Un par de películas vistas en San Sebastián sirven para hablar de ese concepto etéreo que es la modernidad cinematográfica: H story, de Nobuhiro Suwa, y Un día perfecto para volar, de Marc Recha.
La primera está construido con las ruinas del intento de un director de cine japonés (sí, un tal Nobuhiro Suwa, interpretado por el mismo Nobuhiro que dirige el film) por rodar un remake de Hiroshima, mon amour con...Beatrica Dalle, una loca que garantiza el fracaso de cualquier proyecto, aunque tal vez las razones haya que buscarlas en que Suwa (los dos, el real y el de la ficción) hayan nacido en Hiroshima. Incomprensible si no se conoce el film de Resnais/Duras, H story propone un juego en espejo en el que el film que se intenta rodar se va a la porra pero Beatrice Dalle acaba viviendo una versión entre descabalada y chanante de la peripecia de su personaje, con un lío con uno de los actores que no sabe ni papa de francés o inglés, con lo que los dos acaban deambulando por Hiroshima sin poder comunicarse. Suwa intentaría algo parecido en su siguiente película, la más conseguida Una pareja perfecta, en que se lleva Viaje por Italia a la Francia de nuestros días, si bien en ambos casos, al margen del sincero homenaje, le salen dos obras bastante más aburridas que los originales.
Un día perfecto para volar sólo se entiende por esa tontería que les entra a los hombres que deciden ser padres a los cuarenta y tantos y acaban embobados con sus hijos, pensando que el resto del universo va a caer rendido ante las genialidades del vástago. A pesar de durar sólo 70 minutos no recuerdo haber vivido mayor deserción en una sala de cine, el público se levantaba en manadas que se marchaban hablando en voz alta, decenas de personas que como un resorte, cada cinco minutos, enfilaban la salida de la sala del Kursaal. Aquí partimos de esa emblemática escena en que un padre cuenta un cuento a su hijo. La modernidad estriba en la exacerbada extensión de la escena, que ocupa todo el metraje, y en lo deslavazado del relato contado, una cosa con gigantes, arañas venenosas y cuevas que no se articula en nada con sentido. Hasta la figura paterna se desdobla, primero encarnada en Sergi (Sergi López), una especie de ángel de la guarda moderno (va disfrazado de parapentista), porteriormente transmutado en Marc Recha, el verdadero padre de la criatura, su hijo Roc. Como todos los que fuimos a la sala vimos la peli entre cabazadas adujimos diferentes razones para la metamorfosis, razones que probablemente aparezcan en ese texto clave para comprender cualquier film contemporáneo: la sinopsis de la nota de prensa.
La primera está construido con las ruinas del intento de un director de cine japonés (sí, un tal Nobuhiro Suwa, interpretado por el mismo Nobuhiro que dirige el film) por rodar un remake de Hiroshima, mon amour con...Beatrica Dalle, una loca que garantiza el fracaso de cualquier proyecto, aunque tal vez las razones haya que buscarlas en que Suwa (los dos, el real y el de la ficción) hayan nacido en Hiroshima. Incomprensible si no se conoce el film de Resnais/Duras, H story propone un juego en espejo en el que el film que se intenta rodar se va a la porra pero Beatrice Dalle acaba viviendo una versión entre descabalada y chanante de la peripecia de su personaje, con un lío con uno de los actores que no sabe ni papa de francés o inglés, con lo que los dos acaban deambulando por Hiroshima sin poder comunicarse. Suwa intentaría algo parecido en su siguiente película, la más conseguida Una pareja perfecta, en que se lleva Viaje por Italia a la Francia de nuestros días, si bien en ambos casos, al margen del sincero homenaje, le salen dos obras bastante más aburridas que los originales.
Un día perfecto para volar sólo se entiende por esa tontería que les entra a los hombres que deciden ser padres a los cuarenta y tantos y acaban embobados con sus hijos, pensando que el resto del universo va a caer rendido ante las genialidades del vástago. A pesar de durar sólo 70 minutos no recuerdo haber vivido mayor deserción en una sala de cine, el público se levantaba en manadas que se marchaban hablando en voz alta, decenas de personas que como un resorte, cada cinco minutos, enfilaban la salida de la sala del Kursaal. Aquí partimos de esa emblemática escena en que un padre cuenta un cuento a su hijo. La modernidad estriba en la exacerbada extensión de la escena, que ocupa todo el metraje, y en lo deslavazado del relato contado, una cosa con gigantes, arañas venenosas y cuevas que no se articula en nada con sentido. Hasta la figura paterna se desdobla, primero encarnada en Sergi (Sergi López), una especie de ángel de la guarda moderno (va disfrazado de parapentista), porteriormente transmutado en Marc Recha, el verdadero padre de la criatura, su hijo Roc. Como todos los que fuimos a la sala vimos la peli entre cabazadas adujimos diferentes razones para la metamorfosis, razones que probablemente aparezcan en ese texto clave para comprender cualquier film contemporáneo: la sinopsis de la nota de prensa.