domingo, 31 de agosto de 2008

Tokio blues


Parece ser que Murakami tiene una legión de fieles, aunque entre la crítica literaria levanta cierta suspicacia, un poco como le pasa a John Irving; después de leer Tokio blues puedo entender tanto el entusiasmo (prácticamente me la he leído de un tirón este finde) como las suspicacias. La novela es una bildungsroman moderna, o sea, peterpanesca, como parece obligado tras El guardián ante el centeno, una de las referencias que se citan a menudo en el libro. El protagonista, Watanabe, reconstruye sus años de juventud, veinte años atrás, guiado por los recuerdos que le trae Norwegian wood, la canción de los Beatles que da título al libro (sabe Dios por qué en España se lo han cambiado), y que escucha mientras aterriza en Alemania. Sensible y solitario, los personajes que aparecen a su alrededor, muy bien trazados, parecen incapaces de entrar en la vida adulta y prefieren el suicidio o la locura antes que afrontar responsabilidades (en el mejor de los casos optan por el cinismo emocional más devastador). En cualquier caso Murakami muestra mucha más simpatía por esos postadolescentes inteligentes, más o menos prtenciosos, inmaduros y de una fragilidad emocional pasmosa que por los activistas políticos (estamos a finales de los años 60), a los que se diría que guarda un rencor y un desprecio sin límites. Esta apología romántica de las incertidumbres vitales de los veinte años (y que la mayoría de los personajes no logra superar) ha debido de ganar para su causa a todos los adolescentes sensibles del planeta, pero no me extraña que este casi elogio del suicidio (¿tantos adolescentes se suicidan en Japón?) tenga sus detractores.

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