para terminar de completar el cuadro, una sirvienta, Otama, está enamorada de Mohei, pero es requerida como amante por Ishun, que manifiesta en cuanto puede su carácter obsceno.

Lo más desconcertante (o significativo para comprender la obra de Mizoguchi) de los primeros compases del film es la manera en que se nos presenta a Mohei, después de que diversas referencias a su competencia y probidad se hagan por diversos personajes y de que vayamos descubriendo que en este relato hay bastantes agujeros en el campo de lo masculino. Y es que donde uno esperaría que se nos mostrara una encarnación del falo simbólico (como Gary Cooper en The fountainhead, para explicarlo deprisa) nos topamos con una figura yacente, postrada en cama por la fiebre, y con rasgos bastante femeninos, una presentación que no deja de sorprenderme cuantas veces veo la película.

Esta ausencia de una figura masculina a la altura de la mujer es lo que, a mi juicio, marca el carácter moderno del cineasta, ausencia que se declina de muchas maneras en sus obras. Pero el rasgo diferenciador con la vertiente siniestra que esa misma temática suele tener en Occidente es que en Mizoguchi abre una perspectiva sublime a pesar (o a causa) de su índole aniquiladora. Aquí la muerte que aguarda a los amantes parece la consumación de un encuentro que sobre la tierra se diría imposible, aunque el ejemplo más claro tal vez sea el de La emperatriz Yang Kwei Fei, una historia de fascincaión fantasmática que se parece mucho a la de Vértigo pero que introduce en su final un horizonte de trascendencia, de amor más allá de la muerte, completamente ausente en la película de Hitchcock.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Azar y sentido



Esta tarde proyectan Los amantes crucificados en la Filmoteca (anuncian que con una copia nueva) y es mi cumpleaños (46), una coincidencia que vuelve a alimentar el debate acerca de si el universo se rige por mecanismos ciegos y absolutamente azarosos o una incognoscible ley regula el entramado cósmico de acuerdo a reglas que se nos escapan (o nos podemos apuntar a la teoría mixta, la que dicta que el mundo no tiene sentido en sí, pero que el azaroso surgimiento de la conciencia impone la tarea de dotar de sentido al caos de lo real).

Sea como sea, a los tres o cuatro fieles seguidores de este blog se les ofrece la oportunidad de ver en aceptables condiciones una de las películas más hermosas de la historia del cine y agasajar como se merece a uno de los blogueros más modestos y humildes de la red (o sea, yo).

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La cinefilia es un arma cargada de impotencia



Contaba Ferran Alberich en la presentación que hizo en la Filmo de la restauración que ha dirigido de Vida en sombras que la película de Llobet-Gracia puede considerarse afortunada, pues será de las que perduren, ya que cuenta con una copia digital, o sea, (potencialmente) eterna. Y dijo que el cine que no se restaure digitalmente está condenado a la desaparición, y que, por supuesto, no hay dinero para digitalizar todo el cine que existe.

Vi la película acompañado de varios amigos que no la conocían, y todos salieron con la boca abierta. Yo la había visto en la tele hace más de dos décadas, y creo que ha ganado en este tiempo. Da la extraña impresión de que lleva en sus secuencias el germen de todo el cine moderno. Por poner un ejemplo, los protagonistas se van a ver al cine Romeo y Julieta, y la cámara les filma mirando embelesados la pantalla. Kiarostami realizó el corto para Chacun son cinema con los rostros de espectadores que asistían a una proyección de Romeo y Julieta, una especie de ensayo de Shrin. O ese comienzo, en el que la madre del narrador da a luz en una barraca de feria donde tiene lugar una de las primeras proyecciones de cine. El carácter alucinatorio de la secuencia (con un mago sacando al bebé de la chistera) nos indica que estamos ante una fantasía del protagonista, que fabula un origen mítico unido a su pasión cinéfila, de una manera similar a como el hombre elefante alucina una escena primordial en un circo para intentar entenderse como sujeto en la película de Lynch.

