Hacia el final de Fort Apache nos encontramos una escena un tanto curiosa: el teniente coronel Thursday (Henry Fonda) ha caído al suelo nada más entrar en el desfiladero donde esperan los apaches y el capitán York (John Wayne), que ha sido apartado de la misión para proteger las carretas de avituallamiento, se acerca para socorrerlo. Y es curiosa porque es una escena imposible: York está demasiado lejos para ver lo que ocurre y Thursday está atrapado bajo el fuego de incontables rifles. Sin embargo, York se acerca sin problemas al no-lugar donde, de repente, pena sus desdichas el arrogante Thursday sin que nadie les amenace, e intenta convencerlo para que se ponga a cubierto. Thursday se niega, le pide el caballo y el sable y vuelve para reunirse con lo que queda de su escuadrón, parapetado tras unas dunas a la espera de que los indios le pasen por encima (sin que tampoco en este caso ninguno de los dos tenga mayores inconvenientes para recuperar su sitio). Como resulta palmario ningún espectador percibe la inconsistencia de esta intensa escena, que pone fin a uno de los conflictos del film. La razón de ello habrá que buscarla, por tanto, en su eficacia (podríamos decir) simbólico-narrativa: en ese momento Thursday ha caído del caballo y ha quedado aislado del grupo que dirige. Ha sido despojado figurada y literalmente de los rasgos que acreditan su poder, y es consciente del desastre al que le ha conducido su delirio. Su única vía para redimirse es compartir la suerte de sus hombres. Y aquí entran en juego las leyes del relato clásico: Thursday no puede reintegrarse al universo del film así como así, necesita lo que Propp, si no recuerdo mal, llamaba un objeto mágico. Y estructuralmente tan importante como ese objeto es el donante del mismo. Y ahí está la pertinencia de la escena: para que Thursday pueda reunirse con su gente en condiciones de que su acto tenga un sentido el relato debe hacer ese excurso en el que York le hace entrega de su sable, un objeto con una fuerte carga simbólica en la obra de Ford, y con el que su portador está en condiciones de afrontar su futuro en el plano del sentido, ya que a efectos prácticos, para defenderse de los indios, el sable le vale tanto como una escoba: de hecho desaparece en el diálogo que tiene lugar en el círculo en el que casi todos los protagonistas van ser aniquilados segundos después, lo que no quiere decir que esa desaparición sea definitiva: el sable reaparece bajo el retrato de Thursday que preside la penúltima escena, aquella en la que York conversa con los periodistas acerca de la leyenda que se está forjando alrededor de esa batalla, antes de que descubramos que el linaje de Thursday tiene un nuevo miembro, aunque ya con el nombre de O'Rourke.
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