miércoles, 3 de septiembre de 2008

Las trroyanas en el Matadero




El otro día éramos dos espectadores (incluyéndome a mí) los que estábamos en la sala viendo Caos calmo, pero el Matadero siempre está lleno, o siempre que voy yo, por lo menos. Ayer estaba hasta arriba, y como siempre me encontré a amigos y conocidos y hasta familiares, que por allí andaba mi hermano.

Las Troyanas venía con aureola de acontecimiento teatral de Mérida, y para ver la buena salud del teatro no hay más que fijarse en el despliegue de superproducción que se ha montado en torno a algo tan poco comercial a primera vista como esta tragedia de Eurípides, pensada, como todas, para representarse sin escenografía.

Eurípides tiene fama de ser el más descreído de los trágicos cuyas obras han llegado a nuestros días (además de Eurípides, Esquilo y Sófocles), y no había leído nada suyo. Como hoy estoy en plan didáctico, recordaré que las tragedias se representaban durante unas fiestas determinadas, y que cada autor presentaba una trilogía trágica y una comedia. Al parecer, había una votación del público y se elegía la mejor. Las Troyanas se presentaron en el año 415 aC, según leo en la introducción del volumen de Gredos, junto a dos tragedias y una comedia que se han perdido, y el concurso lo ganó un "oscuro" escritor; supongo que lo de oscuro es porque no se sabe nada de él. Si mis conocimientos históricos no me fallan, Atenas ya estaba metida en sus guerras peloponésicas con Esparta, cosa que se nota en las diatribas abundantes que contra los espartanos se pronuncian en la obra.

Las Troyanas comienzan con un diálogo entre Poseidón y Atenea al que Mario Gas le da un aire desmañadamente bufo, y que creo que cualquier adaptador inteligente debería haberse cargado (a mí me recordó a la conversación tan marciana que Dios y el demonio mantienen al comienzo del libro de Job). Atenea ha ayudado a los aqueos, pero acaba mosqueada con ellos porque, tras la victoria, le han han roto los muebles de su casa, sin respetar su templo, que esa chica parece tonta, y le pide ayuda a Poseidón, amiguete de los troyanos, para que les hunda la flota en su regreso. Tras este fallido prólogo entramos en la situación: los griegos acaban de entrar en Troya con el famoso caballo, han pasado a cuchillo a todos los hombres, y llevan a las mujeres a la playa a la espera de que decidan como se las reparten en su condición de botín sexual. El papel principal le cae a Hécuba, la mujer de Príamo, y por lo tanto madre de super Héctor y del cretino de Paris (aunque esto se dice menos), y cuyas hijas tienen una especie de solos dramáticos de distinta índole: Casandra, por ejemplo, sale como una poseída, muy contenta de que le haya tocado a Agamenón en suerte, al que le augura todo tipo de desgracias para él y para su linaje (que como doy por sabida su historia me la ahorro).
En una extraña escena sale Helena defendiéndose de las acusaciones que todo elmundo le lanza, mientras Hécuba se encarga de darle la réplica. Si estructuralmente es un desastre, el contenido es muy interesante, porque ambas se mueven en paradigmas diferentes: "medieval" el de Helena, hablando de dioses, destinos, premoniciones; y "moderno" el de Hécuba, apelando a la subjetividad y la personalidad individual como fruto de todos los males. Si Eurípides deja pistas acerca de su agnosticismo acerca de los dioses tradicionales, en su obra emerge una deidad devastadora capaz de arrasar con todo un mundo... Pues claro! El deseo desmelenado de la mujer! Esa especie de goce andante que es Helena, y cuyo deseo ningún hombre parece poder colmar, es designada como la causa de todos los males.

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