viernes, 13 de marzo de 2009

Tichy en Ivorypress


"Fakes of works by Miroslav Tichy are starting to appear on the market. There seems to be one or several imitators in the Czech Republic producing these falsifications, including false signiture of Tichy. The works appear through different chanels on auctions but also in galleries. The seller is usually anonymous claiming to have acquired the works from Tichy or his neighbours. Sometimes minor quality originals from Tichy's laboratory are "upgraded" by adding a frame."
(de la página de inicio del sitio "oficial" de Tichy)


Leí la historia de Tichy en un artículo en el País hace unos años, un estudiante de Arte en la Checoslovaquia de mediados de siglo que fue aplastado por la subida al poder de los comunistas, y que tras años de peregrinaje por cárceles y manicomios (distinción algo inane en la época del estalinismo) acabó de vagabundo entregado a la fotografía compulsiva de mujeres en su pueblo natal. Según se cuenta, durante décadas salía todos los días a la calle con cámaras artesanales y deterioradas y hacía mogollón de fotos, de las que revelaba las mejores. Imagino que, con el paso del tiempo, todas las mujeres le conocerían: las fotos están tiradas de cerca, y rara vez se muestra un gesto de desagrado o inquietud; debía de ser una especie de loco inofensivo (alguna joven agraciada posa manifiestamente feliz). Tichy saltó al estrellato del arte contemporáneo, tan ávido de rarezas auténticas, con tanto gilipollas de pacotilla como anda suelto, en cuanto un amigo de la familia descubrió el tesoro escondido y lo sacó de paseo. El éxito fue inmediato, y más cuando se descubrió que Tichy no era un fake si no un marginal comme il faut (nunca se ha tomado la molestia de ir a sus exposiciones, y parece ser que sigue viviendo en su agujero de siempre).
El caso es que leí en el blog de Fernández Mallo que había una expo de Tichy en la librería/galería megapija que los Foster han abierto en Madrid, atendida por jóvenes tan megacool y megapijos como el local, aunque a la hora de comprar unas postales en la galería marcaban 9'80 €, y al subir a la librería el precio había ascendido a 12, sin otra explicación por parte de la chica que atendía la tienda (y que tras solicitar el importe se puso a hablar por teléfono con el volumen y el desparpajo del que está solo en un espacio privado con un chico al que lamentaba no poder acompañar a un concierto porque esa noche tenía un compromiso i-ne-lu-di-ble con una amiga que celebraba su cumpleaños) que un error a la hora de imprimir los carteles de los precios, error que en una carnicería o en la panadería del barrio hubiera provocado un motín, pero que en ambiente tan refinado me tragué, por si infringía alguna sagrada norma del universo del arte contemporáneo.


La exposición tiene decenas de fotos y alguno de los improbables cachivaches con los que las hacía, y se proyecta un vídeo que no vi, pero que imagino que es el de Tarzán retirado. Aunque es difícil describir lo que hace tan atractivamente misteriosas esas fotos, está claro que el fotógrafo buscaba algo (algo así como el fulgor imaginario del deseo; ya sé que suena bastante pretencioso) en esa serie compulsiva de fotos casi azarosas, y cuando lo encontraba positivaba el negativo. El carácter defectuoso y deteriorado de los procesos técnicos hace que las fotos adquieran un tinte fantasmático; sorprendentemente, las mujeres recobran un aura entre romántico y evanescente, transmutadas de triviales amas de casa en auténticas ninfas cotidianas y felizmente inaccesibles; la verdad es que salí con la impresión de que había visto el diario de un ser sorprendente, un voyeur feliz, agradecido de que a su alrededor pulularan seres tan encantados y encantadores.

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