De las pocas películas que he visto en Cannes Saint Laurent ha sido de las que más me han gustado, aunque me acerqué a verla con bastantes prevenciones dada la menos que tibia acogida que había tenido entre la prensa en general y la española en particular. Como el personaje es tan conocido que hasta un lego absoluto en la materia como yo sabe que fue un diseñador de moda de renombre internacional, Bonnello lo presenta como una especie de idiot savant del que uno diría que es incapaz de diseñar una servilleta de papel, siguiendo esa prescripción que Borges adivinó en las biografías contemporáneas y por la que es de mala educación explicar la brillantez por la que merece nuestra atención el personaje biografiado.
En todo caso de lo que iba a hablar aquí es del conflicto que sacude al alma de Yves, protegido por un ángel de la guarda interpretado por Jérémie Renier y tentado por la presencia demoníaca de Jacques de Bascher, una especie de parodia de aristócrata decadente interpretado por Louis Garrel, y que está a punto de llevar a la perdición al bueno del modisto, si bien aquí la perdición está retratada con ese tedio hipnótico con el que ya Bonnello describió su famosa casa de lenocinio, lo que lleva al espectador a preguntarse qué gracia podría encontrarle a esas soporíferas orgías o a ese consumo aburridillo de tripis que provocan delirios que uno puede encontrar en cualquier zoo que se precie. Renier se come con patatas a Garrel, de la misma manera que su personaje, un despiadado querubín del Bien, no tiene demasiados problemas para quitarse de encima al lánguido representante de las potencias infernales.
Esta presencia de lo demoníaco en las relaciones homosexuales parece una constante del cine contemporáneo, y aprovecho para hablar de El desconocido del lago, que ha pasado de puntillas por las pantallas españolas a pesar de ser uno de los filmes de la década. En esta releectura del mito del paraíso terrenal la emergencia de lo demoníaco va asociada a la imposibilidad de una plenitud ética en las relaciones homoeróticas, ya que (según la radical tesis de la película, que es todo menos complaciente) la Ley no puede hacer acto de presencia pues nos encontramos en el ámbito de la pulsión, antes de la aparición de cualquier articulación simbólica (por lo que resulta tan pertinente que se nos sitúe en el proto relato occidental).
En Tom à la ferme (bastante más floja que la de Guiraudie) Dolan se pirra por el psicópata que le hace mobbing sin venir a cuento, si bien aquí todo queda explicado porque el malo está dedicado al culto a su madre loca, que es la que de verdad da miedo en la película (tratándose de Dolan, la madre tenía que salir por alguna parte, claro). En cualquier caso, pasada a mejor vida la figura de la femme fatale por cuestiones de corrección política, reaparece el arquetipo renovado en estas figuras fascinantes que emergen como heraldos del Mal para arrastrar a los apacibles gays a las turbulentas aguas de la desesperación.
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