martes, 27 de noviembre de 2012

Pareja y aniquilación



La proximidad temporal hace que me haya visto 4:44 como una variación contemporánea de Dos personas: aquí también una pareja permanece encerrada en un apartamento a la espera de que el mundo se derrumbe, si bien la película de Ferrara resulta (sorprendentemente) bastante más optimista que la de Dreyer, básicamente por dos razones, la primera de las cuales es que aquí los protagonistas sí afrontan un verdadero encuentro sexual, aunque no haya un futuro para ellos. Pero ese encuentro no está marcado por la desesperación, si no por una especie de comunión cósmica que viene de la segunda razón por la que 4:44 resulta más alegre que el film del danés, y es que, de repente, todo los habitantes del planeta parecen haberse convertido el peculiar budismo zen estadounidense y se dedican a hacer el bien ante la llegada del apocalipsis. Por supuesto, Ferrara no se olvida de sus orígenes cristianos y también hace alguna que otra referencia a la Ecclesia, y no se deja en el tintero (¡faltaría más!) algún que otro rito de comunidades indígenas.

Si bien es obvio que al director le gustan todas estas manifestaciones, su acumulación a lo largo del film en todo tipo de artilugios tecnológicos crean una cacofonía de discursos que impiden que se articule un verdadero discurso (a ratos 4:44 parece un Jonas Mekas). Descaradamente autobiográfica, la película es imperfecta de una manera que sólo se lo puede permitir un maestro anciano y sabio, ya únicamente preocupado por olvidar las técnicas aprendidas en años de oficio para que algo verdaderamente hermoso pueda surgir del juego de los actores.

2 comentarios:

Jesús Cortés dijo...

A mí la verdad es que no me ha gustado nada y me molesta tanto aparatito electrónico y ver a Ferrara seducido por esta marea de finales del mundo que ya cansa.
Si tiene que terminar, que sea rápido y nos ahorramos tanta película mala al respecto.

abbascontadas dijo...

A mí sí me gustó, y la verdad es que Ferrara parece más interesado en contar que ha dejado las drogas que en lo del fin del mundo, que más parece un McGuffin con el que demostrar las vueltas originales que un autor le puede dar al asunto (la de Panahi resulta más eficaz mostrando la aniquilación de un mundo sin pretenderlo).

Y alguien debería haberle dicho al director que, aunque pueble su apartamento de todos los gadgets electrónicos de última generación, no hay obligación de tenerlos encendidos todos a todas horas.