Uno de los muchos detalles que indican que voy ya camino de la vejez es que empiezo a darle la razón a mis mayores cuando dicen que no hay actores como los de antes. Afortunadamente para la nueva hornada de actores, los jóvenes no tienen interés en el cine del pasado. El otro día, en la Filmo, casi era el más joven viendo A place in the sun, llena la sala de hombres solitarios que debieron de quedarse en su juventud noqueados por la belleza de Ángela/Elizabeth Taylor, y de grupos de mujeres jubiladas (ellas siempre con amigas) a las que escuchas a la salida comentar lo bonita que es la historia, y se preguntan por qué ya no se hacen películas así.
Y el caso es que esta película de George Stevens (un director al que tengo la impresión que le pasa un poco como a William Wyler, y es que pasó algún momento de descrédito crítico del que no acaba de salir por pereza historiográfica) tampoco es que sea una obra descomunal. Tiene grandes momentos (enorme la secuencia en que Shelley Winters va a la consulta de un médico para poder abortar, sin atreverse a formular la petición), pero falla en el momento nuclear de la muerte en el lago. que se pasa de efectista y arty (aunque tampoco demasiado, para el que piense que Von Triers es un buen director la escena resultará de un jansenismo bressoniano).
A place in the sun está basada en una novela de Theodore Dreisser, aunque los títulos de crédito nos informan de que la adaptación se ha hecho de la obra teatral escrita a partir del libro. Resulta curioso comprobar como la costumbre de hacer remakes norteamericanos de películas europeas (o asiáticas) ya existía en el campo de la literatrura: Un lugar en el sol es la versión puritano-norteamericana de Rojo y negro.
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