lunes, 7 de junio de 2010

La caja de Pandora


Ayer, discretamente, tuvo lugar uno de los tres o cuatro acontecimientos cinematográficos más importantes del año (en Madrid, se entiende), la proyección de La caja de Pandora en una extraordinaria copia restaurada en la Filmoteca, con presencia del restaurador, que previamente a la proyección (con acompañamiento de piano en directo) dio una amena charla acerca del proceso de recuperación del film.


Labor didáctica: La caja de Pandora gira en torno a Lulú, un personaje creado por Frank Wedekind, al que dedicó dos obras que en castellano son accesibles en Cátedra (El espíritu de la tierra y La caja de Pandora). Aparte del film de Pabst, la otra encarnación conocida del personaje es la ópera de Alban Berg. Como no conozco la ópera de Berg ni he leído las obras originales de Wedekind sólo puedo hablar de la visión de Pabst del personaje, mediado por la presencia de Louise Brooks, actriz de un "aterrador magnetismo. Desde que ella aparece, la pantalla se desgarra, la tela blanca se convierte en un paisaje desesperado, en un sol peligroso, en una perspectiva sin fin. Ella es embriagadora: Melusina, mujer animal, mujer niña, amante, es la mujer bella" (Ado Kyrou, Le Surrealisme au cinema, en el folleto de la Filmoteca acerca de la película).


Así, Lulú es, en la primera parte del film, que tiene lugar en ambientes de la alta burguesía, una presencia que inmediatamente concita el deseo (y la rivalidad mimética) de todos la que la rodean (independientemente de su sexo y edad). Amante de un editor importante, éste tiene que claro que "uno no se casa con mujeres como ésa", y así el film comienza cuando él va a casarse y desesa cortar relaciones con su amante. Pero en un giro extraño, para evitar que Lulú desaparezca de su universo, le pide a su hijo que la incluya en una comedia musical que está preparando, con lo que el enfrentamiento entre padre e hijo por hacerse con ese objeto de deseo absoluto está servido.


En esta constelación, lo más sorprendente es la aparición de un personaje que acompañará a Lulú durante todo el film, un obsceno amante/padre que será una especie de mancha que acompañe a la fascinante mujer siempre, su primer amante de claro carácter incestuoso (Lulú lo declara su padre en un momento dramático del film, sin que quede del todo claro si la afirmación es totalmente falsa), de aspecto algo repulsivo, aunque Lulú lo trata con gran cariño (una imagen que se repite constantemente es la de ella sentándose en sus rodillas). Esta extraordinaria figura puede leerse de muchas maneras, por ejemplo como cierto exceso excremental que acompaña a Lulú, no tanto como parte de su personalidad sino como la sombra indecente de los apetitos que los hombres proyectan sobre ella. Porque una de las cosas que Lulú hace casi mecánicamente es sonreír a todos los hombres (y mujeres) que se cruzan con ella, pero Louise Brooks imprime un carácter, por así decirlo, abierto e inocente a esa sonrisa.


En cualquier caso Lulú tampoco escapa a esa danza del deseo, y se enfrenta a la futura mujer de su amante, una rubia que encarna los valores del puritanismo germánico (y la victoria de la protagonista en este lance, y posterior "caida" en el orden burgués del matrimonio sellará su descenso a los infiernos de la segunda parte). Lo curioso es que, tras la resolución trágica del enfrentamiento del padre y el hijo, el polo del deseo se desplaza, y los hombres se arremolinan en torno a una mesa de juego y buscan desesperadamente dinero, con lo que Lulú pasa de ser el objeto de deseo total a un mero intermediario que, en cuanto cuerpo deseable, puede poseer un valor de mercado interesante, ya sea como prostituta o como delincuente cuya cabeza tiene un precio.

La verdad es que, como espectador, yo también quedé atrapado en esa capacidad de fascinación infinita de la actriz; hacía tiempo que no me veía tan arrastrado por una presencia femenina en la pantalla, cosa curiosa teniendo en cuenta, además, el grado de distancia que procura el hecho de encontrarse con la actriz en un film mudo. Este abismarse de la mirada está inscrito en el film, en el momento en que uno de los personajes entra en el cuarto de baño en el que se está bañando Louise Brooks, y retrocede fascinado/espantado ante lo que descubre, cerrando la puerta tras sí, para desesperación del espectador, cuya mirada se afila ya esperando descubrir el cuerpo (bastante andrógino) de la actriz. Como en este blog no somos tan crueles como Pabst, cierro esta larga entrada con estas conocidas fotos de la que probablemente sea la mujer más fotogénica de la historia del cine.





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