domingo, 8 de julio de 2012

El origen del planeta de los simios



El éxito internacional de este interesante blockbuster indica que la película es más que una parábola sobre el fin de la esclavitud de los negros (aka afroamericanos) en EEUU, que es lo primero que a uno se le ocurre cuando la ve. Lo que no es, desde luego, es lo que promete el título original, Rise of the planet of the apes, ya que los monos espabilaos que la protagonizan no hacen nada por tomar el poder: como los protas de la Anábasis de Jenofonte, a lo que aspiran es a regresar a su auténtica patria, para lo que tienen que atravesar un entorno hostil (que en justa correspondencia dejan hecho unos zorros). Como la peli es buena, ese trasunto del paraíso original no es el imposible territorio primigenio (o sea, África), sino un parque natural que está a las puertas de la ciudad. Vamos, un simulacro un pelín más presentable que el zoo o la jungla de plexiglás que tienen en la cárcel donde habitan los simios antes de escaparse y destrozar ese templo del mal contemporáneo que son los laboratorios siempre en las películas de ciencia-ficción.

Y es que en la parte central del film nos encontramos con una de género carcelario, en la que el héroe, una vez arrancado del hogar materno (aunque sea una figura masculina la que rija en él) tiene que enfrentarse a carceleros sádicos y compañeros violentos a los que tiene que domeñar mediante la inteligencia hasta conseguir convertirlos en sus aliados sumisos, para lo que, irónicamente, tiene que hacerles copartícipes de su subjetividad humana. Para ello, cual Prometeo, tiene que robar el fuego de los dioses, una escena que nos brinda el mejor plano de la película, aquella en que César observa a sus padres "humanos" en la cama, durmiendo apaciblemente: una escena primaria imposible, puesto que él sabe que no proviene de esa cama.

La cita (o referencia intertextual) remite al Frankenstein de Shelley, novela fundacional que narra el traumático origen del sujeto contemporáneo y su siempre deficiente inclusión en el orden sociosimbólico del capitalismo (un orden que destruye precisamente los espacios simbólicos donde podría anclarse el sujeto). Ahí es donde imagino que radica el éxito de la película, en el relato de la radical otreidad del sujeto contemporáneo enmarcado en una narración mainstream.


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