martes, 15 de febrero de 2011

Misterios de Lisboa. Raúl Ruiz II


Yo diría, cuando se utiliza la palabra estructura... Estructura y construcción son como dos cosas distintas. La estructura es como quien dice la osatura, el esqueleto, y la construcción es la encarnación de ese esqueleto, para decirlo de una manera casi infantil.

En las películas de estructuras abiertas, como ésta, es decir, lo que fue en el siglo XIX el folletín, y que fueron también las grandes novelas de Balzac, de Stendhal, esa estructura abierta permitía volver atrás, y funcionaba. Eso llega al paroxismo con Proust, que haciendo una literatura totalmente nueva, y proponiendo cosas que son nuevas para el cine también, desde mi punto de vista, lleva al paroxismo esta estructura, que yo llamo estructura de telenovela, una especie de telaraña, de tejido de los personajes, donde la gente no se pierde, curiosamente. Tú puedes tomar un personaje que está a los diez minutos del comienzo, lo retomas a cinco minutos antes del final, y, por memoria implícita, como se dice, aunque no lo reconozca inmediatamente sabe lo vio en alguna parte y que es en la misma película, y ese es un efecto, una emoción muy cinematográfica que a mí me gusta mucho.

Si decimos ¿quién ve la película en la película? son los criados. Es el punto de visto del, en Chile lo llaman el perraje, de la gente, de los servidores de la casa, los que nadie ve. Hay un cuento de Chesterton donde dos señoritos, dos aristócratas, preparan un crimen perfecto, muy inteligente. Preparan, lo hacen, y los toman presos inmediatamente, porque toda la preparación la habían hecho delante de los criados, porque para ellos los criados no existían, eran como la pared. Y estaban muy sorprendidos de que los hubieran encontrado inmediatamente. En esta película, nosotros, los espectadores, los que hacemos la película, somos los criados. En tanto criados, en tanto espectadores lejanos, de repente podemos enteder todo al revés.

Hay que hacer pequeños esfuerzos de memoria. Por ejemplo, hay un personaje que hace como así (gesto), que nos enteramos media hora después que es sordomudo, pero media hora después. Hay otro que da saltitos, y también, media hora después nos enteramos de que tiene un problema de grumomanía (?). Y llegar a las explicaciones de una manera tardía, bueno, es que se necesita también un interés por lo que se está viendo. Pero para eso contribuye el aspecto de melodrama de la historia, que tiene una cosa que tiene el melodrama portugués que no tienen los otros, que no hay grandes tragedias, y todo es ambiguo. Los personajes buenos, si uno mira bien , no son tan buenos, son malos. Por ejemplo, el personaje de la madre, descubre a su hijo, se quieren mucho, son muy felices, y de repente la madre, a la primera, decide dejarlo todo y meterse en un convento, y lo deja solo. Entonces ¿dónde está el amor por el hijo? Y después ni le habla, es el hijo desaparecido, pierden el contacto entre ellos. Y como ese caso está lleno castelo Branco, porque esa es la vida portuguesa.

La importancia del digital está en lo que los francese llaman el piqué, la precisión de la imagen que te permite trabajar en diferentes planos de acción sin que parezca realmente demasiado premeditado. La cámara mira así, hay un momento en que dos personajes sorprenden una escena de amor, al menos parece una escena en que hacen la corte a una chica, y están a 300 metros, y no hay primer plano; después los personajes avanzan hacia el primer plano, pero la cámara no va. Eso le da un aire contemplativo, y ese aire conemplativo, en un melodrama, funciona como un contrapeso, y ese contrapeso a mí también me gusta mucho.

Si tú ves una película que es de acción, como Winchester 73, es una película muy contemplativa, a pesar de todo. El paisaje es amenazante, pero está ahí, y es un personaje de la película; todo es en torno al destino de una escopeta. Es el mejor ejemplo cuando trato de explicar que se puede contemplar un detalle, el winchster 73, que está ahí, es mostrado como un paisaje. Y en ese aspecto encuentro que el cine le gana a otras artes. Estoy adaptando, quiero adaptar Salambô, de Flaubert. A Flaubert le toman 40 o 50 páginas lo que a mí me lleva un solo movimiento de cámara. Y está todo ahí. Porque Flaubert tenía que describir lo que había . Lo único que soy incapaz de describir es el olor. pero Flaubert también.



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