martes, 28 de julio de 2015

Relatos desmadejados


   Se podría decir que un texto contemporáneo tiene los mismos componentes que un relato clásico, pero desordenados. El otro día me veía Cloverfield (Monstruoso en España), enésima variación sobre el tema de San Jorge y el dragón, con princesa raptada por el susodicho dragón a cuyo rescate acude el valeroso caballero mientras el bicho se carga Nueva York, aparatosa escenografía apocalíptica que poco añade a la narración pero sí algunos ceros al presupuesto. 


   Como podemos colegir a partir de esta celebérrima ilustración del asunto, el dragón no es más que el lado "oscuro" (más bien deseante) de esa imago fascinante de la mujer, que se diría que se ha puesto sus mejores galas para ser raptada por lo que más parece animal de compañía que bestia amenazadora (para ella). Para allegarse a la lánguida damisela el bueno de San Jorge debe demostrar que es capaz de afrontar la (monstruosa) demanda femenina de goce, para lo que cuenta con esa enhiesta lanza cuyo referente tampoco hay que ser un lince para imaginar.


   En Cloverfield, sin embargo, el acceso al cuerpo femenino ha tenido acceso antes de ninguna prueba que el héroe haya afrontado, y éste ha salido de allí escopetado (tanto, que se larga a Japón, que probablemente no se puede ir más lejos). La dama se presenta en su fiesta de despedida a presentar las comprensibles quejas, pero esto es lo que hay, o lo que no hay: ni lanza, ni falo, ni nada. Es salir despechada la princesa por la puerta y hacer acto de presencia el dragón, o más bien la dragona, que todos estos monstruos modernos son madres solteras que sueltan huevos por todas partes sin que se vean machos por ningún lado. Claro, con estos caballeros de pacotilla los dragones se entregan a su natural vocación aniquiladora sin prácticamente oposición, y así andan las urbes modernas en nuestras pantallas, destruidas una semana sí y otra también. 

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