Pero lo más asombroso, obviamente, es como una película que surge explícitamente del impacto que produce en su autor la visión de Rebeca es capaz de desarrollar el tema latente del fantasma en una clave hitchcockiana que el director inglés tardaría todavía unos años en alcanzar. Así, la famosa escena en la que, en el comienzo de la guerra civil, Carlos abandona a su mujer embarazada cámara en mano, como si ésta le arrastrara a filmar el horror, mucho más fascinante al ojo que su objeto de deseo (Ana, la amante esposa que será aniquilada a raíz de ese abandono), anticipa el tema de The rear window. Aquí, el montaje de la escena del tiroteo, en el que se evita la habitual articulación del plano-contraplano (disparo-impacto en el cuerpo) hace que se sugiera que es la cámara la que provoca la muerte de los contendientes: todos fallecen tras ser filmados. Y el eclipse del mundo que se produce tras esa aniquilación de la mujer deseada, y su posterior resurrección imaginaria al borde de la tumba anticipa Vértigo de una manera tan literal que mi mujer apuntó la hipótesis, algo descabellada, de que el director le hubiera mandado una copia de la película a Hitchcock, dada la palmaria admiración que el film demuestra a su obra.

sábado, 3 de noviembre de 2012

La espinosa figura de la madre deseante



1925 fue un año en el que El abanico de Lady Windermere conoció dos relecturas que mejoraron el brillante original de Wilde. La renuncia es una magnífica novela de Edith Wharton en el que el periplo de una mujer que regresa del exilio tras un pasado "escandaloso" para reencontrarse con una hija adulta a la que abandonó años atrás es contado desde el punto de vista de la madre. Como es de rigor en toda buena novela, el lector acaba sabiendo más cosas del personaje que él mismo, atrapado en las mentiras que se cuenta para poder sobrevivir en ese mundo despiadado que es la alta sociedad. Por esas mismas fechas Lubitsch realiza su celebérrima adaptación, tan buena que debería haber condenado a la pieza teatral al ostracismo definitivo, pues resulta evidente que ninguna adaptación podrá estar nunca a la altura de ésta, entre otras cosas porque, realizada en la época silente, nos ahorra la fatigosa obsesión de ser ingenioso sin interrupción que tenía el autor inglés.

Aparte de este detalle capital (pero que a la postre ha jugado a favor de la obra teatral, puesto que hoy el cine mudo ha quedado relegado al rincón de la altísima cultura y sólo es frecuentado por elites cinéfilas) el film introduce importantes variaciones estructurales, siendo la más destacada el momento en que el espectador conoce la verdadera relación de Mrs. Erlynne con Lady Windermere, que en la película es prácticamente al comienzo, mientras que en la obra de teatro es algo sugerido en varios diálogos pero no se hace explícito hasta el final. A Wilde este problema le trajo de cabeza, y la opción del guión por trasladar este descubrimiento es un caso de adaptación ejemplar, pues permite explorar potencialidades de la obra original. A resultas de ello, la trayectoria emocional del espectador es completamente diferente, incluso aunque a estas alturas todo el mundo conozca el argumento.

Si esta pieza desaforadamente victoriana mantiene hoy día su poder de fascinación (de lo que doy fe puesto que he disfrutado horrores con el programa doble de la peli y el libro) es, obviamente, por situar en el centro de la misma al tema siempre espinoso del goce de la madre. Textualmente, Mrs. Erlynne regresa de entre los muertos, donde habita como una figura angelical, convertida en un cuerpo excrementicio en cuanto que exhibe escandalosamente el secreto mejor reprimido por el sujeto, el de que el cuerpo del que se procede fue un día anegado por el goce para que él pudiera ser concebido, pero que ese goce es irreductible al sentido, y puede emerger de nuevo en cualquier momento como una pulsión aniquiladora, razón por la que la sociedad castiga tan duramente los pecados femeninos y, finalmente, exige que renuncien al deseo (a lo que Mrs. Erlynne se niega heroicamente incluso tras su inmolación social).  

sábado, 27 de octubre de 2012

Los setenta



El último número de Quimera publica una conversación entre cinco escritores españoles nacidos en los setenta: Pilar Adón, Alberto Olmos, Elvira Navarro, Álvaro Colomer y Mario Cuenca Sandoval, todos ya con más de una obra (léase novela) publicada, y en editoriales de postín (Alfagura, Anagrama, Mondadori...). Todos me sonaban y de ninguno había leído nada hasta ahora (salvo de Alberto Olmos, en concreto algunas entradas de su famoso -y desaparecido de la web- blog Lector Mal-herido), así que he decidido que entre este finde y el próximo puente me voy a poner al día (un factor clave es que la biblioteca de mi barrio tiene libros de todos ellos; ahora que Javier Marías ha sacado a colación la penuria por la que atraviesan no está de más recordar uqe una biblioteca es, probablemente, el producto más refinado que ha producido la civilización)

