domingo, 3 de agosto de 2008

Narnia, o el medievo deseado


Como es bien sabido, C.S. Lewis y Tolkien fueron dos profesores universitarios archieruditos que tenían la peculiaridad de ser cristianos, además de amigos (creo que uno de ellos convirtió al otro, pero no sé cual de los dos) y a los que se les ocurrió crear (a cada uno por su lado) una saga de corte épico fantástico de bastante éxito (sobre todo la de Tolkien). El pastizal que hizo la aparatosa adaptación de El Señor de los anillos que perpetró Peter Jackson se ve que animó a la Disney a adaptar los libros sobre Narnia de C.S.Lewis, y los buenos resultados económicos de la primera película de la serie prometen una larga continuación.
Uno de los inconvenientes de ser padre es que los hijos no siempre se pliegan a mis deseos cinematográficos, y como el pequeño todavía no está en edad de ir al cine solo le acompaño cuando algo le apetece, y lo último que le apeteció fue este Príncipe Bastián. Uno de los problemas de las adaptaciones tanto de los anillos como de Narnia es que sus acometedores están lejos de poseer la cultura que tenían sus autores originales (al margen de que los libros originales ya eran un rollo, aunque no deja de ser simpática la idea de recrear una mitología de la nada), por no hablar de sus inquietudes espirituales. Siendo tanto la trilogía de Jackson como las dos entregas de Narnia aburridas hasta la exasperación, me preguntaba por qué las adaptaciones de Lewis me resultaban más antipáticas que el tostón de los anillos, al que al menos hay que reconocerle cierto lado desmelenado en el proyecto, aunque esa retórica de travellings aéreos, banda sonora omnipresente y énfasis visual resultaba estomagante (por cierto ¿hasta cuando vamos a tener que soportar el plano más ridículo de la historia del cine, ese plano subjetivo de flecha que ya parece obligado en cuanto alguien aparece con un arco en pantalla?). Pues creo que la razón es ésta: la acción de Narnia transcurre en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. Los adolescentes protagonistas escapan a un mundo medieval con caballeros, reinos perdidos, magia de todo tipo y leyendas a tutiplén, que estaba claro era lo que le molaba a su autor; pero visto con los ojos de hoy resulta extraño que el escritor no se diera cuenta de que la verdadera épica se estaba viviendo en su país, que aguantó prácticamente solo el ataque de fuerzas diabólicas de verdad, y no esos muñequitos de hamburguesería que pululan por la pantalla. Que se pueda decir bastantes cosas negativas de Inglaterra no quita el hecho de que su comportamiento frente a los nazis fue bastante heroico (y más si lo comparamos con el de los franceses, que andan todavía intentando quitarse la vergüenza de encima).

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