miércoles, 14 de noviembre de 2012

El último vástago de Pickpocket



Una de las cosas más curiosas de las últimas relecturas de Pickpocket (film que se diría que admite infinitas variaciones) es que sus protagonistas son cretinos integrales. Estoy pensando en L'enfant, Flanders, Luces al atardecer (aunque aquí más bien nos encontramos con un alma simple, en el sentido ruso del término) y en la última (y probablemente menos interesante de todas), De rouille et d'os, de Audiard, un director al que le deben de repatear los protagonistas con dos dedos de frente. Y el caso es que Michel, el muy guapo protagonista de la película de Bresson, estaba lejos de ser un merluzo. Más bien su problema era el opuesto, el exceso de discursos intelectuales (una especie de vulgata nietszcheana) era lo que tejía una bruma que impedía que accediera a la Gracia divina encarnada en ese arquetipo femenino que era Jeanne (por lo menos hasta que la Ley caía sobre él, en esa forma tan peculiar que tienen estos elementos en el catolicismo jansenista del mítico deirector francés).

Audiard, por el contrario, nos muestra a un falo sin cerebro que se entrega a encontronazos pulsionales con cuerpos de ambos sexos (dependiendo del que sea, a unos los machaca y a los otros se los cepilla, pero la violencia viene a ser la misma) mientras encarna ejemplarmente lo que es un padre para el pensamiento contemporáneo (un desastre absoluto, vamos). Por el camino se tropieza con una entrenadora de orcas que tiene un terrible accidente y no debe de encontrar a nadie más memo para que le haga compañía en la playa y en la cama, y al que deberá enseñarle el grado cero del compromiso emocional. Total, que nos encontramos con una versión trash (a ratos, porque otras veces es de lo más cursi) de esos telefilmes de superación que, según leyendas urbanas, pone Antena 3 en las sobremesas.

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