El tour de force de Skyfall con el que comienzan las pelis de James Bond tiene su gracia: esa figura materna que encarna Judi Dench en las últimas entregas ordena su (posible) muerte...¡La Cosa Materna Aniquiladora! Pues sí, y ya toda la peli es así, que si hijos que resucitan para vengarse de la M/adre asesina (o para protegerla), que si aguas primordiales, que si inframundos arcaicos, que si laberintos en que se persiguen los gemelos opuestos. Siguiendo las (desdichadas) huellas de Nolan Skyfall es de esas películas de aventuras contemporáneas que mandan a Bergman y a Tarkovsky a la misma liga de la ligereza de Rohmer, tan autoconscientes de los materiales que manejan que a veces dan un poco de vergüenza ajena (¡La Casa Materna que Estalla!¡El Falo/Rifle de Caza con el Nombre del Padre!). Mas que un relato que recorre el inconsciente del espectador, estamos ante una visita guiada minuciosamente por los logoi más convencionales del digest psicoanalítico. Como Skyfall es muy moderna, el pobre Bond echa sus obligados polvos como la parte más antipática de sus obligaciones, mientras que la cosa sube de voltaje cuando se acentúa la vena filogay que el personaje ha adquirido últimamente. Y es que el desmesurado empeño de esta película es recoger en ella todas las tendencias del cine de acción de la historia del cine y proponer a la vez a su personaje como el Ur Text de todos los Bournes y Caballeros Oscuros y Misioneros Imposibles que en los últimos años han sido.
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