Tengo un prejuicio que he descubierto hablando con amigos que está más extendido de lo que creía, y es que desconfío de la literatura escrita por gente más joven que yo (especialmente si es española, aunque el prejuicio se está globalizando, como el caos financiero). En realidad, la cosa se circunscribe a mis contemporáneos, ya que no tengo problemas en leer el Werther, El joven Törless o cualquier cosa escrita por Kafka. Pero, en general, tengo la sensación de que los textos de los jóvenes escritores españoles los podía haber escrito yo, y los nombres que aparecen a lo largo de la conversación son los mismos que yo hubiera citado (yo también me pasé la adolescencia leyendo a Bernhard, he caído en las tretas publicitarias de los escritores norteamericanos y hasta participo de la revalorización que disfruta Torrente Ballester).

La primera novela que he leído, Los bosques de Upsala, de Álvaro Colomer, no ha disipado la prevención. Hay algo previsible en la deriva hacia la locura del narrador protagonista, se nota demasiado la faceta periodística del escritor en algunos párrafos acerca del suicidio, tema nuclear del libro, hay cierta desesperación impostada en el conjunto (aunque por contra el humor negro que destila está muy conseguido) y, el principal defecto, no me creo ese matrimonio que protagoniza la novela. Aquí el problema es que yo llevo casado más de veinte años, y como ya he escrito más de una vez, soy bastante sensible a las notas falsas en los matrimonios que se describen en libros y películas. En cierta manera, Los bosques de Upsala es una buena novela, en general bien escrita, pero uno tiene la sensación de que es prescindible, que seguramente hay cientos de novelas parecidas escritas en los últimos años.

El falo escarnecido, o James Bond también la tiene pequeña


Para Sergio Sánchez, que se habrá imaginado esta entrada al ver el cartel)


viernes, 26 de octubre de 2012

Relaciones de clase de un desaparecido en América



Largo tiempo he estado buscando América, la adaptación de la novela de Kafka que filmaron por los 80 Straub & Huillet, hasta que en la filmografía que aparece en la excelente edición que hizo Círculo de lectores de la narrativa del escritor praguense descubrí que la película se llamaba Relaciones de clase (bueno, en alemán, claro), y que se encontraba en Filmin y todo (por supuesto, está en la edición de Intermedio de las obras de S&H). Si Monteiro alababa el cine de Kiarostami comentando que a uno siempre le apetece irse a vivir entre las gentes que filma, de los Straub yo diría que a uno siempre le entran ganas de leer los textos que adaptan, ya sean de Pavese, Vittorini, Bretch o Mallarmé.

Relaciones de clase es una película más que recomendable, pero parece pensada para un espectador que conozca la novela: a mi mujer, que estaba viendo la película conmigo, le he tenido que contar lo que ponía en la carta que Karl recibe de su tío a través de Green, cuyo contenido se detalla en la novela pero que en la pantalla tenemos que deducir de las consecuencias que provoca. Por otro lado, los directores extirpan todas las impresiones subjetivas del protagonista que jalonan el texto (lo que me parece una opción acertada), con lo que se nos hurta una de las imágenes nucleares del libro, la rememoración que hace Karl de la escena de su seducción, uno de los fragmentos más siniestros que se hayan escrito nunca sobre el primer encuentro sexual.

La supresión más evidente, sin embargo, ha debido de ser obligada por motivos presupuestarios: El desaparecido/América esta punteada por escenas de masas a las que participa como espectador alienado el protagonista desde su llegada a Nueva York: la muchedumbre que se aprieta en la cubierta del barco en el que Karl ha viajado, el abigarramiento expresionista que casi le aplasta cuando entra por primera vez en el Hotel Occidental, el tumultuoso desfile al que asiste desde la reclusión en el balcón a la que Robinson y Delamarche le tienen sometido, o la promiscuidad del viaje en tren con el que se cierra el libro hablan de una masa en la que nuestro héroe puede desaparecer, y que contrasta con los numerosos espacios cerrados, y a menudo minúsculos, en los que parece siempre a punto de sufrir una agresión. Pues bien, Relaciones de clase tiene que renunciar a toda esa parte clave de la novela, y sólo en algún caso denotarla metonímicamente a través del sonido.

