sábado, 24 de septiembre de 2016

Tiburón, o el shock de la escena primaria

Estas últimas semanas me he estado viendo películas norteamericanas de los años 70, una década para mí desconocida, ya que apenas era un niño entonces, y en los 80, cuando comencé mi carrera cinéfila, me convertí en un snob (cosa que, afortunadamente, no he dejado de ser) que se negaba a ver nada que no fuera rarísimo. Por primera vez me he visto El exorcista, Marathon man, The driver, Carrie, Gloria (bueno, esta es que no me acordaba de nada) y Tiburón. Aparte de un pesimismo casi metafísico que parece impregnar todo lo hecho en esa época, resulta curiosa la extraña postración ante lo que se podría llamar (tics del) cine europeo: se ve que el cine norteamericano andaba tan en crisis como su sociedad y se dedicaba a copiar las ocurrencias de sus primos del otro lado del charco, con mención honorífica para Walter Hill, cuyos actores van permanentemente con tal cara de palo que a su lado los de Bresson parecen que están de fiesta continua.

Tiburón es otra cosa. De entrada ya Spielberg dejó claro su lado puritano: al margen de que es obvio que nunca pisó una playa con unos colegas hippies, el celebérrimo comienzo de Jaws muestra lo que opinaba sobre el libertinaje sexual, si bien siempre se podrá discutir si la joven es devorada por mor de su desenvoltura erótica o por culpa de la torpeza de su partenaire masculino.

Lo siguiente que salta a la vista es que el director no estaba casado en esa época, ya que ese matrimonio con niño parece más una ensoñación idealizada de un joven que creció en un hogar monoparental (léase madre separada) que la puesta en escena de una vivencia personal (por poner un ejemplo de otra película vista recientemente: La semilla del diablo es la obra de alguien que sabe lo que es el matrimonio, aunque sólo sea por la sordidez -que parece de primera mano- que transmiten algunas de las escenas de pareja). Ese niño asiste a una escena que le provoca un enorme impacto: ve como la enorme boca de un tiburón se zampa a un bañista que está a pocos metros de él, en la laguna interior de la playa de la isla donde transcurre el film. Spielberg dedica una larga secuencia a mostrar el trauma provocado por esta visión, secuencia que introduce un cambio argumental en la película, ya que es a partir de ese momento, y a demanda expresa de la madre, cuando el padre parte en compañía de los otros dos protagonistas masculinos a cazar al monstruo en la parte más Moby Dick de Tiburón, parte que vamos a dejar de lado para centrarnos en la secuencia citada. El hecho de que transcurra en una laguna interior, podríamos decir maternal (aguas tranquilas y protectoras, ausencia de peligro, ninguna amenaza de lo real exterior) nos da la pista de lo que el niño ve: una escena primaria en la que la delicada imago materna deviene un monstruo (de goce) devorador, una vagina dentata enorme que aniquila de un bocado a la figura paterna. 

2 comentarios:

Sergio Sánchez dijo...

Es curioso eso que cuentas porque desde hace unos diez años a raíz de algún documental, creo que de Ted Demme y del libro de Biskind "Moteros tranquilos, toros salvajes", la década de los 70 se ha convertido en una de las grandes mitomanías de la cinefilia snob.

El padrino, ahora tienes que ver El padrino...ejem...

abbascontadas dijo...

Pues debes de tener razón en lo de los 70 porque es fácil tropezarse con estas películas en TCM o en Filmin.
El padrino sí que me la he visto, claro, que anda que no ha dado vueltas estos últimos años (no como esos que siguen repitiendo que la segunda parte es mejor que la primera)