domingo, 9 de septiembre de 2012

La discípula de la diosa castradora



Dredd es una película que presenta ese futuro cinematográfico en el que las ciudades tienen doscientos millones de habitantes, todos mendigos salvo los que viven en la torre de los multimillonarios. Está basada en un cómic, supongo que de culto, dado que todos lo son en cuanto de adaptan a la pantalla, que ya conoció una versión hace casi 20 años con Stallone, considerada un fiasco aunque según el IMDB ingresó más que lo que costó. En esta ocasión a Pete Travis no le han dado demasiado (relativamente), y la peli luce un look de serie B que no le viene mal, mientras que el tono carpenteriano que flota en el ambiente hace que Dredd sea un producto tirando a simpático.

Y solventado el problema de la presentación, vamos a lo que nos interesa, que es mostrar que Dredd es un ejemplar tan perfecto de relato de iniciación femenina contemporáneo que casi parece construido para este blog. Tras la presentación de rigor del supuesto protagonista (Dredd) con la convencional secuencia de persecuciones, disparos y explosiones, entramos en materia, que no es otra que el trayecto de Anderson, una joven que tiene que enfrentarse a "su primera vez". Anderson es una jovencísima aspirante a ese especie de agente psicótico que son los jueces en el universo del film (de hecho, los aspirantes son reclutados entre huérfanos que no han cumplido los nueve años, o sea, entre sujetos en los que no ha habido posibilidad de construir un inconsciente). Algo deficiente en su instrucción, sus descomunales dotes telepáticas hace que se haga la vista gorda y se la ponga a prueba, con el Dredd de marras de tutor.

Y así comienza la experiencia del encuentro con lo Real de Anderson, con una figura paterna completamente psicótica a su lado, que se dirige siempre a ella como rookie (nunca con su nombre), y que la única interpelación que hace a Anderson como cuerpo sexuado es para decirle que se guarde una bala por si los malos consiguen secuestrarla (traducido: el único horizonte que le muestra para su goce es uno exclusivamente aniquilador). Por el camino detienen a uno de los malotes que, en el otro extremo, se dedicará a interpelar a Anderson como objeto de deseo, pero exclusivamente como objeto excrementicio: desde que averigua que lee la mente, se imagina todo tipo de escenas vejatorias y violaciones para agredirla. Pero lo mejor de todo es que el laberinto en el que los protagonistas se meten está regido por una reina/diosa completamente salvaje, que exige brutales sacrificios (su presentación en el film es la exigencia de que despellejen y tiren desde el piso cuatrocientos de la pirámide donde habita a unos prisioneros) y de la que se nos informa que es una ex-prostituta que, literalmente, "le arrancó la polla de un mordisco a su chulo".

Si bien los jueces está educados para que nada haga mella en su subjetividad, descubriremos que esta imagen brutal de la castración a hecho mella en ella, y que la utilizará en una pugna "psicológica" con el rehén, una escena que la película desaprovecha completamente. Y ya está, el desenlace del entuerto es predecible, pero por el camino nos encontramos con la vía que los textos contemporáneos describen para la mujer, padres locos, madres salvajes, goce siniestro.


2 comentarios:

Sergio Sánchez dijo...

Lo fácil y lo obvio respecto al gran tema habría sido hablar de "The deep blue sea", pero quién quiere ser fácil.

abbascontadas dijo...

He elegido Dredd porque es un film que se quiere para masas; vamos, que es lo que la gran industria del entretenimiento ofrece a las multitudes, lo que puede ser preocupante (si bien resulta raro que cuenten esa hitoria para un target eminentemente masculino, por lo que auguro un fracaso económico a la peli).
Desgraciadamente no he visto Brave, que es la otra película iniciática del momento para el gran público.

The deep blue sea, aunque está lejos de ser hermética o difícil, se mueve en el campo del cine de autor, y se dirige a un público donde el hecho de que las mujeres sean infelices porque no hay hombres a la altura de su deseo es casi una convención inamovible (en realidad, lo raro es que en el cine de autor haya una corriente contrarreformista que reformule la necesidad del relato en un sentido fuerte, y que reivindique la figura del padre, si bien esto sólo se perdona cuando se hace en cinematografías exóticas o lo hacen mujeres).