Ayer terminé de leer Rebeca, de Daphne du Maurier. Y como el mes pasado me vi, de una tacada, las obras de Hitchcock Suspicion y Rebecca, me apetece hacer un comentario-homenaje al papel de Joan Fontaine en ambas películas.
Se ha hablado muchísimo de Hitchcock y sus películas y sus personajes y sus adaptaciones... La pena es que aunque para los cinéfilos sigue siendo un referente, en un nivel pedestre de la vida a nadie le importan tanto películas que se hicieron hace la friolera de 69 años. Estamos hablando de arte antiguo, casi de arqueología. Pero los roles de estas películas siguen vigentes (porque la naturaleza humana es la misma en todas partes, como diría miss Marple). Y el rol que más me conmueve es el que encarna Joan Fontaine, que recrea en ambas un papel sin dobleces de sumisión al marido. Quizá en el libro de Du Maurier se aprecia mejor: una chica, casi una adolescente, casada/deslumbrada por un hombre de mundo que podría ser su padre, obligada a lidiar con un entorno hostil ante la indiferencia y la hostilidad de los habitantes de Manderley, sufriendo calladamente en las mismísimas narices de su reciente marido, quien oscila entre la frialdad y el desprecio a lo largo de toda la obra. Sólo en una ocasión admite que ha sido un egoísta al casarse con ella, pero entonces es cuando la heroína, en un arrebato antológico de complejo de Electra y Estocolmo juntos, se agarra a él como una lapa y entona un apasionado canto de amor y adhesión.
Este es el quid de Rebeca. Cuando su captor propone liberarla, ella se ciñe aun más estrechamente las cadenas que le unen a él. ¿Por amor, por terquedad? decide seguir representando ese papel que la sumisión matrimonial reserva a las mujeres. Despojada de su dignidad y de su yo, sigue adelante haciéndose un apéndice de su marido. Su felicidad, éxito o fracaso es el de ella.
La literatura y el cine tienen muchos ejemplos de mujeres que sufren por amor. El caso de la segunda señora De Winter es para mi uno de los más conmovedores, por su ingenuidad y su enorme sacrificio.
Se ha hablado muchísimo de Hitchcock y sus películas y sus personajes y sus adaptaciones... La pena es que aunque para los cinéfilos sigue siendo un referente, en un nivel pedestre de la vida a nadie le importan tanto películas que se hicieron hace la friolera de 69 años. Estamos hablando de arte antiguo, casi de arqueología. Pero los roles de estas películas siguen vigentes (porque la naturaleza humana es la misma en todas partes, como diría miss Marple). Y el rol que más me conmueve es el que encarna Joan Fontaine, que recrea en ambas un papel sin dobleces de sumisión al marido. Quizá en el libro de Du Maurier se aprecia mejor: una chica, casi una adolescente, casada/deslumbrada por un hombre de mundo que podría ser su padre, obligada a lidiar con un entorno hostil ante la indiferencia y la hostilidad de los habitantes de Manderley, sufriendo calladamente en las mismísimas narices de su reciente marido, quien oscila entre la frialdad y el desprecio a lo largo de toda la obra. Sólo en una ocasión admite que ha sido un egoísta al casarse con ella, pero entonces es cuando la heroína, en un arrebato antológico de complejo de Electra y Estocolmo juntos, se agarra a él como una lapa y entona un apasionado canto de amor y adhesión.
Este es el quid de Rebeca. Cuando su captor propone liberarla, ella se ciñe aun más estrechamente las cadenas que le unen a él. ¿Por amor, por terquedad? decide seguir representando ese papel que la sumisión matrimonial reserva a las mujeres. Despojada de su dignidad y de su yo, sigue adelante haciéndose un apéndice de su marido. Su felicidad, éxito o fracaso es el de ella.
La literatura y el cine tienen muchos ejemplos de mujeres que sufren por amor. El caso de la segunda señora De Winter es para mi uno de los más conmovedores, por su ingenuidad y su enorme sacrificio.