Si el casting masculino es excelente, y el actor elegido para encarnar a Karl Rossman es un acierto que sostiene la película, no ocurre así con las dos figuras maternas clave del libro, la jefa de cocina (precisamente por poco maternal) y, sobre todo, Brunelda, si bien aquí estamos ante una encarnación imposible, al menos en el mundo de los actores de carne y hueso. Y eso que Laura Betti es una opción muy inteligente, en la que se aúnan sensualidad y desmesura corporal, pero el personaje de Kafka es un ser mítico, una especie de ballena, una madre primigenia cuyo cuerpo tiende a expandirse hasta anular a todos los personajes masculinos que pululan a su alrededor. Tal vez no sea casual que el libro se quede inacabado en ese capítulo, aunque se le añada después el famoso fragmento del Teatro de Oklahoma.

Una de las razones por las que este film resulta apasionante es por el límite que fija: estamos, creo yo, ante la mejor adaptación que se pueda hacer de un texto de Kafka, al menos con este grado de fidelidad. Sin embargo, la radicalidad e inteligencia con la que se afronta muestra las limitaciones del cine para hacerse cargo de según qué imaginarios. No deja de ser desconcertante que una articulación tan onírica como la de Kafka sea casi intraducible a imágenes.

martes, 23 de octubre de 2012

Revolucionarios, SA



Assayas parece haber querido filmar el contraplano de tantas películas norteamericanas que supuestamente nos han desvelado los manejos de los servicios secretos de los Estados Unidos, y como buen contraplano lo que nos devuelve es una imagen especular de lo que ya conocíamos, una curiosa mezcla de racionalidad y sinsentido. Carlos hace un estupendo programa doble con Argo, esa película en la que a Ben Affleck algunos le han echado en cara la osadía de intentar recuperar la (periclitada) figura del héroe, recuperación cuya dificultas anota el propio film. Assayas lo tenía más fácil a la hora de recoger un consenso crítico favorable con la figura de Carlos, un revolucionario devenido estrella mediática que resulta ser tan megalómano como capullo, alquilando sus servicios al régimen que mejor le paga bajo el hilarante paraguas de la solidaridad con el pueblo palestino, sin que le tiemble el pulso a la hora de llevar acabo una espectacular acción para que Sadam Hussein se cepille e los kurdos díscolos, que siempre ha habido pueblos oprimidos y pueblos oprimidos. Y si Argo lleva impresa la dificultad de trazar una heroica "seria" en nuestros días, Carlos hace lo propio con la tragedia: si todo apuntaba a que la ascensión y caída de este terrorista pijo iba a configurarse como una tragedia shakesperiana, el personaje acaba arrastrando al relato al terreno de una siniestra ópera bufa.

domingo, 14 de octubre de 2012

Para lo que hemos quedado (en TVE)



Ayer estuve todo el día en Torrespaña, trabajando para Informe Semanal. Mi primera labor fue atender una llamada de un amable telespectador que nos avisaba de que se había subido un vídeo de capital importancia a Youtube y que, cuando lo conociéramos, no dudaríamos en incluirlo por la vía de urgencia en la emisión de por la noche, y para cargarse de razones al respecto me soltó que la noche anterior Intereconomía (que en boca del susodicho espectador iba marcada con el prestigio con el que otros hablan de la BBC, cadena pareja en prestigio internacional, sin duda) no había dudado en introducir en su debate una referencia al trascendental documento audiovisual que aquí comparto con mis lectores (no me he tomado la molestia de ver Intereconomía para cotejar la aseveración, que doy por buena desde ya). Ahí no quedó la cosa, porque Juan de Pablo Ayuso (nombre de mi didáctico informador, JP a partir de ahora) me aclaró que se iba a poner en contacto con la mujer del ministro, de nombre Edurne (la mujer, no el ministro), que a sus credenciales conyugales une el de ser tertuliana en una cadena que si no sufrí alucinaciones auditivas era Calle 13, para mostrarle su apoyo y comentarle que se había puesto en contacto con nosotros (recuerdo, Informe Semanal) para avisarnos de la noticia de la década. Ante mi silencio sepulcral (sólo roto para indicarle que Informe es un programa cuyos reportajes se graban y se editan con antelación, y que era improbable que se cambiara la escaleta para dar cabida al vídeo youtubero) que me gasté durante el monólogo JB se revolvió algo incómodo y me preguntó si yo era catalán (que no lo soy), y para pedirme si le podía pasar con alguien del programa más interesado en el asunto, pues debió de percibir que me traía al pairo la sarta de incoherencias que me estaba contando, aparte de indicarme (cosa que es cierta) que en muchas ocasiones ha visto como acontecimientos que se desarrollaban el mismo sábado tenían cabida en la emisión.

