sábado, 1 de marzo de 2014

La invasión del Ultracuerpo



Cuando el recientemente divorciado Dr Bennell regresa de un congreso médico a su pueblo de la América profunda se da de bruces con el cuerpo de su primer amor, Becky, que luce un modelo que, a pesar de mi desconocimiento de la moda norteamericana de mediados de los 50, diría que es altamente improbable que ninguna mujer (ella, también recientemente divorciada) se atreviera a lucir un día de diario en una cultura tan puritana, pero que sirve al espectador para que sitúe inmediatamente el lugar que ella ocupa en el imaginario libidinal del protagonista de esta película mítica.


A partir de ese primer encuentro el periplo de la pareja es desconcertante, o más bien es un muestrario de las fases del cortejo clásico puestas patas arriba, punteadas todas por brotes psicóticos: tras una cita frustrada para cenar (primera aparición de un protocuerpo), él asalta la casa paterna de ella y, literalmente, la rapta sacándola de la cama (Siegel invierte la iconografía habitual del encuentro nupcial: el camisón blanquísimo de Becky funciona como vestido de boda, pero el umbral se atraviesa al revés, salen de la casa del padre en vez de entrar en el umbral de su propio hogar). Tras alguna peripecia más y una elipsis vemos a Becky, a la mañana siguiente, ya dueña y señora de la cocina de la casa del doctor, como si el fundido a negro nos hubiera ocultado, realmente, la noche de bodas.


A partir de este encuentro sexual imposible aunque fuertemente connotado, la psicosis de dispara definitivamente en el film. Dándole la vuelta a la estructura del relato clásico, en el que el príncipe debía despertar (al goce) a la heroína, la tarea aquí es impedir que ésta se duerma, esto es, impedir que el Objeto Primordial pierda su aura inaccesible y devenga cuerpo sexuado y deseante. Si finalmente el Dr Bennell alcanza el éxito en la fútil y trivial empresa de detener la invasión de la tierra a manos de unas leguminosas transgénicas, fracasa en lo que es el imposible trabajo ante el que tiembla todo el muestrario de protagonistas masculinos de los textos modernos: hacerse cargo del deseo de la mujer. 

No hay comentarios: