sábado, 3 de noviembre de 2012

La espinosa figura de la madre deseante



1925 fue un año en el que El abanico de Lady Windermere conoció dos relecturas que mejoraron el brillante original de Wilde. La renuncia es una magnífica novela de Edith Wharton en el que el periplo de una mujer que regresa del exilio tras un pasado "escandaloso" para reencontrarse con una hija adulta a la que abandonó años atrás es contado desde el punto de vista de la madre. Como es de rigor en toda buena novela, el lector acaba sabiendo más cosas del personaje que él mismo, atrapado en las mentiras que se cuenta para poder sobrevivir en ese mundo despiadado que es la alta sociedad. Por esas mismas fechas Lubitsch realiza su celebérrima adaptación, tan buena que debería haber condenado a la pieza teatral al ostracismo definitivo, pues resulta evidente que ninguna adaptación podrá estar nunca a la altura de ésta, entre otras cosas porque, realizada en la época silente, nos ahorra la fatigosa obsesión de ser ingenioso sin interrupción que tenía el autor inglés.

Aparte de este detalle capital (pero que a la postre ha jugado a favor de la obra teatral, puesto que hoy el cine mudo ha quedado relegado al rincón de la altísima cultura y sólo es frecuentado por elites cinéfilas) el film introduce importantes variaciones estructurales, siendo la más destacada el momento en que el espectador conoce la verdadera relación de Mrs. Erlynne con Lady Windermere, que en la película es prácticamente al comienzo, mientras que en la obra de teatro es algo sugerido en varios diálogos pero no se hace explícito hasta el final. A Wilde este problema le trajo de cabeza, y la opción del guión por trasladar este descubrimiento es un caso de adaptación ejemplar, pues permite explorar potencialidades de la obra original. A resultas de ello, la trayectoria emocional del espectador es completamente diferente, incluso aunque a estas alturas todo el mundo conozca el argumento.

Si esta pieza desaforadamente victoriana mantiene hoy día su poder de fascinación (de lo que doy fe puesto que he disfrutado horrores con el programa doble de la peli y el libro) es, obviamente, por situar en el centro de la misma al tema siempre espinoso del goce de la madre. Textualmente, Mrs. Erlynne regresa de entre los muertos, donde habita como una figura angelical, convertida en un cuerpo excrementicio en cuanto que exhibe escandalosamente el secreto mejor reprimido por el sujeto, el de que el cuerpo del que se procede fue un día anegado por el goce para que él pudiera ser concebido, pero que ese goce es irreductible al sentido, y puede emerger de nuevo en cualquier momento como una pulsión aniquiladora, razón por la que la sociedad castiga tan duramente los pecados femeninos y, finalmente, exige que renuncien al deseo (a lo que Mrs. Erlynne se niega heroicamente incluso tras su inmolación social).  

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