(Luego me enteré de que la tal Edurne es la mujer de Wert, ese inefable Ministro de Educación que le está haciendo la campaña electoral al PNV y a CiU por la patilla).

El meollo viene ahora, y es que JB, seguro de que me quedaría paralizado de horror cuando viera el brutal adoctrinamiento al que se somete a los infantes catalanes en las escuelas, no dudó en calificarlo como algo peor que lo que ocurría durante el franquismo, y parangonable a las técnicas de comunicación de los nazis, y ahí es cuando se me hizo la luz y tomé consciencia de con qué alegría irresponsable nos dedicamos a las comparaciones históricas. Porque este tedioso programa infantil en el que unos niños sacan unos dibujos que se han quitado de encima para hablar de la independencia de Cataluña (un asunto que se nota que a la mayoría no les interesa nada), en su mayoría una simple bandera catalana, no tiene nada que ver con los métodos que se gastaban los nazis, y durante el franquismo había bastante menos libertad para hablar en clase. Hay que ver como acaban colando coletillas de este tipo, como que Zapatero ha sido el peor gobernante español desde Fernando VII (de entrada, Rajoy ha demostrado ser mucho más incompetente en un espacio de tiempo mucho más corto), o que con Aznar España recuperó una influencia internacional como no conocíamos desde los Reyes Católicos (cuando Felipe González tuvo más), o que Israel hace con los palestinos lo que la Alemania nazi hizo con los judíos (una comparación especialmente ignominiosa para los judíos), o memeces de esta índole, que en seguida adquieren credenciales de uso indiscrimando. Pero no hay que lamentarse, todas las épocas se han considerado a sí mismas como aquellas en las que la imbecilidad ha estado más extendida. 

sábado, 13 de octubre de 2012

Edith Scob, alfa y omega



La suerte quiso que el martes por la tarde la Filmoteca proyectase Ojos sin rostro, y que el miércoles por la mañana Avalon programase el pase de prensa de Holy motors, que acaba de ganar varias cosas en Sitges (enmendando a Cannes, de donde la peli de Carax se fue con las manos vacías) y cuyo estreno en España está previsto para mediados de noviembre; vamos, que con pocas horas de diferencia me vi lo primero y lo último de Edtih Scob, esa actriz de extraña belleza que se estrenó en el cine, si no me equivoco, en el primer largometraje de Franju, La tête contre les murs.



Allí el rostro de la actriz aparecía como una emergencia directa de lo sublime en medio de un manicomio, sin que esa epifanía de la belleza tuviera ninguna relación con la historia que la película desarrollaba. Es fácil suponer que la idea de situar el semblante hermoso y magnético de la Scob en medio de una historia tan oscura como la de Ojos sin rostro parte de ahí, si bien, como todo el mundo recuerda, la mayor parte del metraje nos tenemos que conformar con una máscara que reproduce fielmente los rasgos del personaje pero que nos hurta su expresión, con lo que nos quedamos con una copia congelada de su verdadera cara (en realidad, la cara que desea el padre/amante, un rostro donde nada de lo Real deje su inscripción). Sólo en una secuencia disfrutaremos de la actriz en todo su esplendor angelical, como enuncia explícitamente Louise, la figura materna encarnada por Alida Valli.



Si bien Edith Scob siempre ha tenido un punto de locura en la mirada (lo que la emparenta con Leonor Silveira, otra belleza etérea que a ratos bordea la enajenación) Carax elige para ella un look más bien maternal que recuerda un poco a Julie Andrews, lo que le va bien a Céline, ese ángel de la guardia que conduce a Lavant por todos los avatares de sus distintas encarnaciones en esa limusina protectora que es el único espacio donde puede descansar en su verdadera personalidad.

