The horse soldiers (1959) está situada justo en el centro del arco temporal que va de The searchers (1956) a El hombre que mató a Liberty Valance (1962), y aunque está lejos de gozar del prestigio de estas dos últimas, a día de hoy los dos filmes fordianos que más alto aparecen en los top 100, dispone de una tan refinada como selecta corte de admiradores (yo mismo, Straub...) que la consideran equiparable a las obras mayores de la etapa de madurez de su director. Si las pongo juntas es porque las tres trazan un periplo sentimental parecido, en el que una mujer está enamorada de un hombre pero acaba casándose con otro, y tan fascinantes resultan los parecidos como las variaciones.
Si en The searchers contemplamos, por así decir, las cenizas de la antigua pasión y tenemos que deducir las razones por las que Martha acabó casándose con Aaron en vez de con su hermano Ethan, de quién está tan descaradamente enamorada, las otros dos películas muestran el proceso por el que John Marlowe y, sobre todo, Tom Doniphon (todos ellos interpretados por un descomunal John Wayne) se quedan sin su objeto de deseo, una mujer que como marido acaba eligiendo a partenaires más integrados socialmente (un médico, un abogado, un granjero -si bien en The searchers el papel que interpretan William Holden y James Stewart se reparte entre Aaron y el marshal predicador), aunque tanto Kendall como Stoddard tienen una vertiente heroica, y no es la menor el que acepten casarse con una mujer en calidad de pálido reflejo del verdadero deseo de ésta, de alguna manera una variación sobre el mito cristiano de San José.
Y es que (retomemos The searchers) una de las características del héroe fordiano es una peculiar inhabitabilidad del espacio que transita: de ahí que Martha Edwards acabe aniquilada (como Sémele) cuando Ethan regresa y ella le dé paso a su casa/cuerpo/espacio interior. Las posteriores heroínas fordianas parecieron aprender la lección. También es cierto que la pobre Hannah Hunter no tuvo oportunidad de elegir: lo más que consigue es que su caballero andante le quite el pañuelo que lleva en la cabeza en uno de los mejores primeros planos de la historia del cine, en el que su inmovilidad transmite el deseo de que continúe desvistiéndola y su mirada la tristeza de saber que eso no ocurrirá nunca. Cuando él se aleja y vuela el puente que hay entre ellos Hannah se protege del sol poniéndose la mano sobre los ojos para verlo mejor, repitiendo el gesto de Martha al comienzo de The searchers, en este caso cuando Ethan se aproxima, una de esas rimas que puntean la obra fordiana y que a sus admiradores nos dejan en éxtasis. La película se cierra con ella y Kendall entrando en la cabaña donde han quedado los heridos, y su historia en común sería ampliada en El hombre que mató a Liberty Valance,
Si en The searchers contemplamos, por así decir, las cenizas de la antigua pasión y tenemos que deducir las razones por las que Martha acabó casándose con Aaron en vez de con su hermano Ethan, de quién está tan descaradamente enamorada, las otros dos películas muestran el proceso por el que John Marlowe y, sobre todo, Tom Doniphon (todos ellos interpretados por un descomunal John Wayne) se quedan sin su objeto de deseo, una mujer que como marido acaba eligiendo a partenaires más integrados socialmente (un médico, un abogado, un granjero -si bien en The searchers el papel que interpretan William Holden y James Stewart se reparte entre Aaron y el marshal predicador), aunque tanto Kendall como Stoddard tienen una vertiente heroica, y no es la menor el que acepten casarse con una mujer en calidad de pálido reflejo del verdadero deseo de ésta, de alguna manera una variación sobre el mito cristiano de San José.
Y es que (retomemos The searchers) una de las características del héroe fordiano es una peculiar inhabitabilidad del espacio que transita: de ahí que Martha Edwards acabe aniquilada (como Sémele) cuando Ethan regresa y ella le dé paso a su casa/cuerpo/espacio interior. Las posteriores heroínas fordianas parecieron aprender la lección. También es cierto que la pobre Hannah Hunter no tuvo oportunidad de elegir: lo más que consigue es que su caballero andante le quite el pañuelo que lleva en la cabeza en uno de los mejores primeros planos de la historia del cine, en el que su inmovilidad transmite el deseo de que continúe desvistiéndola y su mirada la tristeza de saber que eso no ocurrirá nunca. Cuando él se aleja y vuela el puente que hay entre ellos Hannah se protege del sol poniéndose la mano sobre los ojos para verlo mejor, repitiendo el gesto de Martha al comienzo de The searchers, en este caso cuando Ethan se aproxima, una de esas rimas que puntean la obra fordiana y que a sus admiradores nos dejan en éxtasis. La película se cierra con ella y Kendall entrando en la cabaña donde han quedado los heridos, y su historia en común sería ampliada en El hombre que mató a Liberty Valance,
3 comentarios:
Repite el gesto y se repiten los acordes musicales de Max Steiner.
Estaría bien hacer un recorrido por la obra de Ford a partir del uso que hace de sus fragmentos musicales favoritos.
El tema musical de "El hombre que mató a Liberty Valance", el de la escena final, viene directo desde "El joven Lincoln". Y así.
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