La corriente subterránea que fluye por debajo de la superficie de lo real (como diría David Lynch) es, en el caso del Festival de San Sebastián, tan prosaica como estas imágenes. En los sótanos ocultos tras los oropeles, las alfombras rojas y los popes sagrados de la industria del cine, el lumpen-proletariado de la fábrica de sueños doméstica (aka "la tele") se afana denodadamente por mantener firmes los cimientos del espectáculo.
Esta ha sido nuestra más constante ocupación: organizar tareas, mandar a un sitio a unos, recoger a otros, dar citaciones a conductores, encargar bocadillos, recoger cables, hacer órdenes de trabajo.
El Glamour del Festival es como ese poema de Bécquer: un aleteo inaprensible, como la gasa de un vestido, que flota sobre la niebla muy lejos de nuestro alcance.
2 comentarios:
Se echaron de menos las crónicas, llegué a pensar si serian los recortes... La gala la vi por TVE internacional.
Si, la emigración a veces es muy dura y puedes llegar a aburrirte mucho...
Y por donde andas ahora?¿sigues por el norte de Europa?
¿Y cómo fue la gala vista desde fuera? Cuando la preparas puede hacerse soportable porque conoces muchas claves, pero para alguien que no ha vivido el festival debe de ser absurda.
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