La llaga insoportable



Multitud de relatos míticos y de cuentos populares (y, por desgracia, noticias en los medios) hablan de padres que encierran a sus hijas bajo siete llaves para preservarlas de los males del exterior; si bien en el ámbito simbólico va de suyo que un príncipe (o un dios) será capaz de vencer las reticencias paternas y demostrará estar a la altura de la tarea que le espera junto a la heroína (bien, es cierto que Zeus, por ejemplo, no se tomaba tantas molestias).

Ojos sin rostro es una de las variaciones contemporáneas más interesantes e influyentes (y siniestras) de este tema, en la que, gajes de la época, la tensión incestuosa está acusadamente marcada, mientras que el príncipe potencial acaba diluyéndose según avanza la narración. Otra línea argumental que se cruza con la anterior, y propiamente moderna, es la de la tacha insoportable del objeto absoluto, aquí el rostro convertido en pura llaga de Christiane, cuya visión el protagonista del film, el doctor Genessier, no puede soportar. Para conjurar ese inconcebible rasgo real de ese objeto que se sueña invulnerable el héroe contemporáneo está dispuesto a cualquier crimen, ya sea un pacto con el diablo o con esa forma laica de lo demoníaco que suele ser la ciencia en la literatura desde la época del Romanticismo.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Lo Imposible/Real del cuerpo materno



El tsunami llega en Lo imposible en el mismo momento en que los indios hacen su aparición en The searchers, cuando el héroe adolescente toma consciencia del cuerpo materno como cuerpo de goce (la película de Ford es mucho mejor que la de Bayona, que nadie se asuste). Si en ambas películas el paraíso original queda arrasado con la inevitable llegada de la pulsión sexual, el periplo del sujeto será opuesto en ambos films, como corresponde a dos momentos opuestos de la historia del cine. En Lo imposible Lucas queda indefensamente expuesto a lo real/aniquilador del cuerpo de la madre. En la mejor escena del film, tras las furiosas acometidas del mar (explícitamente nombrado como una deidad femenina en un plano en el que una enorme luna llena rige sobre las aguas calmas la noche previa al desastre), el joven no puede soportar la vista del cuerpo doblemente desnudo  de (una magnífica) Naomi Watts: el seno descubierto por la violencia pulsional del tsunami, esa otra superficie que cubre el horror del cuerpo y que es la piel también empieza a desgarrarse mostrando lo que se esconde tras la imago fascinante del objeto de deseo absoluto. Si esta parte en la que el protagonista asiste indefenso a la descomposición de la imago materna es muy interesante, Lo imposible deviene un inane artefacto en cuanto se dirige hacia la figura del padre, un McGregor tan insípido como la peripecia en la que se embarca, y que Bayona parece exacerbar melodramáticamente para encubrir su falta de interés.

viernes, 5 de octubre de 2012

Estreno de Holy motors


Irá a Sitges y Avalon la estrena el 16 de noviembre

jueves, 4 de octubre de 2012

El Glamour


La corriente subterránea que fluye por debajo de la superficie de lo real (como diría David Lynch) es, en el caso del Festival de San Sebastián, tan prosaica como estas imágenes. En los sótanos ocultos tras los oropeles, las alfombras rojas y los popes sagrados de la industria del cine, el lumpen-proletariado de la fábrica de sueños doméstica (aka "la tele") se afana denodadamente por mantener firmes los cimientos del espectáculo.

Esta ha sido nuestra más constante ocupación: organizar tareas, mandar a un sitio a unos, recoger a otros, dar citaciones a conductores, encargar bocadillos, recoger cables, hacer órdenes de trabajo.

El Glamour del Festival es como ese poema de Bécquer: un aleteo inaprensible, como la gasa de un vestido, que flota sobre la niebla muy lejos de nuestro alcance.

Blancanieves



Si había alguien inquieto ante la posibilidad de que a Pablo Berger se le ocurriera la extravagante idea de incluir un príncipe azul que despertara a la protagonista al goce puede descansar, ya que Blancanieves es posmodernamente correcta y ni se le pasa por la cabeza que tamaña excentricidad textual tenga cabida ahí. Eso sí, la figura materna es mala como ella sola, pero de madres locas y devoradoras el cine contemporáneo está sobrado, mientras que articular la figura del héroe parece ya sólo al alcance de Kaurismaki o Eastwood. ¿Y cómo soluciona la película esta carencia en el campo masculino? Pues también como es habitual: será la heroína la que lleve a cabo la tarea del héroe, esto es, restaurar el nombre del padre (que, para que no queden dudas acerca de la inanidad de la construcción cultural de la diferencia sexual, es torero), aunque en la decisión más "débil" del film éste se arruga y libra a la protagonista de afrontar la "suerte suprema". Total, que como era de esperar, Blancanieves triunfa en su periplo masculino y fracasa en el femenino.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Notas desde Sanse: Argo, o la pulsión arrasa donde el relato se erosiona



