jueves, 5 de enero de 2017

La Comedia del César

A Monteiro lo de César le debía de saber a poco y prefirió ser Dios en su avatar cinematográfico. Joao de Deus aparece como protagonista absoluto en tres de las películas que articulan la última etapa del director, Recuerdos de la casa amarilla (que yo vi por primera vez en un pase en TVE, aunque hoy resulte difícil de creer), La comedia de Deus y Las bodas de Deus, a las que habría que añadir Le bassin de J.W. (en la que hace de Dios literalmente, en la representación de un texto de Strindberg) y Va y viene, su última obra, en la que Monteiro se llama Joao Vuvu pero viene a ser lo mismo (entre medias se sitúa la "curiosa" versión que perpetró del Blancanieves de Walser, en el que el texto se recitaba sobre una pantalla en negro porque la subvención para realizar el film le fue denegada, y que mola mucho -y, sobre todo, mola mucho contar que la has visto-).

Los benditos azares que prodiga el eclecticismo del cinéfilo desprejuiciado y diletante han hecho que me viera en tiempos cercanos Johnny Guitar y La comedia de Deus, con la que tiene algunos puntos en común, uno de ellos explicitado en el posterior corto Passeio com Johnny Guitar, en el que Joao vuelve a su casa y desde la ventana ve a su vecina peinándose mientras de banda sonora escuchamos el celebérrimo diálogo (con un corte significativo) entre Viena y Johnny Logan que cierra el primer acto del film.

Esa misma escena está reescrita en clave sarcástica en La comedia, donde Judite (interpretada por Manuela de Freitas, que reaparece con diferentes nombres pero haciendo un personaje similar en las películas de esta época -por ejemplo, en Va y viene es Fausta, una especie de funcionaria que está dando un cursillo de mamadas en una institución estatal, lo que da pie a que Joao Vuvu le describa la técnica de la delirante mamada china), la dueña de la heladería que se ha traído a Joao de Deus de encargado, le llama a su despacho para contarle como ha conseguido montar su negocio a base de abrirse de piernas y chupar pollas, y un poco aburrida y un poco ilusionada cuenta que va a tener que hacerlo una vez más para cerrar un acuerdo con un posible socio francés con el que va a reunirse. Obviamente el perverso Joao no reacciona como Johnny, que no quiere saber nada del pasado de Viena y prefiere delirar una fantasía de la que ha sido extirpada la historia de su objeto absoluto de deseo en cuanto cuerpo deseante (o sea, una de las fantasías favoritas de los sujetos masculinos de los textos posmodernos). No, él se excita con la narración de las andanzas de su jefa, excitación que se manifiesta en un ofrecimiento que es toda una declaración de intenciones y una muestra de sus relaciones pasadas: meterle el dedo por el culo. 
   

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