sábado, 4 de febrero de 2017

Moses und Aron

Decía Levi-Strauss que las reflexiones de Freud sobre el mito de Edipo eran parte de la evolución del propio mito (algo así, cito de memoria); lo mismo podríamos decir del desconcertante texto que escribió sobre Moisés, desconcertante sobre todo porque prácticamente fue lo último que escribió en vida, un ensayo que en su día se consideró (por él mismo) una obra que subvertía los cimientos de la religión judía y cristiana, y que leída hoy parece la última obra maestra escrita en Occidente en defensa del monoteísmo patriarcal (esto es, militantemente antinietzscheana), probable razón por la que hoy en día nadie sabe muy bien qué hacer con ella, dada la deriva esotérica que Lacan consiguió imponer en el psicoanálisis, elevándolo en cuanto a rigurosidad a la altura de los adivinos que antaño pululaban por las cadenas analógicas compitiendo contra el porno por la audiencia de las madrugadas catódicas, por no hablar de la ominosidad acrítica que ha caído sobre el término (hetero)patriarcado, típico significante vacío que tiene la misma consistencia teórica (probablemente menos) que el reverso oscuro de la fuerza para explicar los males que en este mundo aquejan a los mortales.

El caso es que los años 30 vieron el nacimiento de otro de los textos claves que el siglo XX produjo sobre Moisés, el Moses und Aron de Schoenberg, la mejor ópera de la centuria según Steiner (como yo estoy pez en óperas cedo la palabra a Sergio para que opine al respecto) y una más de las grandes obras inconclusas de la modernidad, tiempo en el que la impotencia del creador para finiquitar sus textos puede considerarse una patología paradigmática (doy por descontado que todos los lectores del blog la conocen por la versión que Straub y Huillet hicieron para la televisión en los 70 -un par de décadas después se marcarían otro Schoenberg mucho menos conocido, pero absolutamente maravilloso, Von heute auf morgen-).

Freud y Schoenberg eran judíos y vieneses, y ambas cosas se notan en los intereses de sus obras, la experiencia de la ética y (de la imposibilidad) de la palabra verdadera. Moses und Aron no se representó hasta los años 50, cuando Hollywood puso en pie dos películas sublimes sobre la figura de Moisés de talante muy diferente, aunque dentro de lo que podríamos llamar una cosmovisión cristiana: Los diez mandamientos y The searchers, ambas del 56 (en esos años imagino que de Mille y Ford estarían adscritos a la cultura popular y Schoenberg a la elitista; hoy en día, cuando ver una peli de Ford tiene el mismo status que leer a Sófocles en griego, deben de andar a la par en cuanto a prestigio). Aquí ya se juega en otro campo, dado que ambas películas trazan las condiciones necesarias para que pueda enunciarse una palabra (o trazar un gesto, o desplegar una epopeya) que pertenezca al orden de la verdad. Si bien la respuesta pronta y fácil (típicamente europea) sería decir que esto es posible gracias al sostén de una entidad metafísica (el dios monoteísta), y por lo tanto imaginaria, una mirada mínimamente cuidadosa a ambos textos (sobre todo al fordiano, pero de Mille es todavía más explícito al respecto) nos muestra que la condición necesaria y primordial (con la que The searchers se abre) para que la palabra masculina tenga peso, hasta el punto de que dios se tome la molestia de escucharla, es que esté sustentada por el deseo (y el goce) femenino.   

1 comentario:

Sergio Sánchez dijo...

Ni idea. Sólo la vergüenza de ver que la doy con queso bastante bien. Pero ya llegaré hasta ella.A cuanto a Modernidad aún estoy apurando a Wagner, una vez superada la normalidad Verdi-Puccini..