Así de derrotados y felices lucíamos el último día de nuestro agotador periplo donostiarra, después de haber cargado nuestros camiones y apenas haber visto cine (de hecho, Mercedes no se ha visto ninguna peli, por lo que voy a arrastrarla a la Filmo a ver lo más granado de la filmografía de Franju).
Pero como no quiero dejar huérfano de conocimiento a mis discípulos-lectores derramaré sobre ellos la llama de la sabiduría a propósito de las dos o tres películas que he visto en condiciones aceptables, esto es, sin quedarme frito.

Y empiezo con Argo, que aterrizó por aquí el primer fin de semana en Sección Oficial Fuera de Concurso, una categoría festivalera especialmente ridícula y sinsentido, pero con la que tragan todos los festivales del mundo. Según me contó Rebordinos, los productores lo quisieron así, imagino que sabedores que estas pelis nunca ganan en un certamen europeo.



Argo es muy buena. Como los grandes relatos, comienza con el pecado original: el golpe de estado que entre británicos y estadounidenses organizaron para echar a Mossadegh de la presidencia de Irán cuando éste decidió que las compañías occidentales dejaran de robar el crudo persa. Este prólogo es clave, ya que saca al film de la dialéctica de buenos y malos, aunque Affleck luzca un careto calcado a Chuck Norris, y lo inscribe en la corriente contemporánea de textos que reflexionan sobre las consecuencias de la abolición del relato en nuestra sociedad. De esta manera pueden ligarse dos imágenes muy alejadas, el asalto a la embajada norteamericana en Irán por las masas islamistas y el emblemático letrero de Hollywood convertido en ruinas cuando el héroe vuela a Los Ángeles, y es que sólo los textos pueden construir un espacio para que la pulsión no devenga una fuerza que arrase la civilización. Cuando estos se degradan (convirtiendo el relato mítico de Jassón y los argonautas en una demencial serie Z) o se traicionan (derrocando dirigentes democráticos para instaurar tiranías que favorezcan la criminal voracidad de las grandes compañías capitalistas) es inevitable que lo Real emerja en su aspecto más arrasador.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Soluciones para Grecia



Ya que la van a echar de Europa ¿por qué no se la entregan de nuevo a los turcos?

domingo, 9 de septiembre de 2012

Cine moderno y ausencia de sentido



Tengo la impresión de haber vivido oscilaciones extremas en la valoración de Antonioni, desde la idolatría extrema hasta la defenestración en bloque de su obra, fruto de esa desastrosa corriente crítica que en los 90 encumbró como valor absoluto la gratificación imaginaria del espectador, o al menos de su lado más adolescente (lo que solemos llamar la toma de la crítica institucional por el frikerío). Parece que los últimos años han supuesto una revalorización de su obra, a lo que no será ajeno el hecho de que se ha editado en buenas ediciones y ha encontrado nuevos espectadores, y que sus películas tienen (en general) valores ya perdidos, como impecables puestas en escena, y una dotación presupuestaria que hoy sería inimaginable para esos mismos guiones.

Toda esta introducción para hablar de La noche, antaño considerada como una película que había envejecido mucho, sabe Dios por qué. Tiene una secuencia inicial de caerse de espaldas, en la que el matrimonio protagonista visita a un amigo moribundo, y en la que se cuentan muchas cosas interesantes y se sugieren muchas más todavía más interesantes (por ejemplo, a Antonioni le basta con mostrar la entrada de la madre del enfermo en la habitación para que el espectador se dé cuenta de que éste va a morir pronto, y que toda su vida fue fiel al amor no correspondido por Lidia, la protagonista del film). A partir de este encuentro traumático con la muerte, Lidia y Giovanni, los protagonistas de La noche, inician una deriva por separado que les llevan a varios encuentros que no acaban de articular ningún sentido, o ningún relato donde pueda inscribirse el deseo o el amor.

