sábado, 22 de diciembre de 2012

El reino de la buena madre



Como desagravio a tanta madre aniquiladora como ha aparecido por este blog voy a hablar de alguna que otra en condiciones a propósito de Recuerdo de una noche, magnífica película de Mitchell Leisen que recientemente Sergio Sánchez citó por estos pagos. El comienzo del film nos muestra a la protagonista, Barbara Stanwyick, como una ladrona. Tras un periplo por el juzgado tendrá un encontronazo potencialmente erótico con el héroe, Fred MacMurray, que en el extremo opuesto de la Ley resulta ser un fiscal intachable (e implacable). Este encuentro está regido por un malentendido por el que la chica comparece como mercancía sexual. Como ocurre en muchas comedias (y melodramas), la película narra el camino que lleva a que ese encuentro fallido se realice en las condiciones adecuadas, restituyendo a la mujer su dignidad como objeto de deseo digno de ser amado. Ese trayecto es físico, y la película es un viaje real a través de Estados Unidos para llegar a la casa habitada por la madre. ¿Y cuál será la función de la madre? Sancionar positivamente la elección del hijo, y de paso renunciar a su posesión del mismo (así en las bodas la madre del novio ejerce de madrina, anunciando públicamente que renuncia a la posesión del hijo para cederlo a la tiranía de otra mujer, si bien la experiencia muestra que el cese de hostilidades se circunscribe a la ceremonia, y que ya en el banquete regresa la guerra más o menos encubierta entre esposas y suegras).

La desconcertante complejidad de Recuerdo de una noche radica en que la figura materna está desdoblada en dos: la madre y la tía del protagonista, ambas con parecidos derechos sobre el héroe, tomando ambas decisiones opuestas: en sendas escenas magníficas Barbara Stanwyck se verá designada como compañera del hombre (por la tía) y se le exigirá que renuncie a su objeto de deseo (por la madre). Tan compleja encrucijada es resuelta brillantemente por la peli, que deviene a la vez comedia romántica en la que los protagonistas consuman su encuentro sexual en Canadá (que comparece como un espacio fuera de la Ley caduca que rige en Estados Unidos, una especie de paraíso terrenal), y melodrama en el que la mujer se convierte en objeto sacrificial renunciando a su amor (y a su libertad), momento este en el que el texto debe terminar al encontrarse ante una contradicción irresoluble.

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