Si había alguien inquieto ante la posibilidad de que a Pablo Berger se le ocurriera la extravagante idea de incluir un príncipe azul que despertara a la protagonista al goce puede descansar, ya que Blancanieves es posmodernamente correcta y ni se le pasa por la cabeza que tamaña excentricidad textual tenga cabida ahí. Eso sí, la figura materna es mala como ella sola, pero de madres locas y devoradoras el cine contemporáneo está sobrado, mientras que articular la figura del héroe parece ya sólo al alcance de Kaurismaki o Eastwood. ¿Y cómo soluciona la película esta carencia en el campo masculino? Pues también como es habitual: será la heroína la que lleve a cabo la tarea del héroe, esto es, restaurar el nombre del padre (que, para que no queden dudas acerca de la inanidad de la construcción cultural de la diferencia sexual, es torero), aunque en la decisión más "débil" del film éste se arruga y libra a la protagonista de afrontar la "suerte suprema". Total, que como era de esperar, Blancanieves triunfa en su periplo masculino y fracasa en el femenino.
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