viernes, 17 de abril de 2009

Gran Torino


Como mi analfabetismo en cuestiones automovilísticas no tiene límites, hasta que no me vi la peli no me enteré de que el Gran Torino del título es un coche y no el mote del protagonista, pero eso viene al pelo para explicar como funciona un relato clásico y ese mecanismo nuclear que es la donación simbólica. Una de las maneras de describir la película es contando que la ficción surge cuando ese coche/símbolo pretende ser robado. Todo el trayecto narrativo consiste en suturar el desgarro social e individual que esa trasgresión provoca, hasta que el objeto acaba en las mismas manos a las que estaba destinado desde el principio, pero en la manera "apropiada", o sea, mediante su donación a la persona adecuada. Por supuesto, un símbolo en un relato clásico ni se compra ni se vende (como el amor verdadero), se entrega a quién lo ha merecido, porque conlleva una promesa de futuro pero también bastantes obligaciones.
Si el coche hace referencia a Walt como persona civil, el otro regalo que hace, la medalla, está todavía más cargada de significación, porque hace referencia al pasado del personaje como héroe/criminal de guerra, y al del director/actor como paradigma del héroe de acción parafascista, además de ser una cita que explicita la deuda que el film tiene con Centauros del desierto.
Gran Torino tiene los inevitables defectos de siempre en Eastwood: los subrayados (Walt contándole a su imagen en el espejo "esos malditos amarillos tienen más cosas en común conmigo que toda mi familia"), la flaqueza en algún momento en la puesta en escena (la secuencia con musiquilla en que se resume la semana de trabajo de Thao, digna del más convencional de los telefilmes), el trazo grueso en la descripción de algunos personajes (sobre todo la familia), algún que otro arranque de sensiblería, pero tiene bastantes virtudes; una de las más sorprendentes es que se configura como un relato sacrificial sin complejos, y de raigambre explícitamente crística, hecho éste que es manifiesto pero que no he visto comentado en ningún sitio.
Como en El hombre que mató a Liberty Valance, la otra fuente fordiana de la película, hay un asesinato fundacional sobre el que se cimentará la posibilidad del surgimiento de una comunidad; si aquella es el gran relato épico del nacimiento de la sociedad democrática, aquí hablamos de la posibilidad un una sociedad multiétnica, aunque Eastwood es muy cuidadoso a la hora de recordar que el viejo establishment también estaba formado por inmigrantes: el barbero italiano, el constructor irlandés, los orígenes polacos del protagonista. En cualquier caso, ha de ser una muerte que cortocircuite la posibilidad de una espiral infinita de violencia (la característica que René Girard adjudica a la muerte de Cristo, el sacrificio que acaba con los sacrificios, que desenmascara la lógica sacrificial).
Por eso, el principal legado que Walt puede dejar a Thao es impedir que entre en la circularidad de la sangre, circularidad que ya se ha puesto en marcha, aparentemente de manera inflexible. De esa manera, otra vida (otra ficción, otro relato) es posible.

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