Las dos últimas novelas que me he terminado están protagonizadas por sendos padres que le dan a la ginebra como si fuera agua: Jernigan, de David Gates, y La locura de Almayer, de Conrad, al que hacía mucho que no leía. Tratan, faltaría más, del derrumbe de la figura paterna, si bien en el caso de Jernigan no se puede hablar de un descenso pues el personaje es un absoluto desastre a lo largo de todo el texto, una versión algo trash y rebajada del protagonista masculino omnipresente en la ficción norteamericana de la segunda mitad del XX, ese que aparece siempre por los libros de Bellow, Roth o Updike, y algo después en Irving.
Si bien en la (extraordinaria) novela de Conrad Almayer es el protagonista, la acción gira alrededor de Nina, su hija, una figura sagrada batailliana en el sentido de que anuda la culpa (de ser mestiza, un cruce de razas que la convierte en inevitable paria en todos los espacios) y lo sublime (una belleza extraordinaria). La tragedia se desata porque el padre es incapaz de despegarse de la pulsión incestuosa que lo ata a su hija, junto a la que imagina un futuro de esplendor en Europa, mientras que ella elige como objeto de deseo a la figura que le señala el deseo materno, un príncipe malayo.
2 comentarios:
Inevitable acordarse de la peli, recién vista.
Un saludo y divertidas y felices fiestas
Felices fiestas!
Hoy me he iniciado en el ciclo de Cimino en la filmo, con Manhatan Sur, que no había vuelto a ver desde su estreno.
De la peli de Ackerman sólo he visto la primera hora, que me pareció muy interesante, pero tengo la impresión de que extirpa el núcleo duro del conflicto de la novela.
Publicar un comentario