sábado, 14 de junio de 2008

Antes que el diablo sepas que estás muerto




La película comienza con una escena sexual bastante inquietante y agresiva: entramos en ella sin prolegómenos, los dos cuerpos se mueven compelsivamente, no hay contacto afectivo entre ellos. El enorme cuerpo del hombre (Phillip Seymour Hoffman) parece demasiado amenazador para la fragilidad de la mujer (Marisa Tomei). Espejos en las paredes y cierta estridencia en la ropa de cama nos dice que no estamos en un hogar ¿un hotel, un burdel? Al poco averiguamos que hemos asistido a un exitoso encuentro sexual por primera vez en mucho tiempo entre marido y mujer. Están en Brasil, de vacaciones, y se plantea la posibilidad de un nuevo comienzo. De repente, la mujer se hunde en la melancolía. Corte abrupto a negro. Título de la película, con su explícita referencia diabólica. Un cartel nos anuncia que nos situamos cronológicamente el día del atraco, el suceso nuclear narrativo sobre el que pivota la película. En cierta manera, este inicio es extradiegético. Aunque averigüemos que pertenece al pasado reciente de la pareja protagonista, su función es citar el paraíso perdido, o imposible, el único instante en el film en que Andy estuvo a la altura de su tarea.

En la escena del atraco también hay un hombre y una mujer. Él lleva una pistola, pero acaba siendo demasiado torpe. Es la mujer (una anciana) la que disparará primero. Antes que el diablo sepas que estás muerto no es una película clásica, a pesar de lo que su sequedad visual y eficacia narrativa pudiera indicar. La falla simbólica entre padre e hijos nunca se colma (de hecho, se exaspera). Una de mis teorías favoritas acerca del cine americano es que su poderío narrativo tiene mucho que ver con la presencia de la Biblia como referencia popular. Aquí encontramos una inversión del tema de Abraham e Isaac. Cuando el padre busca información acerca del atraco que ha causado la muerte de su mujer, no es la Ley (la policía, entre incompetente e indiferente) la que acude en su ayuda, sino ese personaje muy contemporáneo que aúna el carácter diabólico con la omnisciencia, encarnado aquí en un perito corrupto que habita unas extrañas catacumbas. Será él a quien acuda el padre desolado para recibir su misión: matar al hijo. Pero al contrario que en el Antiguo Testamento, aquí ningún ángel vendrá a detener la mano homicida.

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