I was a child and she was a child,
In this kingdom by the sea;
But we loved with a love that was more than love
Como es de esperar Moonrise kingdom está poblado por adultos melancólicos e hijos tristes. Tampoco extrañará mucho que estos padres e hijos habiten una isla que parece sacada de una novela de adolescentes o de un cómic. En este territorio los protagonistas, un par de preadolescentes tirando a raros en la forma esteticista en que es de suponer chez Anderson, se lanzan a la inevitable aventura de tropezarse con la diferencia sexual. Él es huérfano.y ella tiene un hogar en el que el deseo brilla por su ausencia (la madre tiene un affaire con lo más parecido a una encarnación de la ley que se pasea por la pantalla, si bien el parecido es bastante lejano). Con estos antecedentes es fácil imaginar que el encuentro con lo real del cuerpo del otro arrasará a los sujetos, y sí, la tormenta más devastadora que los tiempos han conocido se abate sobre la isla, pero en última instancia los agotados restos de lo sagrado evitan que nuestros héroes caigan en el abismo, lo que plasma de manera muy literal en el film: el momento cumbre de las fuerzas desatadas de la naturaleza pillan a nuestros chicos en lo alto de la torre de la iglesia de la isla, al borde del precipicio, y acabarán más o menos salvados cuando el deprimido Willis decide encarnar la figura del padre ausente.
Moonrise kingdom es bonita y lánguida, aunque sabe a poca cosa, parece un relato tan cansado como los personajes que lo habitan, la película de alguien que ha perdido la inocencia pero prefiere seguir creyendo en la fantasía, consciente de que lo que nos espera con cualquier otra opción es algo bastante peor.
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