lunes, 29 de octubre de 2007

Bolaño en el metro

El jueves o el viernes me saqué 2666 del bibliometro de Moncloa. La chica que lo atendía tuvo el detalle de darme un mes de plazo (lo habitual en el bibliometro son dos semanas) dado lo voluminoso del libro. El caso es que hace unos años (ya hace unos años de casi todo) me empecé a leer Los detectives salvajes, tras la avalancha de elogios que al Bolaño le caían de todos lados (básicamente desde el País vía Vila- Matas, y desde Quimera), pero al rato lo dejé, pues no me interesó lo más mínimo. Con 2666 probablemente dure algo más, aunque no creo, porque hace siglos que soy incapaz de terminarme una novela (una novela o cualquier otro tipo de libro).
Lo compagino con unos de los (también bastante gordos) tomos del diario de Trapiello. Me he saltado varios años desde el último que me leí, lo que no tiene demasiada importancia, porque el diálogo se ha ficcionalizado definitivamente, y a lo que asistimos es a una novela en primera persona en la que uno tiene la impresión que el personaje narrador se ha desprendido definitivamente del autor, o al menos hay un decalage notable entre ellos (impresión que se tiene cuando el autor -aparentemente- real emerge en el relato, negando la imagen del narrador)

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