En cualquier caso, esta entrada muestra un ejemplo de como el cine moderno trabaja a partir de la destrucción del sentido del relato clásico a partir de una secuencia concreta, aquella en que Lidia deja a su marido firmando libros (es escritor en trance de hacerse famoso) y se marcha sola a vagabundear por unos arrabales en la afueras de Milán (que luego averiguaremos que algo tienen que ver con el inicio de su relación). Allí se tropieza con una pelea entre jóvenes, de la que desconocemos la causa. La pelea remite, obviamente, al torneo propio de los relatos míticos en los que el Rey otorgaba la mano de la princesa al vencedor. Y, efectivamente, aunque la pelea barriobajera tiene un origen desconocido, el que Lidia asista a ella entre horrorizada y fascinada la va tiñendo de esa característica, ser un duelo por la Dama (si bien extremadamente devaluado, claro está). De hecho, el vencedor se yerguerá lascivamente ante ella y se le ofrecerá como obsceno falo, momento en que Lidia, tan directamente interpelada, saldrá huyendo y acabará llamando a su marido. Encontramos aquí de manera excelsa una característica habitual de los textos modernos, la imposibilidad de construir relatos y la deriva hacia la ausencia de sentido, sin que por otra parte puedan dejar de remitirse a los elementos con los que se construían los textos clásicos, si bien devaluados de mil maneras diferentes.


La discípula de la diosa castradora



Dredd es una película que presenta ese futuro cinematográfico en el que las ciudades tienen doscientos millones de habitantes, todos mendigos salvo los que viven en la torre de los multimillonarios. Está basada en un cómic, supongo que de culto, dado que todos lo son en cuanto de adaptan a la pantalla, que ya conoció una versión hace casi 20 años con Stallone, considerada un fiasco aunque según el IMDB ingresó más que lo que costó. En esta ocasión a Pete Travis no le han dado demasiado (relativamente), y la peli luce un look de serie B que no le viene mal, mientras que el tono carpenteriano que flota en el ambiente hace que Dredd sea un producto tirando a simpático.

Y solventado el problema de la presentación, vamos a lo que nos interesa, que es mostrar que Dredd es un ejemplar tan perfecto de relato de iniciación femenina contemporáneo que casi parece construido para este blog. Tras la presentación de rigor del supuesto protagonista (Dredd) con la convencional secuencia de persecuciones, disparos y explosiones, entramos en materia, que no es otra que el trayecto de Anderson, una joven que tiene que enfrentarse a "su primera vez". Anderson es una jovencísima aspirante a ese especie de agente psicótico que son los jueces en el universo del film (de hecho, los aspirantes son reclutados entre huérfanos que no han cumplido los nueve años, o sea, entre sujetos en los que no ha habido posibilidad de construir un inconsciente). Algo deficiente en su instrucción, sus descomunales dotes telepáticas hace que se haga la vista gorda y se la ponga a prueba, con el Dredd de marras de tutor.

Y así comienza la experiencia del encuentro con lo Real de Anderson, con una figura paterna completamente psicótica a su lado, que se dirige siempre a ella como rookie (nunca con su nombre), y que la única interpelación que hace a Anderson como cuerpo sexuado es para decirle que se guarde una bala por si los malos consiguen secuestrarla (traducido: el único horizonte que le muestra para su goce es uno exclusivamente aniquilador). Por el camino detienen a uno de los malotes que, en el otro extremo, se dedicará a interpelar a Anderson como objeto de deseo, pero exclusivamente como objeto excrementicio: desde que averigua que lee la mente, se imagina todo tipo de escenas vejatorias y violaciones para agredirla. Pero lo mejor de todo es que el laberinto en el que los protagonistas se meten está regido por una reina/diosa completamente salvaje, que exige brutales sacrificios (su presentación en el film es la exigencia de que despellejen y tiren desde el piso cuatrocientos de la pirámide donde habita a unos prisioneros) y de la que se nos informa que es una ex-prostituta que, literalmente, "le arrancó la polla de un mordisco a su chulo".

Si bien los jueces está educados para que nada haga mella en su subjetividad, descubriremos que esta imagen brutal de la castración a hecho mella en ella, y que la utilizará en una pugna "psicológica" con el rehén, una escena que la película desaprovecha completamente. Y ya está, el desenlace del entuerto es predecible, pero por el camino nos encontramos con la vía que los textos contemporáneos describen para la mujer, padres locos, madres salvajes, goce siniestro.