Dedico las tardes a verme con mi hija un episodio de la entretenida (y muy manierista) serie de la BBC en la que Sherlock Holmes habita nuestro siglo XXI, y me he visto la extraña película de Garci en la que el Watson menos british de la historia del cine cae rendido ante las bondades del cocido madrileño y del desayuno con porras durante una visita que la pareja realiza a España para intentar averiguar por qué Jack el Destripador (Juanito el Charcutero en su versión cañí) se ha trasladado a los madriles para continuar sus prácticas salvajes de anatomía (por no hablar de un Holmes reconvertido en humanista capaz de citar a hispanistas como Richard Ford).
A mí los relatos de Conan Doyle me parecen un rollo, y frecuento poco sus variaciones audiovisuales, aunque no me cuesta entender la adicción que esa máquina semiótica con patas crea entre sus adeptos y es fácil vaticinar que al personaje le quedan muchos años de vida.
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